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Capítulo 6

Elena
Coloco mi portátil sobre la almohada y me cruzo de piernas sobre el colchón. Abril y Brit me observan a través de la pantalla, la primera torciendo sus labios y la otra sorbiendo de un jugo con una pajita.

—Pero podrías aprovechar y hablar con el señor Clark, preguntarle cuál es el propósito del contrato —propone Abril, sus ojos cafés están abiertos a la par, desde aquí puedo ver sus pupilas dilatadas. Tiene su cabello negro recogido en un moño desaliñado y viste con un pijama de Minnie.

—Llevo dos días aquí y no lo he conocido aún —contesto, encogiéndome de hombros con desgano. Estoy cansada de disfrazar mi tristeza con llamadas y sonrisas improvisadas.

—Seguro es un viejo horroroso que quiere que le des herederos —apunta Brit y saborea el líquido en su boca, hace una mueca y alza su dedo índice—, ¡Oh, oh! ¿Y si se está muriendo y solo busca quien cuide de sus bienes?  

—Podría ser.

—Siendo así...

Ruedo los ojos ante tales posibilidades y niego con la cabeza. Suelto un suspiro y las escucho hablar unos minutos más. Unos en los que les digo que todo está bien, que el hecho de casarme ha sido una respuesta que no tuve ni que pensarme y que no tengo escrúpulos. Detesto decir mentiras, pero estos últimos días me he vuelto veterana en el arte de mentir.

Guardo el aparato en la gaveta de la mesita de noche a mi derecha y me llevo una mano a la barriga, mi estómago lanza ráfagas de ácido por todo mi tubo digestivo y las tripas no paran de crujir. Esta mañana me he levantado con náuseas, me he mirado el espejo y noté mi abdomen más plano de lo normal, supongo que hacer de huelga no funciona en absoluto para nada. De hecho, aún me pregunto por qué tome la absurda decisión de no comer nada.

«El señor Clark quiere una esposa, no un cadáver con traje de novia». Me recuerdo y abro la puerta de la habitación para bajar en plena madrugada a la cocina.

En estos dos días me he tomado el atrevimiento de explorar la enorme casa. Paso largas horas en el jardín jugando con Iron, un labrador color canela muy grande y enérgico. Según me dijo Clara, es el cachorro del hijo de los Clark. Intenté armarme de valor para preguntarle a los sirvientes y a Clara sobre la misteriosa familia, pero nunca tuve el coraje de hacerlo. Claus me dijo que no estaba autorizado a dar cierta información, y decidí limitarme a esperar a que el dueño de semejante mansión llegué para hacerle las mil preguntas que tengo.

Descubrí que hay muchísimas habitaciones, unas decoradas con un toque femenino y otras equipadas con múltiples atracciones, desde cuartos para juegos electrónicos hasta salones de juegos de mesa. En el patio trasero hay una piscina enorme, y del otro lado, se encuentra un gimnasio. La mansión tiene lo típico de esas películas basadas en gente con mucho poder. Nada de lo que ví en la televisión es incierto, cada cosa que he visto aquí parece de otro mundo.

Atravieso los pasillos descalza, asegurándome de no hacer ruido con mis pasos. Llego a la ridículamente grande cocina y camino en dirección al refrigerador. Encuentro en él un pequeño centro comercial —literalmente—, hay de todo. No soy de coger lo que nunca he comido para como dicen "probar algo nuevo", que va, no tengo tiempo para hacer de crítica comensal. Así que agarro lo primero que veo que me resulta conocido: un pastel de chocolate con una rebanada faltante y una jarra de jugo de naranja. Me volteo emocionada porque, ¡joder, que no he comido nada en dos días!

—¡Ay! —Pego un brinco y cae un poco de jugo en el piso.

Achino los ojos ante el susto y visualizo a una mujer parada frente a mí. Viste con un juego de pijama azul con listas blancas. O blanco con listas azules, da igual. Me mira con la misma sorpresa que yo y rápidamente se detiene a deducir qué rayos hago a estas horas en la cocina. Y bueno, yo me pregunto: ¿quién es ella y que hace levantada en plena madrugada?

—Oh, perdón —se disculpa primero y corre hasta mí para ayudarme con la torta.

—No te preocupes, no sabía que estabas ahí —contesto y voy tras ella para hacer lo mismo con la jarra de jugo.

Me muevo inquieta buscando un maldito paño para limpiar el piso y la mujer me mira confundida. No sé que hacer.

—Emm, ¿eres la hermana de Hero? —me pregunta y niego rotundamente.

«¿¡Mierda, quién soy yo aquí!?».

Enmudezco y carraspeo con la garganta haciendo tiempo para inventarme una respuesta rápida. Pero no llega nada, estoy en blanco y no quiero meter la pata en todo este teatrito barato que ha montado mi futuro esposo.

—Yo soy... —Bajo la mirada y muerdo mi labio inferior. Presiento que en un par de segundos notará extraña mi reacción y todo se irá a la mierda.

—¿Elena?

Alzo la cabeza y me encuentro con otra mujer. Esta es un poco mayor y trae puesto un vestido sedoso color rosa, con unas cintas que rodean su cintura. En sus pies calza unas pantuflas peludas del mismo color y su cabello negro está suelto hasta sus hombros.

«¿En qué demonios me has metido papá?».

—¿Sí? —Es lo que logro decir ante tanto suspenso.

—¡No sabía que habías llegado! ¿Hace cuánto estás aquí querida? —Llega hasta mí y me abraza con una intensidad rara que no logro distinguir del todo.

Correspondo a su abrazo con una sonrisa. Ya digo yo que esto de improvisar cada vez se me da mejor.

—Hace dos días —le respondo y toma mis manos entre las suyas, me sonríe abiertamente y voltea para ver a la otra mujer—. Ana, ella es Elena Jones, la futura esposa de mi hijo Hero.

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