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12

Al principio no sentí nada, pero luego comencé a sentirme ligera como una pluma. Vivía en una nube rosa movida por el viento, una nube de absoluta armonía.

Al levantarme de la cama, sentí cierto mareo, pero no el mareo inestable que produce el alcohol, era un mareo delicioso, como si la gravedad hubiera dejado de ejercer su poder sobre mí y solo me limitara a flotar. Todo ocurría más despacio, los colores eran más vívidos, más hermosos.

Ulises hablaba sin parar. Hacía disertaciones sobre la vida, sobre las relaciones, el amor, el sexo, no hubiera podido asegurar exactamente sobre que hablaba, pero no podía dejar de observarlo con atención, ensimismada, escuchando las más alucinantes reflexiones, parábolas inverosímiles acerca de Dios, la energía y la existencia misma. Me había enajenado, totalmente absorta por el tono y las palabras de aquel hombre, como si en ellas estuviera encriptado un secreto muy valioso, y que al debelarlo, comprendiera al fin el significado de las cosas, de la vida.

-Eres tan sabio -le dije en el paroxismo de la admiración que despertaba en mí. Él sonrió divertido.

-Mira, deja que te muestre algo.

Colocó los auriculares en mis oídos y algo maravilloso ocurrió.

La música la conocía. Era una de mis sonatas favoritas de Beethoven, pero la sensación era infinitamente superior. La sentía brotar de mi interior, me rodeaba, me acariciaba, me sorprendía en los lugares más increíbles. Estaba alucinada.

-¿Es la droga quien lo hace? -dije, incapaz de comprender que aquello fuera posible de una manera natural.

Él sonrió y me abrazó, al mismo tiempo que unas notas me rodeaban.

-Un poco sí -me contestó-. La marihuana magnifica el efecto, supongo. Es sonido envolvente. Te da la sensación de estar, literalmente, rodeado de música, como si pudieras tocarla.

-Es fantástico -dije, impresionada.

-Lo es -coincidió-. Es de las cosas más relajantes que existen.

La música siempre me había relajado. Era el mecanismo que empleaba para liberar tensiones y limpiar mis contaminados chacras. Pero aquello era algo más, algo extraordinario. Me veía obligada a girar la cabeza a uno u otro lado, aun sabiendo que no había nadie más allí. El dulce sonido provenía de todas partes y durante esos minutos logré transportarme a otro plano.

Sin darme cuenta, me puse a silbar la melodía. De pronto, cada tonada adquiría un nuevo significado, una historia nueva surgía de aquella canción, hasta entonces tan familiar.

-¿Sabes que es lo mejor de estar contigo? -Estaba recostada sobre sus piernas y había perdido todo resto de inhibición-. Que no tengo que esforzarme, no tengo que pretender, puedo ser yo misma. Muchas veces cuando estoy en presencia de un hombre, estoy más preocupada por gustarle, por causar una buena impresión, que por ser realmente yo. Siempre estoy cuidando cada palabra, cada gesto, trato de no hacer nada que lo pueda espantar y me esfuerzo tanto por evitar mi naturaleza patosa y torpe, que en el proceso me voy perdiendo -admití reflexiva como si estuviera descubriendo por primera vez aquella realidad-. Y lo peor es que ese mecanismo me ha funcionado fatal. Como puedes ver, estoy sola. -Bajé la mirada con amargura, pues en aquel instante aquel adjetivo me pesaba más que nunca-; así que eso de evitar que se espanten no ha ido muy bien. Claro, que la mitad de las veces la que se espanta soy yo. Y es que nadie parece ser suficiente...

-¿Qué lo sería? -preguntó él, aparentemente tocado por la profundidad de mis palabras-. ¿Qué esperas encontrar?

Sentí un impulso de decirle que había encontrado en él todo lo que buscaba, pero supe por la forma en que me habló, que él no se consideraba una opción para mí. No podía elegirlo por la simple razón de que él no estaba disponible.

-Cuando lo vea lo sabré, espero. -Intenté sonreír sin mucho éxito-. Solo quiero sentir que he llegado, que no necesito seguir. Quiero alguien que me haga sentir que no hay nada más después de él. Quiero a alguien que me alcance, más aun, que me complete. No quiero conformarme.

-¿Sabes qué pasa? Tú estás aquí -dijo, elevando la mano sobre su cabeza- y la mayoría de los hombres están acá. -Bajó la mano hasta la mitad-. Y es normal que te cueste tolerar o estar con alguien a quien consideres inferior.

-No solo me cuesta -lo corregí-. ¡No soy capaz! Lo he intentado, pero no puedo.

