CAPÍTULO 13
Ivonne se quejó cuando Renato la destapó, y antes de que se levantara lo agarró por detrás, obligándolo a acostarse otra vez.
—Tengo que irme. —Le sonrió él, encantador.
—¿Por qué? No te estoy echando.
Él la besó y ella enterró los dedos entre sus rizos, atrayéndolo. Como si hubiera sabido que era una trampa, Renato le hizo cosquillas y consiguió zafarse, haciendo que ella bufara. Se quedó recostada, viéndolo vestirse. Su piel color chocolate se le había hecho apetitosa otra vez, y ella odiaba quedarse con las ganas.
—Quédate —ordenó. Renato sonrió todavía más.
—¿No están tus compañeras de casa por llegar?
—Aún no, y aunque lo hicieran no dirían nada, o eso creo... —dudó. Nunca se había visto en esa situación.
—No tienes idea de lo tentadora que eres, y me duele más a mí que a ti el tener que irme —se sentó a su lado y le puso un mechón de pelo detrás de la oreja—. No me he ido y ya te echo de menos.
Ella le dio un golpecito y sonrió. Renato era la cosita más tierna y dulce con la que pudo encontrarse, muy distinto de los patanes que acostumbraba. Llevaban hablando por casi dos meses, y la primera vez que se juntaron la química fluyó como agua por el río. Aunque le preocupaba que él se estuviera encariñando mucho; ella no estaba segura de querer tener una relación estable todavía, pero no se cerraba a la idea.
Se colocó el pijama para acompañarlo a la salida, y no bien abrió la puerta, se topó con Lucy, que venía destapando una bebida. Las dos se miraron, y luego ella dirigió su atención al muchacho que Ivonne tenía detrás. Le sonrió, y Renato, tímido, la saludó de regreso. Ivonne le tomó la mano y fueron juntos a la entrada de la casa, y aunque le aseguró que no había de qué avergonzarse, no consiguió convencerlo, eso porque ella se estaba riendo.
—¿No tendrás problemas, cierto?
Ivonne rio más fuerte.
—Lo más probable es que me feliciten —dijo, desordenándole el pelo—. Quizás incluso me envidien.
Se besaron una vez más y lo dejó partir, sonriendo cada vez que él se daba vuelta para moverle la mano, hasta que desapareció al final de la calle. Cuando regresó, Lucy la esperaba sentada en el sillón, de piernas cruzadas y una sonrisa socarrona en la cara. Alzó su bebida y simuló un brindis.
—Que bien comes, amiga.
—¿Qué haces aquí?, ¿no tenías clases?
—La modificaron porque mi profesor no podía ir, ¿por qué? ¿Interrumpí algo?
Ivonne le contó lo que quería saber, omitiendo los detalles que comprometieran a Renato, aunque no pudo evitarlos todos. Ella también quería hablar sobre eso; sentía un extraño regocijo con solo pensar en él, que aumentó gracias a la euforia compartida de Lucy.
—Se ve joven, pero su cuerpo es grande —comentó.
—Hace basquetbol desde pequeño —informó, como si fuera un logro de ella—. ¿Quieres chocolates? Me trajo unos de regalo.
—¿De dónde salió él? Parece caído del cielo.
—Quiere enamorarme y le está funcionando, por cierto, ¿qué hay de ti?
Lucy sabía a quién se refería Ivonne, y pensar en él hizo que se le apretara el estómago. Seguía intentando darle sentido a todo lo que había pasado con Lucas. ¿Cómo podía decir que no dejaba de pensar en ella, y al día siguiente macharse sin que se le arrugara la cara? El cambio fue drástico, sin sentido, inesperado. Una corazonada le decía a Lucy que había un motivo oculto; uno que justificaba su extraño comportamiento. Simplemente no quería aceptar que, quizás, Lucas no era la persona que creyó que sería.
—Yo me tomaré un descanso de los hombres —dijo tras un largo suspiro—. Me superaron.
—No sé por qué no te creo.
Por piedad, Ivonne dejó la conversación hasta ahí.
Para matar el tiempo antes de ir a reunirse con Marco —sería la última sesión, se suponía—, Lucía accedió a ayudar a Ivonne a teñirse el pelo, asegurándole que, a esas alturas, Renato ya se habría dado cuenta de que no era pelirroja natural. En respuesta recibió un codazo.
Cuando llegó al edificio lo notó diferente a los otros días. Estaba lleno de gente y, como dignos alumnos de la escuela de arte, todos vestían de manera excepcional; uno de ellos, sin ir más lejos, llevaba una blusa tipo túnica, en cuyo extremo inferior se meneaban cinco enormes plumas de pavo real.
