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El maldito invierno - Scherzo

¡Toc, toc! Suena el portón; Lupe, apenas despertándose por el ruido, tambalea fuera de la cama, con ambos ojos derrapando fuera de sus órbitas como carritos chocones. Los toques continúan y la muchacha, crispada por la insistencia de los golpes, grita para que sepa que ya va. Con una mano, abre la puerta; con la otra, se enjuaga las lagañas, y un destello deslumbrante y cegador paraliza a la dueña de casa, pero lo curioso es, queridos lectores, que el día está nublado:

—Mi abuelo se arrastró más rápido a su inyección de insulina que tú a la puerta —Se quejó Ale, vestida a todo color, como si afuera no hubiera en perpetuo cielo británico.

—¿Ale? ¿Qué hac-?

—Sacarte de esta mazmorra de auto lástima a la que llamas casa. Ven, que necesitamos vestirte —cortaba la peliceleste, mientras empujaba a Lupe a su cuarto.

—¿Vestirme para qué? ¡Espera! —Lupe dio un giro y se escabulló de los brazos de Ale. Con ambas cara a cara, dijo— ¿Qué estás haciendo aquí? ¡No creas que te he perdonado por lo que pasó! ¡Peor aún, empiezan las vacaciones y te desapareces! ¡Y ahora vienes y te pasas aquí como Pedro por su casa! —encaró la trigueña, estirándose de puntillas y señalando a la alta.

—Sí, lo sé, lo sé...tantos años señalando y criticando a los demás por no hacerse responsables de los sentimientos de los demás, todo para...hacer exactamente lo mismo. Pero ahora, he tenido tiempo para pensar en lo que pasó, y quiero dar lo mejor de mí para repararlo, y el primer paso en eso es decirte que... —Entonces, Ale llenó sus pulmones, y plasmó todo su arrepentimiento en su rostro cuando dijo— Lo siento, Lupe.

En un poco común silencio sin sonido de lluvia en el fondo, Guadalupe bajó la cabeza al oír esto; sus manos, agarradas con fuerza a sus piernas, y fue cuando volvió a mirar con ojos llororos a Ale para dirigirle la palabra:

—Nunca me sentí tan mal como aquel día, e incluso aunque nos mentiste con aquella apuesta, pensé que al menos podría contar contigo...ahora, ¿Quieres que te perdone todo solo por un "lo siento"?

Ale suspiró, rodando los ojos, y se abrió de brazos; instantáneamente, como clavo a un imán, la muchacha se abrazó a Ale, y entre gemidos, le decía:

—¡E-eso fue trampa y lo sabes!

—Prometo no volver a usarla, y también prometo no volver a ser tan estúpida y desconsiderada que, para eso, ya existen los hombres —respondió, abrazándola también, cociendo a la fuerza el vínculo que las mentiras habían roto.

Cuando ya habían desbordado todo lo que llevaban guardado, Lupe se sinceró con su invitada no invitada:

—Gracias por volver, Ale, pero no sé si quiera salir a algún lado a pasear contigo.

—¿Y quién dijo algo sobre "pasear"?

—Pues, dijiste que querías vestirme ¿Qué quieres hacer, entonces? —Alejandra se limitó a sonreír maquiavélicamente

Tras semanas de no ver otro ambiente más que el de su propia casa, la chica cambiaba de escena y ahora, tenía frente a ella los verdes prados de una cancha de fútbol, con todo y barreales gigantescos incluidos. Ella, con camiseta, pantalón corto y una simple cola, seguía sin entender qué estaban haciendo ahí, porque Ale jamás haría algo que le fuera a arruinar el fit. La respuesta llegó tarde; a sus espaldas, venía una camada de jugadoras, con Elena a la cabeza. Una vez cerca, ella misma explicó el motivo por el que la llamó:

—Una mitad del vecindario piensa que "Pizzería La Habana" es la mejor, la otra prefiere a "El Corsario", y sugerí decidirlo así. Es un amistoso once contra once, pero de amistoso no va a ser nada, así que cuida tus piernas —explicó la capitana.

