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CAPÍTULO 14

Aquel fin de semana la residencia de las vírgenes estuvo bajo la total soberanía de Tamara. Las demás habían viajado a sus casas a visitar a sus familias, dejándola a ella en la comodidad de su soledad. Eran contadas las veces que se quedaba a solas, por lo que las disfrutaba a su manera: se levantaba tarde de la cama, se paseaba en pijama todo el día y se daba el gusto de comer lo que las chicas dejaran en el refrigerador; era mejor eso a que se echara a perder.

El sábado salió a trotar y al regresar puso la música a todo dar, dejando para la tarde sus trabajos y su condenada maqueta. Estudiar arquitectura fue una de las decisiones más inesperadas que pudo darle a sus padres, a veces ella también se preguntaba cómo había terminado ahí. A diferencia de muchos de sus compañeros, Tamara no era adicta al dibujo. Le gustaba lo suficiente, y con la práctica se hizo una alumna pasable, pero no era de las que andaba con un cuadernillo de bocetos en la mochila.

A ella la llevó hasta ese lugar una promesa.

Habría tenido unos siete años cuando la hizo, y aún recordaba la mano de su abuelo sobre la suya. Era áspera y callosa, por años de trabajo ingratos y mal pagados, pero también era cálida; de una calidez no dada por la piel, sino por algo tierno que yacía dentro del anciano.

—Te llevaré a vivir con nosotros —decretó en su momento, apenas midiendo poco más de un metro de altura—. Será la casa más grande en la ciudad, y podrán venir todos tus amigos.

Siempre recordaba con melancolía ese recuerdo. Tamara y su familia habían dejado a su abuelo en una residencia para adultos mayores porque no podían llevarlo con ellos a su nuevo hogar, y él no se opuso a la idea. Eran tiempos muy duros, y la casa en la que ella había crecido pasó con rapidez a otra persona por motivos económicos, obligándolos a migrar. De niña no pudo comprender lo que ocurría, y solo con la edad consiguió hacerlo.

Quizás esa era la razón por la que se aferraba tanto a su promesa. Quería cumplirle a su abuelo y darle aquello a lo que tuvo que renunciar, y su mayor temor era no conseguirlo a tiempo. Cuando visitaba al anciano le pedía que esperara un poco más, como si estuviera en su poder desafiar a la muerte, y el viejo, en respuesta, le sonreía y le sostenía las manos, asegurándole que así lo haría.

En secreto, Tamara ya había empezado a diseñar esa casa. Grande, pero no tanto como para que se enfriara la familia. Un dormitorio para sus padres y otro para ella en la segunda planta, y dos en el primer piso para cada uno de sus abuelos, pensado así con el fin de que no tuvieran que subir las escaleras. La cocina sería la habitación más amplia, donde se reunirían todos, y contiguamente estaría la sala principal. En su diseño incluyó un dojo en la parte trasera, que no estuviera conectada con la casa, así su padre podría seguir dando clases, y para su madre haría una jardinera, de esas antiguas y románticas, que llenaría con lo que quisiera. Para ella misma tendría un baño de película, con bañera de cuatro patas y una ventana que diera al patio; y las encimeras serían tan largas que no tendría que preocuparse de donde dejar el cepillo de dientes. 

Y si por azares del destino la familia crecía, ya se le había ocurrido como hacer la ampliación.

Se emocionaba al pensar en todo eso, y utilizaba ese power-up para avanzar en los trabajos de la universidad.

En eso estaba el sábado por la noche cuando su teléfono vibró. La primera persona que se le vino a la mente fue su mamá, y tras revisar la pantalla deseó que hubiera sido ella... pero era Joaquín. La sangre se le heló, y no estuvo segura si comprobar el contenido del texto. La curiosidad la picaba, impidiéndole concentrarse en lo que estaba haciendo, para finalmente ceder ante ella.

Tres mensajes en total. En el primero la saludaba de manera genérica; en el segundo le preguntaba cómo había estado esos días; y en el tercero mencionaba que no habían hablado en un buen tiempo. Tamara de verdad no supo qué contestar, porque sospechaba hacia donde iba encaminada la conversación, bastaba con ver la hora.

«Déjalo en visto», decía esa suave vocecita de autoestima, apenas audible.

Y quería hacerle caso, de verdad, pero le estaba resultando difícil.

