Capítulo 10: "Acércate bajo tu propio riesgo"
Mientras el partido de fútbol transcurría, en la gradería se encontraba una espectadora particular y absolutamente nadie en un radio de un metro a su alrededor, tan aislada como la zona cero de un accidente nuclear, y quizás, igual de peligrosa. Se trataba de Ale que, con Lupe jugando fútbol, y Loretta, atendiendo obligaciones de olimpiadas de química, había quedado sola, dispuesta a aprovechar esa hora libre del festival deportivo para devorar una revista de moda.
Un plan bastante efectivo para pasar el tiempo, no obstante, ella no pudo haber imaginado que alguien tuviera el deseo, la capacidad, y más que todo, las agallas para lanzar una tuerca en este engranaje perfecto. Miradas que estaban enganchadas al balón, de un pronto a otro encontraron otro objeto de interés, como un piojo saltando de un perro a las trenzas de una niña. El público impertinente seguía los ojos de alhaja ambarina del hombre que, en su osadía, o tal vez, en su estupidez, había atravesado la barrera de terror absoluto que era un radio de un metro alrededor de la inalcanzable peliceleste:
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—Oye, güila —llamó una voz detrás de la revista, y al instante, bajó el folio con uno de sus dedos para mirar a Ale cara a cara—. Qué playada, tu amiga se está jugando el alma en la cancha y vos ni les estás poniendo atención— comentó CrizpySnax, o sea, Erick.
Ale solo le regaló la misma facción cansina que le presentaba al resto de la sociedad, con una bonita respuesta como listón:
—Solo importa ver cuando todos griten "gol", ¿no? No es difícil de entender. Lo que sí es incomprensible es que te dejaran entrar con aretes —comentó mientras redirigía la vista a la revista.
—Bueno, vine como delegado de mi cole para jugar contra el de ustedes. Digamos que tengo unas cuantas "libertades" —contestó el joven, extendiendo los brazos, dejando reposar su espalda sobre la escalada siguiente, y regalándole una sonrisa blanca como la cal.
—Y entre esas libertades, está incluida "venir a agobiarme la existencia", al parecer.
—Tal vez transgredí un poquitico las reglas, pero, ya sabes lo que dicen, las reglas fueron hechas para romperse —Le guiñó.
—Curioso, yo pienso lo mismo de las caras de los imbéciles —compartió, mientras se alejaba un brazo de él.
—¡Uy! —exclamó, fingiendo un escalofrío y volviendo a acortar distancias— Ya veo porque toda la people te da tu espacio, igual que una enferma.
—Más que enferma, diría una bruja. Se me dan las maldiciones —contestó con una risa sombría.
—Eso ya lo sabía...porque he estado embrujado por tu hechizo desde que nos vimos —susurró, mandando diminutas vibraciones que cosquilleaban los tímpanos y acariciaban el alma.
Lo bueno es que Ale no tiene cosquillas, y tampoco alma.
—Que sigas con ambas piernas en buen estado, me indica que mi hechizo no funcionó —afirmó, torneando los ojos—. Pues bien, chico encantado, aún recuerdas mi nombre, ¿no?
La cara de Erick quedó paralizada un segundo, luego, se mordió la uña del pulgar, y confesó:
—Me agarraste con los pantalones abajo, linda.
—Ya quisieras ¿no? Como sea, te voy a dar una pista: No es "Senos". "Tetas" tampoco, ya lo cambié en el registro civil.
—¿Qué? ¡Oh, claro! Cuando nos conocimos, por supuesto —recordó entre risas—. En mi defensa, hay una explicación perfectamente científica.
—No pareces la clase de persona que ponga atención en clases de ciencia —injurió con una ceja arqueada.
—Soy, no parezco. Pero uno de los días en que no tenía nada mejor que hacer, aprendí que a mayor masa que tenga un cuerpo, mayor su fuerza de atracción, y bueno ¿qué quieren de uno, mae? ¿que se oponga al universo?
