3
AGUSTIN
No podía creer lo que veían mis ojos, la traición era nada comparada con la decepción que sentí al ver aquella escena.
Mi hermana, mi compañera de toda la vida, había besado a la que hasta hace una hora atrás era mi novia.
—No debí, soy una pendeja... —la oí decir agitada.
Y lo era la muy guarra, joder, que me había visto lo destrozado que estaba y venir a hacer esto.
—No, tienes razón, Mariana –comenzó a hablar Sara— no debió suceder, tu hermano, es una persona muy importante para mí, alguien a quien aprecio mucho, aunque no lo ame... como te amo a ti –¿alguna vez me amaste Sara?
Escuché sus pasos acercarse a la puerta del estudio y opté por completar mi cobardía, hui escondiéndome tras un mueble que había en el pasillo.
Al verla salir de la casa y viendo que mi hermana no salía del estudio decidí salir de mi escondite y acercarme hasta ella.
Tratando de hacer el menor ruido posible abrí la puerta, y allí estaba, sentada en el suelo, sobre la alfombra con dibujos extraños que tanto cuidaba mamá. Hecha un ovillo, abrazando sus piernas y sorbiendo su nariz.
En mis dieciocho era la primera vez que la veía llorar tan desconsoladamente, quise con todas mis fuerzas ser duro, ser hiriente con ella por lo que había hecho, pero verla así me desarmó.
-Soy una pendeja, Agus –susurró sin verme.
-Dime algo que no sepa –hablé sentándome junto a ella.
-No sé qué me pasó, yo...
-Antes que nada, límpiate los mocos que mamá te matará si manchas su alfombra favorita –dije intentando detener su llanto.
-Eres un imbécil consolando, ¿sabías? –rio de mi ocurrencia.
-Es más de lo que mereces en este momento, no presiones –añadí golpeando suavemente mi hombro con el suyo.
Vi como lentamente iba cesando su llanto dejando su nariz roja como siempre que lloraba demasiado sucedía.
Solté una carcajada tan fuerte tomándola por sorpresa, giró confundida viéndome reír sin parar.
-¿Es otro de tus ataques? –cuestionó nerviosa.
-Tu nariz, tonta –señalé golpeándola suavemente.
-Ya me asustaste, Agus –susurró acercándose- lo siento tanto, hermano...
-Oye, no decidimos de quien enamorarnos, además, te detuviste, aceptaste ser una pendeja –comenté tomando su mano.
-Ella también lo hizo, pero sé que hay algo más Agus...
-Aclaremos algo, Mari, que te haya perdonado a ti no implica que la perdone a ella también –expliqué con voz dura.
-Agus, es muy difícil sentir lo que sentimos, imagínate expresarlo, demostrarlo y decírselo a alguien con quien estamos compartiendo tanto, como tú y ella –habló en tono conciliador.
-No la justifiques, ella te eligió a ti sobre mí.
-Ella no me eligió, Agus.
-¡Te besó!
-Yo lo hice primero, ella sólo estaba explicándome la situación y de un momento a otro, yo...
-¿Tú? –pregunté nervioso y aturdido.
-Todo cayó en su lugar en ese momento, Agus, siempre me mantuve al margen de tu relación, no porque ella me cayera mal –comenzó a decir apartándose.
»Su presencia me ponía nerviosa, fueron varias veces que me encontré viéndola fijamente mientras hablaba contigo, veía sus ojos, su cabello y me perdía en esa visión.
Observé con detenimiento su rostro iluminarse conforme iba enumerando las cualidades que Sara tenía. ¿Me vería de la misma manera cuando hablaba de ella? ¿Es eso acaso estar enamorado?
-Cuando dijiste aquello de fenómeno –continuó hablando- por un momento me puse en su lugar, cómo se sentiría en ese momento, y su rostro me lo dijo todo –terminó de decir con un susurro.
-Fue la estupidez del momento, realmente no lo siento así –confesé afligido.
Realmente no lo creía así, tampoco entiendo mucho qué fue lo que se cruzó por mi mente para tener ese arranque de ira. Joder, que había destrozado todo a mi paso en un segundo, aquello me estaba preocupando.
-Yo tampoco sabía que tenía esos gustos, Sara fue la única mujer que atrajo mi atención en todo este tiempo –aseguró cubriéndose el rostro con las manos- siempre me fueron los hombres, corté con Andrés hace menos de un mes y por motivos completamente diferentes –añadió dando vueltas por el estudio.
-No te mortifiques, Mariana, nuestra mente hace clics en los momentos menos esperados, mira nada más el desmadre que provoqué hace un momento –dije con calma.
-Respecto a eso, ¿Qué hora es? –dijo mirándome nerviosa.
-¡Mierda! –mascullé dirigiéndome a la puerta.
-¿¡Pero qué demonios pasó aquí!?
-Ya la cagamos bro –susurró tomando mi mano yendo hacia la cocina.
-¿Quién lo hará? –habló mamá con las manos en jarra.
-¿Hacer qué? –secundó papá llegando hasta ella- ¡Jo...der!
Su risa estalló en el aire haciendo que mamá desviara su rabia momentáneamente hacia él.
-Oh no, no me veas así que el desmadre aquí lo ha hecho otro y no yo –dijo levantando las manos.
-¿Van a explicarme?
-Puedo hacerlo mientras ordeno –dije dando un paso delante de mi hermana.
-Soy toda oídos.
-Terminé con Sara, tiene los mismos gustos que yo y no somos compatibles –comenté mientras buscaba los elementos para barrer aquel desastre de vidrios y alimentos.
-Ok, el blanco no es...
-¡Qué tiene que ver el blanco! –cuestioné hastiado.
-Es que siempre que hablaban de colores todo era blanco...
-No mamá, a Sara le gustan las mujeres –solté la bomba, ya que.
El silencio a mi espalda era tal que abandoné la tarea de recolección por un momento.
Al girarme los vi con los ojos desorbitados y la mandíbula desencajada.
-¡Que no es tan grave joder! ¿O si? –dije volviéndome hacia Mariana.
Ella mantenía la cabeza gacha, la mirada fija en la miga que descansaba sobre la baldosa, era tan interesante cual lingote de oro para ella en aquel instante.
-¿Mariana? –habló mi madre viéndola fijamente.
-Es ella –susurró sin levantar la mirada.
-¿Cómo estás? –preguntó viéndome.
Abrí los brazos señalando el desastre de la cocina al tiempo que elevaba los hombros. Realmente era así como me sentía, roto, desastrosamente confundido, sintiéndome poco hombre, culpable, en fin, un desastre.
Sentí la calidez de mi madre rodearme lentamente, escondí mi rostro en su cuello y esta vez no fue la furia la que se posesionó de mi cuerpo sino un llanto descontrolado, acompañado de un sinfín de ¿Por qué? ¿Tan poco hombre soy? ¿Por qué a mí? ¿Por qué ella? ¿Mi hermana?
-Libera todo, mi vida, luego hablaremos y entenderás todo –susurró acariciando mi cabello.
-No quiero entenderlo, quiero olvidarlo, necesito olvidarlo.
Era un chico de 18 años, Sara había sido mi primera novia, mi primer intento y ya la había cagado, tanto costaba entender eso, cómo me sentía, el caos mental colapsado que experimentaba y aumentaba conforme los segundos pasaban.
Estaba al borde de un nuevo estallido, lo sentía, el calor, la sudoración, el dolor en el pecho, esa furia que rogaba por salir de mi cuerpo.
-¿Agus? –oí la voz lejana de mi madre.
-¡Suéltame!
Gruñí empujándola lejos de mí. De no haber estado mi padre cerca, joder, ¿Qué había hecho?
-¡Déjenme solo!
Comencé a correr puertas afuera de la casa, corrí, sin mirar atrás, crucé calles a ciegas, las bocinas de los coches no importaban ni me detenían.
Al borde del colapso mental y pulmonar decidí frenar mi loca carrera, con las manos apoyadas en las rodillas intentaba que el aire llegara a mis pulmones una vez al menos.
-¿Agus?
Esa voz, giré lentamente hacia ella, viéndola a los ojos, tragué lentamente y sentí arder la garganta.
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