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El maldito invierno - Contrafuga

Hay un cuadro blanco, y en el medio, la luz de un bombillo desprende una aurora diáfana a su alrededor. Abajo, hay un ojo de iris marrón, con el reflejo de la luz clavado en medio de la pupila, prácticamente inmóvil a excepción de solitarios parpadeos. Entre la mirada y la iluminación, se cola una sombra, la de una mano sosteniendo el origami de una mariposa, y cuya sombra está impresa sobre el rostro de Gabriel acostado en su cama. Se levanta sobre su costado, mientras que persiste en su inexplicable análisis de la figurita de papel. Su vista finalmente se desvía cuando escucha suaves toques del otro lado de la puerta. Guarda la mariposa en uno de los cajones de su escritorio, y llama a la persona a pasar:

—Ya nos vamos, Gabo —comenta un hombre alto, quien comparte el mismo color de ojos y de cabello (a excepción de la ocasional cana) con Gabriel.

—Que tú y madre disfruten de su aniversario —respondió el chico, abrazando al hombre.

—¡Gracias! Ya sabes, ahí quedaron muslos descongelados, arroz fresco, frijoles, sobras de ayer y ensalada YA HECHA por si acaso —resaltó con mirada pícara.

—¡Me corte UNA vez, padre! No soy tan inepto cocinando —explicó con voz obstinada.

—Ya sé, ya sé —carcajeó a costa de su hijo—. Volviendo al tema, creo que no debo decirte que no nos esperen despiertos.

—Mientras que no nos despertemos con la noticia de un hermano nuevo, no me importa.

—¡No hago promesas! —declaró el señor papá, abriendo la puerta para salir, mas, se detuvo para un último recordatorio— Por cierto, no olvides la limpieza de mañana.

—Aah...¿Es super necesario que vaya? —contestó con una sonrisilla vergonzosa.

—Gabriel... —remarcó, viéndolo de forma severa.

—¡Pero, padre! ¡Hay un torneo-!

—Siempre hay torneos, hijo. Los encuentras hasta debajo de las piedras, además, ya te habías comprometido, ¿O me equivoco? —replicó con aires parsimoniosos.

—Pues, eeh...¡Sofía no tuvo que ir la última vez!

—Sacando todo de su contexto, como noticiero amarillista —denunció el papá, negando con la cabeza, y chasqueando con la lengua—. Andrea Sofía sí me avisó que tenía una presentación semanas antes, una presentación que me costó veinte rojos, compañerito. ¡Así que nada de "peros", "por qués" y "por favores"! —Sin opciones, el primogénito solo le quedó gruñir como zombie, con ojos blancos incluidos, respondiendo:

—Está bien... —Su papá se detuvo y levantó el índice—...camarada.

—¡Mucho mejor!

El señor cerró la puerta, y el bueno de Gabriel se puso a chocar lentamente la cabeza con la madera. Más tarde, él se encontraba al lado de su hermana, encima de la alfombra de la sala de estar, con el torrencial de afuera estrellándose contra las ventanas, mientras el espectral brillo del tele bañaba sus rostros. El mayor asomó su mano para agarrar unas cuantas palomitas del valde que compartían, pero solo sintió semillas embarradas de mantequilla en el fondo. Hizo los ojos para atrás, pero lo dejó pasar; acto seguido, Sofía expresó lo siguiente:

—Qué guapo es Légolas... —dijo entre suspiros, acomodando su cabeza sobre el antebrazo

—Dudo que pensarías lo mismo si vieras a alguien con orejas así en la vida real —debatió el antipático.

—¡No eres un elfo! ¡Tu opinión no cuenta! —Le gritó y le sacó la lengua. Granada, ahora fastidiado, preguntó:

—¿Cuánto tiempo queda de esta maratón?

—Bueno, ya terminó la primera, así que como seis horas más.

Inmediatamente, el muchacho bien vestido tomó una decisión: Se levantó del suelo, agarró una sombrilla colgada de un perchero, y se dirigió hacia la puerta:

—Papi y mami dijeron que debías quedarte cuidándome —Le recordó, sin despegarse de la película.

—Y el gansito en el refrigerador dice que es tuyo si no les dices que salí.

—Mmmm...¡Qué te vaya bien, Gabo! —Se volteó hacia él con una empalagosa sonrisa.

