CAPÍTULO 16
—¡Amiga, quédate conmigo!
Martina daba suaves golpecitos en la mejilla de Ivonne, quien no terminaba de recuperar bien la consciencia. Estaban en la parte de atrás del stand, separadas de una multitud curiosa gracias a un endeble biombo de plástico.
—¿Por qué sujetas mis piernas así? —Iv no terminaba de entender la situación, y se le hacía más rara todavía al ver que Martina tenía sus pies en los hombros.
—Para que circule mejor la sangre —contestó alterada. Tenía el celular pegado a la oreja—. Lucy está al teléfono, la llamé cuando te desmayaste. Perdón, no soy buena en estas cosas, me está temblando todo el cuerpo.
Y era cierto. La pobre era un manojo de nervios, y eso casi enterneció a Ivonne, que sabía que su amiga estaba dando lo mejor de sí. Martina odiaba todo lo relacionado con los médicos y hospitales —con las enfermedades en general—, y que la estuviera auxiliando en ese momento de seguro era la máxima expresión de cariño que podía esperar.
—Lucy pregunta si sientes náuseas o ganas de vomitar. —Martina hizo arcadas de solo pronunciar la palabra, provocando que Ivonne soltara una risa—. Esto es serio, no te burles estúpida.
—Me siento un poco mareada, solo eso.
Ella ya se había desmayado antes, por lo que no sintió pánico al respecto. La primera vez ocurrió cuando tenía quince años y se subió en una montaña rusa. No recordaba nada del recorrido, y si no le hubieran mostrado el video de ella dormida en el asiento no se lo habría creído. El médico le explicó que era la forma en que su cuerpo respondía ante un evento estresante, y como también le ocurría a su mamá, fue fácil culpar a la genética. Ivonne no guardaba rencor por ello.
Tomó un par de minutos antes de que se atreviera a sentarse, aún aturdida por lo que acababa de pasar. Se obligaba a pensar en otra cosa cuando el recuerdo de Renato y su madre se avivaba en su cabeza, angustiada por aquel nefasto sentido de realidad.
Martina, a su lado, la dejó apoyarse en su hombro para que descansara, en lo que tecleaba rápidamente en el celular. Desde el momento en que todo comenzó habían pasado poco menos de diez minutos, que para ella se hicieron eternos, y en su desesperación escribió a varios de sus amigos en búsqueda de ayuda. Lucy fue la primera en responder, seguida de Tamara; ahora estaba hablando con Florencia, quien no había visto su mensaje antes. Incluso Danielle lo sabía, y ella ni conocía a Ivonne.
—¿Cuánto tiempo estuve desmayada?
—Pocos segundos, pero luego volviste a cerrar los ojos. De ahí pasaron unos cinco minutos hasta que recobraste la consciencia.
—¿Qué pasó en ese rato?
—Bueno, te traje hasta aquí atrás con la ayuda de las personas con las que hablabas, ¿recuerdas? Una mujer hermosa y su hijo.
«Maldita sea».
—Les pedí que nos dejaran a solas porque no había mucho espacio, y luego empezó a llegar gente. Y bueno, aquí estamos.
—¿Ellos se fueron? —Había algo de desilusión en su voz, que Martina no notó.
—El chico se fue corriendo a buscar ayuda y su mamá lo siguió. No los he visto desde entonces.
—Ya.
La sensación en su pecho bien podía ser un corazón roto o náuseas. Esto sin duda entraría dentro de las experiencias más traumáticas de su joven vida, y estaba segura de que no había terminado todavía. El momento en que Maritza se enterara de la relación que hubo entre ambos se acabaría el mundo. ¿La denunciaría? ¿Habría pruebas suficientes para demostrar su inocencia? Solo podía pensar en cómo salir de esa penosa situación, aun cuando nada había ocurrido todavía.
—¿Qué pasó aquí?
Y como si el universo estuviera en su contra, Victoria llegó a su "rescate". La miró con los ojos entrecerrados, intentando comprender por su cuenta lo que había ocurrido. Martina, incómoda, quiso responder por Ivonne, pero Victoria quería escucharlo salir por la boca de la afectada.
—No lo sé... de repente me sentí muy mareada y solo me desmayé —contestó, masajeándose el puente de la nariz.
—Hay un escándalo afuera Ivonne.
—Ya se dispersarán, pero creo que alguien tendrá que reemplazarme.
Aquello sí era una mala noticia para Victoria, quien suspiró sonoramente.
—¿Te sientes muy mal? —preguntó, con genuina preocupación esta vez.
—Un poco, sí.
—Buscaré a alguien que pueda cambiarte de lugar por ahora, pero necesitamos que retomes para mañana, ¿podrás?