—Llegas temprano —la saludó Marco, quien salió a encontrarla. No traía el cabello recogido, como acostumbraba, sino suelto y desordenado. Hasta entonces Lucía no se había percatado de que era tan largo—. Vamos, todos tienen ganas de conocerte.
—¿Todos?
—Mis amigos. Ellos reservaron el estudio.
Ella se preguntó cómo serían, ¿joviales y apasionados como Marco, o enigmáticos y extravagantes, al estilo de las películas europeas? No tuvo que preguntárselo demasiado cuando, al entrar a la habitación, se encontró de lleno con ellos: tres personas en total, un hombre y dos mujeres; una de ellas desnuda. Lucía pensó que se habían equivocado de sala, pero Marco la tomó por la muñeca y la llevó hasta ellos, sin ver que a ella se le desfiguraba la cara.
Y los presentó. Roberto, el único chico, la recibió como si se conocieran de toda la vida, señalando que Marco no le estaba haciendo justicia a su belleza en el cuadro. Greta, que tenía las manos llenas de pintura, la saludó con una amplia sonrisa, sin separarse de su lienzo. Y Manuelis, que quiso cubrirse y presentarse cómo correspondía, no pudo mover un solo pelo sin alterar a Greta, quien la estaba retratando.
—Disculpa, por lo general llevo ropa —dijo la chica, y Lucía le aseguró que no pasaba nada, sin poder evitar mirar sus pechos—. ¿Vas a necesitar la posadera, Marco?
—No, hoy solo preciso el rostro de Lucy. Ustedes sigan en lo suyo.
La invitó a sentarse en un taburete, de frente a él y junto al cuadro. Ella veía cómo él intentaba ocultar la sonrisa en su cara, pero cada vez que cruzaban miradas parecía que Marco iba a echarse a reír.
—Lo hiciste a propósito —susurró ella, todavía sonrojada—. Pudiste prevenirme.
—¿Y perderme esto? Me siento más inspirado que nunca.
Le parecía un poco increíble que la mirada de Marco todavía la cohibiera así, y que él lo disfrutara.
—Mírame —pidió, estirando su mano para girarle el rostro—. Eso, quédate así unos minutos. Diría que esta es la parte más importante del cuadro.
Cada poco rato él volvía a tomarla por el mentón y posicionarla. Era vergonzoso porque siempre le pedía que lo mirara a los ojos, mientras escuchaba las risitas de sus amigos por detrás. Roberto se aproximó y observó a Marco pintar, y tal fue su interés que consiguió que las otras dos también se acercaran. Durante la media hora siguiente, Lucía estuvo segura de que tuvo la cara al rojo vivo.
—Pon ojo en el juego de luz y sombra del cabello —indicó Roberto, parecía muy concentrado.
—Tiene razón —apoyó Greta—. Tengo un pincel que te va a ayudar más. Iré a por él, espera.
Lucía tenía curiosidad, también quería ver el cuadro.
—Me gusta mucho el trabajo del rostro. Pareciera que está soñando despierta. —Manuelis dejó de enfocarse en el cuadro—. Tu cara es muy armoniosa, Lucy.
«Tus pechos también los son», pensó, pero no lo dijo. Agradeció que Manuelis estuviera con una bata, de otra forma sus ojos se habrían direccionado como imanes hasta el busto de la chica.
Con su ayuda, Marco consiguió terminar el cuadro con notable facilidad. Se puso de pie y se alejó un poco de la obra para poder apreciarla mejor, indicándole a Lucy que hiciera lo mismo. Se puso a su lado y no ocultó su sorpresa al verlo. Omitió los detalles del bosque y la naturaleza, no porque fuesen malos, sino porque la figura central les robaba todo el protagonismo. Supo reconocer su cara ahí, y entendió lo que quiso decir Manuelis antes..., era como si estuviera físicamente ahí, pero su mente en otra parte. Había diferencias evidentes, por supuesto; la elfa, por ejemplo, tenía el cabello largo y platinado, mientras que el de Lucía era corto y negro, pero en lo demás eran muy parecidas.
Marco la tomó de la mano, despabilándola.
—¿Te gusta?
Lucy le sonrió de regreso. Sin duda había valido la pena participar.
—Me encanta.
Marco y sus amigos parecían contentos con el resultado, y de pronto Lucy comenzó a sentirse una extraña ahí. El cuadro estaba listo, lo que le generó un revoltijo entre felicidad y melancolía; se alegraba de haber podido ayudar a Marco, pero lamentaba un poco no tener que volver a verlo. Algo en él resultaba acogedor y cálido.
