Amor escarlata
Ella respiró profundo una y otra vez mientras deslizaba la yema de sus dedos sobre sus lágrimas. Pasaron unas pocas horas, ya no podía soportar la horrible tortura a la que fue sometida.
La noche cayó. En el exterior se abrió paso el eterno canto de las ranas, acompañado por el aullido lejano de una manada de lobos. El viento azotó los barrotes de la prisión y dejó entrar un aire gélido que penetró hasta lo más profundo de su carne.
Su sencillo vestido estaba empapado, pues unos guardias famélicos le habían lanzado como un simple objeto al interior de aquella prisión. Ellos aún andaban por ahí, llevaban armaduras pesadas que sus cuerpos apenas podían sostener. Parecían estar por caer desvanecidos, pero gozaban de una fortaleza inesperada.
El crujido metálico y el rechinido de sus pesadas armas resonó desde el pasillo. Ellos todavía estaban por ahí, acechaban por los pasadizos de la mazmorra para custodiarla y vigilarla por orden de quien alguna vez fue su amado: el príncipe Nandru. El amor y la delicadeza que fingió, mediante cartas y breves encuentros secretos, se desvaneció en cuanto las puertas del palacio se cerraron. Ahí, en la soledad abrumadora de su castillo, le mostró su verdadero ser, su forma original y las intenciones que antes logró esconder bajo una labia seductora.
El príncipe Nandru, un muchacho encantador y amable. Un hombre temido por todos en el pueblo, uno del que se decían atrocidades y bestialidades, pero que se mostró ante ella como un hombre incomprendido, solitario en la inmensidad de un castillo, condenado a observar las intrigas y murmuraciones del pueblo sin poder hacer nada al respecto.
Un hombre inocente, afable, amigable y solitario, un alma en pena por sus propias acciones y su legado sangriento. Así fue hasta que las puertas del castillo se cerraron y su verdadera naturaleza salió a flote. Las mentiras del príncipe tenían un límite, pues él alegaba que su amor era auténtico, puro e incondicional, pero distinto al romantizado por la sociedad.
A esas alturas, la doncella no estaba interesada en conocer el amor del terrorífico príncipe Nandru, sino en huir de su palacio. Su última esperanza era el cazador que los persiguió todo ese tiempo, uno de los únicos en el pueblo que se atrevió a intentar detenerla mientras marchaba rumbo al palacio, esperanzada en el amor retorcido de un príncipe endemoniado.
—Mi madre tenía razón, ella lo sabía, ella lo sabía... ese hombre también, él me lo advirtió, ¡¿por qué no los escuché?!—balbuceó entre sollozos mientras ocultaba sus ojos del cruel reflejo frente a ella.
El príncipe era todo lo que murmuraban en el pueblo y mucho más: un sirviente del demonio, un sádico asesino, un caníbal que disfrutaba de la sangre de sus víctimas, un practicante de las artes oscuras, un vil mentiroso. Aquel hombre la había recluido en una mazmorra para prepararla, aún no sabía para qué, pero no podía ser algo bueno.
—Espero que me perdones, pero te necesito bien... delgada y hambrienta para nuestra ceremonia de unión eterna ante los ojos del todopoderoso—le había dicho, antes de entregarla en manos de aquellos hombres—. Saldrás cuando estés famélica, lo siento, pero es necesario. Un pequeño sacrificio, nuestro amor lo vale.
Recordar sus palabras le traía impotencia. Aún podía sentir las huesudas manos de aquellos guardias, ellos la sujetaron de los brazos y la arrastraron por los pasadizos del castillo en dirección al sótano, donde oscuras y fétidas prisiones se mantenían cerradas a cal y canto, ocultas bajo el frío de las tinieblas.
No había logrado ver nada del castillo, solo lujosas habitaciones y unas escaleras infinitas hacia el sótano. Luego, todo fue oscuridad y llanto. Entonces, apareció alguien frente a su celda. La doncella alzó su mirada de inmediato, limpió las lágrimas que habían poblado sus ojos y fijó su vista en aquel hombre.
