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7


Zayn despertó con su sonido preferido, las olas del mar. Algunas personas preferían las montañas y otras, el campo o el desierto. El respetaba sus opiniones, pero en su caso, no había nada mejor que el océano.

Siempre dejaba abierto las puertas francesas del dormitorio cuando se iba a dormir. A veces, se colaba un gato o incluso una gaviota desorientada, pero prefería el aire fresco al aire acondicionado y sólo cerraba cuando llovía, cuando hacía demasiado frío o cuando estaba con alguien a quien no le agradaba la posibilidad de que lo vieran desde la playa. Bostezó, se dio la vuelta y se preguntó si Liam habría querido que cerrara el balcón. Sin embargo, supuso que se quedaría con las ganas de descubrirlo.

Bostezó otra vez y se dirigió a la cocina.

Estaba en mitad del desayuno, disfrutando de un zumo de naranja y unos cereales y leyendo el periódico sobre la mesa, cuando una persona muy familiar entró en la casa.

—Sírvete un café —dijo Zayn.

—Gracias—dijo Taylor.

Taylor y Zayn se habían conocido en San Diego, trabajando en un restaurante. Zayn se había convertido en camarero profesional y Taylor se dedicaba a la construcción, pero servía mesas de noche para ganar un dinero extra, ahora, quince años después, tenía su propia empresa, Constructores Zakhar. Su padre se había llevado una decepción cuando Taylor decidió dejar los estudios y seguir su propio camino, pero la hermana de Taylor equilibró el disgusto por el procedimiento de terminar la carrera en Stanford y convertirse en directiva de una empresa de ordenadores.

Taylor siempre había mostrado más interés por el surf que por los estudios, aunque no era ningún idiota. En ese sentido, se parecía bastante a Zayn, y más que amigos, se podía afirmar que eran hermanos.

—¿Le dijiste a Helen que vendría esta mañana? —preguntó Taylor.

Helen era amiga suya. Vivía en un edificio de apartamentos cercano, un lugar hermoso con un vestíbulo de estilo Art decó. Cuando se enteró de que el dueño del edificio pensaba vendérselo a una constructora, que a su vez tenía intención de derribarlo para construir pisos, decidió hacer algo al respecto y habló con Zayn. Zayn tenía algunos ahorros. Había trabajado mucho para poder comprar la casa de la playa y ya estaba completamente pagada, de modo que habló con su banco, consiguió un crédito y adquirió el edificio aprovechando que el precio de las propiedades estaba bastante bajo. Ahora, Taylor se estaba encargando de arreglar las casas y Helen cuidaba del negocio. Los alquileres de los inquilinos bastaban para cubrir los gastos y le dejaban algún beneficio. Además, el valor de la propiedad se había multiplicado durante los últimos años.

—Sí, le dije que irías a molestar a los vecinos.

—Me alegro, porque será mejor que arreglemos las ventanas al mismo tiempo que los balcones. Y si lo hacemos deprisa, los inquilinos no protestarán tanto.

—Dudo que se quejen. Los tratamos bien —dijo Zayn, estirando los brazos por encima de su cabeza.

—Y tanto. Deberías subirles el alquiler... —dijo Taylor. Zayn se encogió de hombros.

—Para mí es suficiente.

—Te contentas con demasiado poco.

—Lo sé.

—Y encima de no cobrarle el alquiler a Helen, le pagas por su trabajo.

—Porque lo hace muy bien —se defendió.

—Si no te andas con cuidado, terminarás pagando los estudios a sus hijos.

—Son unos chicos encantadores. Además, ¿a ti qué te importa? No es tu dinero...

—Odio que la gente tire el dinero por la ventana.

—En tal caso, debería cobrarte por los cafés que te tomas.

—Hay una gran diferencia entre ser inteligente con las inversiones y venderse barato. Además, tu café es el mejor de la ciudad.

—Hablando de la ciudad, ¿puedes llevarme en tu coche?

—¿Dónde está tu bicicleta? ¿Has pinchado una rueda?

—No, se la presté a... un amigo.

—¿Un amigo? ¿Qué clase de amigo?

—Uno nuevo, es turista. Pero no es nada importante. Vino a cenar y no pudo conseguir un taxi.

Taylor sonrió de oreja a oreja. —¿Qué hiciste para asustarlo?

—Nada. Se marchó, eso es todo.

A Zayn le molestó que su amigo insistiera con el asunto. A fin de cuentas, que un amigo se marchara de su casa después de cenar no debería ser nada importante.

—No me digas que fue otro caso de histeria...

