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CAPÍTULO 2



La habitación de Enzo estaba en la planta baja, junto al baño. Lucía sabía perfectamente cómo llegar, aun así, prefirió no llamar a la puerta de la casa. La terrible idea de encontrarse con su ex fuera de la universidad ya era lo bastante mala de por sí, y empeoraba si pensaba en las circunstancias que la habían llevado hasta ahí.

No, era mejor el camino viejo y confiable.

Al cruzar la verja rodeó la casa y se detuvo frente a la ventana de Enzo. Desde afuera lo vio sentado ante el escritorio, jugando en el computador, razón por la cual no la escuchó cuando golpeó el vidrio. Los audífonos que utilizaba eran demasiados grandes para tan pequeña cabeza, pensó ella.

Forzó un poco la ventana y la abrió. Con más esfuerzo del que le habría gustado reconocer, Lucía se trepó y entró a la habitación. Era un asco: ropa sucia tirada a los pies de la cama, platos de comida rápida vacíos sobre la mesita de noche y las sábanas tenían una mancha que era mejor ignorar.

Sin que Enzo se diera cuenta de su presencia, Lucía se quedó detrás de él hasta que éste terminó la partida del juego. Consideró que el resto del equipo no tenía por qué pagar por sus actos.

—¡Oh por la santa virgen...! —Enzo saltó de su silla cuando, al girarse, se topó con Lucy—. ¡Lucifer!

Ella le sonrió y él inmediatamente supo que estaba en problemas.

—Perdón, perdón, se me escapó —se disculpó, tomando distancia—. ¿Entraste por la ventana? ¿Cómo...?

—¿Qué viste ayer? —preguntó ella, haciendo que el pobre muchacho desfigurara la cara.

Enzo tuvo un rápido flashback y no tardó en comprender la razón de la presencia de Lucy ahí. Ahora sí que la había hecho en grande.

—Ay... —Enzo apretó los labios, nervioso—. Te juro que no le he dicho a nadie.

—Se lo dijiste a Martina, quien se lo dijo a Tamara y, bueno, ya lo saben todas.

—Pequeña Judas —susurró Enzo, maldiciendo a Martina—. Ok, sí, no lo pensé bien, pero Lucy te juro que no se lo dije a nadie más, ni siquiera a Damián, por la garrita.

Enzo le levantó el dedo meñique y ella se lo bajó, agotada.

—Por favor, necesito que prometas que esto muere aquí. Yo hice algo estúpido, lo asumo, pero ya está.

Enzo nuevamente levantó el meñique y ella en esta ocasión lo enlazó con el suyo. Pactado.

—También soy tu amigo, no te traicionaré —comentó, sonriéndole.

—Más te vale. Sé muchos de tus secretos.

Triste y cierto. Enzo tenía una larga deuda con Lucy de cosas que era mejor ni tocar. Su mamá y la de ella eran amigas desde antes de que nacieran, así que bien se podía decir que se conocían de toda la vida. Sonaba bonito, pero en la práctica era problemático porque Lucy tenía muy buena memoria y, a veces, podía ser perversa. Era en esos momentos que Enzo la veía como Lucifer, y era mejor no provocar su ira.

Aunque claro, más allá de las bromas, Lucy jamás le haría daño. Solo disfrutaba mucho asustarlo.

—¿Puedo preguntar por qué tenía que ser Lucas?

Ella lo miró, incómoda.

—Se me subió el alcohol a la cabeza —confesó—. Duró menos de un segundo y él no tuvo culpa de nada. Mierda, siento que incluso debería disculparme con él. Qué vergüenza.

—Quizás solo debas dejarlo pasar —aconsejó él—. Lucas es buena gente, seguro entiende.

—Sí, puede que tengas razón.

—¡Claro que la tengo! —la animó Enzo—. En una de esas ni se acuerda.

Oh, pero Lucas sí se acordaba, y Lucy se dio cuenta de mala forma.

Cuando se lo topó ese lunes en la cafetería quería que la tierra se abriera y la engullera, sin dejar un solo hueso. Podía sentir la mirada del chico perforándole la parte de atrás de la cabeza, pero prefería hacerse la desentendida. No se daría vuelta, así le dijeran que estaba el mismísimo Timothée Chalamet detrás de ella.

—¿Te sientes bien? —preguntó Florencia, recibiendo los cafés que acaban de comprar.

—Estupenda —dijo, con la voz hecha un hilo—. Diez de diez. ¿Vamos?

—Emh, ¿Lucy?

No. No. NO. Tenía que ser una pesadilla. Pidió a Zeus que se apiadara de ella y le dejara caer un rayo encima.

Pero ningún Dios la escuchó, y cuando sintió que le tocaban el hombro se supo derrotada. Ladeó la cabeza con la mayor serenidad de la que era capaz y encaró a Lucas. Él parecía tan incómodo como ella.

—Hola, ¿cómo estás?

—Yo bien, ¿qué tal tú?, ¿qué haces aquí?

Él le enseñó el recibo de compra. Evidentemente también había ido a la cafetería a comprar café. Qué tonta.

—Lucy quería hablar contigo de algo —dijo él, y ella sintió que se revolvían las tripas—, ¿tienes tiempo?

—Uy, justo ahora mismo no...

—Ah, perdona. Le había preguntado a Enzo tu horario y me dijo que no tenías clases a esta hora.

El chico se giró y señaló al susodicho, quien era ajeno a ambos porque estaba en el teléfono. Cuando se sintió observado, levantó la visa de la pantalla y su espanto fue evidente al reconocer a Lucy.

—Venimos de la práctica —comentó. Enzo era parte del equipo de natación y Lucas uno de los entrenadores.

—Así veo. —Lucy debió tragar saliva para que no le temblara la voz—. Lo cierto es que ahora tengo planes con mi amiga, por eso no puedo.

Era mentira, pero Florencia captó la señal. Saludó a Lucas y le siguió el juego a Lucy.

—¿Está bien otro momento entonces? —preguntó, y a ella no le quedó de otra que aceptar—. Le pedí tu número a Enzo, ¿está bien?

—Claro, sin problema.

—Súper, te hablo después. Que estén bien.

Lucy y Florencia se despidieron de él y salieron del establecimiento, pero no llegaron muy lejos. Lucy se detuvo, con la cara enrojecida y temblando de rabia.

—Flo, de verdad no lo entiendo —dijo, tomando por sorpresa a la otra—. Eres linda, dulce, la mejor persona que conozco... dime, ¿qué es lo que te gusta del idiota de Enzo?

La chica se acaloró de inmediato, mirando a sus alrededores por si había alguien que la hubiera escuchado. Le pidió a Lucy que se callara, siendo vilmente ignorada.

—Perdóname, pensé que podía dejarlo pasar, pero no. Cuida mi bolso, ya vengo.

—¡No, Lucy, espera!

La chica no se detuvo, en cambio marcó a Enzo al celular en lo que aceleraba el paso. El muy valiente se atrevió a cortar la llamada dos veces. La tercera no, porque Lucy le había enviado por mensaje una foto de él disfrazado de Sailor Moon.

—¡Dijiste que la habías borrado! —chilló en la otra línea.

—Lo hice —aseguró—, pero le pedí a tu mamá que me la reenviara. Ahora sal, te espero.

Sin cortar, Enzo se disculpó con las personas con las que estaba y dijo que ya volvía. Salió casi al trote, con el teléfono pegado a la oreja, finalizando la llamada una vez que la vio.

—Primero que nada, hola —dijo—. Y segundo, yo no tenía idea que estabas aquí y que Lucas iba a ir a hablarte.

—¿No se te ocurrió avisarme antes?

—¡Sí, lo hice! Tú me dejaste en visto.

—No, no es cierto —contradijo ella, pero dudó. Sacó su teléfono y comprobó su última conversación con él—. Nop, nada de nada.

Enzo le estiró su celular desbloqueado. Ella lo tomó y revisó sus mensajes, y su cara pasó por una etapa de vacilación a una de incredulidad en cosas de segundos. Miró a su amigo con lástima y algo de risa. ¿Cómo es que había logrado entrar a la universidad? ¿Cómo iba a convertirse en un buen adulto así?

—¿Y bien?

—Ay, Enzo. —Lucy le devolvió el teléfono—. Enviaste la captura de pantalla a tu papá.

Él verificó lo que ella decía y los cachetes se le colorearon.

—Dejaré pasar esto porque... ah, cosita. —Lucy le palmeó la cabeza. Al menos había tenido la intención de ser medianamente útil.

—Me haces sentir patético.

—Pobre cosita —continuó ella.

Lucy no pudo seguir enojada con él. Enzo era de los pocos que lograban menguar su rabia, aunque también era el que más atentaba contra su paciencia. Suspiró. Él viviría para ver otro amanecer.

—Enzo, te adoro, y te lo advierto desde ya. No quiero que esto se vuelva un rumor y llegue a los oídos de quien no debe ser nombrado.

—Sí, sí, pinky promise.

—Tampoco quiero que intervengas más con Lucas. Yo hablaré con él.

—A la orden.

Se despidieron y Lucy regresó con Florencia a casa.

Tenía ansiedad por el mensaje que Lucas podría mandarle en cualquier momento, por lo que no se separó del teléfono ni para comer. Pasó el día, y también el siguiente, y cuando su celular por fin le avisó que había un mensaje nuevo de un número desconocido, Lucy corrió a leerlo.

Pero resultó ser que no era de Lucas, o de alguno de sus amigos. No, era un mensaje casi igual de sorpresivo, o más incluso.

Era de Marco, personaje del que no había sabido desde la fiesta de aniversario de la universidad un mes atrás.

Otro hombre al que no debió besar.

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