-4-
—Yoongi...
Escuchar su queda voz fue un vestigio de luz, aún había esperanza y eso lo hizo accionar.
Cargó el cuerpo entre sus brazos y lo colocó en el agua para lavar sus heridas, finalmente el pelirrojo tocaba el agua de la cascada, a esa hora del día se sentía cálida; pero su azul color se fue transformando en carmesí y el pelinegro hubo de sacar el cuerpo del agua, lo cargó nuevamente, caminó a través de la cascada y entró en la cueva, esa maldita cueva en la que estaba escrito su fatal destino.
Colocó el cuerpo suavemente en el suelo y dejó reposar su cabeza sobre sus desnudas piernas.
—¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué demonios hiciste eso Taehyung? Era yo quien debía morir, no tú.
—Mi amor —expresó alzando una mano con dificultad, colocándola en una mejilla del licántropo—, yo... quería cambiar nuestro destino. Quería... acabar con esa tonta profecía —le acarició el pómulo con el dedo pulgar—. "El rojo vence al negro", qué estupidez más grande —bajó su mano y el otro chico se la tomó con delicadeza, la mano del pelirrojo estaba helada.
—Por favor no digas más —le suplicó mientras sostenía su mano.
—Yo soy del rojo y tú eres el negro, son dos colores opuestos; pero que contrastan muy bien juntos...
—Por favor Taehyung, te lo ruego.
—Cambia la profecía Yoongi, escribe con mi sangre nuestra historia, dibuja nuestro amor con un corazón enorme... sobre esa pared rocosa... Une los colores, para siempre.
—Basta por lo que más quieras —dijo con la voz quebrada, cansado.
—Lo que más quiero eres tú. Ayer no respondí a tu pregunta, sí te amo, te amo más que a mí mismo, más que al día, más que a todo, ya te amaba incluso antes de que nos conociéramos...
—Detente —las lágrimas volvieron a correr por su rostro.
—Te amo... Yoongi.
Después de aquellas tres palabras sus párpados se cerraron y para Yoongi se detuvo el tiempo, incluso su cuerpo había quedado estático: no parpadeaba, no respiraba, ni emitía ningún sonido, estaba mudo, salvo que por dentro se desmoronaba, se caía a pedazos, quebraba.
Decidió entonces, casi por inercia, moverse, soltó la mano del pelirrojo, embarró sus dedos con el aquel líquido carmín que manchó el piso y se levantó cuidadosamente, colocando la cabeza de su amado sobre el suelo, luego caminó hacia la pared rocosa y escribió con su sangre el amargo final, cuando el pincel se quedaba sin tinta, se agachaba y lo volvía a mojar. Miraba con furia la pared mientras dibujaba, hasta que los dedos le sangraron; pero no se detuvo sino cuando hubo de terminar, cuando dibujó aquel enorme corazón rojo sobre aquella pared oscura.
Estaba furioso, y triste, tuvo la idea de acabar con su miserable vida, sacó sus garras y en el momento que se atravesaría el corazón, un rayo de luz penetró en la cueva y tocó el cuerpo de su amado que yacía en el suelo. «¿Y esto qué significa?», se preguntó, el sol nunca había entrado al bosque con tanta fuerza, eso hizo que su corazón comenzara a latir con mucha rapidez, así que salió de esa maldita cueva oscura y se entregó al día.
Al entregarse vio vida, vio luz, vio nuevas esperanzas y por eso buscó el apoyo de la naturaleza; se arrodilló y suplicó por una oportunidad, por eso el bosque le brindó uyuda y le obsequió todo tipo de plantas, hongos y yerbas medicinales.
Con las yerbas cubrió las heridas causadas, como hojas lo protegió del frío, con ramas hizo fuego y le dio calor, con frutas lo alimentó y con carne que masticaba primero, le dio fortaleza. Pero nada, no se movía, sus labios seguían pálidos, sus ojos cerrados, todo lo que hacía era inútil, no lo traería de vuelta por mucho que se esforzara.
—Él no regresará Yoongi. Ríndete —se dijo en voz alta y salió de la cueva corriendo, día tras día intentaba traerlo de vuelta pero nada funcionaba. Corrió hasta el torrente a las afueras el bosque y ahí estuvo llenándose de valor para cabar una tumba.
El bosque se lamentaba junto con él, el bosque había tratado de ayudarlo: le brindó refugio, apoyo, comida, medicina, agua, aire, calor. Nada al parecer era suficiente para traerlo de vuelta.
Mientras el pelinegro lo atendía en la cueva, parecía que respiraba, que su corazón latía, pero ahora Yoongi ha llegado a creer que alucinaba, que esas cosas eran producto de su imaginación, porque él quería creer que aún su amor continuaba con vida. No, todo había sido inútil, debía de hacerle una hermosa tumba adornada con flores y conchas tal río, eso haría, por lo que tardó tres lunas y tres noches hasta que hubo de terminarla, había quedado perfecta.
Regresó a la cascada, listo para enterrar a su ser amado, luego él se quitaría la vida, no podía seguir viviendo así, pero se detuvo justo cuando llegó a la orilla, miró su reflejo en el agua y se agachó para lavarse el rostro, llevaba meses sin dormir siquiera, parecía una momia andante, estaba muerto en vida. Sí, ya estaba muerto pero quería rematarse, dejó de estrujar su cara con agua y se levantó, decidido, cuando sentió una presencia tras suyo y se volteó, para descubrir que aquella profecía: hubo de tener un final tan abrupto como su comienzo.
—Hola Yoongi, he vuelto.
—Tae, estás vivo —expresó con una sonrisa antes de que su cuerpo cayera desplomado en el suelo y pronunciara, con voz muy queda, antes de que sus párpados se volvieran pesados y los cerrara; aquellas palabras que se volvieron leyenda—. Hice lo que me pediste, escribí nuestro amor: en rojo y negro.
—FIN—
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