—No, ni mucho menos —afirmó, rotundo—. Y lo de Amber no fue histeria. Es que estaba triste, nada más.

—¿Triste? Cuando alguien está triste, se deprime y tal vez suelta algunas lagrimitas. Pero tu amiga Amber lloraba tan fuerte, que las lágrimas saltaban de sus ojos como proyectiles. No había visto nada igual.

La situación a la que Taylor se refería había sido tan desesperante, que Zayn tuvo que llamar a su amigo para que le echara una mano.

—Sí, no podría olvidarlo en toda mi vida. Se puso a llorar en cuanto llegamos aquí —explicó—. Decía que yo le recordaba a un antiguo novio.

—Ah, sí, el que no se podía acercar a ella porque tenía una orden de alejamiento.

—¿No podríamos hablar de otra cosa?

—Claro. ¿Este nuevo amigo también estaba loco?

—No está loco. Sólo está chapado a la antigua.

Taylor soltó un silbido. —¿Es de los que no se acuestan antes del matrimonio? —preguntó con asombro.

—No, no creo que lo suyo llegue a tanto. Yo diría que es de los que no se acuestan en la primera cita —contestó.

—¿Te lo dijo él? ¿Con esas mismas palabras?

Zayn asintió. —Sí, más o menos.

—Dios mío. ¿Es mormón o algo así?

—Lo dudo.

—Bueno, me alegra que te rechacen de vez en cuando. Te lo tienes muy creído. Las mujeres y chicos lindos tienden a caer rendidos a tus pies y eso me pone enfermo, francamente.

Zayn sonrió. —Deberías haber seguido en el gremio de la hostelería.

—Y que lo digas. Me paso el día entre tipos sudorosos de manos gigantes.

Zayn conocía de sobra a su amigo y sabía que solamente estaba solo cuando quería estarlo. Taylor había estado a punto de casarse, pero su novia lo abandonó dos semanas antes de la boda y desde entonces procuraba disfrutar de la vida.

—¿A qué hora necesitas estar en la ciudad? —preguntó Taylor.

—Empiezo el turno a las cuatro.

—Entonces, pasaré a buscarte a las tres y media y te informaré sobre las obras en tu querido edificio —afirmó.

—Excelente.

—Por cierto, tengo que pasar por el bar del Hennington Lodge porque se les ha estropeado una cañería. Supongo que veré a tu amigo Nicholas.

—Salúdalo de mi parte y dile que estoy trabajando en un cóctel que será la bomba, uno tan increíble que cambiará el uso de la ginebra... es como una mezcla de Prozac, Viagra y vitamina E, pero con sabor delicioso.

Taylor se sirvió un poco de zumo de naranja, echó un trago y sonrió. —¿Eso es verdad?

—No, pero díselo de todas formas.

Su amigo se levantó. —Mal síntoma, Zayn. Estás jugando de farol...

Cuando Taylor salió de la casa, Zayn pensó que no era ningún farol. Quería recuperar su trofeo y lo iba a conseguir. Sólo tenía que inventar un cóctel innovador y fresco, justo lo que había estado haciendo hasta que Nicholas apareció en Orca Bay. Lamentablemente, antes tendría que tener una idea innovadora y fresca. Y eso no era tan fácil.

[...]

A Nicholas le dolía el cuello. Estaba cansado de mirar hacia arriba, pero no podía evitarlo porque Taylor se había encaramado a una escalerilla para arreglar algo en el techo y se interponía constantemente en su camino. Si hubiera sido un mago, habría echado un hechizo para que se cayera al suelo. No le deseaba ningún daño grave, con un esguince o una pierna rota, le bastaría.

Los clientes que iban a comer ya se habían marchado, y todavía era pronto para los que llegaban a última hora de la tarde, así que el local estaba prácticamente vacío. Sólo tenía dos clientes, una pareja que había estado jugando al tenis y que se dedicaban a rememorar el partido mientras tomaban cerveza de importación.

Steph, una de las camareras que servían las mesas, siguió la mirada de Nicholas y admiró las piernas de Taylor, que en ese momento se estiraba como en una pose de yoga.

—Menudo pedazo de hombre —comentó Steph—. Está para comérselo.

Nicholas hizo una mueca de desdén.
—Prefiero seguir con mi dieta —afirmó.

—Pues yo estaría encantada de llevármelo una noche a casa. Pero no sé cómo me las arreglo... siempre acabo en la cama con otro.

—No me digas...

—¿Te has acostado alguna vez con él?

—¿Es que sólo sabes pensar en el sexo, Steph?

