1. El príncipe tímido
Cada oficina es un mundo, con sus propias leyes y sus límites, sus reyes, sirvientes y bufones. El sonido distintivo de los dedos sobre teclas y el ronroneo de las impresoras servían de fondo a un paisaje donde abundaban los grises y blancos; y el aroma de tinta barata y café quemado se confundían con el del sudor y el tedio.
Harry se lamentaba para sus adentros una vez más por el aburrimiento que abundaba tanto en su rutina profesional como en su vida personal. De lunes a viernes se despertaba temprano, se duchaba con agua tibia, elegía camisa, corbata, pantalones y zapatos y salía corriendo por la puerta a tiempo de tomar el autobús con una taza desechable llena de café negro con dos cucharadas de sacarina en una mano y un bagel con queso crema, miel y semillas de sésamo en la otra. Llegaba a su escritorio invariablemente a la misma hora, charlaba con Stan en el descanso, almorzaba en el pequeño bar de la esquina. Su vida comenzaba y terminaba entre papeleo y trabajo administrativo; los fines de semana los atravesaba leyendo o mirando la TV, ocasionalmente se daba el lujo de una caminata por el campo, con una cesta de picnic al brazo y una pipa en la comisura de la boca, o visitaba a su hermana para tomar el té. El último sábado habíase pasado por su casa para saludarla, y ella ni siquiera le había abierto la puerta. Lo había llamado luego para disculparse, su voz vibraba con entusiasmo mientras le comentaba que había conocido a una muchacha mientras paseaba a su mastín, Toffee, y que luego de charlar por más de una hora había terminado invitándola a su departamento por un bocadillo y una copa de vino. Eso explicaba su total falta de interés en la visita de su hermano mayor. Harry la felicitó por las buenas nuevas, y le deseó éxitos en el desarrollo de su relación naciente. Cuando cortó la llamada, no pudo evitar que se le escapara un amargo suspiro de resignación.
Al llegar a la oficina, Stan le preguntó por su fin de semana, y le comentó que había encontrado en el centro un restaurante bastante elegante y que planeaba llevar allí a su chica para celebrar su aniversario de seis meses. Este lunes iba de mal a peor, pareciera que todos a su alrededor encontraban el amor, exceptuándolo a él. Por qué no podía ser él como las protagonistas de las películas y novelas que devoraba en sus noches de sábado, abrazado a medio litro de helado. Soñaba con conocer a alguien dulce y atractivo, que cayera rendido a sus pies y le ofreciera el cielo entero, con todo y estrellas. Quería amor del grande, del que te deja mareado y riendo como tonto, que te hace temblar las rodillas y saltar el corazón. Ese amor, sin embargo, seguía evitándolo, se sentía solo e insatisfecho, no vislumbraba mejora en el futuro cercano. Y, para colmo de males, la maldita computadora no quería funcionar.
La pantalla azul lo miró fijamente, burlándose de todos sus intentos por hacerla funcionar de nuevo. Con un gruñido de frustración, Harry arrojó el teclado a un lado y se derrumbó sobre el escritorio. Stan se le acercó con precaución, y arriesgó un comentario fugaz:
—Habla con Bell.
Harry no respondió, pero movió su cabeza levemente para mostrar que lo había oído.
—Trabaja en Análisis. No es muy amable, pero sabe resolver todos los problemas que se le presentan.
Harry dudó un momento, no tenía ganas de discutir con nadie, y menos con un gruñón. Finalmente se levantó y se dirigió con paso ligero hacia el ascensor.
La oficina de Análisis quedaba cinco pisos más abajo que la de Administración. Al final del pasillo, se encontraba el escritorio de William Bell. Todo aquel a quien había preguntado por su paradero, lo había mirado con extrañeza y algo de lástima. Por ello, Harry se acercó temeroso al joven alto y de elegante aspecto que encontró repantigado en el sillón, y le preguntó con algo de nerviosismo:
—¿William Bell?
