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17

En el oscuro pasillo por el que caminábamos, los ojos de Ángel refulgían excitados, como un niño que está cometiendo una travesura.

La penumbra y soledad de aquel lugar, a todas luces cerrado, me hizo sospechar que no debíamos estar allí. A pesar de que Ángel había abierto con su propia llave, temí que en cualquier momento apareciera un guardia para prendernos por irrumpir en propiedad privada.

-¿Dónde estamos? -pregunté, sin poder contener por más tiempo mi ansiedad.

-Ya lo verás -se limitó a contestar.

Subimos una escalera tomados de la mano. No me había soltado desde que salimos del restaurante y, por alguna razón, yo tampoco lo había hecho. Su mano me aportaba una extraña seguridad.

Al llegar arriba, prendió un interruptor y una visión espectacular apareció. Dos piscinas olímpicas de aproximadamente treinta metros eran la antesala de una ciudad maravillosa que observada desde las alturas adquiría una magia singular.

-Wow -alcancé a decir, mientras caminaba hasta el borde-. ¿Entrenas aquí? -le pregunté.

-Me gusta venir sobre todo de noche, para estar solo con el agua y con mis pensamientos. Desde aquí arriba siento que el mundo me pertenece, que puedo lograr cualquier cosa.

Era cierto.

El silencio, la calma del agua y la inmensidad de la ciudad bajo los pies, daban una especie de serenidad, una seguridad tranquila, como si los problemas no pudieran alcanzarte allí.

-¿Y cómo es que tienes las llaves de este lugar? -pregunté, aún temerosa de terminar en prisión.

-Mi padre trabaja aquí.

-Oh, ¿es el administrador?

-Es el conserje. -Bajé la cabeza apenada, pero la sonrisa de Ángel permaneció intacta-. Desde pequeño venía con él y me pasaba el día en el agua. Él decía que era mitad pez. Cuando fui mayor, comencé a participar en competiciones y descubrí que era esto lo que quería hacer. Sabía que no sería fácil, pero si fuera fácil todo el mundo lo haría. Estudié mucho para obtener una beca en la universidad. Mi familia no tiene mucho dinero, pero no iba dejar que eso me detuviera.

-Es admirable -le dije con sinceridad- el que luches así por lo que quieres.

-¿Qué otra cosa puedo hacer? -dijo con naturalidad-. El único camino cuando se tiene un sueño es hacerlo realidad.

-Es curioso como siempre te expresas en positivo -observé-. No dices "intentar", dices "hacer", no hablas de una posibilidad, sino de un hecho. Es... inspirador.

-Es que es un hecho. Todo lo que quiero hacer es esto. -Señaló el agua calma-. No importa lo duro que tenga que trabajar, o si tengo que esforzarme más que los demás, es esto lo que haré.

Su forma de ver la vida me hacía avergonzarme de mi flaqueza de espíritu e indecisión. Ojalá siempre hubiera tenido las cosas así de claras -pensé-, así de firmes las metas. Me senté en el borde de la piscina, me descalcé y metí los pies en el agua.

-Está tibia.

-¿Quieres nadar? -me ofreció él.

-Estás loco -dije, pero la idea me parecía encantadora.

-¿Por qué no? -me preguntó y no se me ocurrió ni una sola razón para no hacerlo.

-¿Estás seguro que no vendrá nadie?

-No te preocupes. La piscina está cerrada al público por obras. Solo el vigilante está en el edificio y no tiene la llave de esta área.

-Voltéate -le ordené.

Él me obedeció con una sonrisa traviesa. Vi sus ojos verdes centellar justo antes de que se diera la vuelta.

Me desvestí antes de que el pudor o el buen juicio pudieran detenerme. La brisa nocturna erizó el vello de mi brazo y abracé mi cuerpo semidesnudo, dudando. Apenas conocía a ese chico y ya me había quedado en ropa interior en la primera cita.

"Dos veces en el mismo mes, Valeria" -pensé-, "la antigua tú estaría escandalizada".

Miré la espalda musculosa de Ángel y los bíceps que se le marcaban aun debajo de la sudadera. Mis ojos bajaron hasta su trasero y me sorprendió descubrir que incluso ahí, todo se veía duro, fibroso. Sonreí, apartando los impropios pensamientos y me dije a mí misma que la antigua Valeria ya no estaba.

Decidí que la nueva me gustaba más.

Corrí y de un salto me arrojé al agua. Ahogué un gritillo de emoción e insté a Ángel a meterse.

