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Ella no los trataría jamás de esa manera, no les gritaría ni suplicaría que se largaran de allí.

-¡Basta! –bramó Agustín, con lo poco de fuerza que tenía- Basta, Sara, para con esto, deja de ser utilizada con un demonio –gruñó molesto.

Los ojos de Sara lo vieron esperanzado por unos segundos, pero duró lo que dura un suspiro. Agustín veía las manos temblorosas y lo rígido que permanecía su cuerpo por el toque de Rafael.

-No perteneces aquí...

-¡Y dónde diablos pertenece según tú! –dijo Rafael con ironía.

-Donde la hagan feliz y tú no eres específicamente quien lo hace –dijo Agustín con más seguridad dando un paso al frente.

-¡Es así, Rafael sabes que Agustín tiene razón! –afirmó Mónica a su lado.

-Pues veamos qué opina la protagonista principal, a ver "amor" –habló acariciando la mejilla y los labios de Sara- diles, ¿qué harás? –la instó empujando su cuerpo hacia nosotros.

-No tienen nada que hacer aquí, es mi decisión, es mi vida, jamás les dije nada, Mónica, tus padres son un par de homosexuales que se las dan de libertinos y mente abierta, sin saber el daño que le están causando a su hija al crecer así, siempre me causaron asco y molestia, los soporté solo porque te utilizaba para mantener mis necesidades psicológicas cubiertas, por el resto, no soporto tu supuesta "vida perfecta" –habló fijando su vista en Mónica gesticulando las comillas con las manos.

-¡Mientes! –bramó negando la aludida- pero te dejaré repetirlo hasta que te lo creas, Sara, nadie te conoce como yo.

-Por eso no sabías que esto sucedería –ironizó alzando los brazos- acéptalo, los usé, eran mi salida perfecta, ¡los usé! –repitió con más ímpetu.

Mónica clavó su mirada en Rafael, desafiante, se acercó hasta dónde los gorilas le permitieron.

-Tú, pedazo de basura, esto no se quedará así, te denunciaremos...

-¿Bajo qué cargos, Mónica? –interrumpió Sara nuevamente.

-Secuestro, maltrato, violencia de género –comenzó a numerar con los dedos de la mano.

La risa cínica llenó el aire que nos rodeaba sorprendiéndonos a todos, ya que, no era Rafael de quién provenía.

-¿Sara? –preguntó Mónica confundida.

-¿Secuestro? He venido por voluntad propia, ¿ves esto? –dijo mostrando una sortija en su dedo.

-¡No! Eres una...

-Soy la señora de Rafael, no, esperen –dijo llegando frente a nosotros- soy su esposa –anunció solemne mostrando la sortija.

Agustín incrédulo buscó con urgencia los ojos de Sara, ellos no mentirían, ellos eran puros y transparentes, al menos así los recordaba él.

-Sara...

Murmuró Mónica dando pasos hacia atrás.

-¿Algo más que agregar? –preguntó fijando su vista en la de Agustín- ¿Agustín?

-Esto no será eterno, volverás con nosotros –susurró sin desviar la mirada.

Realmente vio el dolor en su mirada, sabía que todo era un teatro para alejar a sus amigos de ese lugar, para proteger su amistad a costa de su felicidad.

-Repítelo hasta que te lo creas, Quinteros –habló Rafael tomando de la cintura a su ahora esposa.

La molestia era notoria, más aún al ver lo rígida que se volvía su postura al sentirlo cerca.

Lo dejarían estar, por ahora.

Agustín giró sobre sus pies encontrándose con el rostro cubierto de lágrimas de Mónica.

Se acercó hasta ella para abrazarla y consolarla.

-No es ella, Agustín, está sufriendo, lo sé –susurró sin apartar la vista de su amiga.

-Lo dejaremos así, por ahora –habló a su oído- volveremos por ella, es nuestra, no suya –sentenció girando a ver hacia la mansión.

Vio como Rafael empujaba a Sara hacia la mansión una vez, la guiaba hacia su cárcel y la impotencia se adueñó de ambos una vez más.

-Muy bien hecho –susurraba Rafael en el oído de Sara.

-Eres un malnacido –espetó ella con rabia.

El portazo resonó en el amplio recibidor de la mansión, al igual que su cuerpo cayendo de bruces en el impoluto y blanquecino suelo de mármol sobre el que yacía ahora ella.

-Creo que los modales que no te enseñaron tus padres –habló tirando de su rojiza melena- te los enseñaré yo a partir de ahora –sentenció lamiendo su cuello hasta el lóbulo de su oreja.

El asco crecía dentro de Sara como un torrente incontenible, veía a su alrededor tratando de perder su mente en alguno de los paisajes que mostraban los cuadros colgados en la sala de la mansión.

Rafael sería implacable con ella, el infierno que ella había pensado que sería, ahora quedaba pequeño frente a lo vivido en las horas pasadas.

Sintió los dientes de Rafael clavarse en su oreja con tanta fuerza que un quejido de dolor abandonó su boca inconscientemente, se había jurado que no le daría la satisfacción de verla llorar, suplicar o doblegarse ante él.

-¡Aprenderás! –gruñó tirando de su cabello para obligarla a ponerse de pie.

Un gesto de dolor cubrió el rostro de Sara, ella giró su rostro tratando de liberarse del agarre de Rafael, sin éxito alguno. La condujo a trompicones a través de los escalones de la escalera doble que conducía a la planta alta de la mansión.

-¡Joder que eres inútil! –oyó maldecir a Rafael al verla caída sobre los escalones.

Soltó sus cabellos para asirse con fuerza de su muñeca izquierda, su blanca piel se vería pronto cubierta de moratones a raíz de aquel agarre.

La hilera de puertas apareció frente a ellas y en su mente buscaba la manera de librarse de aquel momento.

-Rafael, no –susurró intentando liberarse.

Vio la espalda ancha de aquel hombre tensarse ante sus palabras. Se detuvo para girar lentamente a verla.

Sin soltar su agarre, se tomó el tiempo de detallar el cuerpo de Sara, ella reaccionó con temor ante su escrutinio tirando nuevamente de su mano.

Rafael no era un hombre mal parecido, al contrario, de seguro y de ser heterosexual habría caído rendida a sus pies.

El traje se amoldaba a su cuerpo perfectamente, se notaba la adicción por el ejercicio que sabía tenía. Sus anchos bíceps, sus pectorales relucían a través de los primeros botones desabrochados de su camisa de seda cara.

Y su rostro, aunque ahora lo veía cubierto por un manto de tenebrosa lujuria, estaba esculpido por un maestro. El cabello negro ondulado, en un corte sombreado le daba un aire de peligro, sus pobladas cejas cubriendo sus ojos grisáceos. Las largas pestañas negándose a mover un milímetro para cerrarlos.

Un hombre hermoso cual ángel, pero con el corazón tan frío y cruel como un demonio.

-Rafael sí –masculló cerrando la distancia entre ambos.

Su mirada temerosa se perdió en la furiosa de aquel verdugo ante ella.

-Lo lamento preciosa –susurró acariciando su mejilla- pude ser todo aquello que pidieses, un caballero, un sentimental...

-Rafael –volvió a susurrar ella cerrando sus ojos.

El arrepentimiento golpeó su sistema al abrirlos nuevamente, la mirada de lujuria de Rafael indicaba sólo una cosa.

-Serás mía, Sara –sentenció antes de unir sus labios a los de ella con ferocidad.

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