4. Don't blame me.
Hi~ Hace un montón quería subir esta actualización pero siempre me moría antes de poder hacerla y para no catetear no iba a subir dos diarias con el angstober, así que estoy feliz de poder retomar esta trama ya de manera más fluida, me tinca que va a tener fecha de actualización fija para Marzo para que sea mpas ordenado. Muchas gracias a las personas que leen.
¡Espero que les guste!
La casa está enferma.
Eiko lo piensa una y otra vez mientras se hace un ovillo contra sí misma, se aferra a la sábana tiritona, es lo único que la cubre, el piso se siente frío contra sus muslos, tiene los párpados hinchados gracias al llanto. A veces llega a estos estados de semi disociación luego de las palizas de Papa, donde puede mirar el techo y salir un instante de su cuerpo, fingir que ese ardor visceral no le pertenece, llegar a un punto tan brusco del maltrato que deja de doler solo por un instante, es acá, mirando vacía e ida el diseño del papel tapiz, escuchando los gritos en el primer piso, acurrucada igual que un animalito callejero en su propia sangre que lo confirma.
Todos están enfermos en este lugar.
Su relación con Dino es un camino directo hacia la locura, es cruel, lo piensa una y otra vez encogida sobre sí misma, él es sumamente sádico con ella, no solo por los maltratos físicos, aquellos son casi tolerables e incluso satisfactorios (¿hola? Ella se aborrece), sino por las cosas que le arroja iracundo, tirándole del cabello, murmurando en su oído puro veneno, la mata, Golzine la está matando, es un testigo silencioso que la ve marchitarse hasta la agonía y eso es doloroso.
«Tenle paciencia», es lo que Blanca siempre le dice al venirla a consolar.
Y añade «El monsieur te ama, sufre si estás molesta con él, no lo hizo con mala intención».
Siempre que lo escucha quiere vomitar, porque quien te ama no debería dañarte de esa forma, Papa no la ama, si la amase no le gritaría semejante brutalidad, ni la reduciría a una muñequita de trapo porque se le ha dado la simple gana, no la golpearía tan fuerte, no le privaría la cena si se porta mal, no la amenazaría constantemente con matar a Masako, ni le recordaría con esa sonrisa escurriendo de pura hipocresía que puede venderla cuando se le dé la gana, tiene apenas once años, no entiende nada ni tiene que hacerlo. ¿Quién mató la inocencia? ¿Quién la sacó de nunca jamás?
Aunque tal vez, esa es la clase de amor para la que está destinada, el tipo de cariño que pide es este, ella lo incita, ella lo provoca, ella altera a Dino para que le grite dichas cosas, es su culpa, Eiko se ha portado mal y este no es más que un simple castigo. Ella está enferma por no poderlo ver, él la ama, claro que la ama, por eso le ha comprado su pieza repleta de lujos y le permite bailar, pero así como la ama puede dejarla de amar si hace algo que rompa ese tenue equilibrio, puede reemplazarla, ella es reemplazable y desechable, no puede olvidarlo. Es su muñeca de trapo, no un diamante.
Entonces, después de abusarla física y mentalmente hasta que no da más, Papa la buscará con su sonrisita carente de culpa, puff, como si nada hubiese pasado, como si nunca le hubiese gritado esas cosas y parten de cero. Aquello solía confundirla, si lastimas a otra persona lo correcto es pedir una disculpa, es de las pocas enseñanzas que aún recuerda de su madre (mamá, ¿cómo lucía?), así que, ¿por qué Golzine no se disculpaba? Le hizo daño, la tuvo llorando toda una maldita noche otra vez, y no, Eiko no va a fingir que nada ha pasado porque está herida, muy herida.
Tardó tiempo en vislumbrar la respuesta, Dino no la ama lo suficiente para pedir perdón, no ama a nadie lo suficiente para sacrificar su orgullo aunque niegue lo contrario.
—Tenle paciencia. —Volvía a murmurarle Blanca, ayudándola a desinfectar esas heridas, a presionar el algodón contra su espalda sangrante, a mantener junto el cúmulo de retazos para que no se salga el relleno o Papa no podrá jugar. Recuerda haber encogido sus rodillas hacia su vientre igual que de costumbre, contemplando cómo la sangre coagulada se podría en el piso y tensaba la tela...
