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3. La confesión

El silencio me taladra el cerebro.

No soporto estar junto a él y que mi mente grite a todo pulmón que lo bese, pero no.

Miller está concentrado en la carretera mientas mueve ágilmente el volante en cada curva. Sus diamantes celestes que tiene por ojos están brillando, como siempre, como con todo.

—¿Y qué tal tus vacaciones, Willy?

Sus palabras lograron acelerarme el corazón a un nivel ridículamente... Tierno.

—Y-yo... —y me trabé. Genial, William, eres el rey de los patéticos.

Mi adorado ángel esboza esa sonrisa que me vuelve un dolor de cabeza enorme. La verdad es que estoy exagerando un poco, lo sé, pero bah. ¿Quién no exageraría estando en mi lugar?

—¿Fuiste a algún lugar? Yo me quedé en San Francisco porque no me llamaba el viajar. Quería estar en casa, leer, terminar mis dibujos pendientes y...

—¿Dibujas? —vaya, que me salió natural.

Mi príncipe sonrió. ¡Carajo!

—Claro. Me gusta mucho. Es algo que hago desde niño y me apasiona pero...

Dejó de sonreír. Se apagó. Es como si me hubiera dicho algo que le dolió.

—Yo... Fuí a Nueva York con mi familia. No fue lo más emocionante pues me la pasé visitando lugares con mi abuela.

Sus celestes de nuevo se encendieron. Eran como dos pequeños rayos de luz que se iluminaban y me daban la paz que necesitaba en ese momento. Wow, qué cursi soné.

—No he ido a Nueva York. Tal vez si lo planeamos, vayamos algún día.

Espera ¡¿Qué?! ¡¿Mi príncipe ir conmigo a Nueva York?! Okay, debo estar alucinando. Eso, estoy alucinando. No encuentro otra explicación.

—Al fin y al cabo ya conoces la ciudad y me serías muy bien de guía —y pues no, no era una alucinación.

William, eres el peor momento para que te trabes. ¡Di algo, puta madre!

—Puede.

Oh sí, eres taaan listo.

—¡Genial! Comenzaré a ahorrar. Quiero comprar muchos recuerdos —mi hermoso ángel se escuchaba tan entusiasmado.

—Hay muchas cosas bonitas para comprar.

Después de esa frase, hay otro incómodo silencio, el mismo que se rompe por...

—¿Te han seguido molestando?

Mi corazón se acelera y recuerdo lo que pasó con él tanto en los baños como en el salón.

—No... No tanto como hace un año.

Lo veo fruncir el ceño. Y es aquí cuando quiero aventarme de su auto en movimiento.

—Si algo llega a pasar, no dudes nunca en llamarme. No quiero que te vuelvan a decir nada o se las van a ver conmigo, y hablo en serio, Will, no quiero que te hagan daño. Yo no lo soportaría.

De nuevo, un acelero en mi corazón me impidió hablar. No podía en serio creer que David estaba defendiéndome y diciendo que me ayudaría si vuelven a acosarme. Es todo lo que he estado soñando desde que lo conocí.

Finalmente, después de una tortuosa media hora donde lo único que hacía era evitar mojarme los pantalones de la vergüenza, llegamos a mi casa.

—Sano y salvo, todo a la orden —sonrió. ¡Maldición! ¡Es tan guapo!

—G-gracias por t-traerme, adiós —estaba a punto de abrir la puerta pero me jaló del brazo e impidió moverme.

—Will, yo... Me gustaría saber si tienes libre la tarde del viernes para ir a comer a algún lado. Me gustaría invitarte a salir.

David me sonríe y yo sin embargo, lo único que hago es salirme de su coche y meterme deprisa a mi casa. En serio que ahora sí estoy haciendo una lucha enorme por no hacerme pipí en los pantalones.

Los pasos se me hacen eternos pero al fin llego a la entrada y azoto la puerta.

¡¿Qué carajos acaba de pasar?!

Sigo en serio en ese shock.

¿David me acaba de invitar a salir?

—¿Willy? ¿Estás bien, mi niño?

Mi abuela me mira preocupada. No es para más. Vengo con el pelo mojado y una cara peor que de muerto.

El timbre suena y yo sé quién es. Tan pronto el "Ding Dong" del timbre se escucha por segunda vez caigo en cuenta que no tengo mi mochila.

—Querido, abre la puerta —me ordena mi abuela.

