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No encontré ningún mágico manual para aprender a ligar, pero me entretuve durante casi una hora con gran cantidad de títulos que llamaron mi atención.
Finalmente, me compré la última edición de Mujercitas y un ejemplar de una autora desconocida que me conquistó por la portada que reflejaba a una hermosa joven que, al parecer, se debatía entre el amor de dos galanes, igualmente atractivos. El título: Me elijo a mí, vendía lo que parecía ser una novelita rosa no demasiado reflexiva. Pero a veces se me antojaban esa clase de historias cursis y trilladas para abstraerme de la realidad. Además, el titulo parecía indicar las leves connotaciones feministas del libro y sus ínfulas de superación personal y auto amor.
No me haría ningún daño nutrirme un poco de esas cosas -decidí.
Al acercarme a la caja, escuché la conversación que mantenía la cajera con un hombre que parecía ser el dueño de la librería.
—Lo siento, Pedro, pero no puedo trabajar mañana —decía la joven—. Sabes que tengo un niño pequeño. Mi madre lo cuida cada vez que puede, pero tampoco puedo sobrecargarla. Ella está muy mayor.
—Te entiendo Estela, pero es que no he encontrado sustituta para Karla. Estos meses son de mucho movimiento. No sé qué hacer —decía el hombre, preocupado—. Supongo que tendré que encargarme yo mismo, hasta que encuentre a alguien para este puesto —concluyó.
Una idea feliz surgió de pronto en mi cabeza. Tal vez, podía anular la pequeña mentira que había dicho a mi hermano y de paso ocupar mi tiempo de manera productiva aquel verano.
—Disculpen, pero no pude evitar escuchar vuestra conversación. —Me atreví, con timidez—. Creí entender que necesitáis una cajera. Casualmente yo estaba buscando un trabajo de verano.
El hombre me miró de arriba abajo, evaluándome.
Tendría unos 40 años, muy alto, de cabello negro entrecano y un rostro adusto que intimidaba.
—¿Trabajo de verano? —preguntó con un tono que parecía un reproche—. ¿Cuántos años tienes, chica?
—Tengo 21 años, señor. Voy a la universidad. Aún me falta un año para graduarme, por eso solo podría trabajar durante el verano —respondí.
Él continuó mirándome sin responder, evaluando sus opciones.
—Soy amante de los libros. Leo muchísimo y ya trabajé en la biblioteca de la universidad durante un semestre. Conozco los sistemas de catalogación y soy una maniática del orden. —Agregué a mi currículo verbal con una sonrisa boba.
El ceño fruncido de Pedro se relajó un poco. Me pareció leer en su rostro que aunque no creía que fuera la persona adecuada tampoco sería su peor opción, teniendo en cuenta su situación desesperada.
—Bien, supongo que puedo ponerte a prueba. Pero teniendo en cuenta que solo estás disponible para trabajar un par de meses, mantendré el anuncio por si aparece otra persona que me ofrezca más estabilidad —dijo muy serio—. Abrimos todos los días de 9am a 8pm. Trabajarás 2x2, alternando con Estela. —Señaló a la cajera.
La chica rubia me lanzó una sonrisa de bienvenida, desde atrás del mostrador.
—No nos limitamos solamente a vender libros. También organizamos talleres y coloquios con varios escritores invitados. El lanzamiento de primeras ediciones, firmas de libros, entre otras actividades de ese tipo. Tendrás que tratar directamente con los autores y responder a sus necesidades, así como saber responder ante los clientes diversos que tendremos. Algunos pueden ser un poco difíciles. ¿Crees que podrás hacerlo? —preguntó, con un amago de duda.
—Por supuesto, señor —respondí sin vacilar, aunque para mi pesar no conseguía quitarme la sonrisita boba de la cara.
—Mi nombre es Pedro —me corrigió.
—Yo soy Valeria —dije, dudando si debía estrecharle la mano aunque ya llevábamos hablando un buen rato. Decidí que no.
—Muy bien Valeria, pasa a mi despacho para que discutamos el tema del contrato y el pago. Empiezas mañana.
Salí de la librería mucho más feliz de lo que había entrado. Tenía trabajo. Podría ocupar mi tiempo, ganando mi propio dinero sin depender de papá. Además, trabajaría entre libros y tendría la oportunidad de conocer a escritores y editores.
Muchas cosas podrían surgir de esos nuevos contactos que haría. Tendría tiempo para intentar escribir y explorar esa parte de mis sueños. Estaba satisfecha del comienzo de mi verano, además, el momento era perfecto porque apenas veinte minutos después de haber salido de la librería, recibí una llamada de mi padre.
—¿Cómo es eso que vas a trabajar este verano? ¿Dónde? ¿De qué?
—Hola papá. Yo estoy bien, gracias. ¿Cómo estás tú? —contesté con ironía.