—Ahora entiendo por qué Marco no había dejado que te conociéramos —soltó Greta, observándola de arriba abajo—. Te habríamos robado como modelo. ¿Trabajarías conmigo la próxima vez?
—No coquetees con ella, me pondré celosa —le advirtió Manuelis, pellizcándole la mejilla.
—Lo decía de manera profesional. Sabes que solo tengo ojos para ti.
—Ignóralas —aconsejó Roberto, y sin que se dieran cuenta le extendió un trozo de papel a Lucy—. Trabaja conmigo en vez de ellas. Yo no pinto desnudos.
—Basta, la asustarán. —Marco la tomó por los hombros y la atrajo hacia sí —. Ven, es hora de huir.
Ante los berrinches y reclamos de sus amigos, Marco y Lucy abandonaron la sala. Ella dijo que le habían caído bien, y él le recomendó guardar esa imagen de ellos en su memoria, porque dentro de una semana, cuando iniciara la exposición final, se convertirían en monstruos sedientos por las lágrimas de sus contrincantes.
—Una vez que termine la exposición los chicos quieren hacer algo en casa. Deberías venir.
—¿Viven juntos?
—Con Roberto y Greta sí. Manuelis vive con sus padres en los suburbios.
Así como antes, Marco la acompañó hasta su casa, y una vez afuera Lucy lo invitó a pasar. Era mera formalidad, de la que sospechaba iba a negarse, pero contra todo pronóstico, él accedió. Al abrir la puerta de la casa se encontró con Florencia e Ivonne en el comedor, quienes no demoraron en interesarse por su acompañante.
Y se arrepintió, en lo profundo de su corazón, haberse burlado de su amiga temprano esa tarde. Ivonne puso una sonrisa guasona, lista para bromear ante el primer atisbo de oportunidad. Era como si en su frente trajera escrito un: "Te lo dije, zorrita".
—Marco, ellas son Florencia e Ivonne. Chicas, él es Marco.
—Un gusto —saludó él, estirando su mano hacia Florencia. La pobre se sonrojó, como siempre que conocía a alguien nuevo.
—Lindo acento. —Correspondió Ivonne cuando fue su turno—. ¿De dónde es?
—Portugal.
Lucy le ofreció algo para beber, y en lo que iban a la cocina miró por sobre su hombro. Ivonne tenía ambos pulgares levantados y hacía muecas raras con la cara. La ignoró y le entregó una lata de cerveza a Marco, dirigiéndose al patio. Uno de los vecinos estaba haciendo una fiesta; el barullo de la gente y la música casi invitaban a darse una vuelta por ahí, sin embargo, ambos se quedaron sentados en las reposeras, conversando trivialidades o simplemente acompañándose en silencio.
Pensó en lo extraño que era estar así de cómoda con él, cuando, en realidad, se conocían hacía poco, y también se habían besado. Fue en una noche parecida a esa, pero más fría, mientras esperaba a que le hicieran su bebida. Marco la tomó por error —ordenaron lo mismo—, y Lucía recordaba haber pensado lo bonita que era su voz: grave, pero traviesa, como si en cualquier momento fuera a salir con una broma. Y cayó por culpa de ella, aunque también por esos ojos dorados, tan raros y cautivantes.
—La noche que te conocí era como esta —soltó él, y Lucy dio un respingo. Cada vez se convencía más de que él le leía la mente.
—Esa vez no tenías tanta barba.
—¿Debería cortarla? Ha pasado un tiempo ya...
—Déjala, se te ve bien.
Ambos se quedaron con la mirada perdida en el cielo. No se veían muchas estrellas —prácticamente ninguna por culpa de la contaminación—, pero la luna se mantenía fiel en el firmamento.
—Perdón por no haberte hablado después de esa noche —dijo él—. Pasaron cosas y..., lo siento.
A Lucy eso la traía sin cuidado. Claro que pensó que le llegaría un mensaje de él los días siguientes, pero cuando no ocurrió ella no le dio mucha importancia. Asumió que él también lo había considerado como algo pasajero, por lo que no esperaba una disculpa; no la necesitaba.
Ella le dio un empujoncito con el hombro, rompiendo la tensión.
—Tú te lo perdiste —bromeó, terminando su cerveza.
Marco hizo lo mismo, lamentando que en realidad así hubiera sido.
Sé que debí subir esto el domingo pasado, pero ando súper resfriada :(
PD: amé dibujar a Renato, ha sido de mis favoritos. ¿Cuál le ha gustado a ustedes más?
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