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Capítulo 9: "La bola que no para de rodar"

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Respiraciones pesadas, pelotas de hule rebotando en la gramilla, tenis rechinando en el piso y los eufóricos gritos de la afición. Toda esta bullaranga solo podía significar una cosa: ¡La semana deportiva había comenzada! Era la oportunidad para los clubes atléticos de destacar, y para el resto de estudiantes, cualquier excusa para perder clases basta y sobra. Guadalupe sería también una protagonista en la cancha, al estar con el equipo femenino de fútbol. Ante la vista de todo el gimnasio, la escuadra de muchachas se preparaba para el encuentro:

—¡Vamos, chicas! ¡hoy, la copa se queda en casa! —exclamó Lupe a los cuatro vientos.

—¡Bien dicho, Lupe! —asintió la capitana— Hoy debemos estar bastante finas porque el equipo de la Mauro es el más goleador; entonces, tocará mantener la posesión de balón tanto como sea posible. Marcela y Sofía, traten no sacar la pelota por arriba, tratemos de jugar a ras del suelo lo más que podamos. Cúbranle ambos palos a Marisol.

—¡Sí, Capi! —respondieron las tres al unísono.

—Lupe, vos vas a estar en medio campo para conectar conmigo, no trates de subir a menos que te lo diga ¿quedó claro?

—¡Clarines y cornetas, Capi! —contestó con diligencia militar.

—Cuidado con su delantera: Es rápida, gambeteadora, además de bien serrucha, así que téngale una sana distancia si no quieren que les parta el fémur a la mitad.

El arbitró, uno de los profesores de educación física, llegó con su camisa deportiva ajustando sus flácidas carnes como a un embutido. De pronto, el equipo opositor salió marchando del vestidor aledaño. Venían trotando, saltando y exhalando, listas para la acción. Las capitanas se acercaron al centro de la cancha, donde el réferi las esperaba con una moneda en mano. Desde su zona, la fleco de tubo le echó un ojo a la delantera estrella: Era morena, muy parecida a ella, con un llamativo trapo rojo amarrado encima de su pelo negro, una curita adherida sobre su nariz y un rostro de pocos amigos.

Sin tiempo para más, el juez sonó su silbato. ¡Inicio el encuentro! En un parpadeo, la capitana tocó con delicadeza el balón, pasándoselo a la niña dientes de lata, comenzando una carrera hacia el área chica, la cual acabó prematuramente cuando la delantera le robó el balón en menos de lo que aletea un colibrí. Lupe intentó seguirla por la espalda, pero su rival agarró una velocidad endemoniada y la dejó mordiendo el polvo, resbalándose en el proceso. En el suelo, pudo ver el nombre escrito detrás de la camisa; Era Elena, la número 9. Las defensas trataron de parar su avance en vano, y con elegantes e instantáneos regates, se quitó las marcas de encima y anotó el primer tanto:

—¡No puede ser! ¡Ya gol en el primer minuto! —Pensó Lupe, con cara de shock.

—¡Tranquilas, muchachas! Solo fue que nos agarró frías —animó la capitana— ¡Hay que meternos en el juego de nuevo!

Nuestra protagonista se levantó, golpeó ambas de sus mejillas cual tambor, y volvió a su posición. Se reinicia el juego, y el equipo local decidió montar una respuesta inmediata. Lupe le dio un toque al balón, enviándolo hacia el centro, donde la capitana quedaría lista para disparar a marco, no obstante, la portera rival también había salido para trabar el balón. De la sorpresa, la capitana no pudo contener el esférico, y ahora, su ofensiva le pertenecía a las del Mauro Fernández. De manera casi mecánica, el balón volvió a los pies de la delantera, Elena, y ella salió disparada cual torpedo a buscar el segundo.

—¡No dejen que dispare a marco! —gritó la capitana.

—¡Ya voy! —vociferó Lupe a todo pulmón, corriendo de nuevo al área chica.

Con sorprendente velocidad y ayuda de sus compañeras, que pudieron desacelerar a Elena un poco, pudo ponérsele al frente, siendo lo único entre ella y el gol. Ambas avanzaron con rumbo hacia una colisión inminente, y la atacante empezó a zigzaguear el balón, tratando de confundir a Lupe, y justo cuando ambas estaban justo a la par, la defensora pudo ver que querían hacerle una finta hacia la izquierda, así que estiró el pie hacia el mismo sector. No obstante, Elena hizo lo impensable: Como si tuviera piernas de chicle, estiró su pierna hasta tocar la bola con la cara interna del pie, devolviéndolo al centro, engañando a la defensora.

