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Capítulo 5: Señales en la Bandeja de Entrada.


El viernes llegó más rápido de lo que había anticipado. Desde aquel almuerzo con Óscar, los días en la oficina se sentían diferentes, como si cada minuto estuviera cargado de una nueva energía. El ambiente a mi alrededor seguía siendo el mismo —los mismos compañeros, los mismos reportes interminables—, pero yo estaba distinta. Era como si una pequeña chispa se hubiera encendido en mi interior.

No podía evitar buscarlo con la mirada cada vez que escuchaba su voz en los pasillos o cuando lo veía caminando con su porte seguro y decidido hacia alguna reunión importante. Pero, a pesar de mis intentos de parecer indiferente, sabía que los rumores en la oficina no tardarían en surgir si alguien notaba mi repentino interés en nuestro jefe.

El viernes por la mañana, llegué a mi escritorio, lista para sumergirme en las tareas pendientes antes de nuestra "no cita" en la galería Montague. Encendí mi computadora, y lo primero que vi fue una notificación de un nuevo correo electrónico en mi bandeja de entrada. El remitente: Óscar Rivas.

Mi corazón dio un vuelco. Respiré hondo antes de abrir el mensaje, intentando no hacerme demasiadas ilusiones. Tal vez solo sería un recordatorio formal de la exposición a la que me había invitado.

"Buenos días, Karen. Espero que hayas tenido una buena semana. Quería agradecerte nuevamente por el almuerzo del otro día; disfruté mucho nuestra conversación. He estado pensando en algunas de tus ideas sobre cómo mejorar los procesos de contabilidad, y me gustaría discutirlo contigo con más detalle. Si tienes un momento, me encantaría que nos reunamos antes de salir para la exposición esta noche. ¿Te parece bien a las cinco en mi oficina?"

Releí el correo al menos tres veces, tratando de analizar cada palabra, cada frase. Había algo en la forma en que estaba escrito que me hizo sonreír. Aunque el mensaje era formal en apariencia, había una familiaridad que no podía ignorar.

—Karen, ¿todo bien? —preguntó Julia, quien ya se había percatado de mi sonrisa tonta frente a la pantalla.

—Sí, claro. —Cerré el correo rápidamente, como si hubiera sido sorprendida en medio de un secreto. Julia me miró con sospecha, pero no dijo nada más. Sabía que en cuanto tuviera oportunidad, me interrogaría al respecto.

Las horas pasaron en un abrir y cerrar de ojos. Me concentré en mis tareas, pero no podía evitar echar un vistazo al reloj de vez en cuando, contando los minutos que faltaban para nuestra reunión. ¿Por qué estaba tan nerviosa? Después de todo, solo íbamos a hablar de trabajo... ¿o no?

A las cinco en punto, tomé mi libreta y algunos documentos para justificar mi visita a la oficina del jefe. Crucé los pasillos con paso seguro, pero sentía que cada mirada se clavaba en mi espalda. Al llegar, toqué la puerta suavemente.

—Adelante —escuché su voz al otro lado, y empujé la puerta.

Óscar estaba sentado detrás de su escritorio, revisando algunos papeles. Al verme entrar, dejó lo que estaba haciendo y me dedicó una sonrisa que hizo que mis rodillas flaquearan un poco.

—Karen, pasa. Gracias por venir. —Se levantó y me ofreció asiento frente a él.

—Claro, no hay problema. —Intenté sonar casual mientras tomaba asiento, pero estaba demasiado consciente de lo cerca que estábamos el uno del otro en ese pequeño espacio.

—Quería hablarte de algunas de las sugerencias que mencionaste durante el almuerzo —comenzó, señalando un par de notas que había tomado—. Especialmente sobre cómo optimizar los flujos de aprobación de gastos. Me pareció muy interesante, y creo que podríamos implementar algunas de tus ideas para reducir los tiempos de procesamiento.

Durante los siguientes veinte minutos, discutimos diferentes estrategias para mejorar los procesos. La conversación fluía de manera natural, y me sorprendió lo fácil que era hablar con él. Era raro sentirme tan cómoda con un jefe, pero Óscar tenía esa habilidad especial para hacer que me sintiera valorada y escuchada.

—Bueno, creo que eso es todo por ahora —dijo finalmente, cerrando su libreta y apoyándose en el respaldo de su silla—. Estoy muy contento con tu enfoque, Karen. Tienes un talento increíble para identificar áreas de mejora.

—Gracias, Óscar. Me alegra saber que mis ideas son útiles —respondí, sintiendo un rubor subir por mis mejillas.

Por un momento, nos quedamos en silencio, mirándonos a los ojos. Había algo en el aire, una tensión palpable que ninguno de los dos parecía querer romper. Finalmente, fue él quien desvió la mirada y se puso de pie.

—Es casi hora de la exposición, ¿te parece si salimos ya? —preguntó con una sonrisa que hacía difícil recordar que solo éramos colegas.

—Claro, estoy lista —respondí, levantándome también. Mientras recogía mis cosas, no pude evitar sentir una extraña emoción en el estómago.

Salimos juntos del edificio y caminamos hasta su coche. Me abrió la puerta del copiloto, un gesto que me tomó por sorpresa pero que aprecié en silencio. Durante el trayecto hacia la galería, la conversación fue ligera. Hablamos de música, de los libros que estábamos leyendo, incluso de anécdotas de la universidad. Era fácil olvidar que él era mi jefe.

La galería Montague estaba iluminada con luces cálidas, y el murmullo de las conversaciones llenaba el aire. Al entrar, el aroma del vino tinto y los canapés flotaba en el ambiente.

—¿Te gusta el arte contemporáneo? —me preguntó mientras caminábamos entre las obras.

—Me encanta —respondí, maravillada por las pinturas abstractas y esculturas que llenaban la sala—. Hay algo en la forma en que los artistas capturan sus emociones que me fascina.

—A mí también —dijo, deteniéndose frente a una pieza que representaba un torbellino de colores vibrantes—. Me recuerda que, a veces, la vida es un caos hermoso, ¿no crees?

Me quedé mirando la obra y luego a él. Había una sinceridad en su mirada que me conmovió. Era como si me estuviera mostrando una parte de sí mismo que no solía compartir con los demás.

La noche pasó volando entre risas y conversaciones profundas. No pude evitar sentir que había algo especial entre nosotros, algo que iba más allá de lo laboral. Al final de la exposición, Óscar me ofreció llevarme a casa.

—Gracias por acompañarme esta noche, Karen —dijo cuando nos detuvimos frente a mi edificio.

—Gracias a ti por invitarme. La pasé muy bien —respondí con una sonrisa.

Antes de que pudiera decir algo más, él se inclinó ligeramente hacia mí, como si fuera a besarme, pero se detuvo a unos centímetros de mis labios. Podía sentir su aliento cálido, y mi corazón se aceleró.

—Buenas noches, Karen —dijo en un susurro antes de apartarse y sonreírme—. Nos vemos el lunes.

Me bajé del coche con las piernas temblando y lo vi alejarse. Mientras subía las escaleras hacia mi apartamento, no podía dejar de sonreír. Óscar Rivas se estaba convirtiendo en algo más que un jefe para mí. Y aunque sabía que debía ser cautelosa, no podía evitar la emoción que me invadía con cada nuevo encuentro.

Porque esta vez, sentía que estaba a punto de cruzar una línea que cambiaría todo.






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