Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

13

30 de junio.

Junio terminó con el cumpleaños de Andrea.

Mi amiga organizó una pequeña fiesta en su casa con unos pocos amigos. Estaba muy contenta porque Rodrigo, su prometido, llegaba de viaje esa misma noche. Había dispuesto todo espléndidamente y aunque me había ofrecido a ayudarla, apenas me había dejado encargarme de la bebida.

La tarea no se me daba tan bien como hubiera deseado. Nuestro amigo Roberto era el especialista haciendo cócteles, pero como desgraciadamente seguía de viaje, tuve la temeridad de intentar ocupar su lugar. Había conseguido hacer un par de mojitos lamentables y unos cuantos cubatas sin demasiado mérito. Pero por suerte para mí, los invitados rápidamente se aconsejaron y optaron por la cerveza y el vino, librándome de mis obligaciones de barman.

Andy era un manojo de nervios. Había dejado de ser la protagonista de su fiesta de cumpleaños. La celebración se había convertido en una fiesta de bienvenida para Rodrigo, a quien Esteban, su mejor amigo, había ido a recoger al aeropuerto.

Mi amiga vestía un precioso vestido amarillo, que me enorgullecía de haberle regalado. Su pelo rubio brillaba, resaltado por el color de su ropa y estaba maquillada impecablemente, como siempre. Sin embargo, no era consciente de la despampanante visión que ofrecía y los años de relación perdían relevancia ante la expectativa y los nervios de encontrarse con su novio.

-¿Crees que debería usar otros zapatos? -me preguntó, mirando con escepticismo los tacones negros que resaltaban, aún más, su esbelta figura.

Yo puse los ojos en blanco.

-Andy, lo que creo es que necesitas calmarte. Estás preciosa y el crédito ni siquiera es del vestido o los zapatos. Eres bella y estoy seguro que a Rodrigo no le importaría que lo recibieras en un saco de patatas.

-Hace tres meses que solo nos vemos por Skype. Quiero que cuando volvamos a estar frente a frente me encuentre despampanante.

-Lo estás -le aseguré.

-Es que no acabo de adaptarme al tema de la distancia y los viajes. Es muy duro pasar tanto tiempo separados. -Hizo un puchero, bajando la vista.

-Sé que es duro - Intenté confortarla-, pero siempre has dicho que cuando estuvieran casados, Rodrigo optaría por una plaza que lo mantuviera en la ciudad, en lugar de tanto viaje. Así que solo tendrás que aguantar otro poco.

Andy compuso una expresión entre culpable y avergonzada que me hizo sospechar que algo no andaba bien.

-¿Qué pasa? -pregunté.

-Él... él piensa que debemos posponer la boda un poco más. - Mi rostro se ensombreció-. Está cerrando tratos importantes en Tokio y su meta es lograr un ascenso, que le permita establecerse permanentemente en la sucursal que la empresa tiene en esa ciudad - me confesó con un hilo de voz.

-¿Permanentemente? -exclamé, desagradablemente sorprendida-. ¿Qué quieres decir? Si Rodrigo se muda a Tokio, ¿qué pasará contigo? ¿Con su relación? -pregunté, negándome a aceptar la respuesta más lógica a esa pregunta.

-Él quiere que me mude a Japón con él -contestó sin mirarme.

-¿Qué? -grité, haciendo girar varias cabezas-. ¿Cómo que te vas a mudar con él? ¿Y tu trabajo? ¿Y tu vida? No puede ser tan egoísta de pedirte que renuncies a todo por estar con él.

-Val, sé que no es una decisión fácil. Pero si queremos estar juntos, alguno de los dos tendrá que ceder -dijo con su voz conciliadora.

-¿Y por qué tienes que ser tú? -volví a gritar-. ¿Por qué tienes que seguirlo por el mundo cuando él no es capaz ni siquiera de casarse contigo? -le solté, fuera de mí.

Mi amiga me regalo una sonrisa que tenía más de triste que de condescendiente.