Una nariz larga se giró con energía y un par de ojos grises se clavaron en él, estudiándolo. Su única respuesta fue un alzarse de cejas.
—Me dijeron que sabes resolver problemas. Mi computadora no funciona.
—¿Has intentado reiniciándola?
No, no se le había ocurrido. Abrió y cerró la boca varias veces, antes de responder:
—Por supuesto. No funcionó.
Will suspiró, una sonrisa jugueteó en sus labios. El tipo de Administración era simpático, y tenía unos bonitos ojos azules. Bien valía la molestia.
—De acuerdo —dijo, dirigiéndose al ascensor. Harry lo siguió, algo confuso.
—Piso 17 —dijo Harry en cuanto estuvieron dentro del ascensor.
Will lo miró e hizo una mueca.
—Ya lo sé. Administración. Evaluaciones de desempeño. Estás estresado porque vas retrasado con tus informes y tu computadora quedó atascada en la pantalla azul hace 23 minutos. Además, te quedaste dormido esta mañana, perdiste el autobús y derramaste el café (negro) en tu camisa favorita —levantó las comisuras de sus labios en señal de simpatía— . No estás teniendo un buen día.
Harry se quedó paralizado, una expresión de asombro en su cara.
—¿Cómo…?
Will rio por lo bajo, una risa que parecía un suspiro.
—Si te pidieran que explicaras por qué dos más dos suman cuatro te verías en problemas, ¿verdad? Y, sin embargo, sabes perfectamente que así es —hizo una pausa, hasta que Harry asintió— . Lo mismo pasa con mis deducciones: la observación y el análisis se han convertido, merced a la práctica, en una segunda naturaleza para mí —suspiró— . Las manchas de café y pasta de dientes en una camisa que por lo demás está tan bien cuidada habla de una mañana agitada, así como las salpicaduras frescas de barro en las perneras de los pantalones y el pequeño corte al afeitarse debajo de la oreja derecha —Harry rozó con sus dedos el punto en cuestión— . Manejas números y resuelves problemas, sueles usar computadoras por lo que el problema que te llevó a mí ha de ser uno que no sueles enfrentar, y hoy tienes menos paciencia de lo usual. Tengo fama de grosero, por lo que habrás dudado varios minutos en requerir mi ayuda; eventualmente te convencieron. Apuesto a que te envió Stan, no es el lápiz más afilado, pero sabe cuándo pedir ayuda.
—Asombroso —murmuró Harry. Will no pudo evitar ruborizarse, complacido del efecto logrado.
Cuando llegaron a su escritorio, Harry le mostró el problema, que Will resolvió en cuestión de minutos. Tras los agradecimientos de rigor, Harry lo despidió con entusiasmo:
—Nos vemos.
Will sonrió ligeramente y se retiró.
Para cuando llegó la hora del almuerzo, Harry no había dejado de hablar un segundo: toda su conversación giraba en torno a William Bell.
“Conocí a un tipo, trabaja en Análisis, puede hacer algo maravilloso. No sé cómo lo hace, es un genio.”
—¿Qué le viste al tal Bell? Es un cretino. Será por eso que a nadie le cae bien.
—¿Qué? ¿En serio? —Harry miró a su alrededor, encontró sólo señales de asentimiento a lo largo de la mesa— . A mí me pareció simpático.
Un resoplido de incredulidad saludó su comentario, por lo que decidió no insistir más en el tema.
