Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

18

De camino a casa, le conté un poco sobre mí. Sobre mis sueños diversos, sobre mis amigos, mi familia, le conté de todo, excepto sobre el tema corazón. Bordeé el perímetro de mi vida, sin acercarme siquiera al pedazo aquel que más recientemente se había roto. Ángel se mostró muy discreto y en ningún momento preguntó nada que no le dijera yo. Era muy comedido, muy prudente y se sentía bien no tener que dar explicaciones, para variar, ni fingir estar bien. Podía mostrar cómo me sentía, que él se esforzaría genuinamente en mejorar mi ánimo, sin preocuparse en averiguar que lo había ocasionado. Era de esas pocas personas que sienten deseos reales de ayudar sin la parte morbosa de cotillar.

Llegamos a mi casa y aun no tenía ganas de separarme de él. Realmente me sentía a gusto.

-¿Te apetece que nos tomemos ahora ese café? Me gusta cumplir mis promesas -dije inusitadamente nerviosa-.

Ángel se sorprendió con mi ofrecimiento pero se apresuró a contestar afirmativamente.

Salimos del coche, pero al acercarnos a la puerta del edificio, vi algo que transmutó mi alegre semblante.

Era él.

Nuestras miradas se encontraron y temblé. En sus ojos había algo que no había visto antes. ¿Ira? ¿Celos tal vez? Posó sus ojos negros sobre Ángel y temí que un rayo fuese a salir de ellos para aniquilarlo.

Lo último que quería era crear una situación desagradable en la puerta de mi casa, así que traté de desembarazarme de Ángel.

-Discúlpame, pero acabo de recordar que tengo algo que hacer -solté aquella excusa lamentable, atropelladamente-. Mejor dejamos el café para otro día.

Ángel me miró confundido, notando mi nerviosismo, sin entender que pasaba. Luego, vio a Ulises, que alarmantemente se estaba acercando a nosotros.

Rápidamente lo entendió todo y asintió.

-Vale, ¿seguro que vas a estar bien? -me preguntó, observando la mirada enfurecida en los azabaches que nos fulminaban.

-Sí, no te preocupes. Yo te llamo -le aseguré.

Él se marchó, afortunadamente, antes de que Ulises llegara hasta donde estaba.

Yo suspiré aliviada, pero odiándolo por haber perturbado mi armonía. Parecía que había vislumbrado que estaba empezando a superarlo y no había tardado en ir a marcar territorio, como un animal.

-¿Qué haces aquí? -le espeté.

-Vine a verte. Tenemos que hablar.

-No hay nada más que decir -repliqué, manteniéndome firme.

-Valeria, por favor, al menos escúchame -me pidió, pero no había súplica en su tono.

Sus ojos seguían altivos, como si fuera un reclamo más que un ruego.

-Está bien, entremos -concedí. Más que nada porque me estaba helando allá afuera, con la ropa mojada.

La tensión podía cortarse con un cuchillo. Ulises observaba con reprobación mi atuendo empapado. Podía sentir que quería pedirme explicaciones, pero se contenía, sabiendo que no tenía derecho. Pude ver como calculaba, metódico, las palabras que debía decirme para arreglar la situación, en la medida de lo posible.

Yo no estaba a la defensiva como esperé estar la próxima vez que lo viera. No estaba molesta ni lastimada, al menos esos sentimientos no eran los que pesaban más en aquel momento. Solo estaba cansada. Había tenido un largo día y lo único que me apetecía era meterme en la cama. Sabía que una discusión con él podía prolongarse y en aquel momento no tenia deseos de discutir. Sin embargo, una parte de mí, la parte que insistía en mantener oculta, se alegraba profundamente de que hubiese ido a buscarme. Se regocijaba pensando que le importaba lo suficiente como para intentar explicarme lo ocurrido, aunque para hacerlo hubiera esperado tres días - me recordó mi lado racional.

-Date un baño caliente y cámbiate esa ropa. No quiero que te refríes. -Su consideración me dejó anonadada, pero obedecí sin decir palabra, pues realmente era lo que necesitaba.

Salí de la ducha repuesta y con la mente despejada. Había tenido tiempo de reflexionar y había decidido no flaquear en mi decisión de mantenerme lejos de él, no importaba lo que me dijera. Él no era bueno para mí. Eso era un hecho.

