35
Salí de la galería aturdida, confundida, impactada profundamente por las palabras de mi amigo.
“Él te quiere”
“Se quedó toda la noche”
Saber eso no cambiaba lo ocurrido. El daño estaba hecho, y había heridas que aunque sanaran, no se borrarían nunca. No obstante, era bueno saber que el amor que vivimos no había sido unilateral, que a pesar de todo, incluso de sí mismo, él también se había enamorado de mí. Ese conocimiento me daba la paz necesaria para poder perdonarlo, perdonarlo del todo e intentar olvidar, intentar seguir sin él.
Mi andar errático me llevó a la librería donde había comenzado todo. Tras el mostrador, me encontré una sonriente chica morena, más joven que yo. Saludé a mi sustituta y le pregunté por Pedro.
—Está reunido en su oficina con un editor. —Mi pulso se aceleró.
—¿De la Editorial Odisea? —me atreví a preguntar.
—No, de Atlas —me respondió la chica—. El señor Altamira.
—Ah vale. —Me permití respirar—. Lo esperaré. Voy a echar un vistazo. —Ella asintió.
Caminé entre las estanterías, acariciando los tomos que yo misma había organizado de aquella forma. Leí las sinopsis de algunos títulos nuevos, y me entretuve hasta que la puerta de la oficina de Pedro se abrió y los dos hombres aparecieron, alegres de verme.
—¡Chica, que bueno verte! —exclamó un efusivo Pedro—. ¿Estás mejor?
—Mucho mejor, Pedro. Gracias. ¿Cómo están las cosas por aquí?
—Te extrañamos, no te lo voy a negar. He contratado a esta muchacha hace unos días. —Señaló a la joven morena—. Pero si piensas volver —bajó la voz—, tu puesto está esperando por ti.
Yo me sentí mal por la pobre chica, cuyo futuro dependía de mi capricho.
—Muchas gracias, pero voy a tomarme un tiempo para descansar y recuperarme bien.
La muchacha, que estaba pendiente de nuestra charla, suspiró aliviada.
—Pero siempre me tendrá como clienta. —Le sonreí a Pedro con afecto.
—¿Al menos podré convencerte para que toques algún que otro día?
—No se —dije, aunque sabía que no volvería a tocar allí—, pero Nicolás está tocando muy bien. Dentro de poco tendrá a un verdadero artista en la familia.
—Ah, pero nos librarás del placer de verte —intervino Altamira por primera vez—. El talento es secundario. Es tu belleza lo que más extrañaremos.
—El talento no es secundario, señor —le repliqué—. Es para siempre, a diferencia de la belleza que sí se acaba.
—Bueno —continuó él como si no me hubiera escuchado—, ¿y no te interesa un empleo en el sector editorial? Estaré encantado de tenerte bajo mis órdenes —me dijo con su clásica mirada libidinosa.
Yo sentí asco.
Por supuesto me atraía la idea de trabajar en una editorial, pero no tenía intención de ser empleada de ese hombre tan repulsivo.
—Gracias, pero no tengo experiencia. No le sería muy útil.
—Oh, eso no es problema. Te puedo enseñar todo lo que sé —dijo con sorna.
—Me lo pensaré —le respondí para callarlo, pero sin corresponder a sus sonrisas lascivas.
—Pues piénsalo bien. Estoy a punto de adquirir una nueva editorial y necesitaré personal. Tengo pensado cambiar gran parte de la plantilla de Odisea.
—¿Cómo? —pregunté muy sorprendida—. ¿Va a comprar Odisea?
—Así es. Estoy a una firma de cerrar el trato con Clara.
—¿Clara? ¿Qué pasó con Ulises?
—Oh, ese chico no era más que un empleado de su mujer.
—Altamira, cuidado con lo que dices —lo cortó Pedro, visiblemente incómodo con la actitud indiscreta y desdeñosa de ese tipejo.
—Disculpa, disculpa —se excusó Altamira, aunque era evidente que no lo sentía—. No creas que no aprecio al chaval. También es mi amigo. Pero su error fue mantenerse bajo las faldas de su mujer. ¿Dónde se ha visto que las mujeres sean dueñas de nada?
