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3

Liam pensó que sería mejor que cerrara la boca.
Debía de estar completamente desquiciado para interrogar a un pobre camarero sobre el sistema de propinas. Se estaba comportando de un modo tan absurdo, que no le extrañó estar solo en el Día de San Valentín.

—Lo siento —se excusó—. Supongo que soy un obseso al trabajo. No hago otra cosa que pensar en él.

—No se preocupe —dijo el pelinegro antes de señalar su copa—. ¿Quiere otra?

Liam tenía trabajo, pero siempre lo tenía y pensó que no pasaría nada si se tomaba la noche libre. Después de haber confesado a un desconocido que su ex le había dado un cheque regalo para comprar muebles de cocina, sabía que no podría sentarse delante de su ordenador portátil sin sentirse un fracasado. Además, se estaba divirtiendo. Había demostrado que podía salir solo un catorce de febrero y pasárselo bien.

—Sí, pero quiero probar algo distinto —contestó.

Los ojos de Zayn brillaron. —¿Qué le apetece?

Liam consideró la pregunta, pero no se le ocurrió nada que no fuera tan aburrido como una copa de vino blanco. —No lo sé. Sorpréndame.

El camarero lo miró durante un momento, asintió y alcanzó una botella.

—¿Siempre busca la bebida más adecuada para cada persona?

—Naturalmente —dijo—. De hecho, cada persona es una bebida distinta.

El castaño rió. —Eso no es cierto...

—Eche un vistazo a su alrededor. Zayn apuntó hacia las mesas y añadió: —¿Ve a ese madurito de voz profunda?

Liam siguió su mirada. —¿El qué está ligeramente encorvado?

—En efecto.

—¿Cuál sería su bebida?

—Un licor irlandés. Un Baileys.

Liam pensó que tenía razón. En primer lugar, porque parecía verdaderamente irlandés; y en segundo, porque tenía forma de botella de Baileys.

—Sí, creo que entiendo lo que quiere decir.

—Ahora, fíjese en la pelirroja elegante de la esquina. Lo suyo sería un Chartreuse.

Liam asintió y se dijo que era completamente cierto. De hecho, el juego empezó a gustarle tanto que preguntó: —¿Que me dice de aquélla? La mujer con el vestido negro que está sentada dos mesas detrás de la fila delantera...

Liam había elegido una persona muy particular. Era una mujer extraordinariamente bella, de ojos y cabello oscuro: pero a diferencia del resto de los presentes, no parecía disfrutar de la velada. En ese momento, estaba discutiendo con su acompañante, y su voz sonaba crispada e insistente, como el vuelo de una avispa.

—Eso es muy fácil —dijo él—. Ella sería un licor italiano. Uno agridulce.

—Sí, tiene razón... Aunque sea una forma verdaderamente extraña de clasificar a las personas, es obvio que le funciona.

Zayn lo miró con humor y dijo: —Adelante, pregunte.

Liam pensó que debía de ser tan transparente como su copa vacía. —Está bien, de acuerdo. ¿Qué tipo de bebida soy yo? —preguntó, cruzando los dedos para que no respondiera «vino blanco».

—Veamos. Un hombre elegante y reservado por fuera, pero efervescente por dentro. A juzgar por el color de su piel, pasa mucho tiempo en lugares cerrados, y aunque tiene clase y lleva ropa cara, no es excesivo... Usted es un buen champán.

Liam sabía que sentirse halagado por el comentario de un hombre acostumbrado a esas cosas era absurdo, pero le encantó.

—Un buen champán, ¿eh? Al final, termino siendo una especie de vino blanco.

—No, mucho más que eso.

Liam tenía la impresión de haber estado trabajando día y noche desde que aprendió a pronunciar su nombre y a sumar. Con veinticinco años y un título de la Universidad de Harvard, se había convertido en uno de los asesoras más jóvenes de la empresa donde trabajaba. Viajaba a menudo, solventaba todo tipo de problemas y recibía un sueldo magnífico a cambio de sus opiniones. Y sin embargo, el Día de San Valentín más divertido de su vida lo estaba pasando con un camarero al que todavía no le había dicho cómo se llamaba. Decidido a poner fin a la omisión, dijo:

—Por cierto, me llamo Liam. Y ya que nos hemos presentado, creo que sería mejor que nos tuteáramos.

—Encantado de conocerte, Liam.

Zayn le estrechó la mano. Cuando el castaño lo miró a los ojos, supo que él también se estaba divirtiendo más de lo que había supuesto en un principio.

Liam se recordó que estaba ante un hombre coqueto que trabajaba sirviendo copas, pero también era el hombre que aparentemente había llevado a una mujer al borde del orgasmo sin más esfuerzo que un beso. Miró su boca, empujada por la curiosidad, y pensó que sus labios eran bonitos, firmes y relajados. Estaba acostumbrado a interpretar el lenguaje corporal: era una habilidad importante en su trabajo, y Zayn no parecía tener ninguna tensión en la boca, una parte del cuerpo, proclive a acumular el estrés.

Cuando le sirvió el cóctel, de color naranja en el fondo y amarillo en el resto, preguntó: —¿Qué lleva?

—Algo que te vendrá bien. Pruébalo y dime si te gusta.

Liam miró la copa con desconfianza. —No será uno de esos cócteles que emborrachan a cualquiera, ¿verdad? En cierta ocasión, estaba en un restaurante de Seattle... ¿o fue en Denver? Ah, no, era Pittsburg... bueno, da igual. Vi que un tipo pedía un cóctel y me fijé en el nombre. Se llamaba «polvo rápido».

—No, te prometo que esto no tiene nada que ver. El cóctel que dices no es conveniente ni para ti ni para nadie... además, ¿qué tipo de hombre pide algo como eso? —Se pregunta, bajando la voz—. Supongo que uno con problemas graves en la cama...

