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CAPÍTULO 15

—Es demasiado temprano para esto.

Ivonne hizo tronar el cuello en lo que se estiraba. A las afueras de la carpa, montada en medio del campo de entrenamiento, ella y Tamara esperaban a que fuera su turno de recibir instrucciones. Ese día iniciaban las actividades de "casa abierta", instancia anual en la que los colegiales se acercaban al campus con el fin de visitarlo, bien fuese para preguntar por carreras de su interés o con la intención de faltar a clases.

Aquellos que buscaban un futuro académico (y lleno de deudas) podían contar con el equipo de promoción: humildes estudiantes universitarios dispuestos a sonreír el resto del día por una mala paga. Así lo veía Ivonne al menos, pero dinero era dinero.

—¿Despertaste de malas?

—No —respondió de inmediato, a la defensiva. Tamara se burló de ella—. Bueno, un poco, sí. No es nada de lo que haya que preocuparse, se me quitará después de un café.

Aunque lo suyo no era hambre o sueño, sino una persona. Renato.

Habló con él por última vez el jueves pasado, día que se lo presentó a Lucy, y desde entonces los mensajes no le llegaban, como si la estuviera evitando de manera intencional. Muy en lo profundo sospechaba que había un motivo para eso, uno ajeno a ella, o eso quería creer. La idea de que fuera ghosting hacía que su colon se hinchara y se retorciera.

«Renato no es así», se obligó a pensar, aferrándose a la esperanza que depositaba en él.

—Maldita sea, Ivonne, te dije que debías venir decente.

La mujer que se plantó ante ellas era pequeña, robusta e intimidante. Ninguna de las dos la vio llegar, pues de haberlo hecho habrían huido a tiempo. Victoria era una alumna mayor, y se aseguraba de hacerlo saber, en especial cuando la dejaban a cargo de alguna tarea, y para mala suerte de ambas en esta ocasión su trabajo era supervisarlas.

Y como buen buitre, las miró de arriba a abajo, deteniéndose con los ojos entrecerrados en el recién teñido cabello de Ivonne.

—El rector dará el discurso de bienvenida y nosotros estaremos detrás de él. Tu pelo es muy llamativo, como una antorcha, tendrás que usar una gorra para cubrirlo. Somos los representantes de la universidad, por lo que debemos dar el ejemplo —vociferó con la intención de que los otros miembros escucharan.

—Entonces está bien. Yo puedo servir de mal ejemplo.

Se oyeron risitas a los alrededores, las que no le hicieron gracia alguna a Victoria.

—Mira, a quien reprenderán por esto es a mí. No me hagas llamar al supervisor, por favor.

—Bien, tranqui. —Ivonne alzó las manos en señal de rendición—. Me recogeré el cabello, ¿sí?

—También tienes que cubrirte el tatuaje del brazo.

La aludida miró en dirección del grabado, que apenas se escapaba por la manga de la camiseta. Podría haber dicho que era estúpido cubrir el diez por ciento que se veía, pero entrar a discutir con Victoria le sabía a pérdida de tiempo. Le aseguró que acataría las instrucciones, consiguiendo por fin deshacerse de ella.

—Es muy intensa. —Tamara habló bajito por si la escuchaban—. Hizo que se me erizaran los pelos del brazo.

—Hoy soñaré con estrangularla.

—Va siendo hora de que llegue la gente. Iré a prepararme, nos vemos luego.

—Ajá.

A Ivonne le correspondía organizar las distintas actividades dentro de la carpa, las que incluían comida, juegos y stands de información sobre carreras. Tamara, por otra parte, debía dar recorridos por el campus, aunque al ser todavía temprano su rol se vio reemplazado con hacer de recepcionista, entregando las credenciales a los invitados respectivos.

Habrían pasado unas dos horas cuando el recinto se llenó. Lo que en un principio les pareció divertido, no tardó el volverse caótico.

Tamara había conseguido mantener una cara de póker frente a los grupos de adolescentes, soportando a los que querían ligar con ella para impresionar a sus amigos y a los que la ignoraban vilmente.

—Hola, buenos días. Instituto Médici.

Un par de adultos se presentaron ante ella, un hombre y una mujer. El hombre se veía entrado en edad, amable y de sonrisa gentil. La mujer a su lado, mucho más joven, era simplemente despampanante. Toda ella era elegancia, desde su forma de mirar hasta de vestir. A Tamara poco le faltó para que se le abriera la boca.