Soltó aquel derroche de machismo y estupidez con una naturalidad que escandalizaba. Quise ponerlo en su lugar, pero Pedro se me adelantó.
—Las mujeres son tan capaces como cualquier hombre e incluso más. No deberías opinar de la vida de los demás. Los comentarios de pasillo no son apropiados para un editor de tu renombre. —Altamira enmudeció ante la estocada de Pedro—. Ahora, si me disculpas, tengo mucho trabajo. —Lo despidió de mala manera, para sorpresa y enfado del déspota—. Valeria, acompáñame a la oficina.
Nos marchamos, dejando a aquel hombre plantado, con la boca abierta, pensando en alguna réplica indeseable.
Yo estaba satisfecha por las palabras de Pedro, quien finalmente había puesto en su sitio a aquel hombre tan desagradable, pero no dejaba de pensar en Ulises y el futuro de Odisea.
—Disculpa la indiscreción, Pedro —me atreví—, pero, ¿qué ha pasado? ¿Por qué están vendiendo Odisea? —Pedro me miró con un ceño preocupado—. No pienses que pregunto por cotillar —le aclaré—, realmente me preocupa. Ulises y yo tenemos una… —tragué saliva— cierta amistad.
—Lo sé —me dijo y me dio la impresión de que sabía mucho más de lo que yo creía—. Valeria, la editorial Odisea pertenece a Clara. Ulises es el director y accionista minoritario, pero una de las cláusulas del contrato, establece que la disolución del matrimonio significaría la pérdida de sus acciones y de su puesto en la compañía. —Yo dejé caer mi mandíbula absolutamente impactada.
—¿Disolución del matrimonio? —pregunté, temiendo no haber escuchado bien.
—Se están divorciando. —Yo no daba crédito a lo que oía—. Es una pena. Ese chico es de veras talentoso, pero tengo fe en que podrá labrarse su propio camino. No debió aceptar esa clase de condiciones. Es él quien ha sacado adelante la editorial. Pero a veces uno debe enfrentar el resultado de sus decisiones.
—Siempre —coincidí con la mirada perdida.
—A ella no le interesa seguir en el nicho y va a vender la editorial. Ya oíste a Altamira. Muchas personas se quedarán sin trabajo.
—Pero eso no es justo —protesté.
—No, no lo es. Pero a veces la vida no es justa. Sé que él saldrá adelante. A pesar de todo, creo que hizo lo correcto. Un hombre no puede tolerar esa clase de chantajes. Más cuando su corazón le exige otra cosa. —Me miró con intención y me pregunté cuánto sabía.
—El corazón a veces se equivoca —me atreví a decir con una voz muy pequeña.
—No, el corazón sabe lo que hace. Nos equivocamos nosotros en hacerle caso solo a veces. Pero está bien. Cada decisión es un ganar o aprender. Te lo digo yo que he aprendido mucho ya. —Me sonrió con calidez como si sus últimas palabras hubiesen sido para mí.
—Gracias por todo, Pedro. Este tiempo aquí ha sido muy gratificante.
—Gracias a ti, chica. Me dio mucho gusto conocerte. —Me levanté y esperé su clásica palmada en el hombro.
En cambio, aquel señor severo y bueno, hizo algo maravillosamente nuevo.
Me abrazó.
Mi paseo terminó en el restaurante donde Andy trabajaba, en un intento de llenar con comida el confuso vacío que se había instalado en mi estómago, tras las revelaciones del día.
Entre bocados pensé, pensé mucho y llegué a la conclusión de que gran parte de mis tristezas se debían a los juicios precipitados que había hecho, a dejarme llevar por el orgullo, por el ímpetu de mi temperamento.
¿Cuantas lágrimas me habría ahorrado de no haberme saltado el simple paso de escuchar?
¿Qué hubiera pasado si lo hubiera dejado hablar todas las veces que lo intentó?
Quizás no hubiera perdido a mi hijo, a nuestro hijo.
No quería torturarme con el “si”, pero era inevitable pensar que gran parte de mi enfermedad, del rechazo físico de mi cuerpo hacia ese ser, había sido producto del dolor que había rodeado el inicio de su vida. La noticia de su existencia, las decisiones siguientes acerca de su permanencia, el remordimiento, el despecho, todos esos sentimientos dañinos habían debilitado mi cuerpo, hasta volverlo incapaz de soportar la preciada carga.
