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El maldito invierno - Stretto

Pasos de la gente sobre el piso alfombrado repercuten por todo el lugar, el sonido de ganchos de ropa deslizados sobre barras metálicas es igual al chillido que emiten las vigas de un viejo tren, donde los teclazos de la caja registradora suenan como las roquitas que la locomotora lanza a su paso. La lluvia a veces pone a la gente en el humor de comprar, y con las fiestas acercándose, muchos aprovechan para ampliar su clóset. Entre las filas de compradores ajetreados, estaba Elena, viendo de todo, sin ninguna idea de siquiera qué estaba haciendo ella ahí. Su armario consistía en regalos de cumpleaños, navidad y ropa usada de sus primas, y si iba a una boutique, tan solo tomaba lo primero que le llamara la atención; nada de probarse mil cosas, nada de visitar más de una tienda y nada de regatear los precios. Su misión era terminar lo suyo antes de que cualquier empleado se acercara a preguntarle si necesitaba ayuda con algo, pero esta vez, era diferente.

Desde su encuentro con Lupe, y su pelea con Erick, ha estado tratando de experimentar un poco con su apariencia, no obstante, sin ninguna experiencia previa en ojear en tiendas y con casi nulo conocimiento sobre moda y estilo, se veía tan confundida como un universitario haciendo su primera declaración de impuestos. Mientras toqueteaba y pasaba las vestimentas del lugar, sudaba con ansiedad, como si cada pieza de ropa en ese lugar se tratara de un monstruoso parásito, que la amenazaban con devorarla si llegaba a tener la osadía de llevarlas encima, y en esa infinita duda, el peor de los casos se hizo realidad:

—¿Ocupas ayuda? —dijo una empleada a sus espaldas.

Una sacudida de vergüenza la dejó rígida desde el talón hasta el cuello, pero incluso así, le dio la cara a la empleada tartamudeó su respuesta:

—¡S-s-solo estaba viendo, nada más! ¡No estaba robando ni nada! ¡En serio yo-! ...Oh, eres tú.

Al frente, estaba Alejandra, siempre imponente, pero ahora vistiendo la camiseta de empleados, que fallaba en cubrir una cinta de piel se asomaba por encima de su pantalón.

—¿Qué-?

—Trabajo de medio tiempo durante vacaciones. Ahora ¿Qué haces tú aquí?

—¡¿Está ciega, mae?! ¡¿No ve que estoy comprando ropa?! —contestó explosiva, pero con voz mesurada.

—No, lo que yo veo es a una chica que ha pasado los últimos cuarenta minutos deambulando por la sección de mujeres sin probarse nada —explicó la peliceleste con su típica y destazadora honestidad.

El temperamento de la chica trigueña se volvió a enfriar, y llevó sus uñas hacia su boca en respuesta a eso. La empleada alta prosiguió:

—Además, no encontraras nada bueno acá. Mira —Y se acercó hacia uno de los vestidos colgados en la barra, la tomó, estiró el cuello, miró hacia todos lados, y luego, usando las uñas de sus pulgares, hizo presión en la tela, y casi de inmediato, se rompió.

Con un ademán del cuello, Ale invitó a la clienta a otra sección de la tienda, una donde, en buena teoría, estaría la crema y nata del lugar. Frente a los percheros circulares, cubiertos de pétalos de lana y algodón, la empleada giró hacia Elena y preguntó:

—¿Qué andas buscando? ¿Algo casual o es una ocasión especial...?

—Eeh, sí, no, e-es casual, solamente. No tengo mucha ropa linda, así que...ya sabes... —concluyó, a la vez que rascaba su pie con la punta del otro.

—No sé. Si lo que quieres es algo lindo, tengo varias ideas, pero tendrás que probártelas.

La empujo directo a los vestidores, y ahí mismo, le entregó su "primera idea". La chica deportista no estaba muy convencida inicialmente de que los vestidores solo tuvieran cortinas y no puertas con candado, no obstante, la presencia de Alejandra la llenaba con cierta tranquilidad, considerando que solo su mera presencia intimida. Dentro de la cabina, Elena se desvestía frente al espejo, al mismo tiempo que trataba de ponerse lo que Ale le había dado; como la modista en entrenamiento tenía buen ojo para las medidas de la gente, todo lo que agarró para la chica era de la talla exacta, dejando lo mínimo para que no se sintiera como una camisa de fuerza, a diferencia de sus estiradas camisas de entrenamiento. Fue entonces cuando Alejandra dijo algo desde afuera de la cabina:

—Consejo de vida: No digas la palabra "robar" frente a las otras empleadas, te hará más difícil la vida cuando sí quieras intentarlo.