Llevaba una capa oscura y un abrigo de pieles bajo esta, una antorcha en su mano y un arma de fuego ceñida en su cinturón. Sus ojos eran oscuros, su piel tostada, su cabello largo cual melena de león y su semblante firme como el de un cazador. Su rostro estaba oculto bajo una barba abundante y un bigote con bordes curvados en forma de rulo. Era él, aquel hombre que había intentado detenerla.
Se postró frente a la puerta de la celda e inspeccionó la cerradura mientras buscaba algo en los bolsillos de su capa. Un par de instrumentos férreos y delgados descansaban en su mano y, en cuanto pudo sujetarlos con firmeza, los introdujo en el cerrojo frente a él.
—No hable, creo que ya notaron mi llegada—murmuró aquel hombre—. Abriré su celda de inmediato. Cuando lo haga iré por el príncipe, distraeré a los guardias. Corre, corre por tu vida, salga del pueblo y vaya a la capital de Hungría. Busque al conde Dominic Dimitrescu, dígale que viene de parte de Razvan Stoica, él le protegerá del demonio.
—Yo... no sé cómo agradecerle—le respondió enseguida, mientras se aferraba a los barrotes de la celda, presa de la emoción y la felicidad.
—No me agradezca, niña, el conde no es ningún benefactor, pero es lo mejor que puedo ofrecerte.
La cerradura emitió un metálico chirrido y la puerta cedió al instante. El cazador se dio a la fuga, sin mirar hacia atrás ni mediar palabra. La doncella se precipitó contra los barrotes al intentar sujetar la capa de su salvador, pero no lo consiguió. No había tiempo que perder, debía escapar, él montaría una distracción para que pudiera lograrlo.
La luz de la luna se coló entre los barrotes, sin embargo, fue carcomida por la penetrante oscuridad de la prisión. La doncella estaba sola contra los horrores del castillo, debía enfrentarlos si deseaba escapar.
Su celda era una entre un millar, organizadas en filas perfectas y ordenadas, una al lado de la otra. La mayoría estaban cerradas y el interior era apenas visible, no obstante, el fétido hedor que emergía de ellas era un anticipo de lo que podrían contener. Mihaela tanteaba en la oscuridad, pero no fue suficiente para evitar estrellarse contra una de las puertas de las prisiones.
Estaba abierta, ella cayó del sobresalto y empapó lo poco que aún se mantenía seco en su vestido, pero esta vez fue distinto. Aquella sustancia a sus espaldas era viscosa, tenía textura y era algo pegajosa. Su olor era nauseabundo y, por alguna razón, se movía. Un áspero y cíclico movimiento a sus espaldas y en su cabello le hizo levantarse en el acto, pero grande fue su desesperación en cuanto notó que diminutas criaturas habían infestado su melena y parte de su ropa.
Se movían, eran pequeños y cilíndricos, blancos bajo la luz de la luna, con manchas semejantes a ojos amarillentos y marcadas estrías a lo largo de su robusto cuerpo. Mihaela soltó la criatura en cuanto la identificó y comenzó a sacudir su cabello y vestido con desesperación.
Aquellos seres cayeron uno detrás del otro, mientras delgadas gotas de agua se precipitaban desde el techo sobre la doncella que, con tal de contener sus gritos, terminó por romper en llanto. Pero no restaba tiempo para detenerse, el metálico sonido de fondo le indicó que una encarnizada batalla había comenzado, no podía darse el lujo de esperar.
Conteniendo sus náuseas, la doncella echó a correr por lúgubres pasillos, con sus manos extendidas hacia la oscuridad, con la intención de no chocar con ninguna puerta que hubiera quedado abierta. A lo lejos, se abrió paso una luz diminuta que fue creciendo conforme Mihaela avanzó por los oscuros pasillos de la mazmorra.
