11
Asco, dolor, frustración, ira, un cúmulo de sensaciones y sentimientos bullían en el interior de Sara.
Los labios de Rafael se movían sobre los de ella sin piedad, rápidos, dolorosos. Mordían, succionaban los míos.
-¡Colabora con un demonio! –gruñó dejando de besarme.
Continuó con el camino hacia la habitación en la que la había dejado encerrada la noche anterior.
Lujosa por demás, una jaula de oro en todo su esplendor. Las paredes en un rosa pastel, cortinas con flores estampadas, una gran cama con dosel y cubierta de sábanas de seda.
Jaula de oro.
Jaula de oro.
Jaula de oro.
Repetía en su mente una y otra vez, cuando lo vio abrir la puerta con fuerza y sintió su menudo cuerpo chocar contra el suelo cubierto por una alfombra roja.
-¿Por qué? Dime por qué te encanta hacerlo todo tan difícil –exclamó acercándose a ella lentamente.
-Rafael, tú sabes el por qué, eres tú quien...
-¡No! Eres tú, jamás me has tenido en cuenta, jamás reparaste en mi existencia, he intentado más de mil veces acercarme con decencia y respeto hasta ti, pero jamás tu mirada o tu sonrisa eran para mí –confesó hablando casi sin respirar.
Su gesto cansado, si no lo conociera diría que hasta estaba sufriendo un poco con todo este teatro. Visiblemente agitado, su pecho subía y bajaba, su boca ligeramente entreabierta era en cierto modo atractivo.
-Sara –susurró colocándose de cuclillas a su lado.
Acarició su mejilla suavemente, no sabía cómo reaccionar a esos cambios de humor, no lo entendía, ¿qué pretendía obtener con todo esto?
-Tengo miedo –confesó ella sin darse cuenta.
-¿A qué tanto le temes? –susurró sin apartar su mano de la mejilla de la pelirroja.
-Eres consciente de mi inclinación sexual –intentó explicar.
-¿Eso le decías a Agustín cada vez que te besaba? –acusó con dolor.
-Es difícil de explicar –murmuró agachando la cabeza.
-Mírame –ordenó colocando sus dedos en su mentón.
Al levantar la vista fue presa del asombro, no había visto aquella mirada pura en Rafael en mucho tiempo.
-Explícame –instó sentándose junto a ella en la alfombra.
-Con Agustín jamás pasamos de los besos y arrumacos, Rafael –confesó con un hilo de voz.
Su mirada se clavó en la de la chica sin pestañear.
-Agustín sabía...
La vio negar repetidas veces sin apartar la mirada de la suya, su entrecejo se frunció levemente, confusión, ese era el sentimiento que su rostro reflejaba.
-No entiendo, entonces tú...
Ella entendió su pregunta silenciosa, y afirmó confirmando que jamás había tenido relaciones sexuales con nadie, de ningún sexo o género.
-Eres virgen –susurró poniéndose de pie.
-Yo...
Con la duda e incertidumbre remolineando en su pecho, el menudo cuerpo de Sara intentó ponerse de pie, pero el gesto de Rafael la detuvo.
Giró sobre sus pies murmurando palabras sin sentido, mascullando, agitando sus brazos en el aire.
-¿Rafael? –llamó ella desde su sitio sin lograr entender su bipolaridad.
Giró a verla y sin mediar palabra abandonó la habitación cerrando la puerta de un golpe, haciendo que temblara hasta el dosel de la cama.
-¿Y ahora? –susurró Sara cayendo de espaldas sobre la alfombra.
¿Qué diablos había sucedido en aquellos minutos? Los golpes, los insultos, los tirones de cabello.
-¡Qué diablos! –exclamó golpeando la alfombra.
Es un maldito psicópata o qué, pensaba viendo la lámpara que colgaba del techo de la habitación.
Negó levantándose lentamente de la alfombra, sacudió su ropa antes de dirigirse hacia el baño. Necesitaba una ducha con urgencia.
Caminó arrastrando sus pequeños pies enfundados en sus zapatillas blancas y una sonrisa nostálgica brotó de sus labios al recordar a Agustín, Mónica...
-Mariana –susurró abriendo la puerta del baño.
Se adentró en el observando con detalle todo a su alrededor, las baldosas blancas que lo adornaban, el mobiliario moderno y los finos acabados en madera. El cristal que separa el recinto de la bañera.
Abrió con cuidado un gabinete encontrando en su interior cepillo de dientes, en su empaque cerrado, al igual que jabones, champú, y lociones.
-¿Acaso lo tenía todo preparado? –se preguntó acariciando cada uno de los enseres con la yema de sus dedos.
Encontró un par de aceites aromáticos y un baño de burbujas.
-Rosas –suspiró tomándolo en sus manos antes de dirigirse hacia la bañera.
Giró los grifos dorados oyendo el sonido del agua cayendo, tentó con sus dedos la temperatura de la misma hasta sentirla a gusto.
Se alejó y comenzó a quitar su ropa lentamente de su cuerpo, cavilando en todo lo que había acontecido en su vida en las últimas 48 horas.
Era demasiado para ella, para sus 16 años y tenía miedo, sentía un terror instalarse en su ser.
Los cambios de temperamento tan inusuales de Rafael, el haber confesado que era virgen, aquello suponía un error demasiado grande.
Aún no se fiaba del cambio de Rafael al conocer su debilidad.
-¿Por qué se fue? –se preguntó entrando en la tina.
Dejo que el agua templada cubierta de burbujas oliendo a rosas la calmara, cerró sus ojos deseando que todo aquello fuera nada más que un mal sueño, que al abrirlos estaría en su hogar.
Una mueca de tristeza se instaló en su rostro al recordar que aquel lugar tampoco era seguro para ella.
Si fueron capaces de cambiarla para conservar su nivel de vida de lujos y gustos caros, aquello jamás fue su hogar.
En su mente volvían las imágenes de las veces que se vio maltratada y humillada por sus padres, cayendo en la cuenta de que fueron más las veces que se vio en esa situación que aquellas en las que sus padres se dirigieron hacia su persona con algo de cariño, respeto o admiración.
-Debí escucharte –susurró sin abrir los ojos recordando la oferta de Mónica.
Huir si era una opción más que viable, se sentía una completa idiota al dejarse manipular por sus padres, y ahora.
-Fuerte, es todo lo que debes ser –afirmó tratando de convencerse a sí misma.
Sin prisa alguna salió de la tina viendo las burbujas escurrirse por su cuerpo desnudo.
-Lo dicho, eres una tonta –masculló con rabia.
Rebuscó entre los anaqueles del baño alguna toalla para poder secar su cuerpo, pero no la encontró.
Giró sobre sus pies tratando de hallar otra solución más que salir desnuda a la habitación en busca de una toalla o bata de baño para cubrirse.
Refunfuñando y soltando un largo suspiro abrió la puerta del baño.
Ahogó un gritó con sus manos cubriendo su boca al ver aquella escena ante sus ojos.
-Lo lamento –masculló Rafael antes de comenzar a caminar hacia ella.
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