—No, soy capaz de pensar en muchas cosas —respondió, sonriendo—. Pero no cuando estoy admirando el trasero de un hombre y me pregunto qué aspecto tendría si estuviera desnudo.

—Eres imposible. Pero acércate a los tenistas y pregunta si quieren algo más. Sus cervezas están vacías.

—Sí, jefe gruñon.

—No soy gruñon.

A pesar de lo dicho, Nicholas pensó que Steph tenía razón. Estaba de mal humor. Y todo, por culpa de Taylor.

Quince minutos después, él bajó de la escalera. Llevaba guantes de trabajo, pero sus brazos mostraban una piel morena y casi sin vello y su camiseta enfatizaba los poderosos músculos de su pecho y de sus hombros.

—Lárgate de una vez —protestó Nicholas.

Taylor lo miró con ojos entrecerrados .
—¿Se puede saber qué te pasa?

—Nada. Es que tengo trabajo y quiero que te marches.

Taylor lo observó en silencio durante un par de segundos. —¿No vas a ofrecerme una copa?

Nicholas no levantó la mirada de las limas que estaba cortando. —Ve a la cocina y que te la sirvan allí.

—No te entiendo, Nick. Me has estado mirando todo el tiempo cuando estaba subido en la escalerilla. Y ahora, te niegas a hacerlo.

—No te entusiasmes demasiado, Taylor. Te miraba para echarte mal de ojo y que te cayeras.

—Eres todo un caso, ¿lo sabías? Taylor alcanzó la escalerilla y la cerró.

—Y tú eres una verdadera molestia. ¿Qué rayos estabas haciendo? ¿Qué idea se le ha ocurrido esta vez a mi jefe?

—¿Te molesta que trabaje en el hotel?

Nicholas alzó la cabeza y lo miró. —Sí, me molesta.

Taylor mantuvo su mirada. —Pues tendrás que acostumbrarte.

—¿Insinúas que vas a hacer la obra tú solo?

—Es posible que me ayude un ayudante o dos. No es una obra importante, pero sí complicada... Hay un agujero en el tejado y se cuela el agua de lluvia. Además, hay un problema con los cables y me gustaría que los viera un electricista —explicó—. El hotel es un buen cliente mío, Nick. Quiero inspeccionar la obra personalmente.

—Pero yo no puedo trabajar en estas condiciones...

Taylor suspiró. —Haremos lo posible por molestar poco. Si esto no fuera un hotel, vendríamos cuando estuviera vacío y no sería un problema para nadie: pero es un hotel y no puede cerrar en ningún momento. A los clientes no les haría gracia.

—Estoy seguro de que tendrás trabajos más importantes. ¿No se lo puedes encargar a alguno de tus capataces?

Taylor le dedicó una sonrisa que cualquiera habría considerado extraordinariamente atractiva.

—Puede que venga porque me gusta estar cerca de ti...

Nicholas estaba a punto de soltar una risotada sarcástica cuando Steph regresó.

—Hola, Taylor...

—¿Qué tal estás?

Taylor había visto a Stephanie una docena de veces, pero Nicholas supo que ni siquiera recordaba su nombre.

—Bien —respondió Steph, agitando el pelo en gesto coqueto—. No te veía desde hace un par de semanas...

—Es que he estado ocupado.

—Mi compañera de piso y yo damos una pequeña fiesta esta noche. Hemos invitado a unos cuantos amigos... ¿por qué no te pasas?

Taylor miró a ambos. —Tal vez lo haga.

—Nicholas, los jugadores de tenis quieren dos cervezas más.

—Muy bien.

Nicholas sacó las cervezas, las abrió y las sirvió en dos vasos mientras Steph escribía su dirección en un papel y se la daba a Taylor.

—También he apuntado mi número de teléfono. Por si te pierdes... o algo —dijo, mirándolo bajo sus enormes pestañas.

—Gracias.

Steph recogió la bandeja y se alejó hacia los clientes. Taylor miró el papel, lo dobló y se lo guardó en un bolsillo.

—¿Te ha escrito su nombre? —preguntó Nicholas.

—Sí, Stephanie —respondió, arqueando las cejas—. ¿Por qué lo preguntas? ¿Creías que no me acordaba? Pues te equivocas.

—Sí, claro que sí —se burló.

—¿Vas a ir a su fiesta?

—Eso depende. ¿Y tú?

Taylor se encogió de hombros. —También depende.







¿Qué les ha parecido hasta el momento?
Por cierto, han desbloqueado un nuevo personaje, Taylor, y así le damos la bienvenida a está parejita de la película de Rojo, blanco y sangre azul, que tendrán una aparición en esta fic...

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