—Sí, lo prometo.
Victoria las dejó en lo que intentaba arreglar la situación, invitando a las personas que se habían aglomerado del otro lado a continuar visitando los otros puestos. Martina se ofreció a ir a buscarle algo de beber, pero alguien se le había adelantado con la idea. Los ojos de las dos chicas se abrieron de sorpresa cuando Lucía, aún con la bata clínica puesta y dos botellas en la mano, apareció frente a ellas.
—¿No que estabas en una simulación y no podías salir? —le preguntó Martina, cediéndole el puesto junto a Ivonne.
—Así era, pero le dije a mi profesor que me había llegado el período y que se me manchó la ropa. —Lucy le guiñó el ojo—. Me dio la autorización para salir en el acto.
—Eres tan astuta que das miedo.
Pese a las quejas de Ivonne, Lucy le hizo un chequeó rápido. Habría deseado tomarle la presión arterial, pero no disponía del instrumento ahí, por lo que tuvo que conformarse con el pulso y los reflejos. Una vez que se convenció de que no volvería a desmayarse, le tendió las dos botellas; una era de agua, y la otra una muestra médica de glucosa líquida. La sacó de una de las estanterías del laboratorio antes de irse, con la esperanza de que nadie la fuera a echar de menos.
—Creo que esto es lo más lindo que has hecho por mí —dijo Ivonne en lo que se zampaba el concentrado de glucosa y arrugaba la cara—. Ahg, sabe horrible.
—No siempre tengo el gusto de verte destruida. —Se rio Lucy, para luego enfocarse en Martina—. Tú deberías irte a clases, ¿no?
—Podría quedarme un rato más si es que me necesitan...
Pero seguramente sería carga muerta. Lucy no solo había ido por Ivonne, sino también por su otra amiga. Cuando la llamó notó cómo le temblaba la voz, y conociendo su historial frente a emergencias, sabía que Martina bien podía terminar en igualdad de condiciones. Era así desde que eran pequeñas, cuando el más mínimo rasmillón hacía que Martina se pudiera verde. Ahora daba risa recordarlo, pero el día que la chica tuvo su menarquia, su espanto llegó a tal nivel que vomitó. Lucy y Florencia, testigos de aquel incidente, estaban amenazadas de muerte si se les ocurría comentarlo.
Y Lucy conocía el origen de su fobia; ella había sido la responsable, aunque no de manera intencional, claro. Fue cuando ambas tenían ocho años y Lucy cayó desde un peñasco. Las dos chicas, junto a Enzo y Damián, estaban jugando en lo alto y tras una disputa infantil, Lucy perdió el equilibrio y cayó. Aquella anécdota le costó una larga cicatriz en la zona parietal de la cabeza, que ocultaba con el cabello, y también todo un verano con la pierna izquierda enyesada. Le había salido barato, decían los médicos, seguros de que ella había sobrevivido solo porque fue auxiliada a tiempo.
Martina nunca hablaba de ese día, ya que la ponía muy nerviosa. En una ocasión se sinceró con Lucy y le admitió que en aquel momento creyó que había muerto, y de solo pensar en eso le entraban ganas de llorar.
—Nah, puedes irte. Yo te relevo.
—Ya la has oído —insistió Ivonne—, además, tienes que ir a pelear tu proyecto. No quiero que luego me uses de excusa.
—Bien, bien. Nos vemos más tarde entonces.
Una vez las dos solas, Lucy le propuso acompañarla a casa, pero Ivonne tuvo miedo de salir de donde estaban y toparse con Renato. ¿Y si estaba esperándola del otro lado...? ¿Y si no? Tenía ideas contrariadas, y aquella batalla mental la hacía enojarse consigo misma, pues no debía desear cruzarse con él, sino detestarlo a muerte.
—Tengo que decirte algo... —empezó, apenas susurrando—, Renato está aquí.
—¿En serio? No lo vi afuera. ¿Quieres que lo haga venir?
Pensó que eso era lo que quería Ivonne, pero cuando la chica la detuvo por la muñeca —firme, casi aferrándose al contacto— entendió que era todo lo contrario. Martina no explicó mucho por teléfono, era comprensible, pues su prioridad fue la condición de Ivonne, así que Lucy no tenía cómo haber sabido lo que ocurrió. Con mucha vergüenza y miedo, su amiga se lo terminó contando todo. Lucy en ningún momento la interrumpió, y cuando acabó de hablar no supo qué decirle; si le hubiera pasado a alguien más habría resultado incluso divertido, pero no. Esto le había ocurrido a Ivonne, y tal fue su angustia que terminó desmayándose. Ella, la antibalas del grupo, la que no lloraba al ver "el niño con el piyama de rayas" y la que se atrevía a revisar la casa de noche cuando alguna de las demás escuchaba un ruido extraño. Esa era la amiga que pedía ayuda.