—¡Yo no voy a robar nada! —replicó, chasqueando la lengua con descontento. Volvió a concentrarse en el espejo, con el entrecejo arrugado, mientras forzaba las prendas a entrar, y dijo— Fue por instinto; cuando eres nica, no necesitas ni ser sospechoso para ser el culpable: Sí se perdió esto, seguro la nica se lo robo, ¿Que se perdió el perro de la chiquita? Fue la nica bruja que ya lo fileteó, ¿Que subió el precio de la gasolina? No sé qué tenga que ver, pero hijueputas nicas...siempre es lo mismo —expresó, mientras se acomodaba una zapatilla.

—Opiniones de gente imbécil y fracasada. Como no aguantan el peso de sus propios errores, deben buscar un chivo expiatorio en donde colocar todo lo que anda mal en sus vidas. Que sus perjuicios no te impidan disfrutar de los placeres simples de la vida, como robar ro-.

—¡QUE NO VOY A ROBAR!

Finalmente, Elena asomó su mano a través de la cortina y sostuvo uno de sus bordes, sin embargo, su mano no estaba dispuesta a correr el telón, y no fue hasta que Ale interfirió y desveló a la nueva Elena:

—...¿Qué es esto? —preguntó, con una plana y seria.

—Es una maravilla —aseguró la experta, enviando su cabello a un lado.

—¡No! ¡Y tras de todo, no tiene nada de casual!

La primera idea se trataba de pesadas y grandes botas de color carbón, un ajustado pantalón de cuero negro, parcialmente cubierto por una camisa larga que más bien parecía un vestido de princesa hindú, con sus ornamentados pliegues de seda con estampados psicodélicos, y para rematar, una bufanda a cuadros rojos y un voluminoso suéter marrón con una capucha rodeada de pelos largos y pálidos; tal imagen podría alarmar alguien con miopía, haciéndolo creer que un león estuviera devorando una serpiente.

—Te ves casualmente fabulosa —argumentó Guccio Gucci reencarnado.

¡Pues lo que quiero es casualmente casual! —afirmó el involuntario maniquí de la modista.

Las pupilas de Alejandra giraron como carrusel ante las opiniones de esa filistea de la moda, pero ya saben: El cliente siempre (No) tiene la razón. Tocaba el plan B, algo que iba más con la idea que tenía aquella sobre lo casual. Mientras la chica se desvestía en la cabina, Ale recordó algo y se lo mencionó:

—Lupe me había contado lo que les pasó en aquella parada de bus. Supongo que es natural que andes siempre a la defensiva —dijo, mientras retocaba un poco su maquillaje, ayudándose con un corrongo espejo de bolsillo.

—Está loca...pero fue gracias a ella que no llegó a más. No es mala gente —comentó la clienta desde el otro lado de la cortina.

—No, no lo es... —sonrió la alta, desviando los ojos hacia el piso, proyectando nostálgicos recuerdos en la cerámica.

—Ahora que lo pienso, ¿Cómo es que ustedes se volvieron amigas?

—Es curioso: Siento que esa es como la primera pregunta que se le vendría a la mente a alguien que nos viera juntas, pero casi nadie la hace —exclamó, esbozando una sonrisa irónica—. No es nada fantástico: Llegué al cole, y por ser tan magnífica y regia, el resto de güilas disfrutaba hablar más a mis espaldas que conmigo, Lupe me habló directo, preguntándome algo tan Lupe como "¿Puedes enseñarme a vestirme como tú?". Planeaba usarla para probar mis vestidos, y como estaba segura de que era cuestión de tiempo para que se aburriera y/o me detestara, me ganó la curiosidad. Pero, para mi sorpresa, antes de que eso pasara, yo ya no quería que se fuera.

—No suena como fueras Miss Simpatía, la verdad —contestó Elena, sardónica.

—Nunca busco activamente formar vínculos personales; en parte, porque mucha gente me da asco, en parte, porque me da miedo esforzarme en un vínculo para que, al final, la persona me da asco, y por último...no quería que llegase el momento en que yo misma diera asco —confesó, cerrando su espejo, y llevándose el cabello hacia atrás.