Dudo hacerlo pero al verla ahí, preocupada no me queda más remedio que hacerlo.

Al abrirla, me topo a David con la ropa mojada, al igual que su cabello y en una de sus manos carga mi mochila.

—Se quedó esto en mi coche. Will, yo...

—G-gracias —tan pronto le quito la mochila le cierro la puerta.

—¡Will, espera!

Lo oigo tras la puerta. Mi abuela con tremenda cara de confusión no hace más que quitarme de en medio y abrirle de nuevo a David.

—¡Hola, cielo! No sabía que eras amigo de mi Willy —le dice amablemente mientras le permite la entrada. ¿Esperen? ¿Mi abuela lo conoce?—. Estás empapado, necesitas secarte.

—Gracias, señora Halliwell —dice mi chico con la sonrisa más grande y hermosa que jamás haya visto.

—Deja traigo unas toallas para que te seques. Will ¿Crees que puedas prestarle algo de ropa? Llévalo a tu cuarto y que se pruebe algo tuyo, vamos. Sé amable con tu amigo —no sabía si mi abuela estaba leyéndome la mente o no sé, pero hacía todo esto más difícil—. Y de paso tal vez resuelvan lo que tengan que resolver.

Oh sí, Piper. Hoy estás en mi contra.

Mi abuela se fue alejando hacia el cuarto de lavado mientras no me quedó más remedio que llevar a David al mío. En otras circunstancias eso hubiese sido algo de ensueño, llevarlo para... Bueno, ya saben. Pero ahora no quería siquiera verlo.

—Pasa —le dije un poco seco. La verdad me dolía pero ¡Agh! ¡Ni siquiera sabía por qué me sentía así!

Al poco tiempo mi abuela llevó toallas secas para David. Cuando se iba se giró a mí y me guiñó el ojo.

—Estaré abajo haciendo algunos aperitivos, cuando estén listos bajen para comer algo —y se marchó.

La verdad es que mi abuela hoy estaba más que rara. Más rara que él.

—Tu abuela es un amor.

—¿Cómo la conoces? —le pregunto.

—Mi abuela y ellas son amigas, van los sábados al bingo con las demás, ya sabes. He ido algunas veces y mi abuela nos ha presentado. Cuando escuché que era una Halliwell, me preguntaba si era familiar tuyo, hasta que nos enseñó en una foto a ti y al resto de tu familia. Te reconocí al instante, tu rostro lo tengo muy bien guardado en mi mente.

Sus palabras me dejaron más extrañado de lo que ya estaba. David mira mi cuarto, lo analiza y observa cada detalle.

—Me gusta tu cuarto, es pequeño pero acogedor.

—¿Cómo es el tuyo?

David baja su mirada.

—Grande, pero lo siento muy vacío y solo.

Me da un pequeño vuelco en el corazón. Se escuchaba tan triste y apagado. Le estiro una toalla y la toma.

Mi príncipe se quita la camisa.

No puedo creerlo.

¡¿Hay otro ser tan perfecto y hermoso como el musculoso David Miller semidesnudo en mi cuarto?! No lo creo.

Parece notar que estoy embobado con él, me sonríe y me llama.

—Will, ¿me podrías prestar una camiseta?

Yo salgo de mi trance al notar que casi estoy babeando. Me pongo rojo y corro a mi armario tratando de huir, buscando algo de su talla, imposible pues sus enormes brazos musculosos y sus pectorales y abdomen perfectos no entran en mis pequeños suéteres ni camisetas. Genial, tendré que buscar algo en el armario de papá. Antes de alcanzar la puerta, siento que un par de brazos me rodean. Esperen, ¡¿Qué..?!

¡David Sebastian Miller, el capitán del equipo de fútbol, el más popular del instituto, el sueño más húmedo de muchas chicas y el chico más inteligente que conozco me está abrazando! ¡Sin camisa!

Oh.

Por.

Dios.

Ahora mismo estoy entre un debate entre mi corazón y mi amigo, el señor cabezón entre quién es el que se para más rápido.

Siento su rostro hundirse en mi espalda y en verdad es que nos e cómo es que estoy luchando por no gritar, salir corriendo o aventarme de las escaleras. Lo primero que pase.

Después de un rato de mantenerme inmóvil y él de abrazarme tiernamente, nos separamos.

—Perdóname, es que yo no podía aguantarlo más.

—¿Aguantarlo? —pregunté.

