7. La bestia rosa y citas en el café
Cuando alguien está enamorado por lo general somos capaces de interesarnos por cualquier asunto que interese o del que nos hable el que amamos. No solamente de fingirlo para agradarle o para conquistarlo o para asentar nuestra frágil plaza, que también, sino de prestar verdadera atención y dejarnos contagiar de veras por lo que quiera que él sienta y transmita, entusiasmo, aversión, simpatía, temor, preocupación o hasta obsesión.
(Los enamoramientos, Javier Marías)
El primer amor, la primera cita, la primera discusión, el primer reencuentro...las primeras veces nunca son como en los libros; así que, hermanos lectores, prepárense para la decepción del mundo real.
El primer amor, he dicho ya, para un lector es un libro, así que podría decirse que ese primer amor sí es perfecto porque en ellos todo acaba bien...casi siempre –aunque hay excepciones que nos rompen el corazón, claro–. El punto es que, en el primer amor literario, hay una burbuja de perfección que envuelve tu corazón y lo protege. En cambio, en la vida real no hay burbuja, ahí hay cuchillos que se te clavan directo, incluso en el mejor de los amores porque, como dice la canción, "Dicen que se sabe si un amor es verdadero cuando duele tanto como dientes en el alma".
En la vida real no hay primer amor sin dolor, no hay primeras citas perfectas con besos bajo la lluvia, no hay un primer perfecto encuentro en Letras...aunque lo último aplica sólo para mí.
"2012, agosto:
Las clases comienzan oficialmente en agosto. Magnus evidentemente no quedó en el turno matutino, ¿por qué?, porque yo estaba en ese turno y obviamente a la vida le incomoda hacernos felices... Bueno, eso y que llegó prácticamente justo a tiempo para el curso y fue un milagro que alcanzara lugar aunque fuera en el turno vespertino.
Entonces, yo entraba a clases a las 8:00 am y salía a la 1:00 pm, él entraba a las 3:00 pm y salía a las 8:00 pm, era como si el mundo conspirara para alejarnos...
Ese primer día, mi última clase era Literatura española, teníamos que hacer equipos y elegir una novela para un trabajo final, algunas de las opciones eran Los enamoramientos de Javier Marías, El club Dumas de Arturo Pérez-Reverte y La bestia rosa de Francisco Umbral. En mi equipo estaban unas chicas, llamadas Helen y Aline, ellas votaban por lo cursi (Los enamoramientos), mi amigo Arturo, él quería lo erótico (La bestia rosa) y yo, como soy Alec, quería la novela más complicada (El club Dumas). En ella el protagonista, Corso, tiene que autentificar un manuscrito de Los tres mosqueteros y un libro del siglo XVII para invocar a Lucifer (Las nueve puertas); en el camino se encuentra con Liana, una mujer que parece la reencarnación de Milady –la villana de Los tres mosqueteros– y con Irene Adler, una chica que llevaba el nombre de la única mujer que logró vencer a Sherlock Holmes y que dice ser el diablo...el diablo enamorado... ¿A qué me recuerda esto?
En fin, que el maestro se cansó de la discusión y nos sacó del salón, dijo que volviéramos cuando nos pusiéramos de acuerdo. Salimos y nos sentamos en una de las mesas que están en el patio y, de repente, a media discusión, sentí una mirada en mi nuca y una sensación extraña en el estómago... Antes de preguntarme siquiera a que se debía, comenzaron a salir algunos compañeros y nos avisaron que debíamos sacar copia de un cuestionario para el análisis de la novela que eligiéramos...
Esa sensación no me abandonaba, miré hacia atrás, tal vez alguien de verdad me estaba viendo, pero una enorme maceta con un helecho artificial y una columna me impedían ver al chico sentado en la banca atrás de mí. Tal vez era mi imaginación, pero podía ser...
—¡Hey! —sentí una mano sobre la mía. Me giré rápidamente, Arturo me veía divertido y miraba detrás de mí con una sonrisa loca—. ¿Estás bien?
Lo miré embobado un momento. —Sí... Es sólo que... Eemm... Nada. Me duele el estómago. ¿Puedes ir por las copias del equipo? Echen un volado para ver si gana el romance o el erotismo. Voy a la tienda por una botella de agua —me levanté y caminé rápido a la salida, parecía que huía de algo...o de alguien, sin saberlo.
Compré el agua, respiré tranquilo, destapé la botella antes de salir de la tienda y bebí. Era estúpido sentirme así, sin razón. Debía apurarme a volver o no nos dejarían ya entrar a clases. Cuando volvía, con la botella de agua en una mano, y el ticket de la compra en otra, lo vi. Apoyado, despreocupadamente, como si fuera lo más normal del mundo, en la puerta de la entrada de Letras, tenía los ojos cerrados y las manos metidas en la chaqueta de cuero. La luz iluminaba su rostro, parecía brillar...