-Está fabulosa -le aseguré. Él se apresuró a seguirme.

La piscina era enorme. Me sumergí y nadé casi pegada al fondo intentando alcanzar el borde opuesto. Rodeada de agua, todo lo malo parecía desaparecer. Me gustaba la sensación de presión en los oídos. Era como una valla contra los malos pensamientos, sumamente relajante. Los pulmones me ardieron y emergí a unos pocos metros de la orilla.

Ángel me esperaba sentado en la escalerilla, pues había llegado al otro extremo mucho antes que yo. Si estando vestido se adivinaba que tenía un buen cuerpo, desnudo era toda una visión. Cada musculo de su anatomía estaba tonificado. Tenía músculos donde no sabía que debían de haber. Al nadar, su espalda se tensaba y contraía de una forma que me hizo tragar saliva. Pero lo mejor de su electrizante sensualidad era que él la llevaba con una humildad asombrosa. No parecía ni darse cuenta del pedazo de hombre que era. Me sonreía con la misma franqueza de siempre, con el cabello revuelto y oscuro por la humedad y las gotas de agua salpicando su escultural figura, cual perlas sobre el mármol.

Quitaba el aliento.

Me sumergí de nuevo para enfriar mi mente.

Más calmada, salí y me senté en otra escalerilla, guardando una distancia prudencial de su cuerpo, incitador del pecado.

-Nadas muy bien -me felicitó.

-Viniendo de un tritón como tú, eso es más que un cumplido. -Le sonreí-. También aprendí a nadar desde muy chica, pero en el mar. Mi madre estaba enamorada del océano. Me enseñó antes de los cinco años. Lo que más le gustaba era bucear. Hace mucho que no lo hago. -Recordé con nostalgia.

-En la costa hay muchos sitios increíbles para bucear. Yo suelo ir cada verano.

-Lo sé, de pequeña también iba mucho. He pensado en llevar a mi hermanito este año, por su cumpleaños.

-Suena genial. Excursión familiar.

-No, solo nosotros dos. Mi padre evita el mar, le recuerda demasiado a mamá. Ella falleció cuando mi hermano nació.

-Lo siento mucho -dijo él, incómodo.

-Está bien, fue hace mucho tiempo. Papá nunca lo ha superado del todo. Evita todo aquello que hacían juntos o que a ella le gustaba hacer. Es como si le diera vergüenza ser feliz. Como si el vivir sin ella fuera una especie de traición.

-Qué triste -dijo él.

-A mi hermano pequeño le toca la peor parte porque vive bajo esa sombra, por eso trato de darle todas las alegrías que puedo.

-Yo también tengo una hermana, Sara. Tiene 10 años y es una pequeña macarra.

-Claudio, por el contrario, es un niño muy noble, hasta un poco nerd. Le vendría bien una influencia como la de tu hermana -dije, sonriendo con la idea.

-Bueno, pues si no te da miedo que mi pequeña pilla lo corrompa, podemos quedar los cuatro. Mira, lo del buceo me parece la ocasión perfecta. A Sara también le encanta.

-No suena mal -accedí-. Su cumpleaños es en unos pocos días. Quiero llevarlo al sitio donde íbamos con mamá.

-¿Es una cita entonces? -preguntó esperanzado.

-Una cita doble. -El rostro de Ángel se iluminó.

Yo lo miré traviesa y volví a saltar al agua. Nadé con movimientos lentos y elegantes brazadas, sintiendo sus ojos sobre mí. Era divertido coquetear de nuevo. Ese chico me agradaba, me sentía bien en su compañía. Era como una bocanada de aire fresco, después de estar mucho tiempo en un ambiente viciando.

Justo lo que necesitaba.

-Entonces, ¿logré mi cometido? -preguntó, mientras terminábamos de vestirnos.

Yo lo miré confundida

-Mejorar tu día -aclaró-. Al menos has sonreído, te he visto feliz en el agua, en paz. Eso ya es una victoria para mí.

-Sí -concedí-, me siento mucho mejor. Gracias.

-Cuando quieras -dijo sin envanecerse-. Vamos, te llevo a casa para que puedas cambiarte esa ropa mojada.

-Lo que quieres es saber dónde vivo -repliqué.

-Eso también -confesó, sonriendo-. Pero no te preocupes que no soy un acosador. No pienso aparecerme en tu casa sin que me invites. De hecho, esperaré a que me llames. La próxima cita la decidirás tú. -Me guiñó el ojo cual galán de película y yo me sonrojé como una tonta.

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