Capítulo 12-II
Afuera del colegio, al cielo no le había llegado el memo de que eran pasadas las tres de la tarde, y sol seguía brillando como si fuera medio día. Alicia y Mateo ya habían hecho rumbo a sus casas, así que solo quedaban los otros dos. Ya afuera del portón principal, Gabo mencionó algo:
—Con lo que jugamos hoy, al menos ya no deberías ahogarte en los primeros rounds con el resto de ceros a la izquierda, pero te queda mucho para estar siquiera al mismo nivel de Robinson.
—¡Seguiré practicando! ¡seré la mejor con la doctora, ya lo verás! —reafirmó, con un ojo cerrado— Gracias por los consejos que me diste hoy, Gabo.
El chico solo levantó un poco la cabeza como respuesta. Acto seguido, dijo:
—Me voy. Tengo que ir a recoger a mi hermana a la escuela.
—¿Te importa si te acompaño? —propuso la muchachita con gentileza.
—O-oh. No...no me importa. Vamos de una vez —y con manos en los bolsillos, mostró el camino.
[30]
Por debajo de un bello cielo azul y encima de unas platinadas aceras, fueron caminando lado a lado por el vecindario. Es un día alegre, donde los niños juegan fútbol en media calle, pateando y persiguiendo un balón tan desgastado como libro del renacimiento, disfrutando del bello arcoíris y la desbordante frescura que caía sobre sus cabezas; ambos donados por la fuga de un hidrante cercano. En la calle de bajada, osados ciclistas rompen la barrera del sonido, desperdigando metralla de piedritas a sus costados, y sacudiendo los cabellos de los peatones.
En poco tiempo, estuvieron frente al portón principal de la escuela. La fachada había sido adornada con vistosas flores, redes multicolores que flotaban en la tierra suave, pescando infinitos cardúmenes de hilos dorados que caían del cielo. La belleza del pequeño jardín no era bien recibida por Gabriel; particularmente, por su nariz:
—¡Achis!
—Estornudas como un gatito que inhaló Helio, Gabo —comentó Lupe, entre carcajadas.
—Me han informado al respecto, sí —dijo, masajeando con frustración el arco de su nariz—. Entre la gran lista de talentos con los que nací, hubiera descartado el de "detector ultrasensible de partículas en aerosol pegado a mi cara".
—Si no fueras tan tú, te llevarías bien con Lore. Ambos siempre usan palabras super complicadas
El muchacho sonrió con ardiente malicia antes de volver a hablar:
—Tienes razón. Quizás debería hablar de una manera que entiendas mejor —Limpió su garganta, cruzó los ojos y puso su voz más bufona para... —¡Uh! ¡aire malo! ¡polvo mata nariz!
El chico salió favorecido de nuevo en la rifa de un buen puñetazo; si ganaba una vez más, se ganaría una orden de compra por cincuenta mil colones en Ferretería "El fierro pariente". ¡Ferretería el fierro pariente! ¡donde más que una ferretería, somos familia! [Nota: El cheque rebotó, quitar esta parte].
Se quedaron esperando a que la hermana de Gabriel saliera, pero entre esa avalancha de mocosos, era difícil sacar una cara en limpio. La fleco de tubo solo se guiaba por las indicaciones del familiar: Una niña bajita, con pelo negro amarrado en una cola con un moño azul. Entonces, un borrón azulado pasó frente a sus ojos, emitiendo un ruido chillón: "¡Helado!", y en tan solo un instante, vio como una chiquita se había pegado a la pierna de su amigo:
—¡Lupe, ayúdame a quitármela de encima! —suplicó con terror.
—¿Ahora?
—¡No! ¿qué crees? El próximo mes. ¡AHORA!
Con un tirón, quitó a la pequeña granuja y la puso en el suelo.
—¡Andrea Sofía! ¿qué le había dicho madre sobre morder? —regaño el hermano mayor.
—¡Me prometiste un helado justo a la salida! ¡y ya son las casi las cuatro! —refunfuñó la menor.
—¡Lo que le voy a dar es una queca para que deje de hacer el papel! —amenazó, levantando la mano.
—...¡Ay, no hay necesidad hermanito lindo, precioso, encantador! —aduló la interesada chiquilla.
Sin embargo, antes de continuar con sus tácticas de manipulación, la revoltosa se quedó congelada un momento, mirando a la fleco de tubo, y rápidamente, se ocultó tras la espalda de su hermano, mientras le susurraba
—Oye, Gabo, ¿y esa muchacha quién es?