Caminar es un placer extraño, en el sentido de que todos entienden de dónde viene la atracción que se tiene a ese pasatiempo, pero es difícil poner en palabras qué lo hace tan satisfactorio. Si un servidor tuviera que compartir su punto de vista, todo radica en una separación momentánea de nuestra propia presencia, donde no somos el todo de nuestro ser; No somos otra persona con deseos y preocupaciones, sino una parte cualquiera del ambiente, no más distinta que la hoja marchita que se lleva el viento; simples ojos hechos para ver sin ser percibidos como más que eso porque, es solo otra persona caminando, otro árbol en el bosque, otro auto en la autopista. Es lo más cerca que estamos de ser invisibles, y personas como Gabriel disfrutan de ello.

Sin embargo, en esta ocasión en particular, esa paz que le traía perderse entre la multitud no la sentía. Quizás era que, entre la bruma intensa de aquella noche, las personas a lo lejos se veían como sombras vigilantes, o tal vez, era esa extraña, carrasposa, y molesta estática que tenía uno de sus audífonos, o el inesperado frío de la calle en esa tarde, pero, por encima de todo eso, había algo que escapaba la explicación racional, y era el único cliché que muchos de nosotros hemos sentido...la sensación de que alguien nos observa.

Entre la incomodidad de la salida, la oscuridad y niebla del momento, se encontró en una parte del vecindario que no reconocía muy bien. Seguir caminando sin rumbo podría ser peligroso, además, los zapatos que andaba le apretaban de más, por lo que un descanso le caería bien. Se sentó bajo lo que parecía una muy vieja parada de autobús, iluminada por un único poste público que parpadeaba con frecuencia. Sentado ahí, solo tenía de compañía a su música, hasta que se le acabó la batería, y se tuvo que conformar con el sonido de las gotas golpeando una abandonada lámina de zinc. Todo siguió así hasta que llegó alguien corriendo para refugiarse del temporal, y que solo pudo distinguir hasta que entró bajó el umbral del poste. Por lo que veía, se trataba de alguien joven, bastante alto, y delgado, que llevaba una capucha de tela gris. No le podía ver bien la cara por el hoodie, pero sabía que se trataba de un hombre. Este se sentó en silencio a su lado y nada más, poniendo al chico super incómodo; fue entonces cuando el extraño espetó algo que le mandaría un escalofrío a cualquiera:

—...¿Es que ya no me recuerdas, Gabriel?

Con el cuello congelado del miedo, Gabriel giró la cara de forma mecánica para ver a esta persona a la cara. Cuando se subió la capucha, no había mucho que necesitara explicación, a pesar de los cambios: La cabeza la llevaba rapada, tenía tatuajes varios en la cara, además de lo que parecían cicatrices en la piel, la barba descuidada, y sus cuencas, pesadas con ojeras, pero nunca podría cambiar sus ojos; esos malditos ojos azules.

—¡D-damián!

—¡El mismo, mae!

El muchacho se levantó inmediatamente de su campo y se alejó un par de pasos. Damián habló:

—¡Pero no se cague, mae! Es la primera persona del voca que veo en años y ya quiere salir corriendo —rio roncamente.

—¿Q-qué te pasó? —preguntó, mirándolo de arriba a abajo, sin dejar de retroceder.

—¿Qué crees? ¡No, en serio! ¡¿Qué crees?! Desde que me encontraron culpable, a los ojos de mi papá, dejé de ser su hijo y solo me hice uno más de sus escándalos de mierda. ¡Claro, con su hijo favorito, le consiguió cada hijueputa abogado y compró a cada malparido juez! ¡Pero yo! Je, yo solo conté como daño colateral. ¡No me sorprendería si ya hasta me hubiera quitado el apellido!

—P-parece que has tenido una vida difícil desde entonces.

—Ni te imaginas... —respondió, levantándose el suéter para revelar sus múltiples heridas; bultos amorfos de carne donde estaban enterrados los caminos de varias navajas. Dejó caer la prenda, y de atrás de su cintura, sacó una navaja, y esbozó lo siguiente— Quería darte las gracias, ¿Sabes por qué? Porque lo que me mantuvo vivo todo este tiempo fue imaginar que te dejaría igual como me dejaron a mí.

