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Capítulo 4

Al llegar al comedor, todas las miradas se centran en mi. Sigue siendo un poco incómodo tener tantos ojos observandome,desde que llegué a Estados Unidos hace unas horas está es la primera vez que me siento como en mi ciudad natal, tan observado. Sin embargo, mi mirada recae automáticamente en Valentina. Entonces todo se desmorona y el sentimiento de ternura empieza a brotar en mi pecho. 

Valentina amplió su sonrisa, viéndose tan radiante y tierna a la vez.  Ahora está nuevamente vestida con un sencillo vestido blanco de seda, su cabello está recogido en un alto moño y de esta cuelga una trenza. Sus cachetes se tiñen de rojo y aparta la mirada, observando el plato vacío. 

Parpadeo totalmente extrañado por su actitud y también apartó la mirada, entonces es cuando caigo en cuenta que  todos los ojos  estaban dirigidos a mí y la mesa estaba sumergido en silencio. Sin embargo, no era incómodo ni caras largas y serías, al contrario, sus sonrisas son serias y hasta cálidas, me hicieron sentir tan conmovido. 

El padre de Max se levanta y camina hacía nosotros para saludarnos. Es alto, de unos cincuenta años, rubio, ojos verdes y nariz ñata, viste muy elegante, camiseta blanca y pantalón clásico negro. No tiene ni un solo parecido a sus hijos.

—Un gusto Jack, mi hijo me hablado mucho de ti. Me llamo Jonathan Moritz —me saludo cordialmente. Nos dimos la mano.

—Un gusto señor Moritz —saludo de vuelta.

—Dime simplemente Jonathan. Sentémonos o Lola se vuelve loca.

Nos sentamos en la mesa. El padre de Max de cabecera, del lado derecho y a su lado, su esposa y al lado de ésta su hija, en la izquierda Max y a su lado, estoy yo. Inmediatamente la señora Lola  acompañada con otras dos empleadas entraron al comedor y empezaron a servir.

—Y... Dime Jack, ¿te gusta lo estudias? —me pregunta Jonathan—, gracias Lola —le sonríe agradecido a su empleada.

—Disfrútenlo —dice y se va, con ella las empleadas.

—Siempre me ha gustado la arquitectura Jonathan. Armar y desarmar cosas a sido parte de mi desde que tengo uso de razón y me gusta todo, desde su diseño hasta la construcción en  físico  —comentó, al tener nuevamente la atención —. Además, prácticamente toda mi familia se dedica al negocio de la construcción y... Es genética —me aclaro la garganta, voy a tocar un asunto un poco delicado para mi.—mis abuelos construyeron un imperio de la nada.   

—¡Yo quiero ser bailarina de ballet! —exclama Valentina tono jovial y alegre, provocando todas las miradas. Sonrió y toma de su vaso —. así como mi mamá —añade.

Su madre ríe encantada y frota su mano en su pelo, despeinándola.

—De seguro serás la mejor—la ánimo—, pero si no te comes la ensalada, no serás ni grande, ni fuerte.

La niña bufó y se cruzó de brazos, viendo a su madre y luego a su plato (especialmente a la ensalada de brócolis) con asco. Hace una mueca y saca la lengua con expresión de asco.

—¡Pero...! A mi no me gusta el brócoli —chilla, caprichosa.

—¡Oh! Amorcito, mírala. No le gusta. Si mi muñeca no quiere,  que no se lo coma y listo bebé — interviene su padre mientras observa a la pequeña con complaciencia. En su mirada brota un brillo de orgullo y completo amor, alguien que daría hasta su vida con tal de protegerla. Valentina le sonrió agradecida.

Mi pecho se hunde al observar aquella complicidad, justo como la que existía entre mi padre y yo... Seguramente la que hubiera existido entre...

—¡Anda John, le das maña! —le regaño Margaret tratando de sonar serio, pero dejando escapar algunas risas.  Parpadeo enfocándome a la realidad.

Jonathan suelta una risita y agarra ágilmente la mano de su esposa. Max también observa a su madre burlesco. Deja rápidamente un beso y su palma y no deja que ésta la aparte, al final, gana y continúa con la sena.

—Entonces Jack, ¿Tu familia conoce del negocio?.

Trago lo que estoy masticando y rápidamente bebo de mi vaso.

—Si, no sé si ha oído hablar de imperia.

Observo el momento exacto en que el rostro tranquilo y jovial del padre de mi amigo cambia al oir el nombre de la empresa familiar. Aquella expresión es la misma que las personas conocedoras de este negocio hacen al enterarse de mis orígenes.

Imperia es una de las empresas más cotizadas y conocidas del mercado de la construcción y también de remodelación. Nosotros hemos construido centenares de edificios famosos a lo largo de los años, dominando así todo el mercado europeo y parte del estadounidense,  actualmente estamos en pro de abrir una nueva sucursal en centro américa.

—Te dije que te ibas a sorprender al conocerlo —habla Max con autosuficiencia. Lo codeó sintiéndo sus palabras demasiado para esta ocasión. De reojo observo a Tina mirarme mientras come también de reojo.

—¿Imperia? —pregunta y luego suelta una carcajada alegre—. Claro, claro ___. No pude recordarlo. Cuéntame, ¿Cuales son los planes de imperia ahora que, por lo que oí se van a expandir? Tienen fuerte competencia en el pais en donde piensan empezar.

—Creo que iniciamos con el pie derecho. Escogimos un país con el que ya veníamos haciendo varios negocios con algunas empresas, aparte de que nuestro equipo está completamente preparado para estos tipos de retos no por nada dominamos uno de los mercados más grandes del mundo.

El señor Jonathan picotea su cena sin apartar la mirada de mí.

—Ya veo, ya veo —dice con suspicacia—. A ciegas nadie camina.

La cena transcurre entre risas, comentarios vergonzosos, anécdotas familiares y bromas. Cuando acabamos, el señor Jonathan acompañó a su mujer y a Valentina a su habitación, mientras Max y yo nos aventuramos hacia el pequeño mini bar que está incorporado en el famoso cuarto de juegos de la casa y de la que Max me había arrastrado apenas acabó la cena. Ya a solas dejó fluir todas aquellas preguntas que me han estado brotando desde hace tiempo.

—¿Y ahora me vas a decir que es lo que te pasa? —le pregunto. Max me sonrió ocultando su tristeza,  me da una copa llena de vodka y se sirve una.

Después me devuelve una mirada confundida, coloco los ojos en blanco y suelto un resoplido; hago un ademán con mi mano para que se acerque, éste me obedece.

—¿Es sobre Kate? —pregunto de vuelta.

—Con ella no pasa nada — responde cortante, separándose de mí y caminando hacía los muebles. Rápidamente lo sigo y me siento a su lado palmeandole la espalda.

—Te conozco Moritz, no por nada somos mejores amigos —aseguró en un susurro —. Escúpelo... Airon-man.

Mi amigo entre cierra sus ojos con duda, meditando entre decime o no su secreto más ocultos. Compartimos miradas, pero se rinde al ver lo decidido que estoy por averiguar las miradas de odio y arrepentimiento que compartieron hace un rato. Max se tomó todo el contenido de su vaso y suspira.

—Cuando entré a la universidad. Antes de conocerte, yo no era lo que soy ahora —cuenta, melancólico y su mirada se pierde en algún lugar de la sala. Max vuelve a suspirar y se bebe su copa—. Tenía diecisiete y me dejé influenciar por... Personas que no vale la pena ni mencionar —aprieta sus puños —. En fin, vivía solo, con mis hormonas al cien y sin ninguna restricción. Tomaba y hacía lo que se me antojará —añade y se queda en silencio, su mirada brillante parecen  recordar sus épocas de rebeldía—, pero... Siempre la llamaba, a ella, a Kate —exhala y se lleva su copa a la boca pero entonces parece recordar que está vacía y gruñe. Sus ojos automáticamente se desplazan a mi copa y me la arrebata sin que yo pudiera reaccionar, entonces bebe de un solo trago haciéndo una mueca al sentir el ardor en la garganta—. Le fuí infiel, amigo, la traicioné. El cargo de conciencia no me dejaba en paz y ella, como era de esperarse, no me perdonó — susurro con amargura, alza la mirada y esta vez le tocó a el palmear mi hombro—, tómatelo como un consejo de alguien que le pasó y cuida de las personas que amas, porque cuándo menos te das cuenta son tus acciones que a la final, siempre terminan hablando por ti —finaliza y se levanta caminando de vuelta al mini bar en donde lo escucho rebuscar.

Sabía a lo que mi amigo se refería, pero ella está mejor sin mi y yo no puedo entrometerme nunca más en su vida. Ambos hicimos demasiado, y sufrimos también, estamos mejor a distancia. Iba a comentarlo, pero el señor John entra a la sala y nos dedica una pequeña sonrisa, caminando tambien al mini bar.

—No creen que están muy jóvenes para tomar —se burla mientras sirve de su vaso.

—Papá no soy un bebé, tengo veinte años —fanfarroneó Max entre risas—, aquí el menor es él — me apunta con un dedo.

—¡Ja! Ya tengo dieciocho y soy muy tolerante al alcohol — contraataco, uniéndome a ellos—.  no como otros —añado sonriéndole burlesco.

El señor Jonathan estalló en carcajadas, fue tanta su auforia que se recostó en el hombro de su hijo. Max está muy serio.

—Tu actitud me gusta hijo — comenta cuándo ya estoy frente a ellos.

—¡Ja! —exclama Max, irónico.

El padre de Max se pone recto y toma solo un poco de lo que se sirvió.

—¿Y cómo van en la universidad?.

—Muy bien papá, estudiando mucho —contesta despreocupado Max a su padre—, éste... —me señala—, es muy cumplido e inteligente, es más ni siquiera sé porque ha ido a la universidad si es tanto lo que sabe que a veces él es el que dicta las clases.

Suelto una risilla mientras niego con la cabeza sintiéndo enrrojecer. Mi amigo a veces exagera y alardea de más, incomodándome.

—¡Era de esperarse después de ver tu linaje! —exclama el señor John, mirándome con fascinación.

—¡Nah! Su hijo exagera señor —hablo tratando de restarle importancia a las palabras de mi amigo—, solo que y como ós comenté en la cena, mi familia o más bien en el entorno en que me muevo, exige total concentración y responsabilidad de mi parte.

—Pues yo espero que mi hijo sea muy inteligente también.

—Su hijo es muy inteligente —le aseguró.

—No tanto como él —se queja señalandome—, pero me esfuerzo el doble para ser el mejor.

—¡Ese es mi hijo! —el señor John mira a su hijo orgulloso, agarrando su hombro con la mano libre—, tan perseverante como su padre.

Max lo miro.

—Lo he aprendido del mejor — declaró mi amigo para después estallar en carcajadas.

—Dime Jack, tus padres de seguro deben estar muy orgullosos de ti — comentó y su hijo me miró, dejando de sonreír.

—Creo que si señor —le digo después de soltar un suspiro—. Desde donde estén, espero qué así sea.

—Oh, perdona hijo yo... —dice serio,  rascándose nerviosa la nuca.

—Tranquilo señor John —le sonreí para tranquilizarlo.

—Nada de señor —me regaño—. ¡Tutéame, qué estamos en confianza!.

—Entonces así será señ... Jonathan —rápidamente corrigo.

—Veo qué aprendes rápido —reímos.

Al rato, nos acomodamos en el sofá donde la conversación fue más amena.

—Entonces, me dices que aún te falta muchos años para que tu tío te seda la presidencia —repite el padre de mi amigo.

Asiento, hago una mueca y bebo de mi vaso.

—Si, según el testamento hasta que cumpla treinta. Sin embargo, he intentado trabajar en la empresa desde cero, aunque mi  tío no me lo permite —finalizo y hago una mueca, nada feliz de contar esto.

El señor Jonathan hace una mueca.

—¿Problemas familiares? —pregunta.

Asiento en respuesta y suelto un largo y sonoro suspiro. Muchos problemas familiares.

Después de haber sostenido una muy agradable conversación los tres nos dirigimos a nuestras respectivas habitaciones.

Aunque en realidad no pude pegar el ojo en toda la noche. Di vueltas y vueltas por toda la cama sin poder lograr cerrar los ojos para descansar. El cambio de horario me a golpeado muy fuerte, siento mi cuerpo pesado; sin embargo, cada que cierro los ojos  recuerdo cada palabra, risa y miradas dadas por cada miembro de esta familia y es como una puñalada para mi corazón, y tampoco puedo evitar comparar está familia con la mía.

El amor, la felicidad y la unión que brindan los Moritz es digno de admirar e idealizar, solo espero que el dolor y la muerte no destruyan la felicidad de esta familia, no me gustaría ver a mi amigo derrumbado, no me gustaría ver a Valentina derrumbada. De solo imaginarme a la pequeña desconsolada, llorando y pidiendo a gritos a su madre mi pecho se aprieta y unas tremendas ganas de llorar me invaden. Con aquel pensamiento caigo rendido en los brazos de morfeo.

Los días en estás tierras y con la familia de mi amigo se van volando, pero eso solo hace que los momentos con la familia Moritz fueran únicos. Lo que más disfrutaba eran las charlas que sostenían en la cena, muchas de las cuales me hacen recordar a mi propia familia y con melancolía también me recuerdo que estoy solo.

En un cálido medio día de domingo, Máx y yo nos encontrábamos en mi recamara alistandonos para salir y despegar la mente —este último sugerido por la señora de la casa. Aún recuerdo el día que nos incitó a salir, fué tres días después de haber llegado al país y estabanos disfrutando de un día soleado, justo cono el de hoy. Estabamos sentados en el patio disfrutando del sol. Max, la sr Margareth y yo.

Valentina estaba revoloteando alrededor nuestro con sus cabellos despeinados danzando al compás de la brisa y sus frenéticos movimientos,  su sonrisa brillante, en sus manos llevaba lasgas tiras de color rojo. Hoy de ve realmente salvaje, llevaba puesto una camisa de cuadros rojas, unos vaqueros largos  y no trae puesto zapatos y creo que por esa razón está tan reluciente.

De pronto, Margareth habló y caí en la realidad. Parpadeó y enfocó confuso el rostro de la mujer. Estaba ensimismado mirando a Valentina. Max también lo estaba.

—Han pasado muchos días desde que arribaron aquí y no los e visto salir a divertirse —comenta sin mirarnos, me imagino que mirando a Tina—. Esto es ____ después de todo—añade con un deje de emoción en su voz—, deben divertirse. Sobre todo tú —gira su cuello y me observa y sonríe—. Que estás en tierra caliente por primera vez. Hijo, tú deberías mostrarle la ciudad —esta vez su cuello se gira hacía el lado contrario, hacía su hijo—, es tu responsabilidad después de todo.

—No creo que sea... —no sé que tipo de mirada le dió la señora Margareth que automáticamente se queda en silencio, y asiente lentamente.

—¡Entonces que así sea! Debes conocer ___ te va a encantar, después tal vez a comer a un buen restaurante...

—¡¿Van a la playa?! ¡Yo quiero ir! Amo el mar, me gusta el mar —habla Valentina acercándose a nosotros en grandes saltos. Nos reímos de sus palabras. Valentina también se echó a reír y continúo revoloteando a nuestro alrededor.

La idea en su momento fue fascinante, es más que tentador y pese a no tener ganas de salir, Margareth tenía razón desde que llegamos hace siete días no hemos  salido ni a distraernos.

Por lo tanto y dejando de lado los dramas familiares, Max decidió darme un tour por su ciudad natal y empezaremos en su playa favorita.

Ahora prácticamente me está acosando para que me apure.

—Rapido Jack, muévete, al paso en que vas se va a ir el sol al igual que la diversión  —me insiste por enésima ve, en tono de impaciencia. Coloco los ojos en blanco observandolo a través del espejo. Ni siquiera está mirándome, su atención está completamente puesta en la pantalla de su móvil, y los dedos se mueven veloz sobre este—, hoy vamos a ir a la playa, ya verás ese lugar te va a encanta... Y luego podemos ir a un pequeño pero exclusivo bar a conocer chicas lindas.

Niego con la cabeza. Max está loco, él ni siquiera desea salir a "divertirse" y también sabe  que soy más de relaciones serias y no de amores de verano, no me apetece. Bufó mientras me colocó mi reloj como última prenda de vestir. Máx mirándome desde el borde de la cama hace una mueca.

—¡Listo! —exclamó, girando me hacía Máx. Máx se levanta de un salto y arregla su camisa—. ya podemos irnos.

—¡Al fin, aleluya!, Amigo tu tardas más que una mujer —dice con burla.

Coloco los ojos en blanco y hago amague de avanzar.

—¡Exagerado! —suelto una risilla, mientras le doy un golpe suave en la espalda a mi amigo.

Ni siquiera llegamos a la puerta cuándo está se abre con suavidad. De inmediato el fuente aroma de mi colonia se vio opacada por uno más suaves, dulces y hasta asfixiante pero nada empalagoso olor a fresa. Unos largos y sedosos rizos fue lo primero que vimos seguido por la carita de Valentina aunque su rostro está contraído y lleno de preocupación. Frunzo mi ceño.

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