Ella no se rindió, y trató de marcar con su pierna derecha, pero perdió el equilibrio y cayó al suelo haciendo un Split que le ganaría diez de diez en gimnasia, pero que en fútbol, significó el dos a cero.

La muchacha no podía creerlo que le hubieran aplicado una jugada de tal calibre; la elasticidad, velocidad y coordinación que se requería para hacerla estaba a otro nivel. Las miradas perdidas y las disposiciones cansadas se veían en cada jugadora local, incluso en la que yacía en el suelo. Entonces, la tal Elena, con el balón bajo el hombro, pasó a su lado, le lanzó el balón y dijo:

—Pareces un chicle usado: Solo en el suelo te la pasas —Y siguió su camino.

Ahí, con la boca abierta, sin aire y humillada, sintió electricidad pasando en cada parte de su cuerpo, haciéndola vibrar. Los suspiros desganados pasaron a exhalaciones agresiva, y sentía como cada palpitación golpeaba su esternón con furia, y cuando estas sensaciones llegaron a su límite, escuchó una voz conocida:

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—¿Quién se cree esta imbécil para decirnos eso?

—¡¿Doctora?! ¿Por qué estás aquí? No estoy jugando Cosmos.

Creo que lo que me llama a aparecer no es Cosmos, sino tu deseo de ganar. Así que...¡hola, Lupe!

—¿Estás...estamos seguras de que así funciona?

Patear gente, patear pelotas: Banana, banano. Dejemos lo complicado para después, ahora, ¡levántate y vayamos por ese balón!

Sus propias palabras de motivación le cayeron como una intravenosa de energía. Saltó del piso y aterrizó firme sobre ambos pies. Una vez parada, corrió hacia el resto del equipo:

—¡Sorry, chicas! Ahí quedé muy mal parada, pero ¡todavía queda mucho partido por jugar! —declaró con ánimo.

—Pero si ya vamos 2 a 0...

—¿Y qué? ¡Todos saben que ese es el marcador más engañoso! ¡Debemos aprovechar ahora, que están confiadas y agarrarlas mal paradas!

—Lupe tiene razón —concordó la capitana—. Aún podemos ganar este partido, pero hay que cambiar de estrategia.

—¡Y yo tengo una idea! Que solo usted se quede en punta y yo, me pongo a marcar a la güila esa.

—¿Estás segura, Lupe? Vamos abajo en el marcador, necesitamos meter goles a las ya.

—¡Confié en mí! Si lo hacemos así, les podremos romper todo el plan con el que venían.

—Ok, intentémoslo, pero si nos meten otro gol, salimos todas —dio la capitana su ultimátum.

De nuevo en el centro de la cancha, los ojos de Lupe y Elena estaban entrelazados en un tenso intercambio de miradas, ansiosas a que el pitido del árbitro las dejara escapar de su posición para abalanzarse una sobre la otra. La doctora aconsejaba al mismo tiempo:

Tienes que aceptarlo: Esa chica es mucho más hábil que tú, así que, si tratas de jugar a su juego, vas a perder. Tienes que ralentizarla, evitar que empiece carrera, y si lo logra, debes irte hacia atrás para quitarle el balón antes de que pueda volver a manejarlo.

Pero, casi nunca juego atrás.

No tienes mucha opción: Logras parar su juego o no.

La muchacha aspiró tanto como le permitieran sus pulmones y exhaló, expulsando los últimos rastros de duda de ella, y con la mirada concentrada y sus facciones serias, se dijo a sí misma:

Entiendo.

El balón rodó de nuevo, Lupe le hizo el pase a la capitana, y ella entró sola al territorio enemigo, pero una defensa rival llegó y le trabó el esférico, pasándoselo inmediatamente a Elena por arriba. Ella lo bajó con su pecho, y el segundo que tocó sus pies, lo adelantó y comenzó su carrera, no obstante, Lupe ya había anticipado esto, robando el balón y aprovechando un grave error que cometían sus oponentes.