—Estoy bien Val, pero no me salgas con evasivas y dime cómo es eso de que estas vacaciones tampoco vas a pasarlas en casa. ¿Y que cuento es ese del trabajo? —me espetó, molesto.
—No es un cuento, papá. Trabajaré en una librería durante el verano. Queda muy cerca de mi apartamento. Pero iré a verlos, por supuesto. Los echo mucho de menos —dije en modo conciliador y porque era verdad.
—Y nosotros a ti, cariño. —Se había suavizado con mis palabras—. Claudio te extraña muchísimo. No necesitas ese trabajo. Lo sabes bien. Debes concentrarte en terminar tus estudios y tu puesto en la empresa está garantizado una vez que te gradúes. Además, si lo que quieres es trabajar durante el verano puedo conseguirte una pasantía en la empresa y así te vas familiarizando. —Me ofreció.
La autoridad con que mi padre decidía mi vida, sin preguntarme siquiera, era algo de lo que siempre había tratado de escapar sin conseguirlo. Me repugnaba el nepotismo y la herencia administrativa que él trataba de imponerme sin pararse a pensar que no era eso lo que quería, sin comprender que yo quería labrarme mi propio camino.
Tenía las mejores intenciones, pero sus intenciones eran para mí como el agua helada que en lugar de refrescarme, me lastimaba la garganta con el hielo afilado. Y lo peor era que no sabía cómo hacérselo ver sin decepcionarlo.
Lo intenté lo mejor que pude.
—No papá. Gracias, pero quiero hacer esto por mi cuenta ¿sí? Ya tendré tiempo de conocer tu empresa si me decido a trabajar en ella, una vez graduada. —Traté de hacer hincapié en el "SI" para que él parara de darlo por hecho.
—Pero... —comenzó a protestar.
—No hay peros que valgan. —Lo atajé a tiempo—. Ya he firmado el contrato y comienzo mañana. —Me mantuve firme.
—Aun así puedes venir a casa. Puedes ir manejando hasta la ciudad cada día, sin problemas.
—No tengo coche —repliqué, aunque sabía por dónde venía la conversación.
—Eso no es problema, mañana mismo puedo comprártelo. Te lo iba a regalar cuando comenzaste la universidad, pero eres tan obstinada...
Al terminar el instituto, mi padre me había regalado un flamante auto nuevo. Pero al manifestarle mi intención de irme a vivir a la ciudad para estar más cerca de la escuela u optar por quedarme en la residencia estudiantil, se había puesto furioso y me había retirado el regalo.
En un esfuerzo por parecer justo, me había dado la opción de escoger entre el coche o el apartamento, dándome, por supuesto, un discurso muy justificado acerca de la importancia de economizar. Aunque yo estaba segura de que eran solo patrañas y que él, holgadamente, podría permitirse ambas cosas. Pero como le heredé algo más que los ojos y el color del pelo, era tan testaruda como él y tomé mi decisión, magnánimamente.
Escogí el apartamento.
Él creyó que con el tiempo y al notar las dificultades que me acarrearía no tener transporte propio, me iba a retractar; pero no fue así. Me mantuve en mi elección y ya llevaba tres años rentando un acogedor apartamento, a apenas medio kilómetro de la facultad.
Había sentido despedirme del auto, pero no iba a dejarme manipular por un capot brillante y cuatro llantas plateadas. Además, como no tenía una vida social demasiado activa, no tenía necesidad de salir mucho y todos los lugares que frecuentaba me quedaban cerca.
Mi padre, un semestre después, se ablandó en su intransigencia y me ofreció el coche de nuevo, sin ponerme condiciones esa vez. Pero yo no quise aceptarlo.
Era mi forma de rebelarme ante sus imposiciones y demostrarle que el dinero no lo compraba todo.
—No es ser obstinada —le contesté—. Solo me hago cargo de mis decisiones. Tomé mi elección y lo asumo. Sería una hipócrita si ahora pretendiera gozar de tus gratuidades. Ya me compraré mi propio o algún día. No te preocupes por mí. Estaré bien. Nos veremos muy pronto. —Le aseguré.
—Bueno, está bien. —Se rindió—. Si no hay nada que pueda hacer... pero no tardes mucho en venir a casa. Tu hermano te necesita y yo también.
—Lo prometo —dije solemne.
—Te quiero mucho, hijita. —Se despidió.
Y yo estaba segura de que era verdad, que no había nadie que me quisiera más que aquel gran hombre, que en su intento de protegerme, a veces no tomaba el camino mejor. Pero era bueno contar con esa clase de amor inamovible, que no palidece a pesar de las peleas o las diferencias de opinión.
Él era mi roca y sabiendo que contaba con él a pesar de todo, me sentía segura.
Le mandé un beso y colgué, después de asegurarle que también lo quería mucho.
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