—¡Hola! —saludó radiante Lupe.
—Eeh... ¿acaso vienes para estudiar con Gabriel?
—Mmm, no, no en realidad.
—¿Le tenías que pasar alguna materia del cole?
—¡Nope!
—¿Le quieres vender algo?
—Tampoco.
—¿Lo quieres asaltar?
—No ando nada para hacerlo —encogió los hombros.
—¿Eres recaudadora de impuestos?
—¡Ya te dije que no lo quiero asaltar!
—...¿Tienes amnesia y él te dijo que sí sabe quién eres?
—Creo que recordaría si algo como eso hubiera pasado.
—¿No sería al revés? —pensó Gabriel
—...¿Eres el fantasma de la chiquita del baño?
—¿Cuándo fue la última vez que le presentaste una chica a tu hermana, Gabo? —cuestionó Lupe con decepción.
—Nunca ha habido una primera. ¡Oh! ¡tú debes ser-!
—¡No, ella no es! —Le calló con ambas manos
—Espera, ¿"Ella"? —pensó Lupe.
El chico miró a la pequeña con seriedad, dándole indicaciones que solo ella entendía, y una vez la menor asintió a estas, fue cuando él quitó sus manos. Con esto, la hermanita pequeña se acercó a la adolescente para presentarse:
—¡Soy Andrea Sofía Salazar Varela! ¡mucho gusto! —exclamó, dejando a relucir sus rosados Brackets, casi iguales a los de nuestra protagonista.
—¡Igualmente! Yo soy Guadalupe Espinoza Solano, ¡pero puedes decirme Lupe!
—¡Y tú puedes decirme Sofi! —respondió, ambas riéndose como focas asmáticas, mientras que Gabriel solo pensaba:
—He cometido un terrible error al juntarlas...
Siguió hablando la hermanita.
—Perdona por hacerte tantas preguntas, pero como Gabrielito a veces es un chorrito, tantito, poquito, demasiado antipático, era difícil creer que había hecho una amiga.
—Sigue hablando así, y terminaras con el cono de helado derritiéndose en tu cabello —aclaró Gabriel.
—¡Perdón, jeje!
—Vayamos ya antes de que cierren.
—¿Puede ir Lupe con nosotros?
—Lo siento. Tenía un menudo en monedas hoy en la mañana, pero...se me perdió —explicó, arrugando la cara.
—¡No importa! ¡gabo paga! —expuso la chiquita; el metal de sus amalgamas, deslumbrando todo a su alrededor.
—¿Cómo que yo pago?
—Pues ni modo que yo, ¿o sí? ¡sé un caballero! Bueno, ¡corramos, que nos cierran! —y marchó como si no fuera con ella el asunto.
Gabriel bufó, con ambas manos en la cara, exasperado hasta la médula. No obstante, cuando acabó con su desahogo, gesticuló con la mano a Lupe, para que viniera con él, y ella no se hizo rogar. Camino hacia la heladería, la niña de escuela lanzó una avalancha de preguntas a la colegiala:
—¿Y desde hace cuánto lo conoces?
—Estamos en la misma sección en el cole, pero así hablar, hablar, solo desde que me lo encontré en torneos.
—¡Me imagino! En la casa, si no está hablando del nuevo disco de vinil que se consiguió, habla de los torneos de su jueguito. ¡Vieras que intenso! —se mofó la niña pequeña.
—No lo culpo, a veces siento que soy igual... —confesó, mirando tímidamente a la deriva.
—De hecho, ahora que recuerdo, Gabriel había estado hablando un día de una compañera que se encontró en torneos; ¡seguro se trataba de ti!
—¿Al chile? —dijo, abriendo los ojos con sorpresa.
—¡Ajá! Decía cosas como "Sin lugar a duda, es la persona más insufrible y empalagosa que he conocido", "¿Por qué tuvo que empezar a ir a mis torneos?" y "Para este punto, Dios parece que solo está haciendo chistes a mi costa".
—Pensé que eso iría en una dirección diferente... —comentó la dientes de lata en su interior
La heladería estaba cruzando la calle, y Lupe pudo ver que antes de cruzar, Gabriel no duró ni un instante en engancharle el brazo a su hermana fuertemente con el suyo; esto le dio una idea. Justo cuando el varón iba a dar el primer paso sobre el asfalto, él sintió como algo caliente y liso se había amarrado a su otro brazo. Giró el cuello para ver a Lupe con una sonrisa latosa, y sin intenciones de soltarlo. Al tenerlo preso, espetó una cosilla:
—Y, ¿no me vas a decir quién era la "ella" de quién hablaba Sofi?
