CAPÍTULO 12
A medida que llegaba el verano, los días se hacían más largos, y Florencia lo agradecía. No le gustaba salir de clases de noche, pese a que nunca había corrido peligro por ello. Ese día el atardecer era particularmente agradable, con sus últimos rayos de luz encaminándola a la salida.
—¡Flo, espérame! —Oyó que la llamaban, y sus ojos se agrandaron al ver a Enzo trotando hacia ella —. ¿Vas de regreso? Yo acabo de salir del entrenamiento, tuve que hacer veinte repeticiones antes de que dejaran que me fuera y entonces...
Él siempre hablaba mucho, y muy rápido, así que eran pocos los que le seguían el ritmo. A Florencia le gustaba que fuera de esa forma; era mejor que quedarse callados por culpa de su timidez.
—Oh, sí —soltó de la nada, haciendo que ella diera un brinco—. Sabes que mi cumpleaños es pronto, ¿cierto?
—En un mes más, ¿no? —dijo, fingiendo que no era la gran cosa, cuando en realidad ella conocía la fecha exacta, así como también su tipo de sangre y signo zodiacal (occidental y chino).
—Sip, y quiero hacer una fiesta memorable. Uno no cumple veintiún años todos los días.
Florencia estaba segura de haber escuchado un discurso similar un año atrás, cuando cumplió veinte.
—Y por supuesto estás invitada.
—¿Va a ser una fiesta temática otra vez?
—Ni lo dudes. Aún no me decido entre "desmadre flúor" o "personajes icónicos de películas", ¿qué opinas?
Cada año era lo mismo, desde que Enzo era pequeño. Su cumpleaños era la celebración más grande que había, opacando incluso Navidad y Halloween. Su madre, que era fanática de los disfraces, se encargaba de que cada invitado lo pasara en grande, y ahora que Enzo era adulto (o intento de), ella le daba el dinero para que la tradición continuara. Las chicas jamás se lo perdían.
—Fiesta flúor es muy común, lo otro suena más divertido.
—¿Verdad que sí? Pero sigue sonando fácil, hay que hacerlo más interesante... ¡Ya sé! ¡Qué sea disfraz en pareja! ¿Lo harías?
Él se paró en seco, frente a ella, ansioso por escuchar una respuesta. Florencia sintió la cara arder, no completamente segura de si había entendido bien. ¿Quería ser su pareja?, ¿En serio se lo estaba pidiendo a ella? Sentía que el pulso se le aceleraba, y le costó mucho sostenerle la mirada.
—Sí, me gustaría —dijo con la voz hecha un hilo.
—¡Genial! Va a ser de lo mejorcito, ya verás. Tengo que planear el traje y los personajes, y también ver quién será mi pareja. Damián no lo hará, lo conozco, pero quizás Benjamín o Yuri quieran.
Florencia apretó los labios, entre avergonzada y desilusionada. Su imaginación voló muy alto y el golpe fue rotundo. Enzo ni siquiera la había considerado dentro de sus planes. De alguna forma, el crepúsculo dejó de parecerle tan bonito.
Continuaron hablando sobre el tema hasta que llegaron a casa. Él, como de costumbre, se autoinvitó y dejó sus cosas regadas por el suelo. Discutió con Ivonne y Lucía por el derecho a usar el sillón y consiguió sacarlas de ahí, alegando que lo había proclamado como suyo desde el primer día, pese a que no vivía ahí. Martina, que estaba en la mesa del comedor, le dijo que no hiciera ruido porque intentaba estudiar.
—¿Para qué lo haces? Ni que fueras a aprobar —se rio él.
Ella lo miró de reojo, temiendo que tuviera razón. Hizo un puchero y Enzo dejó de molestarla.
—¿Otra vez rechazaron tu proyecto? —preguntó Florencia, sobándole la espalda.
—Sí, esta es la tercera vez. —Martina subió las piernas a la silla, importándole poco estar usando falda —. Todos los demás están empezando a desarrollar sus trabajos, y yo no puedo conseguir que me aprueben uno que sea.
—Vamos, Ina, aún queda tiempo —animó él, culpable por haber dicho lo anterior—, ¿cuándo es la fecha límite?
—Ayer.
Se formó un agobiante silencio que impidió que alguno de los otros cuatro hablara o se moviera. Ivonne, la única medianamente valiente, tosió antes de atreverse a preguntar.
—¿Por qué te han rechazado tantos proyectos?
—El primero porque era "inconcebible" —dijo, imitando a su profesor—, y el segundo casi lo aprueban: consistía en mejorar el paradero de buses frente a la universidad, pero como necesitaba el permiso de la municipalidad mi profesor lo rechazó.
—Eso te lo habríamos agradecido todos. Era buena idea —la consoló Lucy.
—Lo sé. —Martina se llevó las manos a la cara y las deslizó, frustrada—. Incluso tenía pensado pedirle ayuda a Tamara para rediseñarlo, pero bueno, será en otra vida.
—¿Y cuál fue el último?
—Ah, eso... —Chasqueó la lengua, avergonzada—. Era un aparato para secar los cepillos de dientes después de usarlos... Oh, por favor, no se rían.
Para su desgracia, ninguno pudo contenerse. Ivonne y Enzo se retorcían en sus respectivos sillones, mientras que Lucy se esforzaba por respirar. Florencia, de quien esperaba más empatía, se secaba las lágrimas en lo que intentaba no reírse.
—¿De dónde sacaste una idea así? —dijo Lucy, apenas articulando palabra —. Se secan solos.