-Claro que nos casaremos, solo debemos esperar a que él concluya su trabajo. Ni siquiera es una realidad que vayan a darle el puesto. No sirve de nada adelantarse a los acontecimientos -me tranquilizó.

-Si es preciso adelantarnos a los acontecimientos, Andy, porque ya tú estás considerando la opción de irte detrás de él y eso no me parece justo. Creo que por una vez en tu maldita vida deberías pensar primero en ti, joder.

Mi taco se escuchó en toda la sala porque precisamente en ese momento, bajaban la música y Rodrigo entraba por la puerta, rodeado de aclamaciones, como si efectivamente, la fiesta fuera en su honor.

Yo, incapaz como era de disimular mis sentimientos, me escabullí a la cocina, en un intento de ocultar la aversión que, en ese momento, me provocaba el novio de mi amiga.

Me armé de la botella de tequila y me serví un trago que apuré por mi garganta, dejando que el líquido transparente quemara mi mal humor.

-Mmm, ya sé a qué debo invitarte la próxima vez -dijo una voz a mi lado.

No sé si me sentí más aturdida por la sorpresa o por el trago de tequila que acababa de ingerir, pero tardé demasiado tiempo en recuperarme y deshacerme de mi expresión embobecida para poder contestar, muy inadecuadamente como siempre.

-¿Qué haces aquí?

Ángel iluminó el cuarto con una sonrisa tan radiante como la que me regaló el día que lo conocí. El rubio escultural que se me había acercado en El Peregrino, el último día del semestre escolar y del que me había desembarazado tan ridículamente, estaba parado frente a mí, sonriente e igual de apuesto

Debería ser un crimen ser tan guapo -pensé-, no es justo para el resto.

-Tranquila -me contestó-, no he venido a robarte el tequila.

Me percaté de que aún sostenía la botella, como si tuviera intención de usarla como arma. Avergonzada, la coloqué en la encimera con una sonrisa incómoda.

-He venido con mi amigo Lucas, trabaja con Andrea en el restaurante -aclaró ante mi bochornoso mutismo-. No imaginé que te encontraría aquí.

-Es un mundo pequeño -dije, recuperándome un poco-. Andrea es mi mejor amiga.

-Pues yo creo que las coincidencias son la forma en que el destino mueve los hilos para unir a las personas. -No pude evitar poner los ojos en blanco ante ese comentario tan cursi. Él no pareció notarlo-. Debo confesar que me volví cliente asiduo del Peregrino con la esperanza de volver a verte, pero nunca más apareciste por allí, y mira donde vine a encontrarte.

Me miraba tan intensamente que me ponía nerviosa, y sus dientes eran tan blancos y perfectos que casi parecía que sus constantes sonrisas eran una manera de exhibirlos. Me vi tentada a preguntarle si era miembro de alguna campaña publicitaria de Colgate.

-Me gusta mucho ese bar -dije en su lugar-, pero últimamente no he tenido mucho tiempo.

-¿Mucho trabajo? -preguntó.

-Si, trabajo en una librería a unas manzanas de El Peregrino.

-Pues me alegro saber de otro lugar donde poder encontrarte.

-¿No serás un acosador? -dije, intentando bromear. Él se rió divertido.

-Soy un admirador de la belleza. Hacía mucho tiempo alguien no me impresionaba tanto como tú. -Fue tan directo que me hizo sonrojar.

-Me has visto una sola vez y durante segundos -protesté.

-Fue suficientemente -declaró-. Las mujeres hermosas abundan, es cierto. Lo que no es fácil de encontrar es una que no sea consciente de su propia belleza, natural, sencilla, encantadora.

-¿Eres siempre tan cursi? -se me escapó, antes de que tuviera tiempo de pensar.

Por primera vez lo vi perder esa confianza que lo caracterizaba y sus níveas mejillas se tiñeron de color.

-Pues eso creo. -Se pasó la mano por el pelo rubio en un gesto nervioso-. Pero normalmente suele funcionar -dijo medio avergonzado.

-Ya veo, aplicas la misma técnica con todas las chicas.

