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9

AGUSTIN

-¡Mónica! –exclamé sosteniendo su cuerpo.

La vi caer rendida sobre sus rodillas. Desolada, sabía cuánto amaba a su amiga, cuánto la amábamos todos.

-Lo sabía –repetía una y otra vez.

-Señorita Mónica, el joven Rafael se la llevó por la fuerza la noche de ayer, él –hizo un silencio antes de volver la vista hacia nosotros- golpeó a la señorita Sara frente a sus padres.

-¡Qué! –volvimos a gritar ambos.

-Ellos no hicieron nada para defenderla, ella estaba destrozada, él se la llevó, se llevó a mi niña debido a la codicia de sus padres –lloró quebrándonos a todos.

-Berta, ¿Dónde? –balbuceó Mónica hipando por el llanto.

-No lo sé señorita, no pude averiguar más –susurró agachando la cabeza- debo irme o me despedirán.

-Gracias Berta –habló Mónica con un hilo de voz.

-Sé que ustedes harán que ella regrese –sentenció antes de volver a la mansión.

-Son unos malditos hijos –comenzó a maldecir Mónica.

-La traeremos de regreso –afirmé.

Sentí los brazos de Mónica abrazar mi cuerpo y su rostro esconderse en mi cuello. Sus lágrimas bañaron mi hombro lentamente, mis manos acariciaron su cabello y espalda al mismo tiempo. Ambos estábamos rotos, habíamos perdido el rastro de nuestra amiga. Nuestra pelirroja se había ido.

-Rafael –balbuceó alejándose de mi cuerpo.

Sorbía su nariz y fregaba su rostro con rabia apartando las lágrimas de sus mejillas.

-Ese miserable nos debe dar razón de ella –habló limpiando su nariz enrojecida.

-No podemos simplemente...

-¡Claro que podemos! –exclamó elevando su mirada hacia la mía.

En aquel momento veía bailar a la tristeza junto con la ira y el dolor en ella. Sentí una necesidad de abrazarla y consolarme a mí mismo en ese gesto.

Pero no hice movimiento alguno, la vi girar sobre sus pies y tomar rumbo hacia la mansión de Rafael.

-¡Sí que es de armas tomar! –susurré riendo- ¡Espera! Mónica...

-¡Camaleón que se duerme es cartera! Corre –sentenció apretando el paso.

Caminé más rápido hasta igualar su paso, me preguntaba que estaría maquinando esa mente suya. A veces sorprendía la capacidad de crear escenarios que tenía.

-Lo supe desde el momento en que ocultó –comenzó a hablar agitada- lo de la deuda de su padre.

-¿No lo sabías? –cuestioné curioso.

-No, de haberlo sabido la habría obligado a huir en ese momento –suspiró pesadamente- no iba a dejarla cubrir la mierda de su padre una vez más.

-Entonces, por qué –susurré.

-Porque te quería, no deseaba perder tu amistad, tampoco quería dañarte, entendió que tu mente estuviera colapsada y la culpabilidad la mataba –soltó deteniéndose para girar y verme- Sara, ella jamás se perdonaría dañar tu mente por su inclinación sexual, Agustín, ella terminó contigo por el maldito trato de su padre, lo de Mariana fue algo que explotó a causa del estrés que cargaba –terminó de explicar.

-De no ser así, ella hubiera continuado la relación...

-No, tampoco vayas por ese camino, lo hubiera hecho, pero de una mejor manera, no lanzando una bomba como lo hizo contigo ese día –habló convencida de la lealtad de su amiga.

-Ella, sabía de su inclinación sexual antes de...

-Desde pequeña, Sara hizo lo que se suponía y debía hacer, decía lo que debía, comía lo que debía, oía lo que debía, jamás nadie se preocupó por lo que Sara sentía ¿Sabes cuál es el color favorito de Sara? –cuestionó viéndome con tristeza.

-El blanco –dije con firmeza.

-El rojo, Agustín, era el rojo –suspiró negando- Ella fue criada con la idea de que para encajar con todo el mundo debía aceptar como suyo lo que la mayoría decía ¿entiendes?

-Pero...

-Ella era feliz contigo, se sentía libre, aceptada, contenida, amaba lo era ella al estar a tu lado –continuó explicando ante mi mutismo- nunca jugó contigo, jamás quiso dañarte, ella se descubrió y aceptó a sí misma junto a ti.

-¿Cómo? –cuestioné confundido.

-Jamás la obligaste a hacer algo, nunca la callaste, siempre la aceptaste tal y como era, eso la ayudó a aceptarse a sí misma...

-Ella...

-Ella desde niña se sintió fuera de lugar, fue objeto de la furia de sus padres cada vez que quería hacer o decir algo que a ella le gustaba.

-Mónica...

-Por ese motivo te eligió, pero no para que la salvaras, sino para que la perdonaras por el dolor que te causó, ella –detuvo su diatriba para limpiar sus lágrimas- ella jamás daría la espalda a sus padres, esa tonta –susurró derrotada.

Aquella revelación me dejó en jaque una vez más. Si ya bastante me había asombrado entender lo complaciente que era Sara, entender el por qué lo hacía más doloroso.

-Es un infierno –susurró reanudando la marcha hacia la mansión de Rafael.

-Infierno es el que estará viviendo en manos de ese monstruo –mascullé con las manos hechas puños.

Acompañados de un silencio tortuoso, cada uno inmerso en su mundo, de seguro al igual que yo, ella buscando la salida más viable para salvar a Sara.

Salimos lentamente del parque para adentrarnos en la zona urbanística más cara de la ciudad, nuestros ojos asombrados admiraban a las mansiones competir la belleza de una con la otra. Diseños de jardines, fuentes, arboledas, estatuas, rejas con diseños góticos, pórticos con estilos griegos y románicos.

-¡Que derroche de...

-Ya entendí Mónica, es una literal porquería todo este despilfarro –gruñí molesto.

Si bien nuestras familias tenían un poder adquisitivo alto, no realizábamos ese tipo de ostentación, preferíamos disfrutar nuestro dinero de otra manera, aquello frente a mis ojos lo percibía repulsivo y excesivo.

-Es esa –añadió señalando la mansión que buscábamos.

Apuramos el paso y al cruzar la calzada un par de guardias de seguridad fijaron su mirada en nosotros.

-Gorilas al frente –masculló con pesadez Mónica.

Al igual que yo, la poca paciencia con la que cargábamos se había acabado desde que abandonamos la mansión Márquez.

-¡Alto! –gritó uno de ellos dándonos alcance.

-¿Y ahora qué? –habló Mónica con hartazgo.

-No pueden pasar.

-¿Quieres ver que si puedo? –sentenció firme.

-Está prohi...

-Y un cuerno –interrumpió al gorila esquivando su cuerpo.

-¡Mónica! –grité al ver que otro salía a su encuentro- ¡Suéltenla! –ordené al ver que la tomaban del brazo con fuerza.

-¡Está bien! Quietos ahí –oímos hablar a un hombre.

Al levantar la vista mis ojos se clavaron en aquellos grisáceos que observaban la escena estupefacta.

-¡Sara! –gritó Mónica tratando de librarse de los guardias.

-¡Largo de aquí! –exclamó con voz entrecortada.

-¡No sin ti! –replicó con furia Mónica.

-¡Que no los necesito ni quiero ver aquí! –volvió a hablar.

Mis pies parecían haberse clavado al suelo, nopodía reaccionar, Sara, la que estaba frente a nosotros, no era ella.

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