Pronto aprendió que William Bell no tenía amigos, y que pocas personas en la oficina toleraban su presencia. Se lo tildaba de petulante, engreído, frío e incluso cruel. Tenía la costumbre de ventilar los secretos mejor guardados, no se sabía de dónde obtenía su información, y nadie confiaba en él. Harry había ido a visitarlo con creciente frecuencia, y Will se había mostrado sorprendido pero complacido al respecto. Harry lo había invitado a almorzar en varias ocasiones y habían mantenido animadas charlas mediante las que recolectó diversos datos acerca de su nuevo extraño amigo: su trabajo le aburría tanto como a Harry, disfrutaba de resolver misterios (para lo cual demostraba una habilidad sin igual), tocaba el violín y disfrutaba la música clásica. Harry podía imaginárselo con el instrumento bajo el mentón, tan delicado como los dedos que lo sostenían, perdido en la ejecución de dulces melodías. A su vez, él le contó de su pasión por las historias de amor, de su deleite por la naturaleza y los espacios abiertos, de su deseo de ser escritor. En cada encuentro, Will encandilaba a Harry con sus certeras deducciones, y él se divertía al ver cómo eran suficientes un par de comentarios halagadores para que el rubor apareciera en las mejillas pálidas de su altivo compañero. Compartían también el sentido del humor, por lo que no era extraño que la hora del almuerzo acabara con ambos doblados de la risa a causa de alguna ocurrencia o comentario sagaz de cualquiera de los dos.
Will intentó resistirse a los encantos de este nuevo e interesante desconocido que había aterrizado en su vida, pero pronto se dio cuenta de que todo intento sería inútil. Había caído por Harry Stewart en todo sentido: se había habituado al sonido de su voz, a su risa estrepitosa, sus sonrisas pícaras y miradas astutas. Harry lograba sorprenderlo, enternecerlo, fascinarlo. Era listo, gracioso, amable, encantador. Will solía pensar en él en la soledad de su departamento, se preguntaba qué opinaría sobre tal o cual tópico, qué respondería si le comentaba tal o cual cosa. Una noche de viernes se dedicó a planear la conversación que sostendría con Harry el lunes, forzó su mente a inventar subterfugios para hacerlo sonreír basados en aquello que había provocado su sonrisa en el pasado, la meta principal consistía en que Harry murmurara uno de sus halagos, esos que hacían que adoptara el tono de un tomate maduro y que las tripas se le retorcieran de placer. Consideró que un halago de cualquier otro no valdría lo que un halago de Harry. Y pensó más detenidamente en Harry, en la forma en que sus ojos brillaban cuando se reía, o los hoyuelos que se formaban en sus mejillas al sonreír, o el agradable aroma que solía desprenderse de las finas hebras de su cabello cuando se paraban demasiado cerca en el ascensor. Y entonces supo que estaba perdida y locamente enamorado de Harry Stewart.
Las semanas que siguieron, Will se torturó con el conocimiento de un amor que lo consumía y ninguna señal de que ese amor fuera correspondido. Gravitaba hacia Harry constantemente, buscaba su presencia, sin poder contener las largas miradas, los ligeros toques, los suspiros, las risillas nerviosas. Harry mantenía un trato amistoso, sin dejar entrever nada que sugiriera atracción y él era demasiado tímido para atreverse a ningún movimiento directo que pusiera al descubierto sus sentimientos ocultos.
La proximidad del 14 de febrero nunca le había molestado a William Bell. Hasta ahora. Iba a ser el primer San Valentín que tuviera que soportar enamorado, y sentía que le hervía la sangre.
Una mañana en la que se dirigía al escritorio de Harry más temprano de lo usual, escuchó a la que reconoció como la voz de Stan exclamar:
—¡Pero eres asexual!
—Eso no significa que sea también aromántico —se exasperó Harry— . No me interesa tener sexo, nada más que eso. Sería lindo tener a alguien a mi lado; alguien para hablar, y compartir mi vida. Alguien que me abrace, y me bese, y se acurruque conmigo en el sofá, y me tome de la mano durante una caminata por el campo —enumeró con voz soñadora; y al notar la dudosa expresión de Stan perdió toda esperanza de ser comprendido— : ¡Me voy a morir solo! —pronunció dramático y se derrumbó sobre el escritorio.