Ni un solo pensamiento interrumpió a Gabriel; él huyó hacia la calle frente a él, metiéndose dentro del barrio, y gritando auxilio tan fuerte como pudiera, pero la lluvia y ahora, la rayería, ahogaban su desesperada voz. El breve destello de los rayos le ayudada un poco a ver hacia donde iba, pero también marcaba en las paredes la silueta del depredador que lo perseguía, el cual se movía como un despojo resucitado con magia negra, que chocaba con todo lo que se ponía en su camino, pero que no se detenía por nada. Gabriel llegó a una bajada que llevaba hasta un parquecito rodeado por una reja metálica, y cuando casi se resbalaba por la velocidad, saltó a la reja, y a como pudo, la empezó a trepar, pero cuando justo iba a saltar al otro lado, Damián lo agarró, y en su pánico, arrojó una patada. Su perseguidor cayó al duro asfalto, abriéndose una herida en la frente que solo lo enfureció más, pero que le dio tiempo a Gabriel de alejarse.

Salió del parque y se metió en otra calle con la intención de perderlo, no obstante, rápido se dio cuenta que el mismo se acorraló, al meterse en una calle sin salida. Sacó todo el aire de sus pulmones para pedir ayuda antes de que Damián lo encontrara. Con una mano sujetando su herida, y la otra, el puñal, se fue acercando lentamente a su víctima. Acto seguido, paró un momento, tal vez por el dolor, y empezó a lanzar una diatriba desde el fondo de su ser:

—¡MIRA LO QUE HAS HECHO! ¡TENGO OTRA HERIDA GRACIAS A TI! ¡No entiendo! ¡No entiendo como una porquería de hombrecillo como tú puede llegar a ser mejor que yo! ¡Me has humillado desde que te conocí! ¡Me quitaste todo! ¡Pero ahora! ¡AHORA ME LAS PAGARÁS!

Y de repente, para hacer aún más surrealista esta situación, Gabriel comenzó a reírse nerviosamente, alterando a un más al criminal:

—¡¿De qué te ríes, carepicha?!

—¿De qué? Que estando aquí, a punto de morir, sigo sintiendo lástima por ti. Me apuntas con una navaja y solo puedo pensar en lo patético que eres. Perdiste todo aquello por lo que nunca tuviste que trabajar ni un solo día de tu vida, y para eso, solo necesitaste seguir siendo tú: Una decepción coprófaga, rastrera, bastarda, inútil y despreciable cara de muñeco descocido —En su mente, él moriría sin darle el placer de verlo con miedo una última vez.

Damián colocó ambas manos sobre el cuchillo, listo para acabar esto, y en un solo movimiento...se acabó. Y ahí estaba, tendido en el suelo y cubierto de sangre. Gabriel movió su mano hacia su estómago y pudo sentir...que no sentía nada, porque no estaba herido. Abrió los ojos, y vio a Damián, inconsciente a sus pies, y frente a él, una muchacha sosteniendo una sartén, una muchacha de piel blanca, mejillas moteadas con pecas, ojos avellana, y un cabello rubicundo, atado en una hebra helicoidal:

—...¿Gabriel? ¡Gabriel! —E inmediatamente, se abalanzó a abrazarlo, y el chico no podía ni hablar. En el momento que escapó del shock, pudo decir:

—Pensé que estaba muerto...A-a-aurora, ¿Q-qué-?

—¡V-vivo a la cuadra! M-m-me hacía la cena, escuché gritos, y vi que perseguían a alguien. No sé por qué, pero sentí que tenía que ayudarlo de una vez y-¡AH! ¡La policía!

—¿La policía...? ¡Ah, claro! ¡Hay que llamarlos ya!

La vecina llamó a emergencias, mientras que Gabriel aseguraba la navaja de Damián y se ponía encima de él para inmovilizarlo. Al rato, llegaron más vecinos a ver la conmoción, y acto seguido, llegó la policía también. Los oficiales contaron que Damián se había escapado del penitenciario juvenil, además de que los bombardearon con preguntas para establecer los hechos del crimen. Una vez listos, les dijeron que probablemente los llamarían a testificar en contra de él, pero sin mucho más, los policías esposaron al prófugo y se lo llevaron. Con el efecto Doppler de la sirena, y las luces azules y rojas perdiéndose calle arriba, el muchacho bien vestido pudo volver a respirar tranquilo, y en esa tranquilidad, se dio cuenta de que no sabía en dónde estaba o hacia donde ir. Fue entonces cuando su salvadora propuso:

—Quédate en mi casa un rato, Gabriel.

—Oh...claro.