¡Que derroche vano de emociones indiscriminado había cometido!
Cuan diferente hubiera sido todo de haber sido capaz de pensar primero, pensar con frialdad, con sensatez, antes de dejarme arrastrar por mis conflictivos sentimientos, una y otra vez.
Tras terminar de trabajar, Andy se me unió con un café.
—¿Te ha gustado la comida?
—Estaba deliciosa, como siempre —le dije con desgano.
—¿Estás bien? —La miré con algo que no quería ser un reproche, pero que sin embargo, lo era.
—¿Por qué no me contaste la verdad?
—¿De qué hablas?
—No me contaste que Ulises había estado en el hospital, ni la pelea con Robert. He tenido que enterarme al ver a Roberto desfigurado. ¿Por qué ocultármelo?
—Val, tú estabas muy mal, muy débil, muy triste. No queríamos agregar otra preocupación a las que ya tenías.
—¿Y no se te ocurrió que parte de esa tristeza era por él? Porque creí que yo no le importaba lo más mínimo. —Mi amiga bajó la mirada, apenada por lo que iba a decirme.
—Era mejor que creyeras eso. —La miré, enojada—. Era mejor que te lo arrancaras de una vez del corazón. Solo así ibas a poder sanar.
—Me merecía la verdad. No tenían derecho a decidir por mí.
—Lo sé, lo siento. Pero Val, aunque te quiera, ese hombre no es bueno para ti. Tú lo sabes tan bien como yo. ¿Recuerdas lo que eras antes? Una chica feliz, despreocupada, sana, con ganas de vivir. Me parte el alma verte ahora, tan triste siempre, con esa amargura en la mirada, como si te hubieran caído diez años encima. Tienes que soltar. Dejarlo ir. —Yo medité unos segundos.
—Puede que tengas razón. Antes de él, tal vez sonreía más, tenía menos problemas, pero no era más feliz. Mi vida era mundana, vacía. Tenía cosas geniales, es cierto. Los tenía a ustedes, a mi familia, pero siempre, siempre me faltó algo. Esa pasión por algo, por alguien, que solo tuve cuando lo conocí. La plenitud absoluta de sentirme hinchada, llena de una dicha tan perfecta, que no crees posible ser más feliz. Eso solo lo sentí con él. A pesar de todo, de todo lo malo, nadie podrá quitarme eso. Tal vez me toque dejarlo ir. Estoy lista para hacerlo. Pero ustedes no tenían el derecho de arrebatarme un último recuerdo positivo suyo. No tenían derecho a negar su amor en mi memoria. No es justo que él tenga que cargar con la culpa de todo lo que me pasó, la culpa es tan mía como suya, tal vez más mía.
—Cariño, no puedes culparte por enamorarte de él. No podías hacer nada para evitarlo.
—Sí podía. Sabía exactamente que debía hacer para evitarlo, pero elegí no hacerlo. Lo elegí a él por encima de mí misma. Aún lo hago.
—Eso no está bien, Val. Tu misma me lo dijiste cuando pasó lo de Rodrigo. Debes velar por ti primero.
—Y lo haré. Te prometo que lo haré. Pero no sin antes asegurarme de que él estará bien. Necesito asegurarme primero.
Quería desterrar la culpa de mi mente. Tenía que hacerlo para poder vivir en paz. Pero no podría hasta que me librara de una última culpa. Él había perdido todo también. Lo había perdido todo por mí. El trabajo de toda su vida, su matrimonio, y encima, me había perdido a mí.
Mis amigos solo querían protegerme. Me alejaron de él porque creían que era lo mejor para mí. Tal vez lo era. Pero si yo no iba a estar con él, no podía dejarlo sin nada. Debía devolverle, al menos, alguna de las cosas que conocerme le había quitado.
Debía intentarlo.
Tomé el móvil y llamé a Pedro. No sabía si aquello era otra decisión errada o impulsiva. Pero sentía que era lo correcto. Y para variar, era lo correcto lo que quería hacer.
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