Al poco tiempo, ella se topó con aquellas escaleras que tanto dolor le provocaron a sus huesos. La luz de las antorchas que iluminaban el pasillo le reveló que aún prevalecían algunos gusanos adheridos a su vestido y a su cuerpo, pero ya nada la detendría. Las extensas escaleras se quedaron cortas ante su pánico y, en pocos segundos, se topó con la cocina del palacio.
Su higiene era perfecta, sus paredes de roca pulida gozaban de un aspecto reluciente y el suelo empedrado se mantenía inmaculado, sin muestras de humedad o suciedad. Lo único que acarreaba la podredumbre en aquel hermoso lugar era ella, su cabello y su vestido. Había dos guardias caídos, uno mostraba una herida de bala en su pecho, el otro tenía el brazo cercenado, pero la sangre no brotaba del muñón.
Ambos parecían momias ataviadas con imponentes armaduras, tan grandes y pesadas que debieron destrozar sus cuerpos.
Mihaela intentó controlar su respiración, sabía que la cocina estaba seguida por el comedor y, sin dar mucho rodeo, podría llegar al salón principal. Le resultó muy extraño que la entrada a la mazmorra estuviera conectada con la cocina, pero aquella duda se resolvió en breve.
Los negros ojos de ambos soldados se abrieron de golpe, bajo la atónita y confusa mirada de la doncella que, desesperada, buscó a su alrededor un sitio para esconderse.
La cocina estaba llena de estantes para cortar carne, tenía una bodega repleta de vinos y un mueble colosal atiborrado de especias. Había un recipiente cristalino y gigantesco, rodeado por toneles de madera, en el que descansaba el vino que debía fermentarse y, frente a él, un almacén colosal para guardar carne salada.
Los guardias comenzaron a moverse con torpeza, no la habían visto. Mihaela notó que podía deslizarse al interior del almacén y esconderse. No lo dudó ni un segundo. Las puertas se abrieron de par en par y, aunque ella deseaba no tener que ocultarse ahí, no le quedó otra opción.
La doncella respiró profundo y se sumergió en el interior de aquella pesadilla, porciones de carne aún hemorrágicas se lucían a su diestra, empapaban su cabellera y parte de sus vestidos. Filetes de res, pendían de ganchos metálicos, oxidados por el paso del tiempo, la textura de los cortes era seca, similar a pasas de uva.
Mihaela intentó tapar sus labios con sus manos, pero aquella sustancia pútrida que había impregnado su vestido ahora estaba adherida a la piel de sus dedos. Intentó ahogar sus gritos con la manga del camisón bajo su vestido, pero este también estaba empapado y mezclado con sangre. Al final, presionó sus dientes hasta hacerlos crujir, mientras sus ojos emanaban lágrimas y su cuerpo emitía un frío sudor que se mezclaba con la humedad que abundaba en aquellos cadáveres.
Los soldados se pusieron de pie y, a tientas, lograron caminar hasta la puerta de la cocina para salir en dirección al comedor. Se pudo escuchar el crujido del metal y el estruendo estremecedor del arma que llevaba el cazador, quien de seguro luchaba a capa y espada contra los acólitos no muertos del príncipe Nandru. El peligro se había esfumado y Mihaela ya podía respirar con tranquilidad.
Conforme recuperaba el aliento, la doncella fue alzando la vista, hasta toparse con aquel almacén transparente en el que se guardaba vino. Entonces, un horror indescriptible colmó su alma.
Una sombra se originó desde las escaleras que llevaban a las celdas inferiores. Tenía dos grandes alas y un cuerpo pequeño, juntas formaban la inconfundible forma de un murciélago que, en un instante, se transfiguró hasta originar la impoluta silueta de un hombre bien vestido, con una capa larga a sus espaldas y una altura fuera de lo común.