Debido a la gran confianza que le tenían a su nueve, todas las jugadoras salían en línea, y como Elena nunca perdía el balón, no había razón para dejar defensas atrás. Sin embargo, en el caso de que alguien fuera quitárselo cuando todas habían salido hacia adelante, eso significaría que dejarían la portería completamente sola; he ahí el talón de Aquiles.

Elena quedó derrapando sobre la gramilla, mientras Lupe pasó a profundidad, en medio de las líneas y en medio de las piernas de una de las muchachas, colocándosela a la capitana para que disparara a quemarropa a la portera de la Mauro. ¡Gol para el Liceo! Sin tiempo que perder, la capitana agarró la bola de entre las redes y corrió hacia el medio para seguir con el juego. Cuando devolvieron el balón, Elena habló con fuerza para que la escucharan atrás:

—¡Oigan, Marielos, Samanta! ¡quédense ustedes dos atrás! —indicó.

Encontró el hueco que tenían de inmediato —pensó la trigueña.

La idiota no es estúpida. ¡No la descuides ni por un segundo, niña!

Lo que siguió fue, en esencia, una guerra de trincheras, con las locales saliendo de su propia área muy pocas veces, a la vez que Elena descargaba toda su artillería sobre ellas, sin mucho aval. Entre tantas jugadas así, las locales cayeron en la complacencia, creyendo que ya habían invalidado a la delantera estrella por el resto del partido. Craso error, porque en el momento en que Elena absorbió el ritmo de los pases, se escabulló con el balón en sus pies, e intención asesina en sus ojos. De nuevo, la única que la podía detener era Lupe. De nuevo estaba frente de ella, y de nuevo, Elena venía moviéndose de un lado a otro, dejando espejismos a su alrededor. La niña de dientes amalgamados tenía sangre en el ojo y quería la revancha personal, por lo que deseaba correr e interceptarla, pero la doctora la detuvo con su consejo:

Eso es lo que ella quiere. Si vas corriendo como una tonta, te hará una finta al último momento. Tendrás que esperar hasta el último segundo para moverte.

—¿Y si mis reflejos no dan la talla?

Confía en tus instintos. Confía en mí. Confía en ti.

Otra vez, estaban tan cerca que podían ver con detalle las gotas de sudor que caían por sus caras. La jugada se decidiría por milésimas de segundo, y en ese instante infinitesimal, Elena giró sus caderas hacia la derecha y movió el balón acorde, lo cual Lupe pudo percibir y fue hacia este. Pero ¡desastre! Había caído otra vez, ya que la muchacha de la curita en la nariz había vuelto a contorsionar su pie para redireccionar el esférico, Lupe había fallado...imaginaba la atacante.

La chica sintió la más ligera oscilación en su flequillo, y decidió que, en vez de ir de lleno a una dirección, se colocó de tal manera en que podría cubrir tanto la finta normal como la elástica, ya que su instinto le susurraba que su oponente quería lucirse a costa de ella. Con el toque de un pétalo marca Abibas, Lupe le pasó la pelota entre las piernas y huyó hacia al norte. Elena intentó un giro desesperado, pero su centro de gravedad no pudo compensar semejante maniobra, por lo que cayó de cara sobre la lona.

—¡Corre, Lupe! —escupió la capitana, mientras corría a su lado.

Las dos empezaron a acelerar como si su vida dependiera de ello, pasándose la bola de ida y vuelta, con sus pasos en perfecta sincronía, juntando mente y cuerpo en un efímero instante, y acabando cuando Lupe realizó el último pase para que la capitana entrara con todo y bola dentro de la red. Finalmente, habían empatado, y tanto el gimnasio como el equipo celebraban. En medio de tanto jolgorio, Lupe se volteó, y lo primero que vio fue un rayo de la muerte dirigido hacia ella. La delantera estrella, aún tendida en el suelo, y con la cara sucia por la mugre de la cancha, tenía los ojos más iracundos y vengativos que ella hubiera visto en estos quince años de yugo mortal. La doctora interfirió por un momento.

Eeh, niña, ¿verdad que la visión láser no existe en el mundo real?

Si no afuera así, no creo que estaríamos hablando al respecto...