—Me duele. —Cuando algo se rompió dentro de ella.
Eiko era buena sosteniéndose a sí misma como una pila de pedazos inconexos, se las arreglaba para rearmar la torre una y otra vez, acunándola de los lados al verla tambalearse, implorando para que sus piezas no se hiciesen polvo por el golpe, pero en cada pelea perdía un poco más y esta vez, a sus once años, perdió algo valioso e irreparable que nunca recuperaría, ella no sabrá esto hasta después, mucho después, al conocer a alguien con ojos extremadamente verdes que le recuerden de manera constante que está vacía porque ha perdido esa pieza. Ahora solo es un ovillo tembloroso empapado de su propia inmundicia y náuseas, aferrándose a sus propios huesos, asustada de desmoronarse al haber tirado tan fuerte de sus costuras que no se podrá arreglar.
—Él te ama. —Entonces diría—. Eres su diamante de rosa.
—No. —Pero ella se atrevería a responderle esta vez—. Él me lastima
—¿Eh?
—Si me amase no me haría esto. —Lo murmuraría con la voz apenas perceptible, tenía once años y se hallaba muerta de miedo porque su abuelito acaba de traumarla—. No diría cosas tan crueles. —Recuerda que Blanca le entregó una mueca confusa, acariciándole el cabello en busca de consolarla, mirándola con esa clase de mirada que ella jamás puede o podrá interpretar.
—Eso es amor, Eiko. —Proclamaría—. Ese es el amor que mereces.
Y lo sabría.
—¿Eiko?
Se levanta de golpe, abriendo los ojos lo más rápido que puede, el pecho sube y baja erráticamente, chocando contra los tirantes de su vestido de seda, incrustando la tela como si fuese una especie de hierro ardiendo contra su piel desnuda, igual que el ganado antes de ser marcado, alguien le aprieta la muñeca con tanta gentileza que la hace crujir, tambaleando la torre de pedazos que es, presiona con tanta ternura que teme le quebrará los huesos, sus pupilas se encuentran muy tiritonas, luce vulnerable y asustada, igual que un animal a punto de ser destripado.
—No me tires tan fuerte o me romperé. —Gimotea, intentando protegerse a sí misma de la paliza.
—¿Eiko? —Entonces, esa voz vuelve a llamarla, el sudor le ha empapado el flequillo, pegándolo a su frente en hileras azabaches, en raíces de rosas o espinas marchitas—. ¿Estás bien? —Y de repente, se le encoge el corazón.
—¿Ashley? —La nombrada le da una sonrisa repleta de preocupación, la ha tomado de las mejillas en un intento de calmarla, repasando los bordes de su rostro con suma suavidad, es imposible que esta calidez sea genuina, es su primer pensamiento. No es tonta ni caerá por el falso matrimonio, la va a usar, todos la usan y ella no será la excepción.
—Soy yo. —Sin embargo, lo único que vislumbra reflejado en sus ojos es la desesperanza de alguien que la quiere ayudar pero no sabe cómo aún, es pura impotencia, los temblores en sus toques son a causa del desvelo, no de la demanda o la violencia—. Soy yo, onee-chan. —La llama con ese apodo empalagoso y burlón, eso la hace reír.
—Eres tú. —Responde, dejándose tocar, permitiéndole cruzar esta línea—. Claro que lo eres.
Ashley.
Esta es Ashley, quien no le permitió a Papa tenerla esta noche.
Ella es buena, no le hará daño.
No todavía.
—¿Tuviste una pesadilla? Te estabas quejando. —Eiko logra reincorporarse al asiento trasero del auto gracias a los toques progresivos en su palma, van desde sus yemas, flotan por las líneas de su vida hasta finalizar en su muñeca, es agradable, es sumamente dulce e intoxicante, algo en los roces de esta mujer la deja deseosa y embriagada—. Incluso babeaste mi ropa.