—¿"Quería"?

—Sí, porque, yo misma rompí fui en contra de mis reglas y formé vínculos...no, hice amigas, amigas de verdad, pero, a la larga, mi yo del pasado tuvo razón: Era cuestión de tiempo... —reveló Alejandra, con sus párpados colgando a media asta, que cubrían su mirada desolada e inanimada.

La chica nicaragüense salió con su nuevo atuendo, que consistía nada más de una camisa blanca lisa y unos pantalones de mezclilla.

—Hmm, se te ve bien —dijo Ale—. ¿Qué más te vas a llevar?

—¿M-más cosas?

—Ya tienes para salida casual, pero no para ocasiones especiales, ¿Verdad?

—De hecho, planeaba que este fuera para ocasiones especiales... —explicó con cierta pena a Ale— ¡D-de todos modos, la ropa muy de moda no se bien conmigo! Solo me vería ridícula —aseguró, cruzando los brazos.

—Como tú digas. En ese caso, pásame la ropa para llevarla a la caja.

De repente, Elena volvió a ver su rostro en el espejo del vestidor, y notó como en tan poco tiempo había aprendido a maquillarse sola, pero, más importante, notó como ella se veía bien, linda,; para nada igual a lo que imaginaba antes de que Lupe la convenciera de intentarlo, y entonces...

—Aún me queda algo de tiempo...No haría daño probarme algo más —declaró con reluctancia—. ¡P-pero tampoco algo muy volado como lo primero que me diste!

La empleada solo sonrió y atendió el pedido. Minutos más tarde, estaban de nuevo en los mismos roles, con Ale vigilando, y Elena, cambiándose. Para matar tiempo, la futbolista de look cambiado retomó la conversación:

—No sé qué tan fácil sea que la gringa te perdone, pero Lupe es demasiado bruta para tenerle rencor a alguien por mucho tiempo.

—Amén —contestó Ale, riéndose un poco—, pero tienes razón, tengo que hablar con Lupe, y no me gusta confiar en corazonadas, pero dudo que esté del todo bien.

—...Yo-.

—Déjame adivinar: ¿Erick? —Un silencio vino tras esta oración, hasta que la misma Ale le puso fin— ...No te puedo ver detrás de la cortina, ¿Asentiste con la cabeza?

—...Sí —confesó Elena, cubriéndose el rostro, tras bambalinas.

—Te diré algo: Tenías razón en algo, y es que no conocía a Erick en verdad. Realmente, su carisma no viene de un lugar de falsedad como pensaba, o era solo una de sus muchas máscaras; él es así...pero ahora sé que tanto él como yo estamos confundidos acerca de lo que queremos, y justo hoy quiero dejar eso en claro. Cuando terminé mi turno, él vendrá a recogerme en el carro de su tío, y si quieres, podría pedirle que te lleve a ti también, pero eso lo decides tú.

—Entiendo... —musitó, tragando un poco de saliva— ...Una pregunta, ¿Crees que si me visto así, él...?

—Te di esa ropa porque creo que se ve lindo en ti, pero esa es mi opinión. Piénsalo como una guía sobre la cual puedas construir tu propio estilo, y con suficiente técnica y confianza, las miradas llegarán solas, y yo tengo un dicho, que-.

"Las mujeres vivimos en guerra permanente, y la belleza es nuestro rifle" —entrecortó Elena, con confianza.

—Hmmm, ahora veo que tengo que sacarle copyright a la frase. No vaya a ser que me esté perdiendo regalías como una idiota —bromeó Alejandra (posiblemente).

Ale dio unos cuantos pasos atrás, y dejó que Elena corriera el telón de su propia voluntad. Ante una pequeña espera, deslizó la cortina para poder contemplar lo que llevaba puesto. Era casi como ver los primeros retoños florecer desde la nieve, con un chaleco blanco con un relieve que asemejan tulipanes cocido en el cuello, una camisa beige con cuello de tortuga, shorts blancos sostenidos con una faja azul con patrón de rosas, y para concluir, como un manantial de nieve derretida que fluye hacia las praderas, unas medias celestes que llegan por encima de la rodilla, y unas modernas zapatillas con un gradiente de rosado a turquesa; en resumen, fabulosamente casual. La alegría de Elena fue tan grande como su shock al ver el precio etiquetado en la ropa, este a su vez fue tan grande como su alegría nuevamente cuando vio que Ale llevaba consigo una baraja entera de cupones conseguidos en su mayoría por medios legales.