-No, para nada -trató de excusarse.

-Tranquilo, estoy bromeando -lo saqué de su miseria-. ¿Y a que te dedicas, cuando no estás conquistando damiselas con cursis declaraciones? -le dije, sonriendo ante su embarazo.

-Nado -Yo lo miré confundida-. Quiero decir que nado profesionalmente. Tengo una beca deportiva en la universidad.

Por supuesto que era un atleta -pensé, echando un vistazo disimulado a su espalda y los músculos de sus brazos.

-¡Genial! -exclamé-. Yo adoro nadar, aunque como hobby, claro.

-Para mí es un estilo de vida. Los entrenamientos son muy duros, pero mi sueño es poder ir a las Olimpiadas un día.

-Al menos te gusta lo que haces. Eso es lo importante -dije con un deje melancólico.

-¿A ti no te gusta tu trabajo? -preguntó, notando mi expresión.

-Oh, lo de la librería es un trabajo de verano, realmente estudio administración de empresas en la universidad.

-¿Y no te gusta?

-Digamos que no es mi pasión -le di la versión corta.

-¿Por qué lo haces entonces? Dedicarte a algo que no amas es la forma más absurda de desperdiciar la vida.

-Tienes frases contundentes para todo, ¿eh? -Salí a defensiva aunque sabía que él tenía razón-. Lo mío es... complicado -expliqué, aunque no estaba segura de estar diciendo la verdad.

Rodrigo y Andy interrumpieron nuestra charla, haciendo entrada en la cocina. Mi amiga me miró con suspicacia al verme hablando con ese chico tan guapo. Pero apenas pude responderle con los ojos que no era nada, porque Rodrigo se abalanzo a mi cuello, efusivamente.

-¡Aquí estas Val! Pensé que no querías saludarme -dijo tras abrazarme.

-Para nada, Rodrigo, estaba reabasteciendo el bar. -Señalé la botella de tequila sobre la encimera-. ¿Qué tal el viaje?

-Todo bien -respondió-. ¿No me presentas a tu novio? -Señaló a Ángel.

Antes de que pudiera corregirlo, Ángel le estrechó la mano, presentándose.

-Espero que cuides bien a nuestra pequeña Val -dijo en una actitud de hermano mayor que jamás había tenido conmigo.

-Creo que ella es muy capaz de cuidarse -dijo Ángel, sacándome las palabras de la boca-. Pero yo estoy encantado de velar por ella. -Me lanzó una mirada tierna como si en realidad fuéramos pareja.

-Tenemos que quedar un día de estos los cuatro. -Decidió Rodrigo ante la mirada atónita de Andrea, que no entendía que estaba pasando.

Una vez más intenté hablar, pero Rodrigo arrastró a Andy al otro extremo de la habitación para saludar a unos amigos que acababan de llegar.

-¿Qué ha sido eso? -Crucé los brazos en actitud defensiva, increpando a Ángel-. ¿Por qué has dejado que piense que estamos juntos? -le grité.

-Fue él quien se apresuró en sacar esa conclusión, y admito que no me dieron ganas de corregirlo, la idea me pareció bonita. Lo siento -dijo al notar que mantenía la expresión beligerante.

-Pues no vuelvas a hablar por mí. ¡No me conoces! -le espeté, más enojada de lo que requería la ocasión-. Tus palabras pudieron haberme puesto en un compromiso.

-Discúlpame de nuevo -se excusó un intimidado Ángel-. Fue algo inocente, pero tienes razón, no debí dejar que pensara eso. Supongo que yo también me apresuré en sacar conclusiones, como las dos veces que te he visto has estado sola, asumí que eras soltera. -Se pasó la mano por el pelo en un nervioso gesto de embarazo-. Que tonto fui, por supuesto que tienes novio, ¿verdad? -preguntó con la leve esperanza de una respuesta negativa.

Esa vez fui yo quien se puso nerviosa ante su pregunta.