Ya bajo la protección de cuatro paredes, Aurora le ofreció una manta con cual calentarse, y una cuanta ropa de ella para que no se tuviera que quedar mojado mientras estaba ahí. Dejó una tetera hirviendo mientras subía a su cuarto a cambiarse ella también. El chico meditaba todo lo que había pasado, en medio de los silbidos del agua hirviendo, hasta que Aurora bajó de nuevo, ahora llevando un cómodo buzo rosado, y una camisa a tirantes, agarrando a Gabo desprevenido. La chica llevó dos tazas humeantes y con aroma a manzanilla, y le entregó una a él. Una vez sentada, conversó con él:

—Si quieres, puedes quedarte toda la noche, si te sientes cómodo.

—Sería lo mejor, pero mi hermanita está sola en casa. Después de esto, me siento peor por dejarla sola—explicó, mientras tomaba un poco del té.

—Entiendo...oye, los primeros días serán algo duros, y pasarán meses hasta que te vuelvas a sentir cómodo en la calle. He pasado por eso y...sí —comentó, fijando su mirada en el agua de la taza.

—Gracias. De todos modos, yo salí prácticamente ileso de esto, y tú...no.

—...No lo hace tan distinto como-.

—No, sí lo hace, Aurora —cortó, mirándola fijamente—. Él y Nathan si lograron dañarte, y si bien hoy pude haber sido una más de sus víctimas, fue por ti que no fue así y eso esto una cantidad de magnitudes arriba de lo que yo hice por ti, porque yo...

Aurora lo miró, bajando sutilmente las cejas, y completó la oración:

—..."No pude salvarte", ¿No es así? —El muchacho solo se limitó a tomar más del té, volviendo al refugio endeble que era el silencio. La anfitriona, ahora molesta, sopló esa casa de paja con su voz— ¿Por qué todos los hombres son así?

—D-disculpa, ¿Cómo? —arrugó la cara, sin comprender el comentario.

—¡Cada mae al que le he comentado la historia dice exactamente lo mismo! "No pude salvarte", "Si tan solo hubiera estado ahí", "Yo nunca te haría eso" ¡ESO YA LO SÉ, JUEPUTA! ¡¿Por qué quisiera salir de nuevo con un maldito violador de mierda?!

—¡A-aurora, yo no quise decir eso! ¡Mi caso sí es distinto porque yo estuve ahí! ¡Fui yo el que ocasiono-!

—¡Es que tú no ocasionaste nada! ¡Tú no les dijiste a aquellos monstruos que hicieran lo que hicieran! ¡Ni tú ni nadie me pudo haber salvado porque nadie más que los Cruz tenía la última palabra! Ya eso pasó, ya el daño está hecho, ¡Lo único que quiero es tener a alguien que no me mire con lástima! ¡Que vea que sigo siendo más que una historia triste! Que...qué soy más que una estadística...

—...Yo no te veo así.

Aurora se quedó viéndolo con una concentración furiosa, y de repente, agarró su camisa:

—¡¿Qué estás haciendo?! —preguntaba Gabriel, desviando la mirada y cubriendo su periférica.

—Dijiste que me veías sin lástima. Pruébalo, y mírame ahora, para ver si me ves a mí...o a aquellas fotos, aquellas que todos han visto.

Los ojos de Gabriel, su mano bajó, y despacio, su cabeza fue subiendo hacia donde pudiera ver a Aurora. Su labio temblaba descontrolado, y nunca había sentido a sus párpados poner tanta resistencia a ser abiertos, sin embargo, lo logró. Al inicio, veía una desenfocada y lechosa pantalla, que dio paso a Aurora, que solo vestía su brasier.

—¿Me puedes ver, Gabriel?

—Sí...

—...Antes de terminarle a aquel maldito, él me había dicho que...bueno, que cogiéramos. Yo quería hacerlo, pero aún no me sentía lista, y en los días antes del final, él se había vuelto mucho más insistente al respecto, diciéndome que yo no quería hacerlo porque "a mí me daba asco él", y que eso lo deprimía. Yo traté de decirle que no era así, y que solo necesitaba más tiempo para pensarlo. Ahora, pienso que, incluso si nada hubiera pasado, incluso si tú nunca me hubieras revelado la verdad sobre él, nada hubiera cambiado...