Will se imaginó como ese “alguien”, y sintió que sus pies se elevaban varios centímetros del suelo: tomar la mano de Harry, acurrucarse con Harry, abrazar a Harry, besar a Harry. Estaba dispuesto a ofrecerle el mundo entero a Harry, si él lo aceptaba; y el hecho de que él se lamentara de la falta de amor en su vida le rompió el corazón. Necesitaba que supiera que alguien lo amaba, desesperadamente. Proyectó un plan para ello.
Era 14 de febrero, y en el momento en que Harry abrió los ojos un rictus de amargura apareció en su rostro. Otro San Valentín sin amor ni romance en su vida, teniendo que soportar cómo los demás caían los unos por los otros, y lo restregaban en su cara. Se resignó a tener un mal día, esperando que transcurriera lo más rápido posible. Cuando llegó a su escritorio, el aire escapó de sus pulmones en un grito mudo, no podía creerle a sus ojos.
Frente a él se alzaba una hermosa caja, decorada con motivos de San Valentín: lazos, cintas, moños y corazones rojos se entrelazaban sobre el papel blanco y rosado. Uno de los corazones llevaba escrito con caligrafía elegante “Para Harry”. Miró a Stan y levantó una ceja; éste se apresuró a negar toda participación en el asunto, admitiendo estar tan sorprendido como él.
—Ábrelo, idiota —le urgió— , me estoy muriendo de curiosidad desde que llegué.
Harry se acercó con precaución, como si temiera que el regalo fuera a desaparecer si se mostraba demasiado brusco, y tiró del lazo lentamente, saboreando la sensación de abrir su primer regalo de San Valentín. Dentro de la caja reposaba un diario forrado en cuero color caoba, bellamente decorado con grabados de flores y pájaros, una correa lo rodeaba y cerraba con un broche con la forma de una mariposa. A su lado, una pluma hacía juego en color y estilo, las flores y aves la surcaban con delicadeza. Por último, Harry encontró envuelta en suave papel blanco una pipa de madera de color café oscuro, con ligeras vetas aquí y allá, brillante y pulida, sinceramente hermosa. Los tres objetos ostentaban H. J. S. seguidos de un pequeño corazón.
Harry estaba al borde de las lágrimas, y finalmente estalló en llanto cuando encontró la tarjeta. La misma mano elegante había escrito en tinta negra:
Mi querido Harry,
Debes de saber que la más extrema urgencia me lleva a dirigirte hoy estas líneas.
De haberse desarrollado los sucesos de otro modo, yo hubiera, hasta la muerte, escondido mis sentimientos en la solitaria prisión de mi corazón.
Mas no me es posible permitir que siquiera por un segundo de este día la amargura nuble tu ceño, y menos aún que te atrevas a dudar de lo maravilloso que eres.
Eres el ser más digno de amor que jamás he conocido; y, si estuviera en mi mano, cumpliría hasta el último de tus deseos, hasta la más loca de tus fantasías, sólo por deleitarme con la perfección de tu sonrisa.
Maldigo a la cobardía que ata mi lengua, aspiro a que la pluma pueda hacerte llegar, aunque más no sean algunos terruños de las montañas que se alzan en mi alma, dedicada por entero a ti.
Has logrado fascinarme como nada ha podido hacerlo antes, y no lamento ni un ápice el haber perdido completamente la cabeza por ti.
Espero haber podido alegrarte el día con esta pobre demostración de mi afecto.
Atte: Alguien que te adora en secreto.
No podía creerlo. Él había inspirado ese regalo perfecto y esas hermosas palabras; él, el simple Harry Stewart, producía sentimientos así de sublimes en otro ser humano. Su sonrisa no entraba en su rostro mientras miraba a Stan de hito en hito, perdido en éxtasis.
—¿Qué dice? ¿De quién es? —demandó saber Stan. Harry le mostró la firma de la tarjeta, todavía sonriendo.