—¡Lo siento! —La japonesa mira horrorizada esa bonita chaqueta de mezclilla empapada por una poza azulada—. No me di cuenta. —Ella no luce enfadada, sino más bien ¿divertida? Por la reacción.
—No lo dije para regañarte. —Admite—. De hecho estaba pensando que te luciría mejor a ti, ya la has marcado como tuya, creo que es una buena idea.
—¡No la marqué como mi propiedad! —Chilla, apretando los puños, reforzando el agarre de forma inconsciente, teme haber enloquecido, no obstante, puede jurar que esos afilados ojos verdes se han suavizado junto a su sonrisa, se ve linda, ella es linda—. No soy un perro para hacer eso.
—Estaba pensando en un conejito.
—¿Un conejito? —Eiko ladea la cabeza, confundida.
—Ya sabes, es que eres linda, esponjada y... —La más joven se ruboriza de golpe, una brillante capa de escarlata le salpica hasta las orejas, dándole un aura mucho más infantil y adorable—. Conejito.
—No te humilles más, por favor. —Griff se burla al volante, frenando el automóvil—. Es un coqueteo penoso, Ashley. —La nombrada tensa el ceño con violencia, es orgullosa y no teme demostrarlo.
—Solo lo dices porque me burlé de tu crush con Max. —Le saca la lengua, Eiko no puede creer que esta chica sea la imponente heredera de los Callenreese, no es más que una niña—. Tú apestas.
—Ya bajémonos. —Suspira—. Tu futura esposa debe conocer la casa.
Futura esposa.
—No suena tan mal. —Balbucea para sí misma.
Si bien, Eiko se encuentra dispuesta a salir del automóvil, no alcanza a dar un paso cuando Ashley la alza entre sus brazos, presionando sus dedos con timidez entre los bordes del vestido y sus piernas, acogiéndola hacia su pecho con una mueca de absoluta vergüenza, esto hace trepidar con añoranza su corazón, pasa sus manos con vacilación por el cuello de la rubia, la electricidad no tarda en arder, quemar y expandirse por doquier, igual que un incontrolable incendio o una explosión fatua, ella es una clase de fuego que la va a consumir y no solo desarmará su pila de pedazos, sino que la reducirá a cenizas, no puede perder, por eso intenta aplacar lo inestable de su respiración y de su pulso.
—Tus pies. —Musita, su voz le golpea el cuello, dejando una reminiscencia fantasma de estática—. Los tacones son una mierda, también me hacen heridas cuando los uso.
—O-Oh... —Pierde una voz que jamás le ha pertenecido—. Ya veo.
—Afírmate con fuerza, te cargaré hasta la casa.
Asiente, encogiéndose hacia Ashley por el puro movimiento, apoyando su oreja inconsciente cerca del pecho, deshaciéndose levemente en el abrazo, escuchando unos latidos frenéticos que la hacen pensar que ella está incluso más nerviosa que la propia Eiko, siente esos mechones dorados y lacios hacerle cosquillas contra su nariz, acariciándola con ternura una y otra vez, es reconfortante, suave y delicado. Al cabo de varios minutos (que resultan una eternidad) están frente a la puerta.
—Gracias. —Apenas puede pronunciar, se ha puesto colorada sin encontrar una razón lógica más que esta imponente y guapa mujer cargándola—. Eso fue bastante dulce. —La rigidez y la amargura del recuerdo que experimentó en el automóvil se han ido, está más relajada, no hay tensión en sus hombros, es como si las costuras que unen sus pedazos se hubiesen aflojado.
—Esto se nos está volviendo mala costumbre. —Se burla, dándole una sonrisa que Dios, gatilla un delicioso escalofrío por toda su columna vertebral—. Entrar a los cuartos así. —Las palmas de Ashley suben hacia su espalda desnuda, paralizando el tiempo en ese reluciente verde pétreo, es bonito.
—Somos un futuro matrimonio ¿cierto? —Responde, aferrándose aún más como si fuese un imán.
—Lo somos. —Le sigue el juego, inclinándose con una sonrisa sumamente coqueta y galante.