Mihaela reconoció aquel porte, aquellas ropas, la camisa blanca, el traje negro y la capa oscura con interior rojizo que se arrastraba por el suelo. El príncipe estaba ante ella, la había encontrado.
—¿Qué pasa, muñeca? ¿Acaso no te gusta la compañía? —alardeó entre carcajadas— Espero que sepas que estás rodeada de gente conocida, el que avisa, no traiciona.
Un sobresalto aterrador asaltó su cuerpo en aquel instante y un pánico desesperado la forzó a salir corriendo de aquella prisión, sin embargo, no era posible. Las puertas del almacén estaban bloqueadas, resistían ante sus golpes y empujones, se mantenían intactas frente a sus desesperados intentos de huida.
En ese momento, una mano helada retuvo su brazo, otra tomó su hombro, una más sujetó sus piernas y, al cabo de unos segundos, inmovilizaron todo su cuerpo. Mihaela volteó con lentitud, y se topó con sombras fantasmales que emergieron desde los trozos de carne que se guardaban en aquel mueble colosal. Emitían gritos desesperados y balbuceos ahogados entre llantos y quejidos. Eran almas en pena, víctimas del príncipe que, condenadas a un destino peor que la muerte, rogaban por el día de su liberación.
Aterrada, intentó sacudirse de un lado al otro, pero nada fue suficiente para detener la fuerza implacable de aquellos espíritus.
—Este vino es muy especial, mi familia cuenta con una tradición milenaria. Rubrum sanguinum, así le llamaban. Yo la mejoré, añadí un toque especial durante la fermentación, el resultado es espectacular. Estoy seguro de que desearás probarlo.
—¡Aléjese de mí! —gritó la doncella.
—Mihaela, ¿es que no lo comprendes? Todo será tuyo, solo debes aguantar un poco ahí abajo. Podremos vivir juntos por la eternidad, tu belleza no perecerá ante la injusta mortalidad, el mundo nos ignorará, veremos todo desde nuestro palacio mientras los reyes van y vienen, pero nosotros seremos eternos. ¿Acaso hay amor más grande que el mío por ti? Tanto te amo, que deseo volverte inmortal.
—¡Cállese, monstruo! —le gritó Mihaela, mientras sacudía sus extremidades con desesperación.
—Nuestros momentos juntos, algunos breves en la oscuridad y otros largos, pero en clandestinidad, me hicieron pensar en que deseo poder ser yo mismo contigo, sin nadie que nos detenga o nos juzgue.
—¡Pero yo no deseo estar con usted! ¡Déjeme ir, por favor, se lo ruego!
—Eso lo dices porque no comprendes que esto es necesario, ¿es la inmortalidad algo fácil de conseguir? Por supuesto que no, pero lo vale. No obstante, no hay eternidad más triste que aquella que se goza en soledad. Ven conmigo, amada mía, juntos...
Un estruendo se dejó escuchar en aquel instante, un agujero se abrió en el pecho del príncipe Nandru, pero de este no brotó sangre. Impresionado, el vampiro retrocedió y cayó de rodillas frente a las escaleras de la prisión, derribado ante el cazador que lo había logrado emboscar.
—¡Corre, huye, ve lejos y no vuelvas! —le gritó él.
—¡No me alejarás de ella! —exclamó el príncipe, con un alarido desgarrador que resonó por todo el salón.
Los espíritus que sostuvieron a la doncella se lanzaron en dirección al cazador, ella era libre. Sin pensarlo dos veces, Mihaela echó a correr en rumbo al comedor, con la clara intención de no volver nunca más con aquel monstruo que tanto terror le había traído. Ella miró hacia atrás antes de cerrar la puerta de la cocina, y pudo contemplar el momento justo en el cual el príncipe, con su gloria señorial, se puso de pie ante el postrado cazador, que lo miraba con impotencia y odio.
—Juro que le vengaré, señor Razvan—murmuró antes de cerrar la puerta de un tirón.