Ale le concedió la más disimulada de las sonrisas y le dijo:
—No importa, lo recordarás en tres, dos, uno-.
—¡A-alejandra Chavarría! —vociferó un donnadie con un ramillete de hortensias reposando sobre su pecho.
—He ahí mi "influjo gravitacional" —suspiró exasperada.
Erick puso una mueca pícara y actuó de inmediato:
—¡Mae, qué buena nota! —habló el joven de cabeza rapada.
—¿Q-q-qué?
—¿Un manojo de flores? ¡qué detallazo, compa! —declaró, a la vez que le arrebataba el adorno floral.
—N-no son para-.
—¡Relax, hombre, ya capto! —interrumpió el muchacho, abrazándolo por el cuello— Yo se las doy de tu parte. ¿Cómo es que te llamás?
—S-soy-.
—¡¿Al chile?! ¡yo igual! ¡vea, mi tocayo! no nos llame, nosotros lo llamamos. ¡Y relax con el contacto, que yo lo busco en la guía telefónica! —Y lo despidió con una palmada en la espalda.
Logró repeler con astucia y velocidad a este pobre sujeto, haciendo que más miradas viraran para ver la conmoción, y ahora, se le juntaban también los cotilleos de las masas, tratando de teorizar cuál podía ser la relación entre Alejandra y este atractivo joven de piel cacao. Erick volvió a subir a su asiento, a la vez que cargaba con el ramillete. Ale le dirigió una mueca sardónica y dijo:
—¿Y cuándo es la boda?
—¡¿Boda?! ¡Dios libre! —No le tomó ni un segundo en arrojar el montón de plantas hacia atrás, y persignarse.
—Esa fue...una reacción.
—Es la única que puedo tener ante tal idea.
—¿La de casarte o la de casarte con un hombre?
—La primera.
Un leve interés suscitó dentro de Ale como una combustión espontánea.
—Y no, no soy gay —aplacó la llama con inmediatez, a lo que Ale solo reaccionó a chasquear con la lengua y poner un rostro de insatisfacción—. O sea, qué desperdicio de mi amor sería casarme con alguien.
—Interesante, más viniendo de alguien que no parece amar a menudo o del todo —declaró la peliceleste, con una voz impasible.
—¿Disculpa?
—No eres sordo, Erick. Ambos sabemos la razón por la que viniste aquí conmigo, pero, creo que nunca fue tu objetivo ocultarlo ¿no?
Erick asintió con la cabeza y respondió:
—Hey, siento que eres guapa, y la verdad, conversar contigo es muy entretenido. Si quieres ceder, eso está muy bien, y si no, también —aclaró relajado.
—¿Sabes? Tú diciéndome eso me tranquiliza de una forma peculiar, o eso diría, si en verdad sintiera que me estás diciendo la verdad —remarcó la peliteñida con frialdad.
—¿Dices que miento?
—Más que eso, pienso que la única verdad que sé de ti es la aversión al compromiso. Y supongo que esa única verdad tuya debe ser muy inconveniente para tu "oficio", considerando que la mayoría de güilas de mi edad se desviven por sus fantasías sobre "el príncipe azul" y "el felices para siempre". La verdad es que dudo que alguien realmente pueda amar al solo mostrarse como un constructo hecho a la medida, igual de plástico que un muñeco Ken. Por eso y mucho más es que no espero tener que hablar contigo por más tiempo —terminó, no sin antes dejar escapar una pequeña risa de complacencia.
El joven estiró su espalda y bostezó hondamente, para nada distinto de un estudiante saliendo de un seminario de tres horas. Cuando dejó sus brazos caer de nuevo, volvió a tomar la palabra:
—Lo hiciste, chica, descifraste el código. Creo que ya no hay nada más que pueda decirte para cambiar de opinión —lamentó, mientras reposaba su pómulo sobre el puño.
—Veo que llegamos a un acuerdo.
—Sí, pero antes de irme...
—Obvio que no iba a largarse tan fácil... —pensó.
—Dime: ¿Cómo la gente consigue amor? —preguntó con seriedad.