Salí, envuelta en mi mullido albornoz azul, y me senté a la barra de la cocina. Ulises puso ante mí una enorme taza de chocolate caliente. Mi corazón y mi estómago vibraron. Era justamente ese tipo de detalles los que me dejaban confundida y resquebrajaban mis muros.

-Gracias -dije débilmente.

Bebí el chocolate intentando adquirir fuerzas para mantenerme firme. Él se sentó frente a mí. Ya no se veía enfadado, parecía simplemente agotado, triste. Me dio un vuelco al corazón al verlo tan indefenso. No solía nunca mostrarme su lado vulnerable.

-Cuando conocí a Clara tenía solo 20 años -comenzó a hablar sin esperar a que terminara de beber-. Ella tenía 30 y ya era una mujer de mundo. Su familia tenía mucho dinero, vivía bien, viajaba regularmente y estaba acostumbrada a obtener siempre lo que quería, no sabía aceptar un no por respuesta. Tampoco lo aceptó de mí. En aquel entonces, yo salía con una muchacha de la universidad. Era una chica sencilla, pero muy dulce y nos queríamos. Pero Clara se obsesionó conmigo. Juro que no hice nada para que eso sucediera, al menos no conscientemente, pero antes de que me diera cuenta me había enredado. Me sedujo con su actitud de femme fatale. Era hermosa, sí, pero además era la mujer más inteligente que había conocido y eso me atrajo sobremanera. Había visto mucho mundo, vivido intensamente, me cautivó la parafernalia que la rodeaba. Deseaba esa vida para mí y la deseaba a ella. Su compañía era inspiradora. Desde el inició apoyó e impulsó mis sueños y eso fue decisivo. Sabía que a su lado, con sus contactos y sus ingresos, podía alcanzar lo que siempre había deseado. Pero no pienses que me quedé con ella por simple ambición -dijo al percibir mi mueca de reproche-. Esa mujer me tenía completamente hechizado. Se me metió por los ojos, me poseyó de una forma que no creía posible. Yo prácticamente besaba el suelo por el que caminaba. No me podía creer que alguien como ella me hubiese elegido a mí, pudiendo tener a cualquier hombre.

-Me llama la atención como hablas de seducción, de deseo, hasta de hechizo, pero no mencionas el amor -comenté, por primera vez desde que él comenzara su relato.

-Porque ahora sé que nunca me enamoré de ella. No realmente. Cuando nos casamos las cosas cambiaron. Ella pareció aburrirse muy pronto de mí. Fui para ella como un capricho que una vez satisfecho deja de provocar interés. Se volvió fría, evasiva. Comenzó a viajar más y a preocuparse menos por nuestro matrimonio.

-¿Por qué seguiste entonces con ella?

-Yo la quería. Al menos eso creía. La verdad es que la quiero. Es imposible no hacerlo después de todo lo que hemos compartido. Pero había algo más. Yo había comenzado el proyecto de la editorial con el dinero de ella. Había puesto en eso todo mi esfuerzo, toda mi fe. No iba a abandonarlo antes de lograrlo. Quería saldar esa deuda y hacerme un nombre por mi cuenta, pero también tenía esperanzas de salvar nuestro matrimonio. -Ulises suspiró, abatido con el recuerdo de su pasado. Pasó las manos por su cabello y se quitó las gafas, un gesto que hacía siempre que estaba emocionado-. Nuestro matrimonio sobrevivió. Encontramos una manera, que si bien no era la que yo hubiera deseado en un principio, funcionó. Yo cambié. El chico soñador que era se transmutó en esto. -Se señaló con un amargo desprecio-. Un hombre práctico, cínico y ambicioso, que evita sentir cuando los sentimientos pueden interferir en sus intereses. Me convertí en lo que era ella cuando la conocí. Seguro, fuerte, insaciable, dueño de mí y con la capacidad de tomar lo que deseaba sin preguntar. Esa transformación, por supuesto, ha dejado daños colaterales. He hecho cosas de las que no estoy orgulloso. Me he alejado de personas de mi pasado que fueron muy importantes para mí, verdaderos amigos para los que dejé de tener tiempo. No me ocupo de mis padres como me gustaría. Económicamente no les falta nada, pero no recuerdo la última vez que comimos juntos o que simplemente hablamos por teléfono. He lastimado gente. No a propósito, pero lo he hecho. Como tú, ha habido otras muchachas con las que me he involucrado. La fidelidad fue un concepto borroso desde el inicio de mi relación con Clara. Ella creía que lo único importante en una pareja era la lealtad. El ser sinceros el uno con el otro y ser leales de corazón, aunque no lo fuéramos con el cuerpo. Decía que era antinatural comprometerse a no desear a nadie más, por el resto de la vida. Pensaba que no era posible esa clase de exclusividad. Somos animales, me decía. Y como ellos entramos en celo, tenemos instintos básicos que deben ser satisfechos. -Yo escuchaba aquello atónita, incapaz de imaginar a un matrimonio manteniendo una conversación así-. Eso no significa -Ulises continuó exponiéndome las creencias de su esposa- que dejemos de querernos ni de elegirnos cada día. Puedo desear mil cuerpos, pero amo a un único corazón, puedo tener un hombre diferente en mi cama cada noche, pero solo hay uno con quien ansío despertar. Me decía aquello como si fuera poesía, y yo llegué adoptar aquel concepto como si fuera un mantra.