Me quedé como tonto mirándolo hasta que me di cuenta del problema: estaba en la puerta. No podía pasar sin que lo notara. ¡Maldita sea! Me sentía acorralado y acosado. No me imaginé que así sería un primer encuentro.
Tal vez si no hacía ruido, podía pasar sigilosamente a su lado, o podía dar media vuelta y correr para entrar por la parte trasera de Letras.
Haría lo segundo, pero, ¡rayos!, ya estaba prácticamente a su lado. Era más fácil intentar ser sigiloso. Una mano se envolvió en mi muñeca cuando ya casi había logrado pasarlo. Me congelé, me sonrojé, dejé de respirar, una corriente eléctrica recorrió todo mi cuerpo, empezando por mi muñeca...
—Alexander —ronroneó—. Quería hablar contigo...
—M-Magnus —contesté, con voz entrecortada, separando mi muñeca de su mano, no es que me molestara, pero me nublaba la mente. Yo estaba acostumbrado a escribirle a una pantalla, no a sentir su piel en la mía. Me alejé de él lo suficiente para estar fuera de su alcance, pero no de su vista. Lo miré directo a los ojos y, definitivamente, esto era tan nuevo—. ¿De qué quieres hablar?
—De lo que sea... —contestó, un poco inseguro.
Iba a hacer algún comentario arruina-momentos porque, en Facebook o en persona, sigo siendo yo. Cuando llegó Arturo y me dijo: —Ya tengo el cuestiona... —se interrumpió al ver a Magnus frente a mí, se midieron con la mirada, antes de que Arturo sonriera pícaramente y me guiñara un ojo mientras pasaba a mi lado y mi picaba las costillas. Yo le sonreí de vuelta y lo piqué también antes de que se fuera...
Todavía con una sonrisa volteé hacia Magnus que me veía ¿molesto?, con una ceja levantada, como esperando una explicación.
Yo no tenía una explicación, es decir, era Arturo. Era mi amigo, sí, era gay, pero ciertamente no lo parecía, casi podías fácilmente imaginarlo con una novia.
El momento se volvió incómodo y yo estaba dividido entre hablar "De lo que sea" con Magnus o ir con mi equipo a clases. ¡Ah, maldita sea!
Arturo captó mi mirada y me vio enojado como diciendo "No seas estúpido". Magnus a su vez preguntó: —¿Te tienes que ir?
—No —me apresuré a responder—, es decir, sí, pero...no quiero —lo último lo dije tan bajo que no sé si lo escuchó.
Escuché su risa antes de su voz: —Ve. Yo voy a andar...por ahí...si quieres... —dejó la frase en el aire y un beso en mi mejilla antes de entrar a la facultad. Yo sólo lo seguí, todavía no muy seguro de si todo el encuentro había sido real.
Él se sentó en la misma banca, sí, esa que estaba tras la maceta y la columna, y yo fui con mi equipo donde Arturo prácticamente quería correrme: —¡Vete! Te damos la hora libre...podemos con el análisis nosotros solos.
Yo lo miré, con el ceño fruncido, e iba a replicarle, cuando sentí mi celular vibrar. Lo saqué y era un mensaje en Facebook, inmediatamente miré hacia Magnus, él me sonrió mostrándome su celular, volví a mirar al mío, el mensaje decía: ‹‹No era de lo que sea...era de café...››, ¿de café?, volví a mirarlo y él rió mostrando de nuevo el celular, otro mensaje: ‹‹Sí. De café. Sé que te gusta. Te invito uno. ¿Te parece bien después de clases?››
—A mí me parece bien ahora mismo —dijo Arturo a mi lado, leyendo sobre mi hombro.
Yo lo alejé de un manotazo antes de contestar: ‹‹Me parece››. Escuché su risa desde el lugar de la banca pero no lo volteé a ver, me giré en cambio hacia mi equipo que me veía con burla mal disimulada. —¿Y, entonces, quién ganó el volado? —pregunté, intentando cambiar de tema.
—¿Tu qué crees? —dijeron los tres al unísono—. ¡La bestia rosa!
Y Arturo se atrevió a agregar, descaradamente, en tono muy alto: —Creo que tu bestia rosa te espera en un café.
Trágame tierra, pensé antes de entrar al salón."
Y, como dije, las primeras citas en el mundo real no son rosas... ¿o sí? Y no hay bestias rosas...no siempre.
¿Cómo se supone que entregue esta autobiografía al diario? Tal vez deba omitir capítulos...
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