—Vaya. —Hasta que un silbido destroza el ambiente—. No sabía que tu prometida sería tan caliente. —Ashley la suelta por la sorpresa, pero Eiko se aferra a la chaqueta, ambas terminan en el piso.
—¡Shorty! —Gruñe, acariciándose la cabeza por la caída—. ¡Te dije que no te aparecieras así! —Una chica increíblemente genial, repleta de perforaciones, con el corte de cabello más cool que ha visto se ha parado enfrente, extendiéndole una palma.
—Quería conocer a mi futura cuñada. —Proclama, dándole un guiño coqueto bajo unos llamativos lentes de sol—. Es malditamente atractiva.
—¡No le coquetees enfrente!
—Perdón. —Se burla, basta un simple tirón para que la mujer las levante a ambas del suelo—. Las estábamos esperando.
—¿Estábamos?
—¡Es muy bonita!
Eiko no alcanza a reaccionar, termina contra el piso por segunda vez con un peso encima, una chica completamente desconocida restriega su mejilla una y otra vez contra ella, ese gesto debería gatillar una reacción hostil al traspasar su espacio personal, Eiko acostumbra a ser manoseada igual que las rosas en el invernadero de Dino, su consentimiento da igual, es una palabra que una muñeca así de rota debería desconocer al agradecer que aún jueguen con ella, pero la desconocida le sonríe y luce muy adorable con un solo colmillo resaltando de su boca, con una trenza desastrosa amarrando una mata de cabello rosada y una jardinera gigantesca, algo, dígase impulso, estupidez o presentimiento la incita a corresponder el abrazo, es reconfortante.
—No seas tan brusca, Bonnie. —Otra chica endemoniadamente cool, como de dos metros de altura, muy fornida e imponente la saca de encima con un tirón—. Perdónala, está emocionada. —Ashley suspira, presiona su entrecejo repleto de venas una y otra vez, haciéndola sonreír.
—¡Nosotras ayudamos a la jefa en su...!
—Pandilla. —Ashley interrumpe—. Son las chicas de mi pandilla.
—Ajá. —Y Eiko desconfía, claro que lo hace, es un diamante ensangrentado.
—Preséntenle el lugar mientras Shorty y yo hablamos algunas cosas.
—Yes, boss!
Se deja arrastrar, tanteando terreno igual que un avecilla que ha quedado sin alas en su nueva celda, recuerda que Dino adoptó un ave con los huesos quebrados cuando era niña, le dijo que sin importar los cuidados que le dieran el mirlo se encontraba condenado, que un pájaro que no podía volar tenía sentencia escrita con la muerte, se enojó mucho al escucharlo, eso la impulsó a proteger al ave, Nori Nori le puso. Eiko vigilaba a su preciado pájaro todo el día cerca del invernadero, lo resguardaba de los gatos, le daba comida y agua, incluso lo bañaba, intentando curarle el ala. Una tarde fría lo llevó al antejardín, bastó un segundo de descuido para que el avecilla caminara por las rejas de la mansión y un auto lo atropellara justo frente a sus ojos.
«Un ave que no puede volar está condenada», se cuestiona si era una advertencia o premonición.
De cualquier manera, el recuerdo flota a la superficie de su cabeza igual que rosas muertas sobre el lago putrefacto o la tina de baño, son destellos de angustia quemando detrás de sus párpados, si su mente fuese más funcional habría tomado otras medidas para protegerla: el olvido, la disociación o incluso darle otra personalidad que hiciese más tolerable su sufrimiento, pero no. Acá está, mirando una y otra vez una infancia mutilada, observando y reviviendo cómo Dino dejó de tratarla como una persona para convertirla en una muñeca, succionándole la vitalidad para reemplazarla con rosas de relleno, cosiéndola con los retazos de los niños que perdió, convirtiéndola en un reemplazo.
¿Reemplazo de quién?
¿Por qué ella?
—¿Es verdad que eres una Golzine? —Bonnie se lo pregunta cuando quedan a solas en el cuarto, la celda es grande, tiene barrotes vigorosos que le impedirán cruzar la calle aun si no puede volar, este es un cuarto agradable que la remonta a la mansión de Dino, tiene una cama mullida, muebles muy elegantes que pretenden simular un hogar y fracasan—. ¿Eres su nieta?