—Desde que te encontré en el baño con los idiotas del equipo, quise darte un abrazo. Me partió el corazón verte tan triste y derrotado, es que... Yo... No podía soportar cómo te estaban humillando —sus preciosos ojos empezaron a humedecerse.

—Y-yo... —Siempre elijo los peores momentos para trabarme.

—Sé que te parece extraño pero es que desde aquél día no pude dejar de pensar en ti, en todo lo que estabas pasando cuando se supo lo tuyo. Recuerdo que el chisme voló rápido y en menos de una semana, todos en la escuela ya estaban enterados. Al principio creí que todo estaba normal, y solo fue una noticia que se expandió rápido, pero cuando ví que en serio estaba escalando a niveles más crueles, no podía dejar de pensar en lo mal que lo estabas pasando. Me daba pánico pensar en que en serio podían llegar a lastimarte tanto.

Dos lágrimas rebeldes salieron y rodaron en sus mejillas. Parecían dos diamantes perfectos. Verlo así me hizo llorar a mí al instante.

—¿Tú sabías de mí?

—¡Sí! Me di cuenta de cómo te trataban y te humillaban y eso me partía el alma y... Después de lo del baño, yo lo que quería era consolarte y abrazarte pero, no sé, a la vez me daba miedo acercarme y que no lo tomaras bien. Es por eso que nunca me atreví a acercarme otra vez.

Yo estaba envuelto en confusión, unas enormes ganas de besarlo y también de darle otro abrazo.

—¿Podrías perdonarme, pequeño?

Esa pregunta me dejó en shock.

—¿Perdonarte, David? Yo no tengo nada que perdonarte.

—¡Sí! Porque yo veía lo que te hacían y fui un cobarde que no hizo nada por miedo, por creer que lo tomarías a mal y que me rechazarías. Porque en el fondo creí que no me aceptarías por desconfianza o algo parecido.

—David, yo no tengo nada que perdonarte, tú no hiciste nada malo. Tú fuiste el único de todos que nunca me dijo nada, ni me hizo sentir mal y por eso es que estoy completamente ena... —me detuve antes de meter la pata, aunque claro, yo quería decirlo—. Agradecido contigo.

—William, no pienses que me he acercado a ti y a Mandy por algo malo, yo en serio quiero ser tu no... —se detuvo y cerró los ojos. Extraño—. Me agradas mucho y estos días pude comprobar que eres un chico precioso, y no te mereces nada de lo que te han hecho...

No sé de dónde saqué el valor y las bolas, pero lo único que hice fue abalanzarme sobre él y abrazarlo otra vez.

¡Es mío! ¡Mío, mío y de nadie más!

Aunque fuese solo como amigo.

Hundí mi cara en su pecho desnudo y sentí cómo ese par de brazos que tanto soñé me rodeaban en un cálido abrazo. Su perfume olor a bosque y maderas me embriagó y se había vuelto mi olor favorito desde ese momento. ¿Será que de tanto imaginarlo y pedirlo, el universo me lo había hecho realidad? ¿En plan "Ya, ya, ten y deja de joder"? No sé, pero no quería que ese momento terminara jamás.

¿Mi nuevo lugar seguro? Los brazos de mi príncipe azul llamado David.

Es más alto que yo, así que sentí su cabeza agacharse y hundir su rostro en mi cabello y dándome un pequeño beso en la cabeza.

Se terminó de secar y corrí a la habitación de mi papá para llevarle un suéter. No creí que en serio fuese bastante corpulento, incluso el suéter de mi papá le quedó entallado, marcando su cuerpo ejercitado de una manera bastante caliente.

Seguimos charlando en mi habitación y por supuesto ahí le confirmé que aceptaba su invitación a salir. Además me dijo que no lo dejé terminar, y que también quería invitar a Mandy en una salida como amigos. Después de una hora más o menos, bajamos a comer algo. Mi abuela lo trató con mucho cariño y a mí me lanzaba unas miraditas cómplices, las cuáles no entendía en nada. Pasado un rato, finalmente se marchó. Lo acompañé a la puerta y ahí me dio otro fuerte abrazo, para finalmente marcharse.

Tan rápido se fue, subí a mi habitación y le marqué a Mandy. Debía de saberlo, obvio como mi mejor confidente, amiga y cómplice.

¿Qué onda?

Y solté un grito para después contarle todo, con un buen lujo de detalles.

Mi príncipe vino a los brazos de su princesa... O en este caso, de su sapo.

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