—Ya sé que fue algo tonto —aceptó, uniéndose a la risa colectiva—. En fin, gracias a eso, ahora parto con un punto menos en la nota final.
—Debiste haber trabajado con Danilo —comentó Ivonne, un poco más calmada.
—Ese era el plan, pero las duplas ya estaban hechas.
—¿Y qué idea tuvo él?
Martina la miró con los ojos llenos de envidia, haciendo una graciosa mueca con la boca.
—Va a poner dispensadores de preservativos en los baños públicos de la biblioteca y la cafetería, de modo que cualquiera tenga acceso a ellos con solo insertar una moneda.
Los demás cruzaron miradas, todos pensando lo mismo.
—Tu amigo es un genio —aplaudió Enzo.
—Viene del futuro —coincidió Ivonne.
—¡Ya lo sé! —Martina empezó a hacer un berrinche—. Odio que se le haya ocurrido a él y no a mí. Ayer me mostró el diseño del dispensador y es increíble. Va a ser el proyecto ganador, estoy segura.
—¿Y qué opina tu compañera de esto?
—¿Danielle? Supongo que está igual de estresada que yo. Quise hablar con ella antes, pero iba deprisa a quién-sabe-dónde, como siempre.
—Bueno, en su situación es entendible. Un hijo hace que te cambien todos los panoramas.
Las chicas miraron a Enzo como si le hubiera crecido otra cabeza.
—¿De qué hablas? —Martina se puso pálida de pronto.
—¿No sabías? Ella quedó embarazada en el instituto, por lo que no ingresó de inmediato a la universidad.
—¿Cómo sabes eso tú?
—Javier, un compañero de carrera, es el papá del bebé. Sube muchas fotos con él a Instagram —contestó, buscando en su teléfono—. Mira, aquí hay una de ellos tres.
—Yo... yo no tenía idea.
La inundó una vergüenza que no pensó que podía llegar a albergar. Ese último mes había despotricado contra Danielle injustamente, y ahora se atrevía a echarle la culpa por el fracaso de su proyecto. Si bien no tenía cómo saberlo, pecó de ignorante por no haber intentado acercarse más a ella. Todas esas veces que creyó que la chica inventaba excusas le pesaban como ladrillos en la consciencia. Se levantó y se fue a su dormitorio, diciendo que debía llamar a Danielle y conversar con ella. Los demás se quedaron ahí, sorprendidos de haber visto a Martina con una faceta tan dócil.
—Ina siempre se queja de que su compañera está ocupada en algo más, y ahora tiene sentido.
—Debe ser difícil intentar sacar una carrera y criar a un hijo al mismo tiempo.
—No hay guarderías aquí cerca, así que asumo que deben dejar al chiquitito en alguna en el centro. —A Ivonne le dio un escalofrío imaginárselo —. Dios, no dejes que me pase a mí hasta que egrese...
Florencia chilló y sus ojos se iluminaron cuando una idea llegó a su mente.
—¡Eso es! —exclamó emocionada—. Ese debe ser el proyecto de Martina: una guardería dentro de la universidad.
Se miraron entre sí. Era brillante.
—¿Es factible? —preguntó Lucy de inmediato, antes de generar falsas ilusiones.
—Revisemos las bases del proyecto. —Ivonne abrió la laptop de Martina y buscó entre sus archivos hasta dar con el correcto—. Dice aquí: "Tiene que ser una propuesta innovadora, ecológica, que ayude a la comunidad...", bla, bla, bla... Por lo que leo se debiese poder.
—¿Y la universidad qué?, ¿la dejará hacerlo?
—No tendría por qué influir, ya que solo es una propuesta. Lo que tiene que hacer Martina es presentarlo como algo sustentable y beneficioso, y a partir de eso defenderlo con garras y dientes. Ahora, si esto nos lleva a un paro estudiantil será una verdadera lástima. —Rio Ivonne, encantada con la idea.
Aquella por quien habían dejado de hacer sus cosas regresó al comedor, siendo bombardeada con información que apenas pudo comprender, y una vez que lo hizo, empezó a dar saltitos y abrazó a Florencia por pura felicidad.
—Amiga, tú naciste para este minuto, para salvarme —dijo, plantándole un beso en la frente.
—Todos ayudamos —agregó Florencia, y Martina se puso a repartir besos a los demás.
—No cantemos victoria hasta que te aprueben. —Ivonne abrió un nuevo archivo en Word y le despejó el asiento —. Ahora, a trabajar.
Los ahí presentes estaban seguros de que jamás habían visto teclear a nadie a tal velocidad. La dejaron tranquila y cada uno volvió a lo suyo: Ivonne a leer un enorme libro de código penal, Florencia a preparar sus trabajos y Enzo a molestar como el parásito que era. Lucía los dejó y fue hasta su dormitorio, sacando con cuidado el regalo que Marco le había dado en la biblioteca.
Era una cosita fea, pensó, aun así, quedó enternecida con el gesto. Apoyó la rana de papel sobre el escritorio y apretó la parte de atrás, sonriendo cuando saltó. Lo hizo un par de veces más y luego la dejó en donde fuera a estar a salvo. No pudo evitar pensar que su vida habría sido mucho más simple si aquella noche se hubiera topado con Marco en vez de Lucas. La historia sería muy distinta, tanto para ella como para Lucas y Damián.
«Los hubiera no existen», recordó que le dijo su mamá una vez. El pasado sucedía por algo, y soñar en cambiarlo no la llevaría a ninguna parte, y lo que ella necesitaba en ese momento era eso: avanzar, aun si era a pasos de bebé.
—Un día a la vez —se dijo, segura de que ahora solo podía ir cuesta arriba.
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