—Lo soy. —Responde con una sonrisa muy pero muy triste, acariciando la rendija que pende en la ventana, preguntándose si Ashley la habrá puesto porque ya la ha visto, porque sabe exactamente lo qué es y cómo debe controlarla, supone que no es muy diferente a Dino—. ¿Decepcionada?
—No. —La chica baja el mentón, hunde sus dedos en los bordes de la jardinera, aprieta sus labios como si quisiese decir algo, no lo hace, todos conocen su rol en la casa de muñecas—. Sorprendida.
—Entiendo. —Miente.
—La jefa es una buena persona. —Comienza—. Tiene una personalidad de mierda, pero es buena.
—¿Por qué me dices esto? El matrimonio ya está acordado, no es como si yo tuviese voto.
—Porque tengo la impresión de que estás herida. —Aquella mueca desconsolada la hace retroceder, dejándola contra la espada y la pared—. Ashley no te lastimará más. —Musita—. No a propósito.
—No creo que se case conmigo por nada. —Escarba, igual que lo hacía para recuperar sus cosas en el invernadero de Golzine, igual que lo hizo para enterrar a su pequeño pajarillo, aún conmemora la mueca de satisfacción que le entregó al ver el cadáver, le dijo que era inevitable y no le creyó, podría haberse salvado si le hubiese enseñado a sobrevivir en lugar de encerrarlo, si hubiese intentado más duro—. Debe querer algo a cambio. —Espeta, siendo quien se acorrala contra los barrotes de metal.
—Puede ser. —Bonnie juguetea con las mangas de su suéter, le queda grande pero se ve bien.
—¿Puede ser? Debes confiar bastante en tu jefa.
—No digo que ella sea una santa, puede ser realmente mala con nosotras. —Frunce el entrecejo, infla ligeramente las mejillas en una reminiscencia indignada—. ¡Mira! Ella me tumbó el colmillo, es mala de hecho.
—¿Ella hizo eso? —Eiko baja la guardia por mera curiosidad, se acerca para contemplar la obra de arte, lo ha tirado de un golpe, hasta Blanca se encontraría asombrado por semejantes habilidades.
—Todo porque la desperté antes, tiene una horrenda personalidad.
—¿Solo porque la despertaste? —La sorpresa sangra en su voz, los barrotes tiran de sus costuras.
—¡Sí! ¡Sí! Ella da miedo cuando recién despierta.
—Ya deja de hablar mal de Ashley. —Es Alex quien se une a la conversación, revolviendo mechones de azúcar rosilla con suma ternura, consiguiendo que Bonnie se vea inundada por un delator rosado purpúreo—. Tiene buen corazón, pero es dura de llegar.
—Así parece. —Se excusa, abrazándose a sí misma, sintiéndose increíblemente pequeña en esa casa de muñecas, ¿qué papel le toca?, ¿qué espera Ashley de ella? Y Papa, no puede olvidar que le pedirá que averigüe algo, encariñarse o confiar es estúpido por donde se mire, no es humana, se recuerda, es un simple adorno con el cual jugar, es algo que contemplar cuya voluntad no importa.
—Pero nunca la había visto así con alguien. —Alex da una serie de pasos densos hasta llegar enfrente de Eiko, se cubre por inercia la cabeza, esperando un golpe que nunca llega—. Me alegro. —A pesar de su mirada triste, no emite comentario acerca de su frágil hiperalerta, se limita a darle palmaditas en la cabeza una y otra vez, igual que lo hacía con Masako—. Te ves como una chica buena.
Eiko no sabe interpretar eso.
No puede hacer más que tener paciencia.
Paciencia, paciencia, paciencia.
Ashley.