—¿Y nosotras con quién vamos? —preguntó Lupe.

—Con Corsario; primero muerta antes de que comer en La Habana.

—¿Ves? Apoyamos una noble causa —remarcó Ale, sarcásticamente.

—Necesito un cinco, que la que teníamos se lesionó. ¿Crees que puedas jugar bien ahí?

—B-bueno, no he salido a jugar en un buen rato, pero, sí se me da bien posición —afirmó la despeinada chica. Elena sonrió brevemente, luego volvió a enseriar su rostro para decir:

—Entonces, ¡A jugar! —antes de entrar en cancha, miró a Ale y le preguntó— ¿No vienes?

—¿En ese barreal? ¡¿Con lo que me costaron estos zapatos?! Jamás, querida.

—¿Y cuánto te costaron? —cuestionó Lupe. Ale solo se rio.

Ni bien había sonado el pitazo inicial, nuestra protagonista ya se sentía empapada en sudo. La humedad de la cancha pesaba como una bruma densa sobre todos los presentes; rodó el balón y comenzó el calvario: Su cuerpo se sentía de piedra, sus rodillas chillaban como bisagras viejas al flexionarse, sus piernas temblaban con cada pisada, y sus pies se asfixiaban como si estuvieran retenidos por fajas de cuero que se encarnaban como latigazos. Cada paso era retenido por manos fangosas y marrones, que sostenían la planta de sus pies cada vez que trataba de levantarlos, y cada metro corrido, sus tobillos se raspaban con el césped, que parecía un montón de vidrios rotos desperdigados sobre la tierra. Cuando la bola llegaba a sus pies, era casi como una sorpresa, y entre el susto que le provocaba, o la enviaba a cualquier parte, o se la quitaban por dudar en el pase. En una de estas, Elena se acercó y le dijo en tono burlón:

—¿Te vamos buscando el cambio?

Lupe no respondió, solo frunció el ceño y corrió hacia su posición. A lo lejos, Elena y Alejandra hacían contacto visual, y ambas hacían un guiño cómplice. Más temprano que tarde, la muchachita sentía cómo el calor volvía a circular por su cuerpo, y como poco a poco, su cuerpo iba sintiéndose menos ligero. Con fuerte respiración, ahora Lupe corría para donde fuera que estuviera el balón; Lo quitaba, lo mantenía, lo pasaba, y luego, corría. Su camisa, que al inicio sentía como si fuera un paracaídas que frenaba su paso, ahora era como una vela que agarraba el viento hacia adelante. Aun así, el subidón de confianza no hacía que se desentendiera del juego y se saliera de su posición, no obstante, después de una jugada fortuita, los rivales lograron el primer tanto, a lo que Elena reaccionó ordenando que las líneas se movieran hacia el ataque. La muchacha morena quería mantenerse posicionada, no obstante, por virtud de su control y velocidad (gracias a su experiencia en competencias serias), terminaba con ella ella adelantándose más de lo que alguien en su posición debía.

Termina el primer tiempo y se van a descansar, y tanto Lupe como Elena están sentadas sobre la grama, rehidratándose. De la nada, la primera habla con la capitana:

—Hey, Elena, disculpa por ese gol que nos metieron.

—¿Por qué? —contestó, legítimamente confundida— Fue un golazo a balón parado que salió de una falta que no hiciste.

—Sí, pero esa jugada pasó porque me quede demasiado lejos del área por correr tanto hacia adelante. Si hubiera estado, tal vez hubiera podido hacer algo más —expresa Lupe, abrazando sus rodillas con timidez.

La capitana trató de ordenar sus ideas y así, darle una buena respuesta a la jugadora:

—...¡Andrea! —llamó a otra de las jugadoras, la cual acudió al instante— Juega abajo desde ahora, Lupe ahora será el enganche.

—¿Q-quieres que juegue de diez? Pero esa es una posición muy importante y-.