Del otro lado, los ojos vacantes de brillo de Gabriel permanecían perdidos ante todo lo que pasaba. Su cerebro crítico, a punto de ceder ante la absurdidad vivida, escupió una última pregunta:

—Esta pregunta es estúpida, pero...¿Por qué no te sentías lista? —Aurora meditó un momento la pregunta antes de responder:

—...Al principio, pensé que tenía que ser perfecto, que tenía que conocer y estudiar todo al respecto, que no podía verme como una niña pequeña ante él, pero, con el tiempo, la razón por la que le dije que no, era porque mi mente ya no imaginaba una primera vez con él, sino...

Entonces, ambos se quedaron viendo fijamente, siendo afectados en partes iguales del éxodo masivo de sangre migrando hacia sus rostros. Pero, incluso en un momento tan engorroso, Aurora habló con la verdad:

—D-discúlpame, ¡Soy una imbécil! ¡No te había visto en años! ¡Y encontrarte de esta manera, en la lluvia y con la adrenalina! ¡Y después me enojé contigo, y eso solo me emocionó más y...! Perdóname, soy lo peor, quería que me vieras así y me aproveché de la situación...Soy igual que Dami-.

Gabriel le cortó la respiración cuando se abalanzó a abrazarla. Ni la podía ver, porque de un pronto a otro, sus ojos habían estallado en lágrimas. Con su mentón sobre el hombro desnudo de Aurora, lo dejó salir:

—No te atrevas a decir que eres igual a él, ¡Pero ni en broma!

—G-gabo...

—Todo este tiempo, pensé que me había alejado para no ponerte en más peligro, o al menos, eso me dije a mí mismo, ¡Pero yo sabía que no era así! ¡Yo me fui por miedo! ¡Miedo de no ser suficiente! ¡Miedo a que me odiaras! ¡Miedo...a que solo yo fuera el enamorado! Es cierto, Aura, no te pude haber salvado...¡Pero tuve que quedarme! ¡Eras mi mejor amiga y me fui cuando más me necesitabas! ¡Perdóname! ¡Por favor, perdóname! —sollozaba Gabriel, dejando una casca de lágrimas en la espalda de la chica.

Aura lo alejó de ella un poco, levantó su rostro con sus manos, y él pudo ver que ella también tenía sus ojos desangrándose de ese dolor tan viejo, y tan solo con asentirle, el muchacho sintió una liviandad y alivio como nunca había sentido antes en su vida; por primera vez en mucho tiempo, se sentía bien con solo ser "Gabriel". Cuando ya pudieron limpiarse lágrimas y mocos, Aura se puso de vuelta su camisa y preguntó:

—Te gusta alguien más, ¿Verdad?

—¡¿Qué?!

—Hace como un mes, conocí a una chica llamada Lupe, y ella me dijo que jugaba videojuegos contigo y viéndola tan linda y humilde, pensé que sería tu chica ideal...A-ahora que lo pienso, eso me hace sentir aún peor acerca de querer hacerlo contigo —explicó con vergüenza que la calentura había suprimido.

—Sí, eso suena aún peor...pero espera, si te enteraste de eso antes, ¿Por qué no me lo dijiste desde el principio?

—¿Me preguntas porque no chismee contigo después de que casi te matan? —contestó, poniendo cara de "¿Este mae va en serio?"

—Oh, claro, eso...Oh, por Alá, casi me matan —Finalmente había caído en cuenta de lo sucedido. Para olvidarse de eso, volvió al otro tema—. Bueno, Lupe sí me gusta, pero todo salió mal, y pienso que ya maté toda esperanza.

Aura pensó con la mano en el mentón, y opinó:

—¿"Pienso"? ¿Ya lo hablaste con ella?

—No...no en realidad...

—Pues te debes a ti mismo intentarlo —le dijo con suavidad—...y también se lo debes a los chicos que, tal vez en otro lugar del universo, fueron juntos a pasarla bien en un torneo. Hazlo, por esos momentos robados —Al decir esto, se besó la punta del índice y el anular de su mano derecha, y los levantó frente a ella. Gabriel, sin ninguna palabra de por medio, hizo lo mismo y juntó sus dedos con los de Aurora, para escurrir así su última gran lágrima.

Gabriel volvió a casa, completamente agotado, y con la energía sexual reprimida de un quinceañero después de ver un brasier, cuando llegó, Sofía seguía despierta, y viendo el maratón:

—¿Cómo te fue?

—Casi me asesinan.

—Qué bueno que no lo hicieron. ¡Ven y siéntate, que ya va a terminar el retorno del rey!

—Iré al baño un momento...

—¡Pero no te quedes diez minutos como siempre o no vas a ver cuando queman el anillo!

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