-Ya, pero nadie es perfecto. Nadie va a tener nunca todos los requisitos. Cuando quieres a alguien se cede. Ambos deben dejar pasar algunas cosas. Es la única forma de que funcione, y en el proceso los dos crecen, mejoran, maduran lo necesario para ser capaces de estar juntos -me dijo como si me diera una clase y fuese un ente totalmente ajeno a mi estado emocional-. Val, tú eres una mujer preciosa, dulce, talentosa, inteligente, cualquiera podría enamorarse de ti. Cuando te conocí me sorprendió mucho que no tuvieras una relación. Me parecía algo casi imposible. ¿Por qué crees que alguien como tú sigue soltera? -preguntó casi con retórica, dispersando mi relajación anterior y activando mi sistema de defensa.

-¿Estás queriendo decir que es mi culpa? -Lo ataqué, molesta.

-Pues de cierta forma lo es -contestó él, con su calma habitual-. Creo que estás cerrada al amor. Tienes una especie de muralla a tu alrededor y te pones trabas tu misma, asumiendo que no funcionará, incluso antes de que comience.

Sus palabras causaron algo en mí.

¿Tendría razón?

¿Había creado realmente un cerco para alejar a los hombres de mi vida?

Eso no tenía ningún sentido.

¿Por qué querría estar sola?

Sin embargo, allí estaba, con él, un hombre casado, el único hombre al que le había dado entrada en casi un año.
¿Y si la razón por la que lo había escogido era justamente que nuestra relación estaba condenada al fracaso antes de comenzar?
¿De verdad me estaba saboteando a mí misma inconscientemente?

La posibilidad bastó para abrumarme.

-Es que no es tan fácil, no lo entiendes -me justifiqué, negándome a aceptarlo-. No he sido una monja, he tenido citas, he salido con algunos chicos en la universidad, pero ninguno ha valido la pena, no llegan ni a la mitad de lo que quiero. ¿Por qué tengo que conformarme con menos? ¿Para no estar sola? Incluso en el sexo, solo había tenido experiencias mediocres antes de ti. Ni siquiera sabía lo que era un orgasmo -admití finalmente.

Él me miró sorprendido y yo bajé la cabeza avergonzada. Lo último que quería era que sintiese pena por mí o que me encontrara patética, pero la verdad se me había escapado de los labios, sin que pudiera evitarlo. Era un extraño poder que ejercía sobre mí. Cuando estábamos juntos no tenía filtros, decía exactamente lo que pensaba, le contaba incluso las cosas más embarazosas, y hasta en los casos donde normalmente mentía, donde era necesario mentir, con él, era sincera, demasiado sincera.

No sabría decir si eso era algo bueno o no, pero se sentía bien tener a alguien con quien hablar de esa forma, con quien ser verdaderamente libre, o al menos lo más libre y genuina que me permitía ser frente a otro ser humano, y además de mis dos mejores amigos, no recordaba haber tenido ese nivel de confianza con nadie. Le exponía mis sentimientos sin temor a sentirme vulnerable o en desventaja, y a pesar de lo atemorizante que eso podía llegar a ser, me hacía mucho bien, me daba...paz.

Tal vez la confesión inesperada lo llevó a compadecerse de mí y mi pasado de anorgasmia, quizás las drogas lo estaban poniendo cachondo, o puede que simplemente se debiera a su necesidad irremediable de complacer; el caso es que se incorporó y se colocó de rodillas frente a mí, mientras yacía en la cama, me miró como si fuera la mujer más sexy del mundo y poco a poco comenzó a besarme entre los muslos, muy lentamente.

De pronto, habían desaparecido mis bragas. La sola expectación de lo que pasaría me hizo empaparme completamente.

¡Dios, cómo me ponía aquel hombre!

Él continuó subiendo por mis muslos hasta llegar a mi mojada entrepierna, donde comenzó a lamer primero muy suavemente, para después comenzar a succionar, a chupar, a morder cada vez más violentamente, con tal avidez y deseo como si aquel fuera el dulce más delicioso del mundo.

Para aquel entonces, ya había perdido el control de mi respiración y mi vientre se elevaba convulso, cada vez más cerca del delicioso final. El solo verlo era increíblemente sensual. Aceleró el ritmo de su lengua, introdujo dos, tres dedos, los movía aumentando la velocidad, de forma experta, mientras succionaba y mordía cada vez más fuerte. Los gemidos se convirtieron en gritos tras alcanzar el segundo orgasmo, pero él no detuvo su exquisita tortura. Era tan fuerte que dolía, pero no quería que parara, no quería que parara jamás.