Si bien, no sabe prácticamente nada de la mujer, Eiko se ve arrastrada por una peligrosa, magnética e intrusiva sensación de invasión, siente que esos ojos verdes, más fríos que los pétalos de las rosas a punto de caerse en el invernadero pero con una chispa de calidez indescifrablemente dulce, la ven con una facilidad casi risible, que cada segundo que pasa con Ashley más se introduce en su piel, en su mente e inclusive en su alma, es una sensación de mancha, como si hubiese lanzado una gota de un tinte apenas perceptible en ese océano donde flotan sus rosas muertas, esto crece y crece, igual que una canción en apogeo hasta explotar, se infiltra dentro de ella, la reclama.
Ashley Callenreese, ¿quién verdaderamente es?
¿Otra muñeca?, ¿o es la ama?
La mente de Eiko yace absorta en estos pensamientos mientras mira la ventana, enfoca su atención en un triste pajarillo picoteando para que le abra, se pregunta si tendrá las alas rotas y le humilla la idea, ¿acaso no ha aprendido nada? La autoconciencia la abofetea, no debería estarse preguntando por su prometida, es una mera herramienta vacía hasta que encuentre su libertad, debe mantenerse viva por su hermana, así que da igual lo que hagan de ella en este lugar. Por eso, zurce con fuerza la costura alrededor de su corazón, esperando que ella no note jamás las grietas. No le permitirá mirar, es demasiado peligroso hacerlo.
—¿Eiko? —Como si fuese dueña de su voluntad, la reclama, enrollando sus brazos alrededor de su vientre de manera juguetona, trazando una línea de pertenencia, reduciéndola a un adorno lujoso, no debe dejarse engañar por su apariencia o por lo que cree saber—. ¿Te molestaron mis chicas?
—No. —Se permite tocar, si va a ser tratada como una posesión se asegurará de engatusarla bien antes de dar el golpe de gracia, los pájaros pueden sobrevivir sin sus malditas alas y las rosas no necesitan de sus espinas para protegerse, basta con el encanto, con la farsa, con tener paciencia.
«Tenle paciencia porque te ama».
Ja.
—¿Eres tú? —Sus ojos han saltado hacia una fotografía cerca de la ventana, acomodada en el librero, ahora que se percata su habitación resulta...Algo grande para una persona.
—Lo soy. —Una niña pequeña y extraordinariamente rubia se encuentra posando con un uniforme de béisbol junto a dos adultos en la parte de atrás—. Griff, yo y mi papá. —Lo musita con una voz triste, tan triste que las estrellas parecen romper en sus pestañas en lágrimas ininteligibles, cuesta respirar en un cuarto repleto de tensión.
—¿Te gustaba el béisbol?
—Apestaba en el deporte. —Se queja, el canturreo en su voz es tosco, es un tono que su recatado idioma natal nunca podría equiparar, hay perfume cosquilleándole bajo la nariz, lo que le es ridículo, no han parado desde que se conocen, no hubo tiempo para echarse aromas agradables—. Pero era divertido practicar con esos dos, hacían que esperara los fines de semana.
—Te escuchas apegada. —Musita, dándose vueltas.
—Lo era. —Quedando atrapada entre los brazos de esta mujer y los barrotes de la ventana, el pájaro canta a sus espaldas en un agradable revoloteo de inocencia, extiende sus alitas, salpicando el cristal de la ventana de rocío—. Pero es una vieja historia, no quiero aburrirte con eso.
—No me aburres. —Asegura, jugueteando con su cabello por los puros nervios, sus mejillas arden, no es común tener a una joven tan bonita de cerca, su máxima cercanía es Dino y hablando de forma objetiva y amable, no es para nada agradable a la vista—. ¿Cómo terminaste en una pandilla?
—¿Eh? —Eiko alza una ceja.
—Dijiste que eras líder pandillera.
—Claro. —Ashley se golpea la frente—. Estoy involucrada de ese lado. —No puede creer que esta sea la fuente de rumores sobre inteligencia superior y belleza meliflua, no es nada como la describió Marvin o el resto de las prostitutas en la casa, se alegra—. Pasó. —Eh acá su brillante explicación.
—Que conveniente. —Pero le asegura el juego, permitirá que el gato le muestre los colmillos y crea que lo tiene indefenso, justo en la autopista frente a los brillantes faros del automóvil.