—Cuando se congele el infierno —le aseguró él, con apatía, y cruzó la calle junto a las dos chicas.
Finalmente, consiguieron su postre de nieve láctea saborizada; Lupe y Gabo, con una bolita cada uno, y Sofía, cargando la torre de Babel sobre un cono. Sentados sobre la áspera acera, bajo la sombra de la casa esquinera, y con el viento de los pocos autos que pasaban a esa hora, se comieron el helado, y hablaron un poco más:
—Y, ¿por cuál año de la escuela vas, Sofi?
—¡Estoy en tercero!
—¿En serio? Pensé que estabas más grandecita.
—Sofía es una niña inteligente. Lo que pasa es que a veces, se pasa de sabionda —aclaró Gabriel, golpeándola suavemente con el índice en la frente.
—¿Sabes, Lupe? Cuando Gabriel no podía comer helado de chiquito, porque le dolían tanto los dientes que se ponía a llorar —carcajeó la impertinente muchachita.
—¡Ay! qué pecado... —mencionó Lupe, con cara de lástima y una mano en el pecho.
Gabriel, con un poco de vergüenza, respondió:
—Para su información, era causa de mi hipersensibilidad dental, la cual ya me traté. Además, ustedes no pueden hablar mucho de mi salud bucal, ¿no creen, par de pirañas amazónicas? —Las señaló a ambas, y ambas trataron de morderle el dedo.
El reloj de helado había sido chupado hasta desaparecer, así que era hora de volver a casa. Llegaron frente a la casa de los Salazar, protegida por un exuberante jardín que cercaba la fachada del hogar. Lupe pensó que ese era justo la clase de jardín que su madre deseaba tener, pero con el cual los bienes raíces no le habían favorecido. En ese instante, la pequeña Sofía se adelantó y se fue trotando hacia el marco de la puerta y le gritó a su hermano:
—¡Gabo, venga a medirme!
—Te medí hoy en la mañana, Sofía...
—¡No importa! ¡venga a medirme!
Los dos adolescentes se acercaron, y ahí, Lupe vio todas las otras rayas que habían hecho por todo el alto del marco, todas con diferentes tipos de letra sellada sobre la madera. Gabriel sacó un lapicero, a la vez que la chiquilla se ponía su espalda firme contra la pared. Con la línea trazada, el joven dijo:
—Bueno, eso es interesante...
—¡Ah! ¡¿volví a crecer?!
—No, más bien, te encogiste por medio centímetro.
—¡¿QUÉ?! ¡no lo dices en serio! ¡¿cómo puede ser?!
La niña continuó quejándose un rato, y para cuando acabó, era hora de partir para Lupe, por lo que procedió a despedirse.
—¡Muchas gracias por invitarme a ir con ustedes! ¡en verdad la pasé bien!
—¡Yo también la pasé muy bien! —respondió Sofía— ¡Por favor, ven a la casa un día de estos!
—¡Claro! Bueno, si Gabriel quiere que vaya —Lo miró con cierta expectativa.
—...Solo no llegues sin avisar —dijo, dándole la espalda.
—Descuida, lo recordaré. Bueno...pasamos un día muy divertido hoy, ¿no crees?
El muchacho bien vestido giró su cara hacia ella, y con una sonrisa confiada, le respondió:
—Aburrido no fue.
Y con un "¡Hasta luego!", la Lupe se encaminó cuesta arriba, de vuelta a su casa, y mientras ella se alejaba, Sofía le susurró a su hermano:
—¿Y no te despediste con un besito?
—Deberías preocuparte más por Badilla, señorita.
—¿Badilla?
—¡El que pega con la rodilla! —gritó, antes de mandarla a volar hacia el interior de la casa.
Primero, se quedó afuera, riéndose en soledad, y luego, solo quedó la soledad. Con esa compañía, vio a la muchacha perderse entre las casas de allá arriba, manteniendo la mirada fija ahí mucho después de que ella se hubiera ido. Parado en el pórtico, flexionó uno de sus brazos en forma de jarra, como si buscara recordar una sensación que apenas acaba de sentir hace poco. Al darse cuenta de esto, sacudió la cabeza y cerró la puerta.
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