Había perdido completamente la noción de las cosas, los temblores dominaron mi cuerpo, los fluidos empapaban mis piernas y la boca de él, pero aquello no parecía importarle, mi mente era un torbellino de ideas, de colores, de las sensaciones más inverosímiles, murmuraba (o tal vez gritaba, no hubiera podido asegurarlo) palabras inentendibles y de pronto todo se detuvo, mi mente se quedó en blanco y sentí como si la vida entera se me escapara en el último gemido.

-Cariño, creo que me has hecho sangre -dije, como si el hecho no fuera realmente tan grave-. ¡Me has mordido muy fuerte!

-Solo tan fuerte como me has pedido -respondió travieso.

-¡No recuerdo haberte pedido semejante cosa! -exclamé alarmada-. ¿O si lo hice? -Dudé.

En realidad, podía haber dicho cualquier cosa en medio del orgasmo monumental que había tenido hacía unos momentos.

-No necesitaste decirlo con palabras -respondió divertido-. Todo tu cuerpo lo pedía a gritos.

-¿Cómo es posible que algo te duela y te guste a la vez? -Pensé en voz alta-. ¡Dios mío! ¡Ha sido tan surrealista! -dije, reviviéndolo todo-. Debe haber sido la hierba, pero sentía todo más intensamente, como a otro nivel.

-Pues sí, ese es el efecto que tiene -corroboró él.

-Aunque debo decir que el mayor mérito es tuyo -admití, sonrojándome un poco-. ¡La forma en que te lo comes! -exclamé cerrando los ojos, agitada aún por el recuerdo.

-Tal vez no me creas, pero solo contigo disfruto de esa manera. Tienes un coño delicioso -dijo, relamiéndose con lascivia antes de besar mi irritado pero feliz pubis.

Yo me sonrojé hasta las orejas y lo besé en los labios, agradecida y halagada, pero aquel suave y dulce beso fue tornándose poco a poco en algo más tórrido, lenguas entrelazadas, manos por todas partes y el deseo que desbordaba aquella cama.

Él fue deslizándose hacia mis pechos, y comenzó a besar y succionar frenéticamente los pezones erectos, mientras sus manos estrujaban obscenamente cada parte de mi cuerpo. Yo me retorcía de placer, sin parar de gemir. De pronto, me penetró de un golpe. Mis entrañas lo abrazaron posesivas, y aumenté la intensidad de mis gemidos mientras él comenzaba a moverse despacio sin dejar de amasar mis pechos y mirándome con esa mirada perversa que me había hechizado desde el primer momento. Luego me volteó para disfrutar de la espectacular vista de mi trasero perfecto, mientras aceleraba el ritmo de sus embestidas y empezaba a proferir obscenidades.

Era la primera vez que alguien me hablaba sucio en la cama, pero estaba sorprendentemente encantada. Con una palma me azotaba el trasero, dejando su huella roja en mi nívea piel. Su otra mano sostenía mi cabello, tiraba de él mientras me hablaba al oído, llevándome al borde del colapso.

Antes de él, nunca creí que el sexo rudo y salvaje pudiera gustarme. Siempre imaginé el acto sexual como algo romántico y tierno. Cuando por fin lo conocí, quedé grandemente decepcionada. El trato de princesa no era todo lo maravilloso que había imaginado, gracias a tantas y tantas películas. Las maneras suaves y delicadas al hacer el amor, terminaban por hacer del acto algo aburrido, soso, algo que no sentía deseo ni necesidad de hacer.

Con Ulises, aquella indiferencia sexual había quedado atrás. Estaba explorando mi sexualidad como nunca antes, descubriendo mi cuerpo y navegando en el océano de placer que podía proporcionarme. No necesitaba que me manejara cuidadosamente como si fuera de cristal. No iba a romperme y, en todo caso, estaba dispuesta a arriesgarme.

Con él, había descubierto que me gustaba llevarlo al extremo. Me hacía sentir deseada y podía liberarme de verdad, dejarme llevar por la ola de voluptuosidad a la que me arrastraban sus caricias.

Me envestía, cada vez con más fuerza, mientras me golpeaba el trasero con saña.

-¡Córrete! -gritaba ya sin control-. ¡Córrete para mí!

Yo no tuve más remedio que obedecer.

Un calambre me recorrió todo el cuerpo y dejé escapar un grito mientras me sobrevenía el orgasmo. Él siguió empujando un poco más en mi interior, para finalmente salir de mí, voltearme y descargar sobre mi agitado vientre su semen espeso y tibio.

Sonreí, exhausta, al tiempo que me llevaba un dedo al abdomen para saborear el caliente líquido.