Elena salió con bolsas en ambas manos, y Ale, con otras ocho horas en el bolsillo, y sin tener que esperar mucho, su chofer, o séase, Erick, llegó con mínimo retraso, y no pudo ocultar tanto su sorpresa como su alegría al ver que su buena amiga Barracuda estaba ahí, aunque esta aún estaba lo suficientemente enojada para aplicarle la ley del hielo. En el viaje vuelta a casa, la charla fue esporádica o casi nula; el reproductor del carro haría todo el trabajo, saltando de canciones originales de CrizpySnax, a otras de más del gusto de la copilota y novia. La lluvia era intensa esa tarde, y en los caños corría una infinita víbora negra y de escamas brillantes, los charcos fracturaban la luz de los postes en estrellas fugaces cada vez que una gota caía, las aceras estaban atiborradas de siluetas de hongos que corrían de la lluvia hacia taxis, y entre la niebla, hologramas fantasmales de las luces de los rascacielos, y de los rótulos de neón rodeaban al auto.

Primero dejaron a la soltera, y cuando Erick se estiró por encima del asiento, con el brazo extendido, Elena ya tenía el rostro arrimado, con los ojos cerrados, el rostro serio y una mejilla viendo hacia él. Quedó extrañado, pero no aturdido, y contestó con un besito. Eso pareció que dejó a la pasajera satisfecha, y al bajar, le agradeció haberla traído a casa y se despidió. Ahora, el viaje de vuelta a la casa de Ale se tardaría su buen rato, y si bien sabía que tenían que hablar, no se sentía que fuera el momento. Para cuando ya estaban en casa, la lluvia había disminuido a una delicada llovizna; Erick acomodó el auto frente al caño, al mismo tiempo que las vibraciones y ruidos del motor se sentían mayores, pero, con un solo giro de la muñeca...nada. El callado momento, más que una tortura, se sintió como una exhalación, una ansiada pausa de la ansiosa vida urbana, aunque claro estaba que no duraría para siempre, así que el conductor le dio sagrada sepultura:

—Buenooo...¿Qué quieres hacer?

Ale, con una cara que sería la próxima portada de la revista "Ajá...", abrió la guantera, dejando caer varias cajas de condones y contestó:

—Esto no.

Atrapado in fraganti, Erick contestó:

—...Hombre prevenido vale por dos —Ale se rio y dijo:

—¿Te importa hacer esto fuera del auto?

—¡Hey! ¡Ya viste la guantera! Por mí, yo le entró hasta en un cafetal.

—Deja la payasada —Sonrió ante la broma, empujándolo en el hombro.

Afuera, todo el cielo se ve púrpura, con grabados negros que apenas se distinguen del resto, con las únicas fuentes de luz siendo el alumbrado público y los difusos luceros que salen coloreados tras las cortinas de la casa. Con la vista hacia el domo púrpura y gotitas empapando su vista, la chica dijo:

—Si te lo preguntas, quería aquí para que no me doliera la espalda después...Wow, eso hasta yo lo malpensé.

—¡¿Ve que no solo soy yo?! ¡Es demasiado fácil! —Carcajeó el novio junto a ella.

—El poquito tiempo que llevamos juntos y ya algo se me ha pegado de ti, qué barbaridad —mencionó con exagerado dramatismo—. Pero, a diferencia de lo que me imaginaba cuando te conocí, eso no me provoca querer hacer un triple mortal sobre un acantilado.

—Entonces...¿No te molesta estar conmigo?

Ambos se recostaron sobre el auto; Erick, sin perder la vista de Ale, y ella, sin abrir los ojos, golpeando una y otra vez el metal con sus uñas. Envió su mirada hacia el frente y dijo:

—La primera vez que me desafiaste, me dijiste que yo tenía miedo al amor. Y tenías razón...pensé.

—¿Cómo así, baby?