—Buenos días —saludó de regreso, cohibida—. Bienvenidos a la Universidad Metropolitana, me llamo Tamara y seré su guía durante el recorrido por el campus. Necesito hacer un registro de los alumnos que participarán, por favor.

—Por supuesto. Aquí tenemos una lista actualizada de los jóvenes.

El hombre le facilitó una carpeta con la información solicitada, y Tamara a cambio le entregó los pases. El instituto Médici era de un establecimiento privado de excelencia que cada año sacaba una generación de estudiantes universitarios, ya fuesen de ingreso directo o por becas de talento. Si bien se decía que nada estaba asegurado en la vida, el simple hecho de haber estudiado ahí ya ayudaba a tener un pie en donde se quisiera.

—Creo que faltan dos alumnos —informó Tamara.

—Esos chicos... —Oyó murmurar a la mujer, quien era la profesora a cargo—. De seguro se quedaron atrás en el bus, iré por ellos. Lamento la molestia.

—No hay problema, aun así, es necesario que estén todos antes de partir.

Ella fue en su búsqueda, dejando a Tamara en compañía del otro profesor y un grupo de chicos que no le hacían caso.

—Están en esa edad rebelde —excusó el anciano, restándole importancia—, yo de crío también me escondía de mis padres.

—¿Padres?

—Uno de los chicos que falta es el hijo de la profesora Rodríguez. Es buen muchacho, de seguro anda con su amigo haciéndose el listillo por ahí.

Llegaron poco rato después, los dos detrás de la mujer, uno de ellos con la capucha puesta y cabizbajo, y el otro a paso suelto y airoso, sin señal de arrepentimiento. Por descarte, Tamara apostó a que el hijo era el primero.

—Discúlpalos, por favor. No te darán problemas el resto del día.

—No hay de qué disculparse —aseguró, divertida con la situación. Revisó una vez más la lista de alumnos y estiró los pases restantes—. Aquí está el de Miguel... y este es el de Renato.

Los chicos los tomaron y se los pusieron al cuello como les indicó la profesora, dando inicio al recorrido. Tamara no se distrajo mucho más, encaminándolos por las calles que conformaban el campus. Fueron unos cuarenta minutos de anécdotas raras y malos chistes, que consiguieron de una u otra manera aligerar el ambiente. Ya casi al final, Tamara los dejó invitados a las actividades de la carpa, asegurando que dentro encontrarían grandes sorpresas. Ella no lo sabía en ese momento, pero sus palabras serían más acertadas de lo que habría deseado, y no lo descubriría hasta cierto acontecimiento.

Mientras tanto, en el stand de la escuela de kinesiología, Ivonne les jugaba bromas a unas chicas de instituto, instándolas a hacer un baile de tiktok a cambio de premios. Llevaba la última hora en lo mismo y no se aburría. Lo estaba pasando bien, pese a que Victoria rondaba como una mosca a sus alrededores.

—¡Te has ganado un bolsito y unos marcadores de página! —dijo, entregando el premio a una chica, que se fue contenta junto a sus amigas a otro stand.

—Se te da bien —comentó Martina, sentada muy cómoda detrás del biombo.

—Tú estás abusando de mi amistad, ¿no deberías estar en clases?

—Empieza en media hora más, además dijiste que podía quedarme aquí si no metía ruido.

—Pero te estás comiendo los premios.

—Solo me aseguro de que no estén envenenados, je.

—Podrías por último ir a ayudar a Yuri al stand de ingeniería comercial, es tu área.

—No le conviene, porque si alguien me pregunta si recomiendo estudiar mi carrera responderé que no, que es una mierda y estoy sufriendo mucho.

Ivonne miró a su amiga con una mueca graciosa en la cara. Era tan obvia.

—¿Otra vez tuviste problemas con tu profesor?

—Si. Aún no ha leído el informe y cada día que pasa es uno menos para trabajar en el proyecto —lamentó, metiéndose un puñado de caramelos en la boca—. Loh odioh.

Le acarició el cabello como a una niña pequeña en lo que Martina despotricaba y se quejaba, ya que al parecer la hacía sentir mejor. Tuvo que dejarla cuando un nuevo grupo de chicos se aproximó, entusiasmados con la idea de conseguir un premio.

—Hola, ¿eres estudiante de kinesiología? —preguntó una mujer. Ivonne la miró confundida y sorprendida, puesto que destacaba mucho entre el resto de mortales. Era demasiado refinada, como una figura televisiva.

—Ah... no en realidad. Yo soy estudiante de derecho, pero me encargo del stand. ¿Hay algo que quiera consultar?