Ulises y yo no éramos novios, eso era obvio, él era casado y públicamente solo salíamos como amigos, pero incluso en la intimidad, incluso para mí misma, me negaba tercamente a reconocer que no era más que su amante, y aunque nunca habíamos hablado de exclusividad, yo tenía claro que no me interesaba estar con nadie más. Le era fiel de corazón, aunque ese concepto resultara casi irónico en la singularidad de nuestra relación. Él había logrado, sin siquiera proponérselo, el completo y absoluto monopolio de mi ser, y al percatarme de esa realidad me sentí un poco patética.

¿Cómo había permitido que las cosas llegaran tan lejos?

El silencio se prolongó tanto que resultaba incómodo. Ángel parecía arrepentido de haberse interesado en mí. No lo culpaba. Habíamos compartido menos de media hora, sumando las dos ocasiones que nos habíamos visto, y ya lo había rechazado, me había burlado de él, le había gritado y finalmente me sumía en mis torturadas reflexiones, olvidándome de su presencia. Mis lamentables habilidades sociales, una vez más, dejaban huella.

Avergonzada y patética como me sentía, me obligué a responder.

-Es complicado, digamos que no estoy emocionalmente disponible -dije, odiando cada palabra.

-Mmm, ya -dijo él, incómodo-. Al parecer hay más de una cosa complicada en tu vida. -Hizo referencia al poco entusiasmo que mostraba por mi carrera, que también había descrito con esa palabra.

-En realidad no, supongo que soy yo la que elijo complicarme. Soy un caos -concluí con desánimo.

Él me miró profundamente a los ojos como si quisiera ver en mi interior.

-Eso no me asusta. Me sigues pareciendo sumamente interesante. Y al menos me gustaría ser tu amigo, si no estás disponible para nada más -acotó.

Yo asentí levemente.

-Discúlpame por gritarte antes, a veces me pongo histérica, es por el temperamento colérico que heredé de mi padre. -Intenté bromear.

-Te disculpo si me aceptas una cita. Como amigos -aclaró, antes de que pudiera protestar.

-Ya te dije que no tengo mucho tiempo libre -traté de excusarme de la mejor manera-. Pero puedo prometerte que si nos volvemos a encontrar en El Peregrino te aceptaré un café.

La algarabía de la sala me rescató de su probable réplica inconforme.

-Está pasando algo -dije, escapando de la cocina.

Andy estaba en el centro del salón, radiante, feliz, preciosa. Rodrigo estaba arrodillado ante ella, sosteniendo una cajita marrón. El rostro de mi amiga era un poema, el regalo que llevaba esperando casi desde niña era la culminación de su felicidad. Su rostro era un espejo de amor y de dicha.
Al fin lo tenía todo.

A pesar de lo mucho que la quería y de que sinceramente me alegraba por ella, no pude evitar albergar un leve sentimiento de envidia.

Envidia de su bondad, de su seguridad, del éxito que tenía en su trabajo, de lo claras que tenía las cosas. La envidiaba porque hacía lo que amaba y era la mejor en ello, envidiaba su relación de tantos años, la estabilidad demasiado perfecta de su vida. Pero era una envidia sana, sin malicia. Nadie se merecía todas esas cosas tanto como ella. Eran el reflejo de la persona luminosa que era, pero no podía evitar sentir la espinita de los celos.

Yo quería todo eso para mi vida también. Quería que fuera así de fácil ser feliz.

Andrea vino corriendo hacia mí, con lágrimas en los ojos y se arrojó a mi cuello. No podía hablar de la emoción y solo conseguía balbucear, enseñándome el anillo.

-Es hermoso - dije con sinceridad-. Felicidades cariño, te mereces esto y más -le dije, antes de abrazarla de nuevo.

Un abrazo en el que asfixié los insidiosos celos, pero al separarnos, una lágrima se me escapó involuntariamente y cayó sobre la roca de 12 quilates que mi amiga llevaba en el dedo.

-Boba, no llores -me pidió Andy, secándome las lágrimas.

-Es de felicidad, estoy muy feliz por ti -le aseguré con la voz entrecortada, pero aquello no era del todo cierto.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro