El maldito invierno - Crescendo
Un, dos, tres; un, dos, tres: Son las veces que toca Gabriel a la puerta. La garuba de afuera amenaza con un cielo roto para la tarde, pero, por ahora, el chico aún mantiene su sombrilla cerrada. Durante la espera, rascaba su antebrazo, jalaba su pantalón, olía su aliento, además de otros tics nerviosos que podrían llenar un capítulo entero. De pronto, escucho el sonido del picaporte abriéndose, y se enderezó en segundo:
—¿Puedo ayudarlo...? —hablaba un jovencito desde el marco de la puerta.
—S-soy Gabriel. Tú debes ser Fabián, ¿No? Venía a ver a Lupe, soy-.
—Yo sé quién es usted, mae —interrumpió, arqueando las cejas con sospecha—. Mire, mop, no sé muy bien que habrá pasado entre usted y Lupe, pero yo a ella nunca la había visto tan triste en mi vida.
—¿En...en serio? —preguntaba afligido. El chico rubio asintió, y continuó con las quejas:
—Lleva todas las vacaciones así, ¡Y hasta ahora es que das la cara!
—Sí, lo sé, y lo lamento —se explicó con sus manos—. Necesito aclarar las cosas con ella.
—¡Acláreme esta! —escupió, empujándolo por los hombros— ¡¿Después de cómo se puso la última vez, cree que lo voy a dejar pasar?! ¡Muy engañado estás, güevon! ¡Y otra cosa! ...¿A que huele? —preguntó el sabueso rastreador.
—Oh, eso... —juntó una bolsa de plástico que había dejado a sus pies— mi madre me dijo que trajera algo para compartir, así que ella preparó-.
—¡Aaaah! ¡Pastel del pastor! —Miró con admiración la deliciosa receta a través de la tapa plástica que lo resguardaba.
—Mi mamá aprendió de una amiga que era de la I.R.A.
—¡Las rodajas de papas se ven como monedas de un tesoro apiladas una sobre otra! ¡Aunque venga cerrado, el aroma de carne de res y malta irlandesa unidos en sagrado matrimonio me encadena a verlo! —comentaba Fabi, apenas conteniendo sus ganas de pegarle un bocado— ...¡Pero no! ¡Tú le rompiste el corazón a Lupe! No sé cómo, ¡Pero lo hiciste!
—¡Y estoy terriblemente arrepentido, te lo juro! Solo déjame verla, te prometo que no le haré daño, y si ella no quiere verme, me iré, ¡Por favor! —suplicó, juntando las manos y bajando la cabeza como monje budista.
Fabián levantó su ceja, lo miró fijamente, luego al pastel, de nuevo a él, de vuelta al pastel, otra vez a él, una vez más al pastel, y entonces, tomó la comida con desconfianza, y con la cabeza, le indicó que pasara. Ya dentro de la casa, el hermano avisó que ya tenía listo el almuerzo, y que también tenía una visita o lo que sea. El muchacho bien vestido paseó su mirada por la humilde casa de Lupe, con sillones viejos, un calendario de un restaurante chino, una mesa para comer, cubierta con un mantel colorido hecho a mano y este, cubierto a su vez por un pliego de plástico y a la par, la cocina. Aunque inexplicable, cada parte de ese hogar gritaba "Lupe", y fue cuando llegó el turno de que él lo hiciera, cuando la muchacha salió del baño, con el cepillo de dientes en la boca. Entonces, la chica (que no hacía el esfuerzo para ocultar que se acababa de despertar) reaccionó después de un momento a la presencia de Gabriel, dejando que la espuma del dentífrico se cayera de su boca.
La puerta del cuarto de Lupe se cerraba, ocultando la mirada inquisidora de Fabián desde el otro lado. Con la espalda recostada en la susodicha puerta, Lupe comentó:
—¿No se puso en varas por dejarte entrar?
—¿Él? Nah, para nada, ni rechistó —respondió con ironía.
—Discúlpalo, casi siempre es tranquilo, pero a veces algo necio. Ya sabes, él es "el hombre de la casa" —compartía la despeinada entre risillas, mientras se acomodaba sobre su colchón— ...¿Quieres una silla o te vas a quedar parado?
—¿Qué? Eeh, ¡No, no! Estoy bien.
—Puedes sentarte a la par mía, si quiere —señaló a su costado.
Gabriel se hizo bolas, pensando en qué responder y cómo responder, pero al final, recurrió a su navaja de Ockham; se sentó al lado de Lupe, sin decir nada. Hilos tensos y delgados los tenían amarrados en sus asientos, ya que un movimiento en falso volaría el cuarto en pedazos si llegaban a hablar del terrorífico "¿Qué son?", porque ninguno era de corta memoria; recordaban que aún no habían terminado, aun y cuando también era cierto que su "noviazgo" tampoco había empezado del todo. Lupe fue la primera que se escurrió entre la trampa de hilos para hablar:
—Ya decía yo que te sentía raro. Es que no vienes con saco y corbata.
—Oh, ¿Esto? Estaba ayudando a mi papá con una remodelación, así que lleve ropa para ensuciar.
—Ah, ya, ya. La verdad, no se te ve mal, Gabo —lo alagó, con sonrisa incluida.
—N-no te acostumbres... —contestó, con sonrojo de vuelto. Previendo que se quedarían sin nada que decir, sacó de una vez su as bajo la manga— O-oye, esto es para ti. Es de Alicia.
—¡Una mariposa! ¡Está super corronga! —exclamaba la chica, con los ojos destelleando ternura.
—Extiéndela, es un poema que te hizo.
—¡P-pero no quiero matar a la mariposita! —le suplicaba con un rostro acomplejado.
—No está viva, Lupe, la puedes volver a plegar cuando termines de leerlo —le replicó con su fría lógica.
—Oh...¡Buena idea!
El muchacho había tenido la paz suficiente para aterrizar los hechos del día anterior y entender algo que se le escapó en el momento: Él no ignoró las insinuaciones de Aurora, ni tampoco era el caso que no sentía nada por ella. No fue una falta de deseo, sino la interferencia de uno más potente: Estar con Lupe. A pesar del dolor por el que había pasado, aún no podía permitir que todo terminara de esa manera; no sabía si era para él o no, pero pelearía hasta que la respuesta se revelara sola. Si bien el sentimiento estaba ahí, él no encontraba la forma de encajarlos en sus palabras, y ahí es donde venía el poema de Alicia. Esa chiquilla tan rara, pero de corazón tan sensible, ella que entendía su corazón mejor que nadie y lo mucho que quería a Lupe, nada más ella era la indicada para abrir el huequito en el corazón de la trigueña y que Gabriel anidara ahí. Era una confianza ciega, que solo un vínculo tan fuerte como el que tenía con la menor de las Ferreto podía sustentar.
Desdoblaron la figura con cuidado, hasta revelar aquel valor oculto a los ojos. La metamorfosis llevó a la mariposa a ser poesía, asentada sobre el relieve de pliegos del papel, y escrito en una sutil, delicada y estilizada letra cursiva. El poema oraba así:
Pierdo el control, no hay amor sin control
Quiero cambiar de canal, hay interferencia
Ecos rebotan y piden ya cesar
Urgencia, igual como la canción de Daddy Yankee
Yo también siento dolor, ¿Quién me sanará?
Oh, era emergencia, me equivoqué, oh baby yeah
Amar es la maldita penitencia
El ancla rasca los arrecifes
Tienen picazón, y no tienen manos
Bajo el mar, deben ser infelices.
La luz se aleja de la bahía
En las olas, su aroma se pierde
Pero no de la luz, porque no tiene aroma
Sino de lo que se aleja, que sí tiene aroma
No teme su poder, sino su aroma
Huele mal, como pescado, oh baby yeah
Unidas antes, océano y luz
Hoy, las mareas siguen inclementes
No sé qué significa esa palabra
Pero los diccionarios me causan repelús
El marinero captura al cardumen
Mas conozco su truco, no es sincero
Quiere comer pescado, pero los que no eructen
Todos los pescadores mienten, y con esmero
Creía conocer la mar, tiene miedo
¿Acaso la luz ha venido por él?
Vio El resplandor y sabe cómo termina esto
Me gustan las palabras que riman, Gargamel
El sol está en el centro de todo
Toda es su luz, su sombra anuncia el perecer
Frágil se ve, dulce y sensual
Quiero abrazarte y te protegeré
Si continuo esto, Disney me demandara
El copyright es la más hambrienta de las bestias, Oh baby yeah
Lupe dejó caer el folio sobre su regazo, mientras Gabriel meditaba a su lado, con los ojos cerrados, cuajando sus sentimientos inmediatos en una profunda síntesis:
—¡ESTE POEMA ES UNA MIEEEERDAAAAAAA! —pensó— ¡En la vida vuelvo a confiarte algo, Alicia!
Fuera de su mente, el tipo bajaba la cabeza y se agarraba el pelo con desesperación, pero de pronto, vio a Lupe, tirada sobre la cama, teniendo un ataque de risa, pataleando el aire como Yoshi, y que, a pesar de sus esfuerzos de amargado, no pudo evitar contagiarse de tan pesada risa. Cuando finalmente necesitaron respirar de nuevo, la joven se volvió a sentar, llevando el papel a su pecho con ambas manos, y declarando en voz suave:
—Lo adoro...
—¿Disculpa?
—Vamos, sé que piensas que el poema es malo, ¿No?
—Yo no dije eso... —respondió, mirando hacia otro lado— ¡MIERDAAAAAAAAAA! —seguía pensando.
—¡Pero es que ser bueno no es su propósito! ¿No lo ves? Alice lo hizo para animarme y hacerme sonreír, estoy segura de que así fue. ¡Al carajo la mariposa! ¡Me quedó con lo de adentro!
Atónito quedó el chico ante declaración tan sincera para algo como ese poema, pero en la desnuda honestidad de los actos de Lupe, y en aquella resonancia emocional de Alicia que escapaba su comprensión, su corazón entendió lo que eludía a su mente, y sin saberlo, se quedó clavado en la joven morena con un rostro amoroso, y por tanto tiempo que ella se volteó y notó esa cara tan desconectada. Sus cachetes parecían tarjetas de decorador de interiores, abarcando cada matiz de rojo, y aquí fue cuando la mente volvió a tomar el control:
—L-la verdad, solo pensaba en traerte eso y el pastel, no pensé en qué más podría-.
—¡No tienes que irte aún! —cortó Lupe, sosteniéndolo de la muñeca, pero soltándolo al instante— P-podríamos darle un poco de Cosmos. Hace tiempo que no jugamos.
—No es una mala idea; el único problema es que no traje-.
Su tren de pensamiento se descarriló cuando con el rabillo del ojo, ubicó su control, aquel que pudo haber sido el recuerdo de uno de los mejores días de su vida y que ahora, solo servía de monumento para cuando todo se fue al carajo. La chica a su lado siguió la mirada de Gabriel, y entendió lo que pasaba, por lo que agachó su rostro apenado, pero fue de rodillas a tomar aquel candado y entregárselo a él. Sujetándolo con una mano, la despeinada le dijo:
—S-solo te le estoy prestando —El jovencito sonrió incómodo, pero aceptó el control.
Desde la primera partida que jugaron, Granada no tardó en notar que Lupe había mejorado bastante desde el último encuentro, y por bastante, me refiero a un montón, casi como si se tratara de una jugadora diferente. En media pelea, Lupe se sintió un poco más en confianza, y abrió su boca:
—Extrañaba jugar con alguien bueno, ¿Sabes? Con Fabi es vacilón, pero no es lo mismo. No se compara a jugar contigo...y con Lore. El control tuyo, ¡Es fantástico! Es resistente y de buena calidad, pero flexible para hacer todos los combos; la verdad, creo que es demasiado control para mí, y quiero seguir con el que empecé... —se detuvo un momento para admirar el control entre sus dedos, y con una sonrisa dijo— es muy especial para mí como para dejarlo...¿Entiendes lo que digo?
Gabriel respiró profundo, con un temple serio, y contestó:
—...Sí —pero, en realidad, no había entendido absolutamente nada.
No era su culpa, no había puesto atención del todo, porque estaba demasiado concentrado, peleando por su vida. Mientras Lupe contaba todo eso, jugando relajada y usando apenas la mitad de su atención, Granada era acribillado por una avalancha ofensiva solo comparable en volumen con la de los ídolos de Cosmos. El jugador de élite rascó el gane, pero dándolo todo y sudando para hacerlo, por lo que tan solo pensar cuál era ahora el máximo nivel de Lupe era un ejercicio abrumador. Incluso así, le dio un consejo a la chica:
—No seas tan brusca con tu control; solo le estás matando la vida útil.
—¡Oh! No lo había notado. Debo aprender a ser un poco más delicada —declaró con una risilla avergonzada. Gabriel, exhausto, se iba a recostar sobre el borde de la cama de Lupe, y dijo:
—Solo es cuestión de costum-¡Bre!¡Ay!
—¿Qué pasa?
—Algo se me clavó en el... —Entonces, el chico dio un vistazo a sus espaldas y encontró la punta de un estuche de guitarra; era el estuche de "La Jacoba".
Lupe, en confianza, le contó todo al respecto, desde a quién le pertenecía, hasta sus mil y un intentos infructíferos de hacer algo medianamente cercano a ser música, recontado con una notable frustración a la hora de decirlo, todo esto mientras el invitado inspeccionaba el instrumento. Al terminar, Gabriel pasó su mano sobre las cuerdas, y desprendió el más armónico "¡Wring!", que hizo eco por toda la casa, dejando a Lupe boquiabierta. Cuando se ahogó el sonido, ella bajó la cabeza, y opinó:
—Eso sonó super bien, Gabo. Era obvio que la inútil era yo...
—Eso no tiene nada que ver —contestó sin emoción—. Lupe, ¿Sabes para qué sirven estas cositas de aquí? —preguntó, señalando a las clavijas de la guitarra.
—...¿Se ven lindas? —El chico, apenas conteniendo la risa, le contestó:
—Lupe, así se afinan los acordes de la guitarra. Si no las usas, es imposible que vaya a sonar bien.