—No sé quién es, pero debo averigüarlo —declaró Harry con la voz quebrada por la emoción— . Es lo más romántico que alguien haya hecho por mí.
—Hay que encontrar a Cenicienta —bromeó Stan.
Y Harry supo a quién debía pedirle ayuda si quería resolver este misterio.
✨✨✨
Todavía llevaba estampada la sonrisa en el rostro cuando se acercó al escritorio de Will por tercera vez en el día.
—¡Ahí estás! —exclamó con excitación— . Te estuve buscando todo el día.
Había estado evitando a Harry sistemáticamente. El regalo había servido a su propósito: Harry estaba feliz y se sentía amado, Will había observado esa sonrisa desde la distancia maravillado de haber sido él mismo el artífice de ese milagro, y el animalito que dormía en su pecho ronroneó satisfecho. Pero era éste un espécimen irascible, y Will sabía que no se podía confiar en él. Hasta ahora se había mantenido tranquilo, dormía tibio y perezoso en su interior y despertaba sólo para producirle un retorcijón de placer cada vez que Harry rozaba el dorso de su mano mientras caminaban, o suspiraba admirado de alguna deducción brillante, o le sonreía de ese modo reservado únicamente para él, esa sonrisa que le iluminaba todo el rostro. Sin embargo, ahora que se había permitido poner palabras a sus sentimientos, ¿qué haría la criatura? Temía su conducta en presencia de Harry. Al verlo entrar, el animalillo se desperezó y se relamió complacido.
—Ocupado —murmuró Will.
—Recibí esto — explicó Harry mostrándole la caja de regalo— . Y sé que puede parecer tonto pero… me preguntaba si querrías…
Harry estaba nervioso y, por un segundo, el juicio de Will se nubló de esperanza. Harry lo había estado buscando. ¿Sabía que había sido él? Usualmente ostentaba tanta confianza, ahora tartamudeaba, nervioso ¿por él? Y quería preguntarle algo… Sí, Harry, sí. Lo que sea que quieras de mí, mil veces sí.
—Necesito que me ayudes a descubrir de quién es —siguió Harry mirando al suelo, sus mejillas ruborizadas— . Eres un genio, sólo tú puedes ayudarme —completó mirándolo a los ojos, suplicante.
—¿Por qué es tan importante para ti? —preguntó Will, perdido en el candor de esos ojos azules.
—Nadie nunca me dio un regalo así —confesó Harry a media voz— . Es el primer San Valentín que recibo algo.
Eso rompió el encantamiento. Will dio un brinco de incredulidad.
—Eso no puede ser cierto —exclamó extrañado— . Eres tan dulce, y encantador, y… adorable, y… —balbuceó— . Me refiero a que de seguro le gustas a mucha gente —terminó la frase rápidamente, sus orejas se habían vuelto rojas.
—Claramente a alguien le gusto —respondió Harry sonriendo— . ¿Me ayudas?
—Déjame ver —se resignó Will, tomando la tarjeta y mirando el contenido de la caja— . Papel kraft. Tinta de bolígrafo común. Es un hombre diestro, educado y de clase media. Trabaja aquí, te conoce y te tiene un gran aprecio —recitó sin graduar el tono de su voz.
—¿Un hombre? —atajó Harry
—Sí —respondió Will, estudiando atento la expresión de su compañero.
—No es Cenicienta, entonces —rió Harry— . Más bien es el Príncipe Azul.
El pecho de Will dejó escapar un suspiro de alivio, mientras se liberaba el nudo que le había estado cerrando la garganta. A Harry no le molesta que su admirador secreto sea un hombre, pensó con un chispazo de esperanza.
—Sigue —le urgió Harry con una sonrisa— . ¿Cómo sabes todo eso?
Porque soy yo.