-¿En serio? -No pude evitar intervenir-. ¿Me estás diciendo que te parece bien que la mujer que amas se acueste con otros hombres, solo por el ridículo consuelo de que te elija a ti para desayunar? ¡Vaya mierda! - grité exasperada-. Tal vez seamos animales, pero lo que nos diferencia de ellos es algo más que el raciocinio. Podemos sentir, crear vínculos, y no sé si verdaderamente exista algún vínculo eterno o irrompible, pero sí creo en la fidelidad, cuando se es leal de corazón, como dice tu esposita, la poeta, tu cuerpo tampoco desea a nadie más. No digo que no te parezcan atractivas otras personas, eso es perfectamente normal. Pero cuando se quiere, uno elige no dejarse llevar por esos instintos básicos que compartimos con los mamíferos en celo. Eliges no ceder a esos impulsos porque el costo por hacerlo es demasiado alto. Y cuando se valora a alguien de verdad, cuando se ama, uno no quiere perderlo.

-Lo sé -dijo él, sorprendiéndome-. Ahora lo sé. Me convencí de que la versión del amor que ella me ofrecía era la única que existía. Era poco más que un chaval entonces, ella era una mujer experimentada y casi una diosa para mí. ¿Qué podía saber yo del amor? Jugué con sus reglas porque era la única manera de jugar con ella. Permití que me moldeara a su imagen y semejanza y por mucho tiempo creí estar bien con la forma en que llevábamos nuestro matrimonio y nuestra vida. Me creía muy listo. Creía que ya no tenía nada que aprender. Pero llegaste tú y todo eso se desvaneció. Volví a ser aquel chico que no tenía ni idea de la vida, y creo que es la primera vez que me enamoro de verdad.

Si no hubiera estado sentada, me hubiera caído. Me quedé muda, con los ojos enormes e incrédulos, escuchándolo decir que me amaba. Me vi tentada a pellizcarme para comprobar que no era un sueño.

-¿Que has dicho? -pregunté porque necesitaba escucharlo de nuevo.

-Te quiero, Val. Estoy enamorado de ti. Y estoy dispuesto a hacer lo que sea por no perderte. Me he equivocado, me he equivocado mucho y no puedo hacer nada para remediarlo, no tengo excusas por lo que hice en el pasado, solo puedo prometerte que a partir de ahora, estoy dispuesto a dejarme la piel para ser el hombre que te mereces.

Yo continuaba incapaz de hablar. Él tenía los ojos vidriosos, emocionados. Tomó una de mis manos entre las suyas y su calor me hizo notar que las tenía heladas.

-Cuando corriste lejos de mí, aquel día, sentí que el mundo se desmoronaba. Nunca me había sentido tan perdido, tan ofuscado y tan solo. Al darme cuenta de que era el fin, de que te perdía, me vine abajo. Ese día ni siquiera pude trabajar. Cancelé mis reuniones y mis citas, me pasé días enteros, atormentado, sin saber qué hacer, sin saber cómo seguir sin ti. No llores -me dijo y solo entonces me di cuenta que las lágrimas corrían por mis mejillas-. Por favor, no llores. Sé que te he hecho daño. Les he hecho daño a muchas mujeres, con mi actitud fría e indiferente. Usándolas, sin importarme lo que pudieran sentir. Pero cuando vi el dolor en tu rostro no lo pude soportar. No pude soportar la idea de que era el causante de tus lágrimas. Entonces entendí que te quería.