Lucy pareció pensar bien antes de hablar.
—Ahora mismo solo puedo prometerte una cosa, Iv, y es que voy a tomarte de la mano y te llevaré a casa. Nadie va a detenernos, así sea Renato, su mamá, o la policía misma. Solo una vez que estemos allí te diré que todo va a ir bien. Vamos a estar bien —le prometió, como un conjuro.
Tal era la determinación de sus palabras que Ivonne no pudo dudar de ella. Asintió, aceptando la bata que Lucy le puso sobre la cabeza para ocultarla, dejándose guiar por la pequeña y confiable mano que la sostenía.
Y abandonaron su escondite. Lucy serpenteaba entre las personas buscando el camino más expedito hacia la salida, obstaculizada por adolescentes que se tomaban selfis y promotores que ofrecían panfletos en su cara. Fue entonces que lo vio. En la entrada principal de la carpa estaba Renato, discutiendo airadamente con un guardia y apuntando de forma enérgica hacia donde solo unos instantes atrás habían estado con Ivonne. Se veía molesto y desesperado, pero la cara le cambió de inmediato cuando reconoció a Lucy, y detrás de ella, a Ivonne. Dejó de lado al guardia, quien no tardó en aprehenderlo por la ropa para detenerlo, haciendo que él se sacudiera con violencia e intentara darles alcance a las dos chicas.
—¡Iv! —gritó él, ya no solo forcejeando con el guardia, sino también con algunos de los promotores—, ¡Ivonne, por favor...!
Incluso Lucy quedó paralizada con aquel desgarrador llamado, sintiendo como los vellos de sus brazos se erizaban. Miró sobre su hombro para chequear a su amiga, preocupada por la reacción que esta podía llegar a tener... y con justa razón. Los ojos negros de Ivonne centelleaban, casi echando chispas, lo que no auguró nada bueno, y cuando la chica se le adelantó para encarar a Renato los temores de Lucy se acrecentaron.
La detuvo en seco.
—Iré a hablar con él —dijo, envalentonada por una burda impulsividad.
—No lo harás. —Lucy reforzó su agarré en el brazo de Ivonne—. Tienes todas las de perder, no puedo dejarte ir.
Allí donde se encontraba Renato comenzó a juntarse gente, pero el chico seguía intentando llegar a ellas. Estaban contra el tiempo, y Lucy no iba a dejar que Ivonne se lapidara ahí frente a media universidad.
—Lo conoces mejor que yo, Iv, así que dime, ¿acaso él tiene la cara de alguien que querría hacerte daño?
Si bien Ivonne no se giró a verle el rostro al chico, las palabras de Lucy menguaron su ira, dando paso a algo peor: dolor. Necesitaba estar enojada con Renato, pues de otra forma la invadirían los recuerdos buenos, y le daba miedo descubrir que eran solo una ilusión por parte de ella. Lo oía gritar su nombre, con las palabras desgarradas entre forcejeos, y no encontró más que angustia en su voz.
Lucy relajó el agarre y la tomó de la mano, despabilándola.
—Vamos a casa —pidió, e Ivonne dudó.
Miró hacia el chico que solo unos días atrás le prometió el mundo entero, ahora un niño ante sus ojos... pero uno que le rogaba que se quedara ahí, con él. Los pocos metros que los separaban se sintieron como kilómetros. ¿Cuánto de lo que habían compartido había sido falso, y cuánto verdadero?
Ivonne se giró y decidió vivir con esa pregunta en su mente, apretando los dientes en lo que salía de ahí.
Fingiría que era el viento el que la llamaba, y no el chico que había quedado dentro de la carpa con el corazón roto. Se olvidaría de él, así tuviera que obligarse a hacerlo. Seguiría su camino como si nunca se hubieran conocido, y un día todo eso solo sería una mala anécdota...
Solo necesitaba repetírselo lo suficiente, hasta que el pecho dejara de dolerle y el nudo en su garganta desapareciera.
Nota de autor:
De las cinco protagonistas, Martina es por lejos la más divertida en mi cabeza. No duden que esa fue su cara y su reacción en lo que llamaba a media ciudad buscando ayuda hahahaha
Tengo un placer culpable con los videos de gente desmayándose en montañas rusas, me dan mucha risa; lo mismo que la gente que hace paracaidismo y despierta a mitad de vuelo. ¿Me hace esto una mala persona?
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