—Lo sé, ¿Cree que no sé jugar, mae? ¡¿O que digo las varas por decirlas y ya?! ¡¿ES ESO?! —vociferó, reluciendo sus dientes como fiera.

—¡N-no, no, para nada, mi capitana! —apaciguó la bocona muchachita.

—Bien. Jugarás más adelantado, y si no sirves, volvemos como al principio y punto.

Comienza la segunda mitad, y ahora que está en una posición más libre, Lupe jugaba más cómoda, y podía correr hasta donde le dieran las piernas, con una fluidez que el terreno irregular y áspero de esa cancha de fútbol se transformaba en su mente en la más perfecta pista de patinaje, donde ella daba vueltas y deslices alrededor de sus rivales. De manera instintiva, ella y la capitana terminaron haciendo una dupla en ataque, donde Lupe la pasaba, y Elena, metía el gol, y con esa fórmula, encajaron dos en la red del otro equipo. Empatados a dos, salió a la luz otro problema: Muchas veces, Lupe tuvo la oportunidad para ella misma meter el gol, pero todas esas, siempre buscaba pasársela a alguien, incluso cuando el recibidor estuviera más marcado que el nueve-uno-uno. Elena primero sintió extrañez, y luego, frustración, tanta que le llegó a hablar con suavidad:

—¡¿Pero qué estás haciendo?! ¡Tenías el marco solo!

—P-perdón, pero no soy buena definiendo. Estoy segura de que el resto lo harían mejor que yo.

—Ok, pero...¿No quieres intentar meter al menos un gol? —cuestionó, levantando una ceja.

—Eeh...¡No, no en realidad! —exclamó, poniendo una sonrisa enorme de la nada— ¡Con tal de que el equipo gane, yo estoy contenta! ¡En serio!

Elena se la quedó viendo un momento, notando como la chica frente ella evitaba la mirada. La capitana soltó un suspiro y opinó:

—Está bien que pienses en el equipo, pero, ya sabes, puedes ayudarnos ayudándote, aun cuando no sea tu fuerte. Al menos deberías intentarlo —le dijo, y sin darse cuenta, esbozando una sonrisa.

Lupe quedó sorprendida por la atípica gentileza de la famosa energúmena, pero asintió y volvió al campo, pero antes de eso, Elena la detuvo y llamó a una pausa para hidratación, y la llevó corriendo hacia donde Ale. Ahí, la peliceleste sacó su botiquín de emergencias estilísticas, y la capitana dijo:

—Con todo ese pelo en frente, menos que vas a hacer goles.

Y en un abrir y cerrar de ojos, Lupe encontró un espejo frente a ella, y en su cabeza, de nuevo estaba su amado fleco de tubo, curvo y definido, como una ola de Tahití.

Lo miraba con asombro y desconcierto, pero no tendría tiempo para procesarlo; debía volver a la cancha. El cielo se oscurecía con cada minuto que pasaba, y la amenaza de un latente torrencial amenazaba el fin del partido, sumiendo a los equipos en la desesperación de anotar el gol decisivo. El equipo de La Habana tuvo una oportunidad de oro que contuvo el travesaño, y el esférico rebotó entre el pinball de madera, barro y piernas para acabar a los pies de la capitana del Corsario. Desde ahí, saldría un sprint de antología a través de la longitud del campo, mas, antes de llegar al último cuarto de cancha, la pierna de un oponente se insertó a su tobillo como un filoso garfio y la llevó al suelo, no sin antes dejarla pasar el balón una última vez a Lupe, que era la única que le seguía el ritmo.