Sus amigas dirían que era tonta, ella pensaba eso de sí misma al menos, aunque no podía evitar extrañarlo. Su relación no siempre fue "casual", antes habían llegado a conocerse y llevarse bien, y a ella terminó gustándole. Le atraía su seguridad y confianza, algo que Tamara deseaba poder imitar, y antes de darse cuenta comenzó a fijarse en otras cosas. La forma de sus manos, en cómo dejaba sin abotonar el primer botón de la camisa, y que a los dos días de afeitarse volvía a crecerle la barba; si se esforzaba solo un poco podía imaginársela en la yema de los dedos.

Entonces ocurrió: se besaron y todas las crisálidas en su estómago se abrieron y la consumieron. El tipo que le gustaba le había dado chance, ¿cómo no rebosar de alegría? Bien, la solución a eso llegó casi enseguida.

—Perdón Tami, la verdad es que no soy bueno con las relaciones. Me gustas, y mucho, pero no creo estar listo para llevar esto a algo más serio todavía.

Si bien no fue lo que esperaba, la palabra "todavía" le permitió fantasear con la ambigua posibilidad. ¿Y si cambiaba de opinión? Él dijo que ella le gustaba mucho después de todo.

Pero gustar nunca es suficiente. No lo fue para él. No lo fue para ella. 

Pasaron casi ocho meses después de eso, tiempo en el que cumplió su palabra de llevar todo en secreto, porque a Tamara las promesas le pesaban. No les dijo a sus amigas, mucho menos a su familia, y se aguantó las ganas de compartir hasta su nombre. Una vez se vio tentada a conversarlo con Ivonne, quien sabía sería la voz de la razón —o la mejor para hablar de ese tipo de cosas—, pero la lealtad la detuvo. El día que las chicas la molestaron por haberlo visto una noche, sintió que la vergüenza la afiebraría, aunque agradeció luego que se hubieran enterado. La carga se hizo más liviana, y por fin pudo desahogarse con ellas.

Por eso no quería fallarles.

Dejó el celular en su dormitorio y se obligó a continuar en lo suyo, aguantándose las ganas de meterse al chat. Y anduvo bien hasta medianoche, momento en el que se fue a acostar. Había un nuevo mensaje, esta vez le preguntaba si todo estaba bien. Por paz mental, Tamara se metió a la conversación y respondió con una excusa, en la que ponía que había estado ocupada y no pudo ver su mensaje.

Diez segundos después, su teléfono empezó a vibrar. La estaba llamando.

Se quedó mirando la pantalla, insegura, con el corazón acelerado.

—¿Hola?

—¡Hola! —Joaquín sonaba alegre, ajeno a la penuria de Tamara—. Pensé que no me contestarías. ¿Sigues ocupada?

—No, ya no. Me iba a ir a dormir.

—Ah, claro, es algo tarde. —Se hizo un silencio entre los dos, en el que solo se oían sus respiraciones—. Tami, ¿está todo bien?

—Sí, claro. —Mentira. Debió tragar saliva para continuar—. ¿Por qué preguntas?

—No sé, te siento extraña... distante. ¿Hice algo que te molestara?

—No has hecho nada malo.

—¿Entonces? Tami, si pasa algo puedes decírmelo. Confía en mí.

A oscuras en su cuarto, y dando vueltas por la ansiedad, Tamara se cuestionó qué tanto era capaz de confiar. Quería dejar salir la verdad con una urgencia inesperada, como quien quiere sacudirse un bicho de encima, pero sentía que al hacerlo iba a echar a perder eso que tenía con Joaquín.

«¿Eso qué?»

Sus mariposas revolotearon debajo del diafragma.

—Perdón, te diré la verdad —inició, analizando cuáles serían las palabras correctas—. Creo que no debemos seguir viéndonos, Joaquín. Me hace muy mal esto que tenemos. Al comienzo estaba bien, pero...

—¿Qué cambió?

Tamara hizo caso omiso a la pregunta, sin dejar de hablar. Temía que de otra manera el impulso de valentía que corría en su cuerpo la abandonaría para no regresar jamás.

—Esto cambió... Yo cambié —se corrigió con prisa—. Es que ya no me siento igual que antes. Cuando nos vemos no es suficiente..., me gustaría poder estar más tiempo contigo y quizás hacer otras cosas.

—¿Cosas como qué?

—Conversar, o ver una película hasta el final, o salir a comer algo. —Cada propuesta la hacía sentir más nerviosa, pero más lo hacía el cambio en el tono de voz de Joaquín.

—Tami, esto no es lo que habíamos hablado.