—Una pregunta sencilla. La respuesta es que el amor es producto del azar, una lotería en dónde dos personas que pasa y resulta tienen un interés en la otra se llegan a encontrar. No importa qué tanto cambies tu imagen, si la suerte no te favorece, jamás encontrarás "verdadero amor".
Erick se rio y se reclinó en su campo de nuevo, listo para soltar la bomba:
—Tenía mis dudas, considerando el porte que te llevas de bichota e inalcanzable, pero creo que ya capté...
Paró un momento, colocó su barbilla encima de ambas manos y sentenció lo siguiente:
—Tú eres una completa novata en el amor ¿no?
—¿Qué? —espetó, con una exaltación detectable.
—Solo alguien que no ha tratado con el romance diría eso, así que fue bastante obvio. El amor no es un juego de suerte; es un juego de probabilidad.
—...Explícate.
—Hay varas que uno no puedo controlar: Dónde naces, la plata que tienes, tu apariencia, la gente que uno conoce, y montón de cosas más, pero hay algo que sé por experiencia, y es que las personas son más predecibles de lo que uno cree. Todos van por la vida queriendo lo mismo: Ser amado. Ese es el punto de partida.
—Interesante punto, mas, sigo sin ver cómo es que esa información te puede llegar a ayudar a no tener que depender de la suerte.
—Es bastante fácil porque, como la gente nunca sabe lo quiere hasta que lo ve, solo tienes que presentarte como ese algo que ellos quieren.
—Y entonces, ahí empiezan las mentiras.
—Sí, así es —confesó Erick con una paz insólita—. Y... ¿cuál es el problema?
—¡¿Vas en serio?! ¡Estás creando una fantasía para ser amado!
—Enamorarse de alguien ya es fantasear con alguien, para empezar; yo solo juego con eso. Pienso en el amor como un mercado; No importa qué tan bueno sea tu producto si nadie sabe que existe, por eso necesitas llamar la atención, hacer publicidad, y para eso, tienes que dar una muy buena impresión. Atractivo físico, confianza al hablar, atención a los detalles: Todo esto sirve para que un "comprador" se quede, y a partir de ahí, no hay nada de suerte involucrada.
—Pues qué pena para tus compradores, porque llegarán a ver qué clase de mierda fue la que adquirieron —mencionó, con repugnancia.
—Y he ahí la verdadera naturaleza del amor. Amar la mejor parte de alguien es fácil; lo que todos quieren es que amen nuestra mierda. Es lo peor de nuestro interior lo que busca comprobar que puede ser amado. El amor es realizar una venta en donde la otra persona sale perdiendo, y por eso hay que mentir.
Ale estaba anonada, nunca hubiera imaginado que una respuesta tan realista y cruel pudiera llegar a salir de labios que no fueran los de ella. Apenas recomponiéndose, lanzó su réplica:
—Pero ¿qué vas a hacer cuando esas mentiras se desmoronen? Cuando solo quede el horrible interior que querías tanto ocultar.
—Esa es la mentalidad de un mal mentiroso. Si dices una mentira esperando que podrás salir limpio con "lo siento" si te descubren, no deberías mentir en primer lugar. La mentira es la nueva verdad. Mi profe de español dijo una vez que el lenguaje es solo otra herramienta del humano, y si el roco tiene razón, mentir también lo es, y usarla para conseguir algo es simple naturaleza.
En un hecho que pasaría a la posteridad, Ale estaba trastabillando en su discurso, y parecía que se había quedado sin munición. Y antes de conseguir su segundo aliento, el donjuán dio el golpe de gracia:
—Además, tú también estabas mintiendo hoy —Las pupilas de Alejandra se contrajeron al escuchar esto—. Tú también me mostraste una imagen más poderosa tuya, una que habla con confianza del amor y que está por encima de esas tonteras, pero la verdad es otra, que es que le tienes miedo al amor, como muchas otras güilas que he conocido, y está bien. La mayoría del tiempo, las mentiras no afectan en nada, pero a la gente le molesta sentir que no tienen su mundo bajo control, y que hay cosas que pasan por debajo de sus narices —concluyó, con la misma sonrisa complacida que había tenido Ale hace un rato.