No, definitivamente el sexo de verdad no es para princesas -pensé, satisfecha.

Lo besé de nuevo como diciéndole "gracias" y luego me levanté para ducharme.


***

Salí de la ducha y Ulises estaba en la terraza con un vaso de whisky y la mirada perdida. Me acerqué por detrás y lo besé en la mejilla.

-Un céntimo por tus pensamientos -le dije, sentándome a su lado.

-Pienso en lo mucho que me gustaría congelar este momento. Me siento tan bien contigo. Me das tanta paz. -Me miró a los ojos y sentí que se encogía mi corazón-. ¿Sabes que es lo que más me gusta de ti? Que no tengo necesidad de explicarme, puedo decir todo lo que tengo en la cabeza sin preocuparme por tener que traducirlo. Con la mayoría de la gente no puedo hablar. Tengo que explicar y desglosar cada cosa que digo o escoger palabras más simples para que me entiendan. No sabes lo frustrante que es eso. Por eso me siento tan cómodo a tu lado. -Besó mi mano y yo me estremecí-. A veces siento que con tan solo una mirada entiendes lo que quiero decir y eso me encanta.

-Yo me siento igual -dije con una repentina timidez.

Temía que su declaración aflorara en mí los sentimientos que llevaba tanto tiempo intentando controlar.

-Hay algo que quisiera pedirte -comencé a decir con cautela-. Independientemente de que no estemos juntos y aunque mañana nuestros caminos se separen, yo quiero seguir haciendo esto. -Tragué saliva-. No estoy hablando de sexo. El sexo es genial, sí, pero no es eso lo que más me importa. Quiero que podamos sentarnos a conversar y a filosofar sobre la vida, aunque sea muy esporádicamente. Quiero que sigas estando en mi vida.

-¿Es que no lo entiendes? -Tomó mi cara con las manos y me miró tan fijamente que casi sentía que podía ver a través de mí-. Tú ya estás en mi vida. Eres parte de mí, lo quiera yo o no. Yo pienso en ti a menudo, hablo de ti con mi mejor amigo, sigo lo que haces en las redes sociales, me sorprendo sonriendo cuando alguna película o una canción me recuerdan a ti. Esto que tenemos tú y yo, esta conexión, no lo he tenido con nadie más. Y no quisiera confundirte, darte esperanzas vanas o lastimarte; porque sé que te mereces más, te mereces mucho más que lo que yo te doy, que lo que puedo darte. Pero incluso cuando quiero ser prudente y mantener una sana distancia para no hacerte daño, me cuesta renunciar a ti, mantenerme alejado. Creo que aunque quisiera no podría sacarte de mi vida.

Él corazón me latía a mil por hora. Estaba tan emocionada por sus palabras que tuve miedo de echarme a llorar. No sabía si era la marihuana lo que lo impulsaba a decir aquellas cosas. Él aún estaba eufórico, sus pupilas brillaban semidilatadas y casi podía escuchar su corazón, pero por alguna razón, le creía, entendía lo que trataba de decirme, lo veía a él, sin máscaras ni muros protectores, veía detrás de todas las capas de su personalidad, detrás de todos los papeles que algunas vez interpretó, que alguna vez interpretamos los dos. De alguna manera, aquel día había sido la experiencia más honesta que habíamos tenido el uno con el otro.

Habíamos dejado los juegos a un lado, nos habíamos desnudado literal y figurativamente, dejándonos ver tal y como éramos, con todos los defectos y traumas emocionales, exponiendo miedos, inseguridades y carencias.

Entonces lo entendí. Lo que sentía por él iba más allá de la atracción física y sexual, o de lo mucho que disfrutaba las profundas charlas filosóficas que manteníamos. Me di cuenta que a pesar de lo peligroso y poco conveniente que era, tenía sentimientos por aquel hombre.

Lo quería.

-¿Y qué pasa si yo tampoco puedo? -le pregunté, realmente temerosa-. ¿Y si tampoco soy capaz de alejarme aun cuando esté en juego mi corazón? ¿Qué pasa si ya es muy tarde para huir? -dije, sabiendo que lo era.

-Entonces no huyas -me pidió-. Quédate conmigo, congelemos este momento, solo para nosotros.

Realmente quería hacerlo, quería postergar para siempre esa felicidad tan frágil que habíamos fabricado con porros y besos. Quería congelar el tiempo y quedarme para siempre allí. Pero sabía que es imposible apresar un sueño, más pronto que tarde se desvanece, acaba.

Sin embargo, presté oídos sordos a mis miedos y lo abracé. Él me estrechó contra su pecho y borró con sus brazos toda la incertidumbre que me embargaba.

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