—Eiko Golzine. —La rubia lo musita con una mueca de evidente desagrado, poniendo los ojos en blanco y conteniendo una arcada—. No me gusta. —Ni a ella siendo sincera, sin embargo, ¿qué otra elección tenía con apenas once años? Hizo lo mejor que pudo para sobrevivir y lo sigue haciendo.
—Mi nombre puede ser cualquiera que tú decidas. —Lo suelta, sabe el efecto que tiene en los hombres y ella no parece ser la excepción.
—Solo te llamaré mi chica. —Se burla, inclinándose aún más cerca, la electricidad pende en el aire igual que la bruma luego de una bomba de destrucción, flota en tenues partículas iridiscentes que crean una capa de distracción—. Mi dulce prometida, mi Eiko. —Hay algo jodidamente cariñoso en la forma en que pronuncia eso que hace saltar su corazón en un candor que la derrite, puede sentir sus costuras aflojarse ante ella, tiene que reforzarlas aún más o se romperá.
—Estás loca. —La confronta.
—Pero soy tu bebé. —Ronronea, paseando sus dedos debajo de su mentón—. Tu futura esposa.
—Eso es un poco osado considerando que soy la mayor.
—Alguien tiene que saber coquetear para que las chispas funcionen en este matrimonio, onee-chan.
Increíble. Eiko se encuentra a sí misma sonriendo de verdad ante semejante respuesta irracional, si bien, creía ser el ser humano más terco e imprudente nacido en el mundo para arriesgarse tantas veces al lado de Dino, Ashley debe ser la primera en hacerle justicia a su competencia, la certeza de haber perdido por primera vez es extraña, será inútil seguir con esta discusión y lo sabe, es experta con los niveles de tosquedad que valen la pena y este definitivamente no lo es. Arisca como un gato, un gato doméstico y fofo, no un lince depredador.
Ignorando su balbuceo de fondo se arrastra hacia la cama para sentarse, rebota un par de veces por los resortes a propósito, es una textura agradable y novedosa, a veces le da pena que esa niña herida salga a la luz con esta clase de estímulos y es que es agotador pretender todo el tiempo, la sobrepasa tener que llenar los zapatos de la nieta de Golzine cuando solo fue una niña sometida a la fuerza en el mundo de la mafia para llenar un vacío que jamás podría o podrá llenar ni le corresponde. Vuelve a pensar en el avecilla atropellada, en las palabras retumbantes de Blanca y en el amor, le da pena que ese bricolaje de crueldad represente sus mejores años, eso la incita a encogerse hacia sí misma, igual que la noche de su pesadilla, la diferencia es que su tutor no está para consolarla. Ashley se ha sentado a su lado, se quita la chaqueta de mezclilla para cubrirle los hombros con la tela, duele que sea amable, quiere pedirle que pare, que tome pronto y la rompa, le dolerá mil veces más crear una ilusión que no le corresponde porque es una muñeca y ya.
Por favor lastímame pronto, no me mires así.
—Le tienes miedo a Dino. —No es pregunta, es una confirmación la que arde en su voz, escaldando en cada vocal como si sangrara, como si los bordes curvos fuesen capaces de escurrir y lagrimear.
—Sí. —Lo admite y es tonta por hacerlo, no impresiona comprender el concepto de enemigos, está decepcionada de sí misma—. No quería regresar con él esta noche. —Ni nunca, lo omite.
—¿Estás incómoda acá? —Ashley intenta ser amable con su interrogante, aprieta su mano encima de sus jeans en una batalla disonante para tomar su palma o dejarla ahí, si la tomara, si diese ese paso ¿se salvaría o ya está condenada?
—No tienes que ser amable conmigo. —No quiere hacer preguntas sin respuestas—. Papa dejó claro los términos del matrimonio por conveniencia. —El filo que esos jades chispean detiene sus latidos, es igual que un golpe de adrenalina y electricidad amartillándose en su pecho, acá va, esta presunta sensación de invasión en Eiko, de ser poseída la deja tan vacía pero llena, la hace consciente de que ha perdido algo, de que hay algo mal en ella al estar incompleta.
—Nunca accedí a tratarte como un objeto. —Gruñe, se ve ofendida e increíblemente dolida—. Ese juego que llevan de abuelo y nieta es una mierda confusa, ¿eres importante para él o no? —Lo suelta furiosa e impulsiva, con la rabia escurriendo entre dientes y tensando las venas alrededor de sus nudillos.
—No. —Eiko baja el mentón, aún puede sentir el abrazo fantasma de Papa luego de golpearla, con ecos de su nombre dando vueltas en su cabeza, con un aura trémula escondiendo su obsesión—. No soy importante. —Si una vez fue hiedra venenosa, ¿podría ser una margarita?, ¿podría limpiarse lo suficiente para...? No, ni siquiera debe terminar este hilo de pensamientos para asegurarlo.
—Eso es mentira.
—No lo es. —Ashley parece a punto de rebatir pero se detiene—. A él no le importa nadie. —Y se suaviza, mostrándose satisfecha y lastimada por haber recibido una respuesta sincera, vulnerable y desnuda, acá está, esta es la verdadera naturaleza de su relación, no hay más—. No hagas preguntas que no quieres saber.
—No quise sonar tan agresiva. —Musita, atreviéndose a romper la barrera invisible entre ellas dos, osa tomar su mano bajo la aspereza de la mezclilla, es atronador, repica una y otra vez en su cabeza igual que una vieja canción de cuna—. Lo lamento si te herí. —Eiko eleva el mentón, aun siendo versada en el arte del engaño es incapaz de leer la emoción sangrante en sus pupilas verdes.
—Da igual. —Se pregunta si caería en la desgracia por Ashley, si eso valdría la pena solo para tocar su rostro infinitamente angelical, si le rogaría de rodillas que se quedara porque es la única pizca de bondad que ha conocido y se da mucha pena—. No finjamos que esto es más grande, aprecio tu amabilidad, pero no la necesito ni tú la necesitas para intentarme ablandar, no funcionará conmigo. —La toma por sorpresa que el jade se cristalice, no puede leer siendo una muñeca con botones en lugar de ojos, la luz disimula la humillación, la vergüenza pende en el aire.
—¿Por qué tienes que ser así? ¿No puedo querer ser tu amiga?
—¿Por qué? —Musita, siendo succionada por cada uno de sus fantasmas, devorándole los huesos, no queda nada—. Porque es la clase de amor que merezco. —Qué liberador es admitirlo en voz alta.
—¿Eso te hizo creer?
—Eso es lo que creo. —La terquedad se pone en la balanza, causándole cosquillas.
—Eiko... —Algo cambia en el tono de Ashley, se esfuma la resignación, permite que la noche coloree esta elegante farsa para dejar una estrella repleta de olvido—. ¿Qué puedo hacer para que confíes en mí?
—Nada. —Es cortante.
—Bien. —Ashley no parece tener intención de rendirse—. Eiko es un nombre bonito. —Juguetea, consiguiendo que ruede los ojos y la tensión se vuelva líquida en el dulzor de una caricia—. Masako igual es un nombre lindo, tus padres tenían buen gusto.
—¿Cómo sabes? —No puede ponerse en guardia, la rubia ya la ha acorralado contra la cama, usando el peso de su cuerpo para inmovilizarla, sacando sus colmillos porque sabe que es un ave atrapada, que sin importar qué tanto se esfuerce, no podrá volar y está condenada. Ella la intoxica.
—¿Quieres información? Gáname en un combate.
El avecilla agita sus alas, sabiendo que ha ganado la contienda contra su depredador.
A veces lo olvida, la paciencia, el amor, las cosas que merece y aquellas que no...No huye, no huirá, no porque no pueda volar o carezca de espinas, sino porque no hay mejor batalla que esa que yace perdida.
Ya lo verá.
Pronto lo sabrá.
¿Estoy emocionada por la oscura historia de transfondo de Eiko? Absolutamente, tengo muchas ganas de llegar a las partes más explicitas de esto, pero por mientras sigamos con drama y tensión sexual. Mil gracias por tanto.
Yo creo que nos veremos la otra semana~
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro