13
-¿Qué es lo que lamentas, Rafael?
Quedó estática en su lugar tratando de ocultar su desnudez de la mirada lujuriosa del hombre que avanzaba implacable hacia ella.
-Todo esto, Sara –habló con la voz más ronca de lo usual.
-Detente –añadió la mujer retrocediendo.
-No quiero que me temas, Sara –avanzó a grandes pasos.
La detuvo justo a tiempo antes de que volviera a entrar al baño. Se sorprendió al tenerla entre sus brazos, completamente desnuda, se perdió en el perfume a rosas que desprendía su cuerpo.
-¿Qué haces? –inquirió ella temerosa.
Por un momento olvidó quien era el hombre que la tenía presa, sus acciones dentro de esa habitación no eran para nada coincidentes con las que había vivido fuera de ella.
-Déjame, por favor –susurró continuando con la nariz en sus cabellos.
La mente de Sara era un completo caos, debería de pasar sus días junto a un psicópata bipolar, o qué diablos sucedía en la mente de Rafael.
-Rafael, me asustas –susurró incómoda removiéndose.
-No soy de quién deberías temer –habló él girando el cuerpo de la chica.
Las grises miradas se conectaron, vio como los ojos de la mujer, aun atrapada entre sus brazos, se abrían con total asombro.
-Rafael –susurró sonrojada.
-Hmm –el ronco sonido llegó a los oídos de ella estremeciéndola.
Ninguno de los dos rompió el contacto y un brillo especial se instaló en los de él al tenerla al fin a su lado.
-Estoy desnuda –volvió a hablar con la voz entrecortada.
-Lo sé –replicó él con una sonrisa tierna.
Levantó la mano hacia ella, quería acariciar su rostro sonrojado, pero la reacción que obtuvo de ella no fue la esperada.
Sara cerró los ojos, esperaba el golpe, lo vio venir cuando Rafael levantó su mano hacia ella.
-¿Sara? –oyó la voz quebrada de Rafael.
Abrió lentamente primero un ojo, tenía sus pequeñas manos cubriendo su rostro, al abrir sus ojos por completo, el rostro de Rafael la veía con tristeza.
Se alejó lentamente levantando las manos, negando repetidamente, balbuceando palabras nuevamente inentendibles para ella.
-¡Basta! –oyó el grito retumbar en las paredes.
Giró sorprendido al ver que era Sara quien se acercaba ahora amenazante hacia él.
-Te conozco, Rafael –comenzó a decir al tiempo que lo empujaba con su dedo.
-¿Segura? –desafió él retrocediendo.
-Desde que te regalé aquel Nintendo en tu doceavo cumpleaños –dijo ella.
-¿Recuerdas? –susurró sorprendido.
-Por supuesto que sí, luego de eso me seguías a todas partes, nada podía pasarme, eras un jodido guardaespaldas –declaró ella agitando las manos.
-Sara –dijo él más serio.
-¡Qué!
-Sigues desnuda –tartamudeó cayendo a la cama.
-¿No es lo que querías? –con la pregunta bailando entre la duda y el enojo.
-Si supieras –masculló él tapando su boca volteando el rostro.
Sintió los pequeños pasos alejarse, trató de controlar sus impulsos todo el tiempo, incluso cuando la abrazó y su perfume lo embriagó más que cualquier bebida costosa que haya probado antes.
Soltó el aire contenido en sus pulmones antes de sentarse en la cama, apoyó sus codos sobre las piernas mientras frotaba su rostro con las manos.
-Ya –oyó acercarse a su pelirroja –ahora habla.
La vio con un par de pantalones cortos de mezclilla y una remera básica blanca de tirantes, las mismas pecas que bañaban su rostro también bailaban sobre sus omóplatos descubiertos.
Se acomodó mejor en la cama golpeando el lugar a su lado, incitándola a sentarse junto a él.
-No voy a morderte –habló con desánimo.
-Rafael, me golpeaste frente a mis padres, hiciste que corriera a mis amigos, volviste a...
-Lo sé –la interrumpió cubriendo su rostro- Lo sé y te pido perdón por eso.
-Me estás volviendo loca, Rafa –insistió ella.
-¿Notaste un patrón acerca de los lugares que nombraste? –dijo soltando el aire que contenía.
-¿Patrón? –repitió ella sin entender.
-En este momento, ¿cuál es mi comportamiento? –preguntó acercando su mano a la de Sara.
-Sólo ante, -comenzó a atar hilos en su cabeza- personas, mis padres, los guardias, tu padre, Rafael...
-No quiero hacerlo Sara, fui tu jodido guardaespaldas durante años, más aún luego de que...
-De que mi padre supiera de las deudas de juego que acarreaba tu padre.
-¿Qué tiene que ver en todo esto? –comentó dudosa.
-Todo, Sara, tu padre lleva años pidiendo préstamos a mi padre –dijo levantándose de la cama.
-No, ha sido esta vez...
-Sara, -se volvió hacia ella tomando su rostro en las manos- tus padres son todo menos ricos, han vendido, estafado, todo para mantener su supuesto nivel social.
-Rafael...
-¡Te vendieron, Sara! –exclamó entre dientes con la rabia contenida.
Ella lo sabía, ella lo entendía, pero no lo asimilaría hasta ese momento, cuando alguien más se lo gritara en la cara.
Las lágrimas comenzaron a enrojecer su grisácea mirada, Rafael se odió por ponerla en aquella situación, pero debía hacerlo.
-Lo lamento, pequeña –susurró cerrando sus brazos alrededor del cuerpo de Sara.
No podía creerlo, todos sabían, todos se daban cuenta, todos sentían lástima por ella, ¿acaso alguien era realmente sincero? Quizás...
-Déjalo salir, princesa –susurró quedamente Rafael sintiendo las convulsiones del llanto.
-¿Acaso tú eres el único sincero en toda esta mierda? –masculló con la voz cargada de rabia.
-No lo sé, -contestó él- sólo sé que no haría nada que te dañara por voluntad propia –sentenció firme.
-Quiero la verdad, Rafael.
Hablaba entre hipidos que el llanto causaba en ella, Rafael la cobijó entre sus brazos.
Escondió su rostro en el pecho del hombre, aspiró su aroma, se dejó llevar por los sentimientos que afloraban en ella y lloró, por todo, por nada.
Sintió sus piernas aflojarse y como Rafael la sostenía llevándola junto con su cuerpo a recostarse en la cama.
Intentó separarse de ella, pero le fue imposible hacer que ella soltara su polo. Restregaba su rostro contra ella negando una y otra vez.
Le dolía verla de esa manera, tan vulnerable, tan dolida, tan triste y no ser capaz de mitigar al menos un poco de aquel sentimiento en ella.
-Estoy aquí, contigo, Sara –habló tratando una vez más de ver su rostro.
-Quiero irme Rafael, lejos, huir de toda esta mierda –dijo entre hipos.
-Y yo voy a ayudarte a que lo logres –habló él sorprendiendo a la mujer.
Había logrado que se separara de él, tomó el rostro de la mujer que amaba en sus manos, estaba dispuesto a arriesgarlo todo por ella.
-Rafael, no entiendo.
-Con que me entienda yo, es suficiente.
Se perdieron en sus miradas y cual ladrón que aprovecha cualquier descuido, asaltó los labios de Sara, quien diría y quizás por última vez.
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