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CAPITULO 4

Una joven se les acercó a la mesa y le dio a cada chico un beso en la mejilla. Era una mujer no muy alta, de pelo castaño largo y unos grandes ojos color miel, piel clara, se notaba que no era chilena y no habla castellano, sino portugués.

Los chicos se quedaron viéndola sin decir una palabra, la mirada de Sara iba desde Arturo hacia la joven que recién había llegado, quería saber qué relación tenían ellos ya que se demostraban demasiada familiaridad.

"No puede ser su hermana, ya que no se parecían en nada" - pensó - "Debe ser la novia de uno de los dos".

Podría decir que los chicos se notaban nerviosos con esta situación pero ninguno de los dos hizo algún gesto para demostrar que eran pareja.

- ¿Eu nao aprentou? (¿no me presentaran?)- les dijo la chica a los hermanos para que volvieran a recordar sus modales.

Arturo se levantó de la mesa y tomo a la chica por los hombros muy cariñosamente y como era bastante más alto que ella podía molestarla y desordenarle el pelo, lo cual a ella le fastidiaba demasiado, sin embargo ya era algo que se había convertido en una costumbre entre ellos dos, así que dejándola en paz y dándole un tierno beso en la mejilla le dedico una bella sonrisa, y en dirección a las chicas dijo.

-Bueno, em...- estaba realmente nervioso y no tenía la idea del porqué. - Karla, Sara les presento a Mirian Guerra ella es... -se le quedo mirando en forma burlona.

-¿Qué hemos dicho que eres nuestro?- la volvió a molestar, le encantaba fastidiarla.

-¡Ah, sí! Nuestra hermosa y única cuñadita; es española pero estudió por intercambio en Portugal y ahí... - de repente una voz gruesa le corto lo que estaba diciendo.

Un hombre más alto y macizo que Arturo, se notaba que era mayor que él y se parecían bastante en los colores, con él también estaba un joven más delgado, alto y rubio él cual se parecía más a Juan.

"Ahora sí que mi día va cada vez mejor" pensó Arturo.

-Ahí conoció... - siguió el hombre que los había interrumpido. - al amor de su vida, aceptó ser su esposa y seguirlo donde fuera. - le dio un tierno beso en los labios y dirigiéndose donde estaban las chicas, se presentó.

-Hola, soy Stefano y este - dijo señalando al rubio. -es Paulo y esta es mi mujer. - miro a su esposa y le dedico una hermosa sonrisa que podía derretir a cualquiera.

-Ellos son nuestros hermanos. - les anuncio Juan, que no se había movido para nada de su asiento. Se saludaron y se presentaron con las chicas, y los invitaron a que se sentaran con ellos, y así lo hicieron.

- ¿Qué hacen acá? - les preguntó Arturo a Stefano.

-Salimos a dar una vuelta por el pueblo y nos dio hambre, vimos este negocio y decidimos almorzar antes de ir a casa y que mamá empiece con los preparativos de la cena, sabes cómo se pone de histérica, resulta que ha invitado a los vecinos con sus hijas para que cenemos juntos, ya que mamá y la vecina eran compañeras de colegio antes de que la nuestra decidiera irse a Portugal, así que tendremos gente a la noche.- dijo Stefano, él que se dio cuenta que su hermano ya no le prestaba atención y con una cara de bobo miraba a Sara, la cual también tenía la misma cara y se sonreían, pero Stefano igual seguía hablando para atraer la atención de su hermano, sin saber claro que algunos de los invitados se encontraban en la misma mesa que él.

- ¡Veremos que tal son las vecinas! - al escuchar esto Juan y Arturo miraron a su hermano queriéndolo matar y por la otra parte Karla y Sara habían abierto demasiado los ojos por la sorpresa de esas palabras, se miraron los cuatro y se pusieron a reír a carcajadas.

Dios mío era tanta la risa que lagrimas corrían por sus ojos; los tres recién llegados los miraban sin saber que sucedía; cuando ya estaban un poco más tranquilos.

- ¿Y qué tal?- le preguntó Karla.

- ¿Qué tal de qué? - preguntó Stefano un poco confundido.

-¿Qué tal te parecemos, una vez que nos conociste?- le dijo Sara con una sonrisa enorme.

-¿Qué, son ustedes?- les preguntó Paulo señalándolas con un dedo y con una cara de sorpresa.