Mihaela echó a correr en dirección a la sala central, dejó pasar el gran comedor, donde se lucía un filete asado y una copa de vino, carmesí y oscuro, con los labios del conde calcados en una de sus esquinas. La puerta principal podría estar bloqueada, debía intentar escapar por los jardines y rezar porque una de las rejas exteriores estuviese abierta.
La sala principal era un hermoso recinto colosal, con un candelabro elegante, pisos de cerámica y paredes adornadas con piedras preciosas. En el centro se lucía una estatua tallada sobre roca. Era el príncipe, sostenía una espada larga en una de sus manos y un cáliz en la otra. Por alguna razón, aquella copa estaba colmada de vino, si es que lo era.
La salida a los jardines se lucía a su derecha y, para su sorpresa, la puerta parecía entreabierta. Tal vez el cazador había entrado por ahí, aquello le daba esperanza, pues tendría chance de escapar.
—Querida mía, una simple bala no me detendrá—alardeó el príncipe a sus espaldas—. Ven a mí, corresponde a mi inmenso amor y entrégate a la eternidad que solo yo puedo darte.
Mihaela no necesitó intercambiar palabras con el príncipe, tenía el portón y la oscuridad de la noche frente a ella, no debía perder tiempo. Abrió la puerta de un empujón y la cerró de un portazo ante el rostro del príncipe.
Los jardines de la mansión eran hermosos, pudp contemplar diversos árboles frutales dando sombra al gran pasillo central, rodeados de flores bellas y coloridas.
El sendero no era muy largo, al final del camino era posible ver la salida. El frío entumeció sus músculos, la ventolina arrastró algunos copos de nieve desde el rojizo cielo nocturno. Descansar no era una opción, debía salir del pueblo cuanto antes. Su corazón latió con descontrol, sus pulmones reclamaron oxígeno, pero sufrían al recibir el gélido aire que llenaba el ambiente. Sintió que estaba por desvanecerse, no obstante, recobró sus fuerzas al recordar que ya quedaba poco.
Su falsa historia de amor llegaría pronto a un final, todo terminaría en cuanto cruzara aquella puerta que se asomaba a la distancia. Una sombra la rodeó en aquel instante y todo fue oscuridad tras ella. Se detuvo en seco, su cuerpo ya no respondía ante sus desesperadas órdenes. La luna se volvió rojiza y los vientos cesaron, la nieve desapareció y el mundo se cubrió con un macabro manto de sangre.
Aquella sombra tomó forma frente a los ojos de Mihaela, quien suspiró aterrada al contemplar una vez más la figura del príncipe Nandru ante ella.
—Mi amor, por favor, no te lo volveré a pedir—insistió.
—¡Por favor, déjeme ir, se lo imploro! —rogó Mihaela, dejándose caer de rodillas al suelo mientras cruzaba sus manos para elevar un rezo al cielo.
El príncipe la miró con decepción y, tras suspirar con disconformidad, arremetió en dirección a Mihaela e incrustó su dentadura en el delgado cuello de aquella doncella que, presa por la magia del vampiro, cayó de rodillas ante él.
—Entonces, será por las malas.
FIN DEL RELATO
Gracias a quienes hayan leído mi relato, era de mi poderosa y oscura intención, traer algo que terror al hermoso San Valentín. Como podrán imaginar, tomé el disparador de terror, pero le hice unos cuantos retoques.
El amor no tiene que ser bonito, puede ser engañoso y peligroso. Cuando te das cuenta de que algo va mal, ya estas en las redes dark del malvado (y ya estaba bastante cansado de vampiros mamadisimos y buenorros, aca tienen al señor Nandru, Ñandú para los panas, un man a lo clásico y sarcástico, pero un demente en toda regla).
Este relato fue escrito para Saint Vals 2021. Aguante anticupido papa, amor = ilusión, aguante ser soltero dijo el forever alone.
Y para mas lols, les dejo el banner rosita y alegre luego de una historia dark.
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