Ese sacrificio la había dejado sola ante el portero; nada de pases, nada de defensas, solo ella, el guardameta y la gloria eterna. Gritos, pisadas, respiros; silenciados todos por los latidos de su corazón, y por un solo instante, dejó de respirar, justo cuando encaró a aquel muro humano frente a ella. Flexionó su pierna fuerte hasta que la planta de su pie estuviera a nivel de su cintura, y el portero, con saltitos nerviosos de sus pies y pupilas dilatadas, esperaba el escopetazo que venía, y en lo que duró en caer una gota de sudor al suelo, Lupe explotó la fuerza acumulada en su muslo y...acarició la pelota por encima, casi de manera tangencial, y con ese movimiento, se salió del carril del portero, el cual se había entregado por completo a un tiro potente, y no pudo reacomodarse para evitar que la definición a pierna cruzada entrara en su red. No falta decir que todos vinieron a celebrar con ella, pero sí hay que mencionar que Lupe solo se limitó a sonreír y ya durante la celebración.

Terminó el partido, y Lupe y Elena se fueron caminando hacia la única hincha viendo el encuentro, con la primera llevando a la segunda, que cojeaba aún por el guadañazo recibido en la última jugada. Sin romper sus principios de pisar tierra húmeda, Ale las felicitó:

—Buenísimo, chicas. Ganaron la mejor clase de debate: El subjetivo, y por lo que parece, la oportunidad de la fama que trae tener un pie enyesado —opinó, mirando la mancha roja en la media de Elena.

—Todavía siento el pie, así que no está tan mal...Ouch.

—Qué increíble que te hayan sacado amarilla a ti por reclamar —recordó Lupe.

—¡A ese gordo del árbitro seguro ya lo habían comprado los de la Habana! —se quejó la capitana, escupiendo al suelo con rabia. Acto seguido, cambió de tema— Estuviste mejor en este tiempo, y ese gol que metiste...estuvo bueno —expresó, con ojos cerrados y dejando escapar un resoplo desde su sonrisa.

—Ah, ese. ¡Fue una güaba! Pensé que se iba a lanzar al otro lado y la pegué por pura suerte —explicó la chica trigueña entre risas y sonrojos. La capitana que cojeaba llevó su rostro hacia el lado contrario, y desde ahí, le habló a Lupe:

—Y...r-respecto a lo del pelo...¡A-apenas estoy aprendiendo! ¿Ok? Todavía no me acostumbro a peinar a alguien y...sí, pues eso ¡Así que no quejes si quedó feo!

La súbita salida de la capitana le abrió los ojos a Lupe de par en par, sin embargo, las intenciones en esas palabras eran claras, y devolviendo la calidez del gesto a través de su rostro, ella respondió:

—Te quedó fantástico, Elena, ¡Eres muy buena peinando! —Ni siquiera con el perfil volteado, la explosiva joven pudo ocultar el rojo de sus mejillas tras escuchar eso.

Con eso ya en el pasado, los ganadores se llevaron de rehenes a los perdedores a disfrutar de un festín en contra de su voluntad en la pizzería Corsario, donde algunos se llevaron de recuerdos fotos y experiencias inolvidables, y otros, infecciones estomacales y reseñas de cero estrellas. Elena fue la primera que se separó del grupo, luego, Ale, que también había sido una de las que quedó con el colón algo flojo después del almuerzo. Lupe llegó a casa, sudada y embarrialada, pero satisfecha. Lanzó su uniforme inmediatamente a la lavadora, y entró de un salto a la ducha.

Bajo el agua caliente, que se comía la suciedad y la arrastraba a un vórtice negro sobre el desagüe, ella bajaba sus revoluciones, y disfrutaba de esa silenciosa intimidad consigo misma. Cuando salió de la ducha, limpió el empañado vidrio del espejo, para ver que el agua había dejado caído su cabello nuevamente. Sin percibirlo, había estado con una sonrisa todo este tiempo, pero pudo sentir cuando esta se desvaneció. Se volvió a poner sus pijamas y cuando volvió de nuevo a su cuarto, todo su universo se movió de un sacudón, sus piernas se sintieron como yunques y sus párpados, también. Tanta actividad física intensa tras días de vegetar cayeron sobre ella cuando su adrenalina se niveló, y completamente agotada, se desmayó sobre su cama.