—Desde que tengo memoria, he tenido una relación extraña con el amor. Recuerdo que, en el kínder, una amiga mía decía que le gustaba un chiquito ahí, y yo fui con él y se lo dije. Ella se enojó conmigo y yo no entendía por qué, porque no entendía eso que la gente llama "amor". ¿Las mariposas en el estómago? ¿Cómo alguien quisiera sentir algo tan horrible como una infestación de insectos? ¿Los que se odian, se aman? Pues como que no suena que se odiaban en serio, ¿El beso de amor verdadero? ¿Tiene que ser un beso? ¿No podría transmitirse con otras partes del cuerpo? Y el típico "ya encontrarás tu media naranja" ...pues yo ya me siento como la naranja entera, pero, quizás, eso esté mal...quizás, yo estoy mal.

—Y cuando me dijiste que el amor era puro azar y la vara, ¿Por qué pensabas eso? —preguntó Erick, fijando sus alhajas color ámbar sobre la chica.

—Porque era lo único que podía tener sentido, que este se activara de repente y sin lógica alguna. Ese era el único caso en donde podía decir "Ah, no soy la rara, solo tardé más", y esa combinación de asco, indignación, intriga y simpatía que sentí después de aquel día...Bueno, nunca había sentido algo igual, así que tenía que ser amor porque, ¿Qué otra cosa podría ser?

Ambos permanecieron silentes unos cuantos segundos, escuchando lo que los saltamontes tenían que decir, luego, Erick pateó una roca hacia un charco, y mientras veía su reflejo distorsionado por las olas, recordó en voz alta:

—Cuando nos hicimos novios, nos encontramos en el parque de Tibás, y me dijiste "Ahora, ¿Qué hacemos, mi amor?" y diay, pensé que era usted siendo sarcástica como siempre y me valió picha, y mínimo sacaría un beso de todo esto. Esperaba que se sintiera como besar el culo de un pingüino ...pero no, todo lo contrario, nunca había tenido un aprete tan apasionado en mi vida, y los siguientes fueron iguales. Ahora, decís eso y ya capto: No era pasión, era un beso desesperado, desesperado por sentir algo.

Una moto a alta velocidad partió las aguas de la calle a sus espaldas; un poquito más de silencio para no desfallecer aún. El muchacho prosiguió:

—Mi primo era un perro, pero ya así otro nivel, y él me enseñó sobre todo mujeres. Él era tan pichudo que nunca medité en realidad acerca de lo que el mae me enseñaba, acerca de cómo nadie realmente ama a otro, sino a la idea que tienen de ellos. Para mí, no había nada malo en mostrar una imagen perfecta a las güilas, porque asumía que ellas lo hacían de vuelta; Todos mentimos, y no pasa nada. Pero, ¿Qué pasa? Llega una güila que me saca dos dedos de altura y me dice que roba de tiendas y se orina en piscinas y pienso: "Esta güila me acaba de decir todas sus verdades más horribles...¿Por qué aún quiero salir con ella?". Sí se podía querer a alguien real, pero...no sé muy bien cómo decirlo..

—...Podrías decir que "El mejor mentiroso llegará a dudar de su propia verdad.

—...Wow, esa frase estuvo bien rajada. La voy a robar para mi próxima canción —reveló Erick, nunca perdiendo la vista del negocio.

—Espero escucharla...Erick, creo que tú también te diste cuenta de que lo nuestro no iba a durar. Yo no sabía lo que quería, y tú, tampoco. Pero ahora, finalmente entendí cómo amo yo. Amo a Lupe, amo a Lore, y...te amo a ti, Erick, pero no en la manera que quieres, y es por eso que tenemos que terminar —expresó Ale, regalándole la mirada más suave que ha dado en toda su vida.

Erick exhaló fuerte, y acto seguido, se impulsó desde la puerta del carro hasta la acera. Después de darse unos segundos para pensar, se volteó hacia Ale y se acercó a ella, a su rostro, sin perder contacto visual. Era un contrato tácito, y Alejandra lo aceptó, inclinando su cabeza para aceptar el beso de Erick. El sonido de labios separándose imitó al de las gotas grandes cayendo, y cuando el muchacho volvió a abrir sus ojos, puso una solapada sonrisa, y dijo:

—Gracias por mentirme en ese último beso, linda...

Con eso, y un abrazo, Alejandra entró a su casa, y refugiada tras la opacidad de la puerta principal, soltó las únicas lágrimas que derramaría por un romance, mientras que en la calle, la lluvia había parado, excepto en Erick, y con el rostro mojado y la vista hacia el oscuro domo del cielo, solo se permitió un sonido más:

—...Ouch.

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