-Sí, son ellas, las conocimos en la mañana saliendo de casa. - le respondió Juan un poco más tranquilo.

-¿Todavía no aprendes la lección cariño, que siempre haces la misma tontería? -le reprocho su esposa con cariño.

-Perdonen, no lo sabía, yo y mi boca siempre metiéndome en líos. -dijo Stefano muy avergonzado.

Los siete se pusieron a reír y ahí le explicaron cómo sucedieron las cosas en la mañana y que habían ido de compras.

Los recién llegados también pidieron unas empanadas y cervezas para tomar. Apenas llegaron sus tragos brindaron por una amistad que nacía.

Pasaron un grato momento, Sara y Karla se habían sentido tan bien con gente que recién habían conocido. Cada uno tenía su personalidad muy diferente, claro estaba que eran hermanos se parecían en su sonrisa y en lo muy educados.

De vez en cuando Sara notaba la mirada de alguien y apenas veía hacia Arturo se encontraba con sus ojos, sentía que le recorría una electricidad por todo el cuerpo hasta su más sensible lugar.

Así pasaron unas dos horas; todos se llevaban muy bien, se la pasaron de maravilla y las chicas quedaron en que saldrían solas alguna noche, sin los chicos.

Juan pago y decidieron dar por terminada su comida, tenían que regresar a casa para la cena que tendrían en la noche. Se fueron caminando hacia la casa, Sara no dejaba en ningún momento la cajita que le regalo Arturo; ese chico ya había hecho que la capa que protegía su corazón empezará a quebrarse.

Julio nunca había hecho un gesto tan sencillo pero tan hermoso, pero el portugués le hacía sentir cosas que la asustaban.

"Puede ser posible que exista el amor a primera vista, como sabe que decir y que hacer en el momento exacto, es como un regalo de Dios en el momento que más lo necesitaba" pensó ella en el momento que llegaban a casa.

Se despidieron todos y quedaron en verse la noche en la casa de ellos.

Las chicas llegaron a la cocina donde se encontraba su madre, la cual estaba haciendo los preparativos para la comida del otro día ya que en la noche irían a comer donde su amiga.

-¡Mamita linda, llegamos!-dijo Sara abrazando a su madre, que para ella era la mujer más valiosa del mundo, una mujer no muy alta de pelo largo y negro sedoso, unos ojos grandes y negros, Diana era una mujer que se encargaba de su familia, pero cuando tenía que ayudar a su marido en la Viña era la primera en hacerlo, no le importaba llenar sus manos de cayos o de lastimárselas, era una mujer que lo daba todo por las personas que amaba, por sus hijas y su marido de seguro que lo haría; conocía muy bien a sus hijas, siempre había sido su único apoyo, lo único que no sabía Diana era lo sucedido con Julio, lo único que conocía era que se habían peleado y nada más, se moriría si supiera la verdad.

- ¿Mi negrita por qué se demoraron tanto?- les preguntó su madre.

- ¡Hola mami! - la saludo Karla. - es que nos entretuvimos con unos amigos.

-Ya dejen las cosas encima de la mesa, porque hoy cenaremos donde mi amiga Michelle que ha regresado con su familia desde el extranjero para vivir acá. - todo esto lo decía Diana poniendo la mercancía en su lugar, mientras las chicas se miraban y se reían. - Y justo en la casa de al lado. - seguía ella. - hemos quedado en ir para que se conozcan nuestras familias. -ahí no aguantaron más las hermanas y sosteniendo sus barrigas se pusieron a reír a carcajadas, sin dejar que su madre siguiera hablando, Diana las miraba sin saber que sucedía y con las manos en la cintura. - ¿Se puede saber que les pasa a ustedes dos y que es tan gracioso de todo lo que he dicho?

-Nada, nada mami, no te enojes ¡por fa! - le decía Sara haciendo pucheritos y abrazándola.

-Por qué se ríen si yo no he hecho ninguna broma. - le respondió ella desesperada.

-Es que mami que a los chicos ya los conocimos y resulta que con ellos estábamos desde la mañana hasta ahora y son muy simpáticos, por eso nos reíamos, queríamos molestarte un poquitín. - le dijo Karla acercándose donde se encontraba su madre y junto a Sara empezaron a hacerle cosquillas, a darle besos por toda la cara; esos eran sus juegos que para Diana eran los momentos más valiosos, esos que pasaba con sus hijas y su marido.