Liam río. —No puedo creer que esté manteniendo esta conversación.

Alcanzó el cóctel y lo probó. Era dulce y ácido a la vez. Estaba tan bueno que pensó que sería adictivo.

—Vaya, me gusta...

—¿Lo habías probado antes?

—No. ¿Cómo se llama?

Zayn lo miró con malicia. —Sexo en la playa —respondió.

—Pues es la primera vez que lo pruebo.

Zayn no tenía forma de saber que Liam no se refería al cóctel. Efectivamente, nunca había hecho el amor en una playa.

[...]

Cuando estaba de viaje, Liam hacia lo posible por mantener su rutina. Era una forma como otra cualquiera de mantener su vida bajo control, de organizarla con criterios habituales aunque se encontrara lejos de su casa, de su cocina, de su gimnasio local o incluso de su franja horaria.

En consecuencia, siempre se levantaba a las seis, hacía unos cuantos largos en la piscina y usaba el gimnasio del hotel si el establecimiento donde se alojaba disponía de esos servicios. Si no era así, o si la piscina resultaba ser tan pequeña como la de aquel hotel, salía a correr. Pero esa mañana era diferente a las otras; tras una noche de cócteles y conversaciones íntimas con un camarero que lo había tratado como si fuera un amigo de toda la vida, Liam se asomó a la ventana y vio el paraíso.

El brillante sol de California se reflejaba en las olas que rompían en la playa como en una rabieta, exigiendo atención, mientras los surfistas intentaban aprovechar toda su energía.

Liam pensó que pasear por la playa no era tan eficaz en términos cardiovasculares como salir a correr, pero le apetecía mucho. Se ordenó el pelo, se puso una crema protectora en la cara y completó su atuendo con unas gafas de sol.

En cuanto llegó a la arena, se detuvo un momento para contemplar el paisaje y disfrutar del aroma del mar. En Chicago no tenía esa posibilidad. Empezó a caminar, aceleró el paso y empezó a plantearse problemas laborales. Era una manía personal. Disfrutaba resolviendo problemas en cualquier circunstancia, incluso cuando hacía ejercicio.

Poco después, oyó la voz de un hombre.
—¿Dónde está el fuego?

—¿Fuego? ¿Cómo?

Liam se detuvo y tardó un momento en reconocerlo. Estaba haciendo lo mismo que la noche anterior: mirándolo con ojos burlones.

—Hola, Liam.

—Hola, Zayn.

Aquella mañana, el pelinegro no se había afeitado. Llevaba una camiseta desgastada, un bañador y una tabla de surf que había visto tiempos mejores. Liam pensó que nunca había conocido a un hombre tan atractivo. Por lo visto, sus hormonas estaban bastante desequilibradas.

—Te levantas pronto —comentó él.

—Sí, me gusta empezar el día a primera hora.

—Y salir a correr por la playa...

—No estaba corriendo —puntualizó—. Pero ahora que lo comentas, me extraña encontrarte por aquí tan temprano. Supongo que te habrás acostado más tarde que yo... ¿Es que no has dormido nada?

Zayn se encogió de hombros. —No duermo demasiado. Odio desperdiciar las mañanas.

—Estoy de acuerdo contigo.

Él rió. —Al ritmo que llevas, habrás recorrido toda la playa en menos de una hora. La mayoría de la gente tarda un día entero.

—Es que tengo muchas cosas que hacer y pocos días para hacerlas.

—¿Cuánto tiempo te vas a quedar?

—Una semana.

Zayn lo miró inquisitivamente. —¿Te gustaría salir a navegar?

La pregunta lo pilló tan desprevenido que olvidó que procedía de un hombre con quien no tenía nada en común. —¿A navegar? ¿Cuándo?

—Hoy, cuando termines de trabajar.

Liam nunca terminaba de trabajar. Cuando estaba de viaje, dedicaba dieciséis horas diarias a sus obligaciones y luego se ponía a pensar en las del día siguiente. Pero aquellas olas relucientes le atraían tanto como el atractivo físico del camarero que estaba ante él.

—¿No tienes que trabajar esta noche? —preguntó Liam.

—No, es mi día libre.

—Ah, bueno... —dijo el castaño, admirando el mar—. Está bien, acepto.

—Excelente. ¿Te parece bien a las cuatro en punto? Te esperaré en el muelle.

—Allí estaré.

Zayn asintió y se alejó.

—Espera un momento...— pidió Liam.

Zayn se detuvo. —¿Qué ocurre?

—¿Llevas salvavidas en el barco?

Zayn le dedicó una sonrisa letal. —Sí, llevo salvavidas y todos los instrumentos necesarios para navegar. Tengo título de piloto, Liam. No te preocupes, no permitiré que te ahogues.

Sintiéndose algo estúpido, agregó. —En tal caso, de acuerdo. Nos veremos a las cuatro.

Liam cambió de rumbo y se dirigió al hotel. Tenía mucho que hacer antes de esa hora y se le habían ocurrido unas cuantas ideas sobre su trabajo.

Sólo había navegado en una ocasión, en el lago Michigan, durante la fiesta de uno de sus clientes; pero los invitados se limitaron a disfrutar de los canapés y el champán y dejaron la navegación a los empleados. Aquello iba a ser muy distinto.

Se giró un momento y vio que Zayn se dirigía hacia un grupo de surfistas, que lo recibieron como si lo conocieran de toda la vida. La mayoría eran adultos,  pero allí estaban, disfrutando como niños.

Mientras lo observaba, pensó algo terrible. Si aquel mar tenía olas tan grandes como practicar el surf, tal vez no fuera el más adecuado para navegar.

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