—Las tes están ligeramente torcidas a la derecha, mientras que las colas de las ges se dirigen a la izquierda. Diestro —aclaró Will, con cara de suficiencia— . La caligrafía y elección del obsequio hablan de un hombre educado. La cartulina y tinta son sumamente económicas; sin embargo, el cuero es real, la pluma es de calidad y la pipa es de madera de olivo (observa las vetas ligeramente verdosas sobre la madera). Estos objetos supusieron un gasto, por lo que ha de ser un hombre de clase media, capaz de pagar por tales ítems pero que no tiene para papel sofisticado o tinta cara. Ha de trabajar aquí, o se hubiera notado la presencia de un extraño en unas oficinas donde la mayoría de la gente se conoce entre sí. Además, de no ser empleado de aquí, lo más natural hubiera sido enviartelo a tu departamento. Claramente teme mostrar sus sentimientos, o te lo hubiera entregado directamente y hubiera firmado con su nombre. Lo que me lleva —suspiró— al afecto que siente por ti. Este regalo fue pensado específicamente para tu persona, Harry. Son cosas que responden a tus intereses, grabadas con tus iniciales, te conoce. Alguien que gasta tanto dinero en algo tan detallado y que, a pesar de sentirse aterrado, te lo ofrece como muestra de sus más íntimos sentimientos sin otra motivación que verte sonreír… Harry, este hombre te ama.
Harry se sentía maravillado. No sólo había presenciado otra de las brillantes deducciones de William Bell, sino que éste le había asegurado el amor: si Will lo decía, así era; él no solía equivocarse. Soltó un gritito de emoción, se sentía de nuevo como un adolescente. Las palabras se atropellaron en su boca:
—Un regalo tan hermoso… sólo para mí… es tan, tan dulce… es un príncipe… mi príncipe tímido —dijo con voz soñadora—. Tengo que encontrarlo —aseguró, sus ojos chispeaban de entusiasmo.
Will no pudo evitar sonreír. Eres adorable, Harry Stewart, pensó.
✨✨✨
Habían sido días enteros de escuchar a Harry balbucear acerca de su príncipe. Ya toda la oficina estaba enterada de la novedad, y había dejado de ser tema de chismorreo. Sin embargo, Harry no bajaba de su nube de algodón de azúcar, donde existía un hermoso príncipe que le enviaba delicados regalos y le dedicaba bellos poemas. Estaba viviendo su sueño, y no cabía en sí de la felicidad.
—¿Qué tal si no es como esperas? —lo cortó un día Will, sentado junto a Harry mientras almorzaban—. ¿Y si este tipo no es el príncipe que te figuras?
—Igualmente me gustaría conocerlo —le respondió Harry—. Le agradecería por su regalo. Correría el riesgo con tal de conocer a alguien tan dulce; aunque termináramos sólo como amigos.
Will lanzó un suspiro, considerando sus opciones.
—Él te contactará.
—¿Lo crees?
—Ya superó su timidez una vez. Comprenderá que mantenerse en el anonimato sólo logrará lastimarte, y volverá a ponerse en contacto contigo aunque le resulte una tarea difícil. Tenle algo de paciencia, ¿sí? —le rogó Will.
—Por supuesto, lo esperaré el tiempo que necesite —respondió Harry, una sonrisa de oreja a oreja— . Y estaré atento.
Y lo estuvo. El resto de la semana fue de prueba y error, Will maldecía entre dientes con cada intento fallido. Mientras tanto, Harry observaba con detenimiento a cada hombre con que se cruzara, intentando detectar a su príncipe oculto.
Esa mañana, revisó varias veces su escritorio sin encontrar ni un papel que no hubiera puesto allí él mismo. Cuando se retiró para usar el baño (pidiéndole a Stan que prestara atención a quien se acercara a su escritorio), Will vio su oportunidad. Se deslizó rápidamente en el baño e introdujo la tarjeta en el abrigo de Harry, colgado sobre la puerta del cubículo. Sabía que Harry siempre caminaba con las manos en los bolsillos al salir del baño, la encontraría fácilmente. Toda la operación le supuso unos cuantos minutos.