-Ya, dejen de molestar y váyanse para poder terminar de ordenar este desastre, descansen y a las ocho y media nos iremos, así que afuera. - les decía haciéndoles señas con sus manos para que salieran de la cocina.

-Bueno mami, nos vamos, yo dormiré un rato, me gritas para despertarme, ¡por favor! - le decía Sara poniendo la mejor cara de niñita buena.

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- ¿Mirian, están listas las cosas afuera? -preguntaba nerviosa la madre de Arturo.

- ¡Que sí, Michelle por Dios, tranquilízate! -le respondió su nuera.

-Quiero que este todo de maravilla, es primera vez que tenemos invitados en esta casa y quiero que todo sea perfecto. -por detrás de ella llegaba su hijo mayor haciéndole cosquilla y dándole un beso cariñoso en su cabeza.

Juan era mucho más alto que su madre, aunque ella era fina y de colores claros tenía los ojos café en cambio los de su hijo eran de un azul intenso que había heredado de su padre como también su estatura y muchas más cosas.

-Mamá por el amor de Dios, que ellas son muy sencillas, así que seguro sus padres también lo son, por favor tranquilízate, nos estas volviendo locos. -le decía Juan con desesperación pasando su brazo por los hombros de la mujer y atrayéndola a su cuerpo en un muy cariñoso abrazo.

Desde que habían llegado en la tarde su madre no los había dejado tranquilos a ninguno de sus hijos ni tampoco a su nuera, lamentablemente para ellos no les quedaba de otra. Su madre había cocinado de todo, hasta un pastel de choclo que era la comida preferida de sus hijos, ensaladas y su marido supuestamente se encargaría del asado, cenarían todos en el patio.

Arturo también por su parte estaba muy nervioso, no sabía cómo iba a soportar mucho más tiempo lejos de Sara, sabía que era muy temprano para hacer algo, pero ya no podía disimular que esa chica le hacía sentir cosas que no había experimentado con ninguna otra mujer.

De repente llamaron a la puerta y Michelle se puso más histérica, como si eso fuera posible, Marco su marido trato de tranquilizarla.

-Amor tranquila, no seas tan exagerada. -le dijo dándole un beso en la boca y abrió la puerta.

Ahí estaba Diana con su marido Samuel y sus hijas, se hicieron las presentaciones aunque faltaban dos de los hijos, Paulo y Arturo, el primero había salido a comprar algo que se acordó su madre que le hacía falta y el segundo todavía no había bajado, estaba en su dormitorio. Sara se sintió un poco decepcionada pero trato de no demostrarlo.

Arturo en ese momento se asomó por las escaleras para poder contemplar a su ángel moreno con tranquilidad, ahí estaba ella con su melena en media cola y un poco ondulado su pelo con pequeños mechones en su cara, un vestido nada exagerado de color negro el cual tenía dos tirante gruesos en su hombros, con un escote que no era pronunciado pero si bien ajustado a sus pechos.

"Cuanto me gustaría lamer ese cuello y besar el nacimiento de sus senos y más abajo si pudiera". Arturo estaba soñando despierto, siguió mirando ese vestido como llegaba hasta un poco más arriba de las rodillas y podía dejar a la vista sus preciosas piernas que terminaban en unas sandalias no muy altas con pequeños detalles rojos "Esos pies alrededor de mi cintura y yo perdiéndome dentro de ella y hacerle el amor".

Arturo ya estaba duro y tenía que parar o tendría que volver a darse una ducha de agua fría y al fin terminaría dándole una pulmonía, arregló su entre pierna y se tranquilizó un momento para poder descender las escaleras.

Al sentir Sara que alguien bajaba las escalas se dio la vuelta y se perdió en el hombre que desde el mediodía llenaba sus pensamientos, empezó a repasarlo como lo había hecho él hace unos minutos, usaba una blusa negra ajustada, unos jeans desgastados de poca altura en la cintura el cual se ajustaba bastante bien en algunas parte especificas dejándose luego caer más anchos. Ella empezó a sentir que le faltaba el aire y que le subía la temperatura.

-Buenas tardes. -dijo educadamente apenas llego al lado de sus padres.

-Arturo, hijo -dijo su madre -te presento a mi amiga Diana, su marido Samuel, sus hijas aunque sé que ya se conocen Karla y Sara- agrego ella tiernamente.

-Mucho gusto señor, señora. -dijo esto con un gesto de cabeza y dándoles su mano.

-Por favor, llámanos por nuestros nombres-le dijo Samuel, al ver que el joven era tan educado y simpático.

-Bueno Samuel y Diana mucho gusto en conocerlos, mi mamá nos ha hablado mucho de usted Diana. -le respondió Arturo con mucho cariño mirando hacia su madre.

-Sí, espero poder retomar nuestra amistad y que nuestras familias se unan, así como fuimos nosotras ¿te acuerdas Diana?- preguntó la madre de Arturo.

Las dos mujeres se miraron por un momento diciendo muchas más cosas de lo que las palabras podrían expresar.

-Claro, espero que nuestros hijos puedan ser tan buenos amigos. -respondió Diana y comenzaron a ir hacia el patio donde cenarían.

En el salón se quedaron los chicos hablando un poco, hasta que Juan le hizo señas a Karla para que fueran a ver unos discos que tenían y como los dos eran amantes de la música, se fueron dónde estaba el tocadiscos, para poder mostrarle los ejemplares que había adquirido estando en Europa.

Arturo quedándose solo con Sara ya no podía disimular, se quedaron mirándose los dos sin poder hacer nada más, pero él daba un paso cada vez más cerca de ella, estaban muy nerviosos, se habían perdido en sus miradas, él levanto su mano para poder acariciar su mejilla a la vez que ella cerraba sus ojos para sentir su tacto.

-Está preciosa, palomita. -le dijo muy seductoramente.

-Y usted no se quedas atrás. -le respondió Sara, dándole una dulce sonrisa y presionando más su cara hacia la palma del joven, buscando su calor el cual le llegaba hasta lo más adentro de su corazón, le daba seguridad.

-Desde la mañana que la vi quiero besar estos labios. - dijo pasando su dedo por ellos.

Sara abrió sus ojos, que hasta ese momento tenía cerrados para poder sentir más su caricia y se perdió en la excitación que demostraban los ojos de Arturo, sintió el mismo deseo que él, pero tenía que preguntarle.

-¿Me dañarás? Mi corazón no lo volvería a soportar. - lo miro directamente para saber si lo que le diría seria la verdad.

La mirada de la joven lo atormentó por un momento, podía ver dolor, tristeza pero también esperanza brillar en esos preciosos ojos.

-Sara, desde hoy que la vi tan triste, tomé la decisión de que haría lo que fuera por hacerla sentir bien y que sería el hombre que se merece; puede que la conozca solo algunas horas mi paloma pero no puedo explicarlo, deseo verla sonreír y hacerla lo más feliz que pueda, esa es mi meta y eso haré. -sin más la beso, no quería asustarla, así que le dio un dulce y tierno beso, pero al ver que ella ponía sus manos alrededor de su cuello y le daba paso a su lengua para que danzaran juntas, comenzó a besarla con mayor intensidad era como que ya se conocieran desde siempre, su cuerpo lo necesitaba, de un momento a otro ella quedo entre él y la pared, si alguien apareciera por detrás de Arturo de seguro podría verlo solamente a él se habían convertido en un solo cuerpo, Sara ya podía sentir la erección del joven crecer abrió sus ojos sorprendida y vio la sonrisa más sexy que podía existir, por un momento trataron de recuperar su respiración, apegados por sus frentes.

- ¿Dios mío, palomita que me hace? - apenas podía hablar.

-Lo mismo que me hace usted a mí. -le respondió ella más roja que un tomate.

-No se sonroje, me encanta; pero mejor paremos porque tendré más problemas. - Se apegó a ella para que sintiera su miembro duro. - de seguro que los demás nos andarán buscando.

-Yo iré, pero usted tendrás que quedarse para que se relaje, o si no se darán cuenta. -le dijo ella haciendo el mismo gesto que le había hecho, burlándose de la situación.

-No se burle palomita, porque me lo pagara. -le dijo pegándola a la pared y dándole un beso con tanta desesperación que la hacía perder la cabeza.

- ¡¿Que mierda están haciendo?! ¿Por qué se están demorando tanto?

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