La chica comenzó a esbozar una sonrisa, y tuvo que poner sus manos sobre la cara al darse cuenta de la nimiedad que había ignorado todo este tiempo por no querer preguntar a alguien que sí sepa. El chico, ni lento ni perezoso, acomodó a la Jacoba en su regazo y dijo:
—Veamos qué tal suena. No soy el mejor tocando, pero...
—¡Ah, no! ¡Toca la que quieras! —afirmó la trigueña, arrimándose al músico hasta rozar hombros. El joven, un poco abrumado por la cercanía, despejó su garganta e introdujo la canción:
—La siguiente canción se titula "Confesiones de invierno", de Sui Generis.
La canción usa la armonía acústica para caminar al lado de un melancólico fracasado, a quien la novia echa de su casa durante el invierno, y donde los acordes solitarios de la guitarra simbolizan el caminar solo del tipo entre las frías y desentendidas calles de la ciudad. La pieza invita a pensar en si realmente amamos a las personas por quienes son o por qué tan útiles son para la sociedad, haciéndonos preguntar si es posible amar a un "bueno para nada", a alguien que "solo sabe sonreír". Incluso en esa fría realidad, las cosas terminan bien para el muchacho, y con los últimos acordes, Gabriel siente un peso a su costado; era Lupe, que se había quedado dormida con la canción.
Suavemente, puso la guitarra en el suelo, mas, ese leve movimiento bastó para que la bella durmiente se inclinara hacia el lado opuesto, yendo directo al suelo. Con bastante velocidad y fineza, él logró sujetar su cabeza y bajarla lentamente; craso error el suyo. Verán, si recuerdan lo que pasó con Gabriel y Aurora, es muy posible que hayan pensado que el chico tenía un mayor autocontrol que cualquier otro mocoso de quince, pero se equivocan: Su amor por Lupe, combinado por el trauma que estaba reviviendo impidieron en el momento cualquier otra reacción, pero ahora distinto.
En el cuarto de Lupe, a solas, teniéndola ahí en frente, con el cabello suelto y la boca abierta. El resultado era lógico, y una caterva de pensamientos que el Papa no aprobaría burbujearon en su interior igual como una botella de coca después de caer de un barranco, ¡No obstante! Nuestro Gabriel era un muchacho de bien y jamás se sobrepasaría con mujer alguna, pero eso no quitaba que ahora, tenía un incontenible deseo de robarle un beso a la doncella en frente. Caminaba, arremetía su cabeza de lado a lado, y se sacudía el cabello, desesperado por su propia indecisión. Se dejó de nervios, respiró, y con los ojos fuertemente cerrados, y los labios apretados, se acercó tímidamente a su boca, y cuando ya estaba tan cerca como para sentir su aliento, se escuchó una sola palabra: "Lore". Gabriel frenó bruscamente, e inclinó su cuello hacia donde pudiera ver sus rodillas. Tenía sus párpados abiertos al máximo, y soltaba varios respiros llenos de incredulidad; acto seguido, levantó la cara, arrugada hasta la deformidad, hacia al techo, relajó sus facciones, e hizo solo un gesto más: Besar sus dedos y ponerlos sobre la boca de Lupe.
Fabián saboreaba con gusto su porción del pastel, hasta que escuchó el sonido de la puerta abriéndose, y pasó a modo perro guardián. Gabriel salió caminando, con rostro serio y rascándose una ceja. Con la boca llena, el hermanito declaró:
—Más vale que no le hayas hecho nada, porque si sí-.
—No hicimos nada —interrumpió fulminante. Mientras abría la puerta para marcharse, dijo—. Dile a Lupe que tenía un compromiso y me tuve que ir, por favor.
—Mmm, no sé-.
—¡Sólo díselo! —Y cerró la puerta con ímpetu.
El portazo despertó a Lupe en su cuarto, que lo primero que vio fue el control de Gabriel, inicialmente, mirándolo con pena, pero después, enseriando el gesto. Cuando hizo esto, se levantó y estiró la mano sobre su armario, para sacar un pedazo de papel roto, donde tenía escrito "# del psicólogo: 8999-XXXX".
Afuera de la casa, persistía el aguacero, y Gabriel ignoró el vibrar de su teléfono tres veces hasta que le dio la gana contestar:
—¿Qué?
—¡¿Cómo que "Qué"?! ¡El invitacional empieza en una hora! ¡Ni se te ocurra llegar tarde!
—Voy —Y colgó.
Fue entonces que se percató que había alguien viéndolo en la acera de enfrente: Una figura delgada bajo un paraguas, con un suéter de patrón militar, pelo bastante corto y dorado, piel blanca, y marcadas sombras que rodeaban unos fríos ojos celestes. Primero miró a esta persona con confusión, pero pronto juntó uno y uno, y con gran sorpresa, preguntó:
—¿Loretta...?
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