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CAPÍTULO 10

Lucía sintió un escalofrío en todo el cuerpo, no solo por el frío que hacía, sino también por la penetrante mirada de Miranda, compañera de salón de Marco. Lo hacía a ratos, cuando él no estaba pendiente, y ni se molestaba en ocultar su desagrado.

—Recuéstate un poco más, Lucy —pidió, y ella lo hizo, entrecerrando los ojos hacia la otra chica. No iba a dejarse intimidar.

La habitación era un témpano de hielo porque Miranda pidió no encender la calefacción; al parecer el calor hacía que sus pinturas acrílicas se secaran más deprisa. Por culpa de eso, Lucy llevaba la última media hora sin sentir los dedos de sus pies.

—Vamos a dejarlo por hoy —dijo después de que ella estornudara por tercera vez.

Lucy se incorporó, dispuesta a continuar, pero Marco se negó, cubriéndola con su abrigo. Le tomó de las manos y las apretó.

—Estás heladísima, no quiero que te enfermes. Me aseguraré de reservar una hora en la que solo estemos tú y yo la próxima vez, ¿sí?

—Déjame tomar un té caliente y estaré lista otra vez, en serio.

Marco dudó, pero la feroz determinación de Lucía no dejó lugar a réplica. Le abrochó el abrigo y le sonrió.

—Está bien, pero si sospecho que te sientes mal, te saco de aquí, ¿trato?

—Trato.

En lo que esperaba a que Marco regresara con las bebidas, Lucy revisó el cuadro. Había avanzado bastante, ya solo quedaban los detalles, a criterio de ella. Prefería adelantar lo más posible ese día porque pronto empezarían los certámenes, y dudaba poder asistir con tanta diligencia como hasta entonces.

Otra vez esa mirada.

Era parecida a la que Giselle le lanzaba en clases; una mezcla entre rabia contenida y celos. Jamás habían hablado antes, así que Lucy, por descarte, responsabilizó a Marco. Esperó a que ella volviera a verla, esta vez lista para sostenerle la mirada. Cuando lo hizo, Miranda ladeó la cara, esquivándola, pero Lucy continuó fija en ella, para que viera lo que se sentía.

La aparición de Marco cortó toda tensión. Le entregó una taza humeante a Lucy, y otra a Miranda, que la recibió como si fuera una bendición del papa.

—Los dedos fríos no nos ayudan —le dijo él entre risas.

Estaba claro que a la chica le gustaba, pero Lucy no podía asegurar lo mismo de Marco. O en verdad no tenía idea o poco le interesaba. Como fuera, a ella no le importaba; entre menos se metiera, mejor. Ya suficiente tenía con Damián y Lucas.

Siguieron una hora más, hasta que Marco indicó que terminaban por hoy. Lucy ya se había puesto su gabardina y estaba saliendo del edificio cuando él la alcanzó.

—Vamos a almorzar, yo invito.

—Pensé que te quedarías pintando un poco más.

Él se le acercó y apoyó sus dedos en su cuello, haciendo que se Lucy se sacudiera. Estaban muy fríos.

—No entiendo, ya casi es verano, pero sigue helado —comentó—. Este país es raro.

—A mí me gusta el clima así, lo prefiero antes que estar sudando.

—Eres una reina de hielo.

Le dio un suave empujoncito y caminaron juntos hasta un restaurante de comida árabe, que Marco aseguraba, tenía los mejores postres.

—¿Me dirás lo que te preocupa?

—¿De qué hablas? —preguntó ella, confundida.

—La semana pasada creí que era por culpa de la resaca, pero hoy te ves incluso más distraída.

No tenía motivo alguno para decírselo, supuso Lucía. Eran poco más que conocidos, y aunque se llevaran bien, no confiaba del todo en él; no como para compartir ese tipo de problemas.

—Te lo diré solo si el postre es bueno.

Él accedió y conversaron sobre algo más. En el camino de regreso no volvieron a tocar la pregunta, y Lucía lo agradeció. No vivían muy lejos uno del otro, despidiéndose donde sus caminos se separaban. Quedaron de juntarse una vez más durante la semana para terminar el cuadro; Marco ya le avisaría por teléfono la fecha y hora.