—Ya sé. —La garganta empezó a arderle, signo inequívoco de que se pondría a llorar—. Por eso dije que quizás es mejor dejar de vernos.

—¿Es un ultimátum?

—No, no, por supuesto que no. —Tamara no lo dijo con esa intención, pero tarde se dio cuenta de que sonó de esa manera. Cuando contestó su llamada lo hizo con la idea de acabar con su "relación".

Joaquín suspiró.

—Tami te quiero, en serio, es solo que ahora no es un buen momento. Tengo mucho que hacer en la universidad y me la paso estudiando, y en mis horas libres apenas me hago tiempo para verte. Esto es todo lo que puedo ofrecerte...

Bien fueran motivos o excusas, desde el momento en que él pronunció la palabra "no" ella perdió toda esperanza. Oía su voz sin escucharlo, abrumada por sus propias ideas. Se sentía ridícula y expuesta por haber pensado, por un breve instante, que el resultado sería diferente.

—No está bien que te pida que me esperes —siguió él—, así que entenderé si quieres dejar esto hasta aquí.

¿Así que ahora volvía a ser su decisión? No, aquello era una vil treta. Ella nunca tuvo voz ni voto verdadero en esa relación.

Alejó un poco el teléfono de su cara para tomar aire.

—Creo que es lo mejor.

Como si Joaquín tampoco esperara esa respuesta, el silencio que los continuó fue rotundo y enfático. Ninguno insistió.

—Supongo que ya no nos veremos.

—La facultad de odontología está al otro extremo de la de arquitectura, así que será difícil que nos crucemos. —Tamara soltó una suave risilla forzada—. Nunca ocurrió en todo este tiempo.

—Tienes razón. —Joaquín la imitó, sin maldad, dando paso a la inevitable despedida—. Tami, eres una mujer increíble, te deseo lo mejor en lo que queda de semestre, y en todo en general. Y bueno, si un día me necesitas ya tienes mi número.

—Gracias, te deseo éxito igualmente.

—Siempre podemos seguir hablando... —dijo, y a Tamara le sonó como si quisiera dejar abierta una puerta para algo más.

La lastimaba toda esa situación, y más que él se lo estuviera tomando con naturalidad, ¿no llegó a tocar su corazón, por poco que fuera?, ¿acaso Joaquín pensaba que ella se arrepentiría al día siguiente?

—Preferiría que no, por favor —pidió, con la voz a punto de romperse.

—Entiendo —susurró—. Adiós entonces, Tami. Cuídate mucho.

—Adiós, Joaquín.

Ella colgó la llamada, dando su último esfuerzo en el acto.

La cabeza le bombeaba de forma dolorosa, y de sus ojos brotaban lágrimas sin haber pestañeado. Agradecía estar sola en casa, si no alguna de las chicas se habría dado cuenta de su condición.

Que triste y solitaria se sentía. Sollozaba con fuerza, no solo por haber terminado con Joaquín, sino porque al parecer ella era la única en cargar con toda esa pena. Él seguiría adelante, probablemente buscaría a otra para reemplazarla —si es que no la había ya—, mientras ella se quedaba ahí; cuestionándose si había tomado la decisión correcta.

Las mariposas en su estómago dejaron de agitarse, fumigadas con la abrumadora realidad. Él no la quería de la misma manera, ahora por fin caía en cuenta. Lo sospechaba, claro, pero hasta ese momento no había querido creerlo.

Tomaría una hora de llanto inconsolable, una ducha caliente y toda una noche de sueño para que Tamara pudiera serenarse. Al domingo siguiente se levantó como lo habría hecho cualquier otro día, saliendo a correr temprano y haciendo sus trabajos en la tarde, ocupando su cabeza en todo lo que pudiera distraerla. Para cuando sus amigas regresaron por la noche y le preguntaron como estuvo su fin de semana, Tamara fue capaz de sonreírles y responder:

—Mejoró ahora que están aquí. 

Notas de autora

Descubrí dos cosas sobre mí misma en este tiempo de ausencia. 

1.) Los bloqueos de escritor son como una enfermedad crónica que todos quieren ignorar, como la diabetes o las caries. 

2.) Mis domingos sin "La casa del Dragón" serán más tristes que lo que escribo, y eso que este capítulo me puse en la piel de Tamara hasta el final.  

Como siempre, gracias por leer. Agradezco cualquier sugerencia, comentario o estrellita. Los tkm <3

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