—Sí, aunque mis años universitarios ya acabaron. —Rio, enseñando sus bonitos dientes. Era tan atractiva que incluso Martina se asomó detrás del biombo para espiarla—. Soy la profesora a cargo de uno de los cursos del instituto Médici, pero estoy aquí como madre. A mi hijo le gustan los deportes, y siempre le he dicho que estudie algo asociado a ello. Los kinesiólogos trabajan con deportistas, ¿no?

—Pues sí, hay algunos que se dedican a eso. Tengo un folleto con más información sobre las especializaciones si le interesa —dijo, tendiéndole el papel y mencionando los detalles importantes—. Puedo llamar a uno de mis compañeros que está estudiando la carrera por si su hijo quiere consultar, ¿él se encuentra por aquí?

La señora negó, arrugando el ceño con preocupación.

—Ha esquivado todo lo que tiene que ver con la universidad estos últimos días, y fue muy difícil convencerlo de venir hoy. Intenté explicarle lo beneficiosas que son estas instancias y ni caso... al punto que ni siquiera bajó del bus cuando llegamos.

—¿Qué edad tiene su hijo?

—Diecisiete, está en su último año.

—Bueno, a esa edad es difícil decidir qué estudiar, ya que es una elección de por vida, así que es normal sentirse un poco nervioso. A veces yo misma me pregunto como es que llegué hasta aquí, y eso que estoy a casi un año de egresar —bromeó, aunque lo decía en serio.

Conversaron un largo rato, pasando a temas que iban más allá de la universidad. La mujer, que se presentó como Maritza Rodríguez, le agradeció a Ivonne el tiempo que le dedicó, y esta le aseguró que no había sido nada. Ella también se entretuvo, y Maritza le agradó a tal punto que la consideró digna de mención en su registro de padres buena onda, donde figuraban la madre de Lucy, la de Enzo y el papá de Tamara.

Estaban tan enfrascadas en su plática que no notaron al tercero que acababa de aparecer.

Allí, con la capucha aún puesta y el rostro más pálido que una hoja de papel, Renato vio como las dos mujeres hablaban, con un revoltijo de ideas que lo habían puesto en el peor escenario. Su cuerpo entero tembló, y antes de que pudiera huir, el profesor Díaz, quien lo llevó consigo al interior de la carpa, llamó a su madre para anunciarle que lo había encontrado.

Y fue como en las películas.

Antes de que Renato pudiera negarse, Maritza lo atrajo a su lado y se lo presentó a Ivonne, quien todavía no se daba cuenta de nada. Bastó un vistazo para que lo reconociera, por mucho que le esquivara la mirada. Él observó en cámara lenta como el rostro de la chica se desfiguraba y cambiaba de color.

—Es mi hijo Renato, de quien te hablaba.

Ivonne sintió un pánico que le fue casi imposible disimular.

Frente a ella no estaba el Renato que conocía; el que supuestamente estudiaba en la universidad y tenía veinte años. No. Ahí de pie lo que había era un crío que supo engañarla, que vestía el uniforme de su instituto y era menor de edad. Todo lo terrible de la situación se acentuaba con la presencia de Maritza, quien ni sospechaba que su hijo pocos días atrás había estado en la cama de una mujer casi cinco años mayor que él.

Menor de edad. Sexo. Demanda. Prisión.

Las palabras se agitaban en su cabeza sin darle descanso. En su vida nunca había sentido tal nivel de pánico, y era horrible, porque le estaban entrando mareos que no anunciaban nada bueno.

Ivonne veía como Maritza hablaba, sin dejar de sonreír, pero no era capaz de entenderle. Tenía los oídos abombados, e incluso la visión se le hizo traicionera, formando lucecitas donde debía de haber personas. La cara le ardía; el aire escaseaba. Esto iba a terminar muy mal.

Renato, quien era la personificación de la culpa, notó el malestar de la chica. Estiró su mano cuando la vio retroceder y tropezar, pero no llegó a agarrarla. Quien sí lo hizo a tiempo fue Martina, salida como una heroína de su escondite, recibiendo de lleno el cuerpo de su amiga.

—¡¿Iv?!

La nombrada sintió que alguien la sostenía, pero era incapaz de ver quién. A esas alturas solo podía estar segura de un par de cosas: una, iba a desmayarse; y dos, Victoria iba a asesinarla por el numerito que estaba a punto de montarse.

Notas de autor: 

Basado en hechos reales... ¡Pero él tenía 19 y yo 24! Fue legal mamá, lo juro.

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