Cuando llegó a casa solo estaban Florencia y Tamara, cada una en su respectivo dormitorio. Miró con recelo la pantalla del celular y se obligó a recordar la llamada de la noche anterior con Lucas. Se verían el lunes por la tarde en la cafetería cerca de su trabajo, y debía tener claro lo que le diría.

Y ese era el problema.

Seguramente Damián sería el plato fuerte, pero ¿y ellos? Se sentía nerviosa de imaginar que estarían solos, como hace mucho no le ocurría. Debía dominar sus pasiones y pensar con la cabeza fría.

El fin de semana pasó sin pena ni gloria. Para malestar de Martina, todas se quedaron en casa estudiando o haciendo sus trabajos hasta quemarse las pestañas, incluida ella.

El lunes, Lucía intentó acercarse a hablar con Damián, pero no lo consiguió, aunque también era cierto que no le había puesto mucho empeño. A eso de las cuatro, después de clases, tomó la locomoción en dirección al trabajo de su papá. Quedaba cerca de donde se encontraría con Lucas, así que decidió pasar a saludar.

Era una escuela pequeña en la zona periférica de la ciudad, al otro extremo de la universidad. Le tomó poco más de una hora llegar, siendo afectuosamente recibida por su papá, quien la guio hasta su oficina, presentando a su hija a todo aquel que se cruzara en su camino.

—¿Vicente está aquí?

—No, él viene solo en la jornada de la mañana. Deberías pasar a verlo a casa, se pondrá feliz de verte.

—¿Karolina ha estado bien? —preguntó por cortesía, sonriendo lo mejor que pudo.

—Si, me ha pedido que te dé sus saludos.

Lucy dudaba que hubiera sido así, pero no se lo discutió, en cambio, los agradeció y pidió que le hiciera llegar los suyos de regreso.

Su papá le preguntó por las clases, las chicas de la residencia y por Damián. Le tenía afecto, a fin de cuentas, él y Lucy salieron por seis años, así que ella le dijo lo que quería oír: Que todo estaba bien.

—Han renovado mucho este lugar —comentó, mirando el patio por la ventana.

—Hace dos meses llegó la subvención del gobierno y nos pusimos manos a la obra. Tuvimos mucha ayuda de voluntarios; algunos de ellos siguen aquí trabajando en las actividades de los niños.

—Me habría gustado participar.

—Una vez que te titules podrás hacerlo, así que no comas ansias.

Ella sonrió, genuinamente esta vez. Si bien faltaban unos años todavía, se alegraba de poder llegar a ser de utilidad ahí, puesto que eran contados los médicos que ofrecían sus servicios de manera gratuita para trabajar con los niños.

Esa escuela era de las pocas que aceptaban alumnos diagnosticados dentro del espectro autista. Por ello necesitaba de un equipo multidisciplinario para poder ofrecer apoyo, tanto a los estudiantes como a sus familias.

—¿Te gustaría ir a ver el jardín?

—¿Hay un jardín?

—Es el intento de uno. —Rio—. La semana pasada plantamos flores de campanillas. Vamos, yo te guio.

Estaba en el patio, rodeado de una cerca blanca recién pintada y con distintos carteles en el suelo que señalaban qué había plantado debajo; fueran flores o verduras. Su papá, que siempre fue entusiasta de la jardinería, hablaba emocionado sobre lo que planeaba hacer a continuación, y ella disfrutaba escucharlo.

—Sr. Salazar, ¿le puedo robar un minuto?

Era uno de los cuidadores de la escuela, quien al parecer tenía un problema con uno de sus turnos. El padre de Lucía se disculpó con ella y le pidió que lo esperara un momento. En tanto, se entretuvo viendo las pocas flores circundantes; había un arbusto de hortensias azules que gritaba que le tomaran una fotografía.

—¿Lucy?

Tuvo que poner una mano en el suelo para no irse de bruces cuando reconoció la voz. Aún estando agachada, se giró y miró a Lucas, quien venía cargando un saco con pelotas.

—¿Qué haces aquí? —preguntaron al mismo tiempo, y no tardaron en reír.

—¿Cómo supiste que estaba en este lugar? —indagó él, y a Lucy le causó gracia su soberbia.

—Mi papá es el director, pasé a verlo a él en realidad.

Lucas abrió muchos los ojos, incrédulo, aunque no tardó en conectar cables.

—Claro, tienen el mismo apellido, y es más que obvio que heredaste sus ojos.