-Yo... yo... no puedo -tartamudeé y salí corriendo hacia la habitación, intentando escapar del torbellino de emociones que me embargaba.

Estaba feliz, confundida, temerosa. No sabía qué hacer ni que pensar. No sabía si debía confiar en él. Era bueno con las palabras, siempre lo había sido. ¿Pero hasta qué punto podía creer en lo que decía sentir por mí, cuando él mismo había reconocido no tener ni idea del amor, cuando él mismo había reconocido que usaba a las mujeres por diversión y que los sentimientos jamás interferirían en sus intereses? Sus palabras eran el mayor anhelo de mi alma, hacía ya mucho tiempo. Yo le pertenecía casi desde el primer día, cuando me besó a orillas del mar. Pero esa certeza me volvía vulnerable. Él tenía mi corazón en su puño y cuando quisiera podría apretarlo, haciéndolo trizas.

Sentí sus pasos a mi espalda, pero tenía miedo de encontrarme con sus ojos. Respiraba entrecortadamente, haciendo un esfuerzo por calmarme y comportarme como una adulta.

Él se acercó despacio, posó sus manos en mis hombros y con cautela, acarició mis brazos. Cual si fuera un bebé, pasó su palma abierta por mi espalda, calmándome. Yo temblaba bajo el albornoz, pero sus caricias me reconfortaban, me volteé y lo miré con los ojos húmedos y llenos de amor. Él secó mis lágrimas con sus pulgares, besó mis ojos y mi frente, alisó mi cabello con delicadeza, y con el dedo índice fue bordeando muy despacio el contorno de mi cara. Peinó mis cejas, rozó mis pestañas mojadas, dibujó mi nariz y mi boca. Se detuvo en mi boca. Pasó su dedo por la comisura de mis labios, casi sin tocarlos, mirándolos con veneración.

Mi cuerpo tembloroso se estremeció cuando me estrechó en un abrazo protector. No había pasión, sino ternura en ese abrazo. Acunó mi cabeza y besó mi sien. Allí, refugiada en el hueco de su pecho, escuchaba su corazón y me parecía la música más bonita del mundo.

Dejé de temblar. Estaba tranquila. Me sentía a salvo.

Entonces me besó y sentí que estaba siendo besada por primera vez. El contacto con sus labios fue electrizante. No eran simples mariposas. Era un volcán, un fuego tierno que nacía en mi estómago y subía, bullendo, hasta mi garganta, abrasándome con su calor.

Todas las emociones primigenias regresaban a mí, mezcladas, aturdiéndome como un puño multicolor que golpeaba mi alma. Era como si me vieran por primera vez, como si por primera vez me tocaran, me quisieran. Nunca antes había sentido de esa manera tan visceral, que era objeto de adoración, que era el blanco del deseo. Un deseo primitivo que restallaba en la oscuridad de sus ojos, cual relámpago en medio de las tinieblas.

Me quitó el albornoz y mi cuerpo quedó expuesto al igual que mi alma. Me observó largamente, con la admiración de quien contempla una obra de arte. Luego me tomó en brazos y me llevó al lecho. Me sentía pequeña, frágil, y al mismo tiempo enormemente importante. Cubrió con sus besos cada milímetro de mí. No hubo parte de mi anatomía que escapara de sus labios. Yo me dejaba hacer, exánime, ante el nuevo y maravilloso descubrimiento de su amor. Cada caricia suya era como la luz del sol, cada beso era aire puro. Su aliento en mi cuello me estremecía y las palabras que susurraba en mi oído eran demasiado hermosas para ser ciertas. No apresuró el ímpetu de la pasión. Reunió toda la dulzura del mundo en sus caricias, una inconcebible paciencia en el acto sublime de poseerme. Transformó sus impulsos desesperados en tacto aterciopelado, en delicadas maneras. No tuvimos sexo. Me hizo el amor. Me amó de una forma consciente, asumida, confesada, entregada y absoluta. Nuestro orgasmo simultáneo no fue solo la culminación del deseo, fue la máxima expresión de un amor, que los dos sentíamos por primera vez.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro