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Capítulo 2

Antes de dar otro paso, la pequeña se gira prácticamente bailando sobre sus talones. Una extraña punzada en mi corazón aparece de repente, inexplicablemente y en el instante mi piel se eriza y mi respiración se detiene. No pude evitar pensar en que tal vez y solo tal vez, aquello que una vez perdí se pudiera parecer a ella.

Max tenía razón, aquella pequeña es una hermosura y seguramente se convertirá en toda una reina de belleza al crecer.

Ante mis ojos la pequeña me sonríe abiertamente mostrando todos sus perfecta dentadura. Blanco y sin caries. Ni muy pequeños, ni muy grandes. Uno detrás de otros, logrando la contextura perfecta. Seguido de dos hoyuelos aparecen en sus cachetes justo debajo de sus ojos, haciéndola ver adorable. Sus inocentes ojos brillan irradiando felicidad, resaltando los destellos amarillos que resaltan de su iris café oscuros -unos ojos poco comunes- jugaban al con paz de su piel pálida apenas cubierta con un ligero tono rozado en sus cachetes y finos labios. Es una copia de su hermano, la única diferencia es que Max tiene los ojos grises, sin embargo, los destellos amarillos en sus ojos son los que definitivamente los hacen parecidos.

La niña se acerca a mi, dejando al descubierto sus pequeñas puntos -pecas- regadas por su fina nariz y parte de su rostro. Valentina me extiende su manita a modo de saludo y yo la acepto de inmediato comprobando que nuestras temperaturas son diferentes. Mientras mi temperatura es demasiado cálida para vivir en un Londres. La temperatura de Valentina es todo lo contraria, fría, aunque el clima en Los Ángeles sea caluroso por lo visto no afecta su naturaleza.

Un descubrimiento fascinante.

Tras aquel tacto, una corriente eléctrica recorre todo mi cuerpo estremeciéndolo, afortunadamente la camisa logra ocultar mis movimientos aunque mis manos tiemblan. Frunzo el ceño y miro hacía Valentina, la pequeña me devuelve la mirada extrañada y su sonrisa se apaga, solo un poco, aunque sus hoyuelos siguen hay. Bien, que no desaparezca, pienso. Puedo estar seguro que se dió cuenta de mi estremecimiento pero luego vuelve a sonreír aún más que antes.

—Ho-Hola, mi nombre es Valentina Thalía Moritz Jáuregui, un gusto conocerte —se presenta sonriente. Otra vez vuelven los hoyuelos. Sonrío.

—Un gusto Tina... Digo, Valentina. ¿Te puedo llamar Tina?.

La pequeña asiente en afirmación mientras sus mejillas se vuelven cada vez más rojizas. ¡Que hermosura! ¿como no verla tan adorable?. Tomo aire antes de hablar.

—Mi nombre es Jack Williams Wagner Cullen, amigo de tu hermano.

—Entonces te puedo llamar Jaky —no es una pregunta, me agrada su temperamento, pienso orgulloso. Le sonrió.

—Jaky es un mote adorable. Me gusta.

—Jaky, ¿Tu también te quedarás? —me pregunta emocionada. No pierde el tiempo, pienso. Aunque no tengo corazón para negarme al ver esos ojos inocentes luminarses, además del tremendo puchero que forma con su boca y aún más lo preciosos que se ven esos hoyuelos. Me encojo de hombros, inseguro. ¿Por qué me es tan adorable sus pequeños rasgos?.

Realmente no sé cuánto tiempo me e de quedar. Alzo la mirada solo para descubrir que Max nos está observando. Éste me regala una pequeña sonrisa.

—Solo si tu hermano así lo quiere —digo. O hasta que las circunstancias me obliguen a volver a casa, cayó. La pequeña niña se gira hacía su hermano, sin soltar mi mano.

—Por supuesto que el también se quedará —aseguró sonriente sin esperar a que lleguemos a formular pregunta alguna.

Valentina le sonrió y luego me mira expectante.

Me rasco la nuca con mi mano libre fingiendo que pensaba pero con una sonrisa en mis labios.

—Supongo que es un si —comento.

Inmediatamente sus ojos adquieren un brillo radiante y más hoyuelos aparecen. Está vez del lado de su mejilla derecha. Uno pequeño, al ladito de la boca. Mi corazón se arruga ante la imágen.

¿Así se vería...?

Pero no me da mucho tiempo en procesar aquella imágen y se apresura a tirar de su mano, aunque no con mucho éxito puesto que mi agarre es sólido. Sus cejas se fruncen un poco, mis propias cejas están fruncidas. ¡¿Por qué no la suelto?!. Parpadeo saliendo de mi trance y la suelto. Al verse libre, intenta correr directo a la escalera.

—¡Si... Que bien! ¡voy a decirle a mamá! —avisa alegre.

Sin embargo, su hermano es más rápido y la detiene.

—¡No! ¡espera! —Max la agarra del brazo—. Yo le daré la noticia, seguro y le encantará.

Valentina sonríe encantada, dejándonos ver los hoyuelos que se le forman en sus cachetes. Desvío la mirada de una adorable Valentina a una nerviosa mujer que se acerco a nosotros.

—Ven mi niña —interviene la señora Lola sin la expresión triste y sin rastro de lágrima ahora se muestra alegra, aunque es falsa pero inmediatamente capta la atención de la niña—, vamos a comer un heladito —añade.

—Esta bien, pero que sea de fresa, ¿si? —comentó la pequeña agarrando su mano y luego mira a Max-, y nosotros... —señalándolo demasiado sería—, tenemos que hablar —añade.

Mi amigo le regalo una media sonrisa y asiente mientras secaba sus lágrimas.

—Lo prometo.

La señora Lola agarra la manito de Tina y nos regala una pequeña sonrisa.

—Nos vemos Jaky —se despide la pequeña agitando sus manitos con sus cachetes colorados mientras su nana la arrastra hasta la parte frontal de la casa.

El dulce aroma a fresa inunda una vez más mis fosas nasales hasta hacerse imperceptible y desaparecer. Lo confieso es imposible no sonreír.

Al estar solos, volví mis ojos al inerte cuerpo de mi amigo que ahora observa con aspecto cansado hacía la escalera, su mandíbula se encuentra apretada y su cuerpo se mantiene rígido. Max aparta la mirada y me miro.

—¿Quieres presentarte ahora o... después? —me pregunto, serio después de un largo silencio e hizo una mueca que me demostró lo incómodo que iba ser la situación.

—Ahora —le respondí.

Max suspira, asiente despacio y se encamina en dirección a la segunda planta. Lo sigo de cerca. Cada paso que dábamos, el cuerpo de Max se contraía cada vez más. Subimos las largas escaleras y nos adentramos al largo pasillo, este tenía seis puertas de costado a costado. Caminamos hasta llegar a la última puerta de la derecha, al lado del gran ventanal aquella que mira directo al lado frontal de la casa; Max suspira y agarra el pestillo de la puerta, se aclara la garganta para después dar tres golpes en la puerta.

—Adelante —escuchamos una voz débil pero extremadamente delicada y muy dulce.

Max abre la puerta y se adentra a la habitación, por mi parte me quedo de pie frente a la alcoba. Quería darles privacidad, se lo merecían.

—¿Mamá...? —escuche decir a Max.

—¡Maziel! —exclama la voz, pero está tiene una nota de felicidad. Sonrío.

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