Para sorpresa de nadie, el juego pasó de arte con el balón a artes marciales. Zancadillas, empujones y demás roces fueron en aumento hasta el último minuto de partido, y Lupe se comportó de acuerdo con las circunstancias. Eran ellas dos en la pista, con cada paso sacando chispas, generando un infinito calor por donde pasaban, guiadas a colisionar como hadrones por un vínculo magnético, liberando tanta energía que hacía vibrar las vigas del lugar. La última jugada del partido estaría en los pies de Elena. Con endemoniada rapidez, dejó a la portera atrás, mientras que Lupe la seguía. La fleco de tubo no lograría llegar para quitarle el balón, y cuando el cañonazo voló desde la pierna de la delantera, la muchachita usó la cabeza...literalmente.

En el último segundo, Lupe sacrificó su cara para sacar el balón. La atacante quedó perpleja, con la mano sobre la boca, y junto al resto de jugadoras, se acercó a verla. Tenía el labio roto y una ceja lacerada, además de la mejilla inflamada y las coseduras del balón en todo el perfil. Impactada, Elena le gritó:

—¡¿Acaso eres bruta?! ¡Pude haberte roto el cuello o algo así! ¡¿Cómo te le vas a meter así?!

Mientras la jugadora en pie le ayudaba a levantarse, la derribada le contestó, con una sonrisa desorientada:

—Si no lo hacía, era gol... —contestó, con una sonrisa desorientada.

Esta mae está loca —pensó—. Sal del campo antes de que te rompan más la cara —recomendó, con un tinte de preocupación.

Sin embargo, cuando la jugadora corrió hacia el centro del campo, el árbitro dio por terminado por el partido. Marcador final...tres a dos, había ganado el liceo...¡¿Cómo?! Verán, en esa última jugada, el balón rebotó a una velocidad y ángulo exacto para agarrar por sorpresa a la guardameta de la Mauro, por lo que sí, Elena metió el gol de la victoria.

Como imaginarán, a la goleadora estaba en llamas, pegando pisotones y gritando tan agudo que hasta los perros aledaños se estaban rascando sus orejas. Nuestra protagonista se le acercó para hablarle:

—No te mortifiques tanto. El gol fue una güaba; a pura suerte les ganamos-.

—¡Ya lo sé, no soy bruta! —respondió, quitándola con el brazo. Caminó hacia los vestidores, a la vez que le anunció que— ¡Ya verás la próxima vez, chica fresita!

Lupe no dijo nada, porque por dentro, sabía que nunca habría una revancha. Tiempo después, la joven morena mantenía la cabeza baja, dejando que el agua de la ducha se llevara el sudor, la sangre, su fleco, y pensamientos varios por el drenaje. Ya vestida y seca, la jugadora del partido, de la nada, soltó la bomba:

—¡¿Vas a dejar el equipo?!

—S-sé que suena raro, pero, ya lo había venido pensado desde hace un tiempo.

—Y planeabas decirnos al final del campeonato, ¿no? —dedujo la capitana, a lo que Lupe asintió— ¿Pudiera saber por qué? Si es algo privado, no tienes-.

—No, no es nada así. Entro a décimo el próximo año, y quiero concentrarme en estudiar para las universidades.

—Lo entiendo...¡bueno! Aquí siempre tendrás las puertas abiertas, chica. Si cambias de opinión, déjanos saber.

La fleco mojado sonrió, se despidió de cada una de sus compañeros y se retiró del camerino. Cuando cerró la puerta, una de las jugadoras mencionó algo.

—¿Cómo le hace para mantenerse tranquila después de esto, capi?

—La verdad, ya lo veía venir.

—¿Cómo así?

—Referencias de otros clubes. Decían que era una chica dedicada, pero, cuando menos los esperabas, se iba. Y nunca duraba mucho en ningún lado...

—¿Será que es muy indecisa? —la capitana tan solo se encogió de hombros.

A su salida, Lupe tuvo un pequeño diálogo con la doctora:

—Ok, si te vas de aquí por tus estudios...¡¿significa que vas a dejar Cosmos también?!

—Aún no. Todavía no he logrado lo que me propuse con Gabriel. Cuando eso pase, imagino que me iré...quisiera quedarme más, pero ya no tengo mucho tiempo. Tengo que hacer lo que tengo que hacer...me guste o no.

No muy lejos de estahistoria, otra se estaba desarrollando, y esa la veremos...¡ahora!

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