Querido Harry,
Sé que me estás buscando.
Te estaré esperando hoy a las 12 am en el bar de la esquina.
Harry leyó la tarjeta y gritó de emoción. Se la enseñó a Stan y corrió a contarle las nuevas a Will. Sin embargo, no lo encontró en su escritorio. Lo buscó en varias ocasiones, sin éxito, mientras las horas se arrastraban lentamente en su reloj. Con cada minuto que pasaba su excitación crecìa, y también sus nervios. Finalmente se hicieron las 11.45, y Harry se dirigió al ascensor. De camino abajo le envió un mensaje de texto a Will:
Voy a reunirme con él.
Deseame suerte.
😋
Al atravesar la puerta del bar, las tripas se le retorcieron de pánico. Era el momento, por fin conocería al Príncipe Azul que había estado esperando toda su vida. Escaneó el lugar, y reconoció una silueta alta y elegante sentada en una de las mesas. Se acercó apresuradamente, y se arrojó a la silla al otro lado de su mesa.
—¡Will! Te estuve buscando —exclamó emocionado—. ¿Cómo supiste que la cita era aquí? No le dije a nadie.
Will no respondió nada, se limitó a ruborizarse evitando la mirada de Harry. Éste repasó los hechos recientes, las piezas se acomodaron en su mente, y exhaló con incredulidad.
—Espera… oh por Dios —lo miró expectante—. ¿Tú eres mi príncipe tímido?
—¿Estás decepcionado? —preguntó Will, aún evitando sus ojos.
Harry se había quedado estupefacto, con la boca abierta e incapaz de parpadear.
—¿En serio sientes todo eso por mí?
Will levantó la vista por primera vez desde que Harry se sentara frente a él, y asintió con una mueca de resignación.
—Asombroso —murmuró con Harry, con esa sonrisa que Will tanto amaba, aquella que le iluminaba todo el rostro.
La sonrisa se contagió a su compañero, quien levantó las comisuras de la boca y se mordió ligeramente el labio en un gesto tan tímido que Harry lo encontró sencillamente adorable.
—Todavía estoy sorprendido —admitió Harry suavemente, y se estiró para alcanzar la mano que reposaba sobre la mesa. Will entrelazó los dedos lentamente, inseguro—. ¿Desde cuándo? —inquirió Harry, su corazón latía ligero en su pecho. Su cuento había tenido final feliz: había hallado a su príncipe.
—Hace algunos meses.
—Nunca dijiste nada.
—Pensé que no sentirías lo mismo —respondió Will con un encogimiento de hombros.
—Sí me gustas —dijo Harry—. Sabía que eras brillante, nunca pensé que pudieras ser tan dulce.
Will sonrió nuevamente, el rubor no había dejado sus mejillas desde que viera a Harry atravesar la puerta. Harry decidió que le sentaba de maravilla.
—Entonces —siguió Harry, y le dio un apretón a la mano que sujetaba la suya—, ¿quieres que convirtamos esto en una cita?
—Sí —respondió Will con una risilla.
—Bien —rio a su vez Harry.
El almuerzo transcurrió sin incidentes, y Harry se asombró de la naturalidad con la que se desarrollaron las cosas entre ellos. No se diferenció mucho de los almuerzos que solían compartir como amigos, con la adición de la tibieza de los dedos de Will sobre su palma, el amor reflejado en sus ojos, su adorable sonrisa. Y cuando, al salir del ascensor, juntó sus labios a los de su príncipe y sintió la dulzura de una boca que lo anhelaba con locura, que buscaba la suya con estudiada pericia y ferocidad animal, el deseo que lo azotó en oleadas húmedas y calientes lo dejó inestable al borde del abismo. Se regocijó en esos largos brazos que lo sostenían con firmeza; y, complacido, se dijo a sí mismo que la realidad puede ser mucho más extraordinaria que cualquier cuento de hadas.
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