—Eso dicen. —Lucy se puso de pie y se sacudió las manos—. ¿Eres uno de los voluntarios?

—Sí, llevo poco más de un mes. Vengo todos los lunes y algunos otros días cuando me lo piden —respondió en lo que se libraba del saco—. Espera, entonces eso significa que Vicente es tu hermano, ¿no? Tienen un aire, pero me atrevería a decir que él se parece más a tu mamá.

Lucy apretó los labios, a sabiendas de que su respuesta lo haría sentir incómodo.

—Vicente nació del segundo matrimonio de mi papá, pero sí, se parece mucho a su mamá.

Ella se compadeció de él al ver cómo se le teñían las mejillas. Le aseguró que no había problema, pero Lucas estaba demasiado avergonzado. Y su situación no mejoró cuando el padre de Lucía regresó.

—Así que se conocen. —Celebró el mayor—. El mundo es un pañuelo, ¿cómo es que pasó?

—Fue en la universidad —soltó Lucy.

—Entreno al equipo de natación, señor —agregó Lucas, aún acalorado.

—Enzo está ahí, nos conocimos por él.

Era mentira, ambos lo sabían, pero era mejor que entrar en detalles. Ante la mención de Enzo, el padre de Lucy empezó a preguntar por él, no sin mostrar preocupación por su futuro debido a su personalidad. Conversaron un rato más y luego Lucas se despidió, diciéndole a Lucy por mensaje que la estaría esperando en la cafetería una vez que estuviera lista.

Ella abrazó a su papá en la salida, asegurándole que intentaría visitarlos una vez que terminara con los exámenes, pero en el fondo era poco probable que cumpliera. La última vez las cosas no acabaron bien con Karolina, la madre de Vicente.

Se encaminó al local y se le hizo fácil ver a Lucas. Estaba de perfil, revisando algo en su teléfono, y Lucy se puso ansiosa de pronto. Se arregló el pelo antes de entrar, y esperaba que su maquillaje siguiera intacto.

—Disculpa la demora —dijo, pero él le quitó importancia—, ¿ya ordenaste?

—No, te estaba esperando. Pide lo que quieras, va por mi cuenta.

Por primera vez desde que lo conocía, Lucía estaba nerviosa. Intentaba no mirarlo mucho porque temía que él se fuera a dar cuenta.

—Perdona por lo que dije antes en la escuela. Fui desubicado.

—No pasa nada, además, ¿cómo ibas a saberlo?

—Aun así... —suspiró —. Lucy, dijiste que querías hablar sobre algo, ¿tiene que ver con Damián?

—Si, en parte —contestó, comenzando a sentir que la cara se le enrojecía —, pero también sobre tú y yo; sobre lo que pasó —se corrigió de prisa.

Contrario a lo que ella se esperaba, Lucas ni se inmutó ante sus palabras. Se quedó pensativo, apoyando la cabeza en una de sus manos, inesperadamente serio.

—Mentiría si dijera que no he estado pensando en esto, sobre todo en Damián.

Él le devolvió la mirada y la profunda determinación que brillaba en sus ojos negros no la hizo sentir cómoda. El corazón se le aceleró y tuvo que juntar fuerzas para no ladear la cara.

—No estábamos pensando con claridad, en especial yo. Lo siento Lucy, por mi culpa tuviste problemas con Damián, intentaré conversarlo con él, danos algo de tiempo. Pero... creo que esto no debe volver a suceder. Hablo de nosotros.

Ellos no eran nada, eso lo sabía, sin embargo, Lucy no pudo evitar sentir que se le apretaba el pecho. Aun cuando se preparó para una respuesta así, oírlo salir de su boca fue peor de lo que se imaginó. Casi —solo casi— fue como si estuviera rompiendo con ella. Aunque no eran (ni fueron) nada.

Tragó saliva y se esforzó por continuar, dándole la razón. La conversación después giró en torno a Damián, pero ella perdió interés. Contestaba por inercia, y accedía a lo que él proponía. Si bien Lucas se esforzaba en ayudarla, Lucía quería dejar de hablar de su ex e intentar, en vano, volver a enfocarse en ellos dos.

Estaba siendo tonta y egoísta, lo sabía, pero no podía evitar pensar así, en especial cuando sus ojos parecían querer decir una cosa distinta a la que salía por su boca.

Con tanta ternura en su mirada, ¿cómo podía afirmar que fue un error?

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