Ella, en pleno shock, apenas pudo juntar la suficiente compostura para decir lo siguiente:
—¿Cómo...?
—Fácil: Si vas a mentirle a un mentiroso, hazlo bien— Al decir esto, el pitazo final del árbitro sonó.
—Bueno, me toca jugar. En básquet, juego de seis, pero en fútbol, de nueve. ¿Qué cosas, no? ¡Uy! Y toma mi número de cel —exclamó dándole un trozo de papel.
—Te había dicho que no quería volver a hablar contigo jamás... —Declaró con rencor
—¡Y vaya que mentiste! —mencionó con una amplia sonrisa arrogante, volviendo a inmovilizar a la fría adolescente. Saltó rápidamente por las escaleras, y una vez abajo, le gritó— ¡Te voy a dedicar mis canastas! —Y con un último guiño, se marchó.
Alejandra estaba en ese momento de nuestras vidas en donde creemos que somos más inteligentes que todos a nuestro alrededor, y aunque a veces, ese pueda ser el caso con ella, nada en la vida la había preparado para semejante derrota. En su soledad, analizó la situación:
—Por más que me carcoma la piel admitirlo, subestimé a Erick y caí ingenuamente en sus trampas, es mucho más hábil con las palabras que tu típico Donjuán, y la verdad es que pudo explotar mis debilidades con facilidad. Es la primera vez que me he sentido tan transgredida por las palabras de alguien...maldición.
Apretaba con fuerza el puño, tanto que sus uñas empezaban a encarnarse, y un vaho denso y frío, casi ectoplasmático, salía cada vez que respiraba, como si su alma quisiera escapar como un espectro malevolente y cobrar venganza por la humillación. Este frío de ultratumba solo pudo ser controlado por una fuente de calor exorbitante:
—¿Y cómo viste el partido, Ale? —preguntó Lupe, con ambas manos por detrás y una sonrisa al frente.
—Ah, Lupe, estás...lastimada ¿Qué te pasó en la cara?
—¡Pues el bolazo que me dio esa güila, obvio! ¡¿No pusiste atención al partido?!
—Me atrapaste —confesó, levantando las manos con la menor energía posible.
—Qué cruel, te perdiste el gol que hice y la vara. Por cierto ¿Qué te pasó en la mano derecha?
—¿Cómo que "qué me pasó"? No me pasó na-oh, Dios mío.
—¿Entonces? ¿Cómo te las hiciste?
—Tuve un pequeño...altercado durante el partido, y parece que puse fuerza demás en mi puño.
—Otra declaración, de fijo —supuso, con el índice en la barbilla, mientras que Ale solo permaneció en silencio.
Entonces, Loretta entró en escena, sosteniendo un ramo de flores:
—¿Se te declararon a ti también, Lore? —preguntó la dientes de lata.
—No, no. Lo encontré debajo de las escaleras de la gradería, y pensé que podría buscar al dueño o dueña.
—Te las regalo, Lore —contestó Ale.
—S-supongo que la encontré —se rio nerviosa
—¡Presta para verlas mejor, Lore!
—Claro, aquí tie-.
Lore quedó paralizada, viendo la cara de Lupe. No por las heridas, no, la trigueña tenía el instinto de supervivencia de un dodo y no era raro verla llena de raspones de tanto en tanto. La razón caía en su cabello mojado, ese telar castaño y denso que ahora reflejaba la luz como espejo, esa piel latón que adquiría una nueva textura al quedar barnizada con el vapor de la ducha.
Mientras Lore experimentaba un fallo sistemático total por exceso de Lupe recién bañada, Ale sufría su propio calvario, dándole vueltas inútilmente a la ironía que acaba de experimentar: Que la primera persona que lanzó un ramo en frente de ella en vez de dárselo fue quién sacó una reacción de ella.
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