Cuando se despertó, los postes de luz ya habían iniciado su turno, y la lluvia de nuevo deformaba la imagen fuera de su ventana. Una viscosidad recorría la periferia de su mejilla pegada con la almohada, y entre todo eso, un molesto zumbido sobresalía sobre todo eso. Todavía adormilada, buscó a tientas su celular a oscuras, hasta que un movimiento, su pie tocó el aparato. Todavía no enfocaba bien la vista, así que no vio quién hacía la llamada; sin mucho más, contestó:

—¿Aló?

—Hola, Lupe...soy Loretta.

Eso bastó para despertarla por completo, haciéndola sentir como si el pecho entero se le hubiera hundido al centro de la tierra. Aferrándose al teléfono, contestó:

—¡¿Lore?! ¡¿Eres tú?! ¡Eh, yo, ah! ¡Este-!

—Déjame hablar primero, por favor.

—O-oh...e-está bien...

—Fabián me había hablado hace unos cuantos días, y me contó que te ha visto deprimida y sin deseos de salir de la casa. ¿Es eso cierto?

—...Desde que empezaron las vacaciones, no he tenido ganas de hacer nada...¿Tú has estado mejor?

Hay silencio.

—...Sí. Volviendo a tu tema, he investigado un poco, y encontré el contacto de psicólogo. Es especialista en adolescentes, y en la red, solo he encontrado experiencias positivas de sus pacientes. Te mandaré su número por escrito, así que trata de agendar una sesión con él lo más pronto posible. No puedo garantizarte que funcione, pero es muy importante que vayas y hables con él.

—Entiendo. Le diré a mami e iré con el señor...gracias.

—No me des las gracias hasta que te sientas mejor. Si no te funciona, te ayudaré a buscar a alguien más hasta que te sientas cómoda.

—Gracias de verdad, Lore...

—No es nada. Solo te llamaba para eso, ahora-.

—N-no cuelgues aún. Hay algo que quiero decirte.

—...Está bien.

—Lore...lo siento, lo siento por todo lo que pasó. Pensé...pensé que te ayudaba, pero solo lo hacía por mí, y terminé usando tus sentimientos sin pensar en tus sentimientos, digo, ...¡Argh! Me enredé.

—Tranquila...entiendo. Era un momento muy confuso para ambas, y nos herimos sin pensar en lo que hacíamos. Ahora, he tenido el tiempo para pensar en ello y crecer como persona, y pienso que lo he logrado.

Lupe sonrió con tristeza tras el teléfono y dijo:

—No me extraña. Siempre fuiste la más madura entre nosotras dos. Comparada contigo, sigo siendo una chiquita...

Hay silencio.

—Lore, ¿Sigues ahí?

—Sí...sigo aquí.

—Cuando volvamos de vacaciones, y ya hayamos superado todo esto, quiero que seamos...que seamos...

—...Que seamos amigas de nuevo, ¿Verdad?

—...Sí.

—Amigas, simplemente amigas...bien por mí

—¡P-por mí también!

—Bien...bueno, después me dices cómo te fue con el psicólogo. Adiós.

—Hasta luego... —Se acabó la llamada. Ahora, de nuevo en soledad, repitió en su mente el mismo disco rayado: "Amigas". Tras varias repeticiones de lo mismo, gruño con enojo, le clavó sus dientes a la almohada y pataleo por un buen rato, hasta que se dio cuenta que la almohada no daría basto, y se fue a buscar algo de comer.

Del otro lado de la línea, Loretta puso su teléfono boca abajo, y agarró una bolita antiestrés que tenía cerca. Primero, la presionó rápido y con fuerza, y luego, con moderación. Puso la bola en un estante, y justo en el mismo segundo, un pequeño ring sonó de su computadora, anunciando un mensaje. En la pantalla azul, la única iluminación del cuarto, aparecía un texto que decía "Los de Alajuela dijeron que nos van a apoyar. Ya son todos, ¿No?" y esto pintó una indescifrable sonrisa en los labios de la muchacha.

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