Capítulo 52
Mientras Ambroise tejía su red de engaños en el Inframundo, los niños, Angélica, Penacea, Hermafrodito y Pan, comenzaron a percibir un cambio en el ambiente del palacio. Sus risas y juegos se volvieron intermitentes, reemplazadas por susurros de preocupación y confusión.
Angélica, la mayor de los cuatrillizos, observaba con atención los gestos de su madre, notando el brillo apagado en sus ojos y la sombra de tristeza que se cernía sobre ella. Se acercó a Hermes con cautela, sintiendo un nudo en el estómago mientras se daba cuenta del sufrimiento que pesaba sobre su madre.
"¿Estás bien, mamá?", preguntó Angélica con voz suave, su mirada llena de preocupación.
Hermes forzó una sonrisa, intentando ocultar su dolor detrás de una máscara de valentía. "Sí, querida, estoy bien", respondió con voz entrecortada, tratando de tranquilizar a su hija.
Pero Angélica no se dejó engañar, conocía a su madre demasiado bien para ser engañada por sus palabras y con valentía, se acercó y tomó la mano de Hermes con firmeza. "Mamá, sé que algo te está preocupando", dijo con determinación. "Por favor, cuéntanos qué está pasando".
Las lágrimas amenazaron con emerger en los ojos de Hermes mientras miraba a sus hijos, conmovida por su preocupación y amor incondicional y con un suspiro, decidió compartir la verdad con ellos, sabiendo que no podía ocultar su dolor por más tiempo.
"Mis queridos hijos", comenzó Hermes con voz temblorosa, "hay problemas en nuestro hogar, problemas que amenazan nuestra felicidad y armonía". Explicó cómo un hombre había llegado al Inframundo, y cómo su presencia había traído discordia y sufrimiento a su familia.
Los niños escucharon en silencio, con los corazones pesados por la tristeza de su madre, se abrazaron unos a otros con fuerza, prometiéndose a sí mismos proteger y apoyar a su madre en tiempos difíciles.
Ambroise, con su astucia y malicia, continuaba su intento de seducir a Hades, aprovechándose de su vulnerabilidad y debilidad en medio de la tormenta emocional que la situación había desatado en el Inframundo, cada insulto dirigido hacia Hermes era un golpe directo al corazón de Hades, socavando su confianza en la pareja que habían formado juntos.
Hades luchaba internamente, tratando de resistir de Ambroise, pero en lo más profundo de su ser, comenzaba a ceder ante la duda y la incertidumbre y mientras tanto, en el palacio del Inframundo, la atmósfera se volvía cada vez más tensa, con Hermes sintiendo el peso del sufrimiento que pesaba sobre su familia.
Los niños, conscientes del cambio en su hogar, se alejaban gradualmente de la mujer, sintiendo instintivamente su maldad y manipulación y buscaban refugio en Hermes, buscando consuelo y protección en el amor incondicional de su madre.
Hermes, por su parte, luchaba contra el dolor y la tristeza que la situación había provocado en su corazón ya que las palabras hirientes de Ambroise resonaban en su mente, llenándola de dudas y temores sobre su valía como reina del Inframundo y como madre de sus hijos y además veía como Hades se iba alejando y como esto afectaba a sus hijos.
A medida que la tensión en el palacio del Inframundo aumentaba, Hermes se aferraba a la esperanza de que el amor que compartía con Hades y sus hijos prevalecería sobre la oscuridad que amenazaba con consumirlos sin embargo, en lo más profundo de su corazón, sabía que el peligro que se cernía sobre ellos era real y que su lucha apenas comenzaba.
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