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Capítulo 49

Elena
Podría imaginarme a cualquier persona detrás de todo esto, por un momento culpé a Ashley, o a la hermana mayor de Hero, sin embargo, la cara se me cae al piso cuando el golpe de realidad impacta directo en mi rostro. ¿Qué le hicimos para que nos pagara de esta forma? ¿Es esa la manera de agradecerle a Eve todo lo que hizo por ella? ¡Joder, que se tomó un año de vacaciones para trabajar en una cafetería y poder pagar esa carísima universidad! Miles de preguntas de instalan en mi mente mientras las facciones de la mente maestra de la escena se endurecen con odio, sí, así me mira ella, con tanto desprecio y asco como si fuese una basura ante sus ojos.

—Desde tu boda te has vuelto un fantasma. —Comienza a hablar mientras a pasos lentos se aproxima a mí—. De saber que mis planes saldrían tan bien me hubiese entregado yo misma a tu marido, es un bombonazo...

—¿Qué... Qué te pasa? —el susurro se escapa de mis labios al tiempo que las lágrimas brotan—. No... No entiendo... ¿Tú? ¿Planes? ¿Pero... qué me estás contando?

Detiene sus pasos ya enfrente mío y lame sus labios de ese rojo intenso que no tiene absolutamente nada que ver con su forma de maquillarse. Ya no parece la jovencita estudiosa con más sueños que vida de hace un año atrás, ahora una sombra oscura la rodea por completo. Trae un vestido negro tan ajustado que pareciera que en cualquier momento podría romperse, y unos peligrosos tacones que jamás imaginé verle puestos. ¿Qué ocurrió? ¿En qué momento pasó esto?

—Lo hiciste muy bien, querida —sonríe y estira su mano buscando acariciar mi rostro.

—¡No me toques y dime qué demonios es esto! ¡Qué carajos pasa aquí! ¿Me explicas? ¡Porque ahora mismo pareces el mismísimo diablo vestida de puta, joder!

Se ríe de una forma tan escuálida que una mueca involuntaria se forma en mis labios.

—Te queda espantoso el papel de mala —le digo y alza a la par sus cejas.

—¿Te parece? Mira a tu alrededor. —Da una vuelta en el lugar y los dos tipejos que sostienen a Eve —ahora amordazada e inmóvil— se echan a reír—. Mira mi obra maestra y dime si me queda mal.

—¿Todo esto lo hiciste tú? ¿Sola? —cuestiono por lo bajo y desvío la mirada tras su espalda, dónde Evelina no deja de llorar. Se me parte el corazón verla así.

—¿Haría falta alguien más? —suelta y vuelve a reír de esa forma tan macabra, ese papel le queda ridículo.

—¿Qué pretendes con este teatrito de mala muerte que te has inventado? ¿Tan lejos tuviste que llegar para conseguir unos millones? Te juro que no me esperé esto de ti —admito con la voz quebrada, el dolor de ver a mi familia tan destrozada me hace pedazos el alma.

—Hice lo que tenía que hacer para demostrarles a ustedes que yo soy mucho mejor hija. Yo siempre estuve ahí para mamá, hice por ella lo que ustedes nunca hicieron por correr tras papá como el par de busconas que son.

Definitivamente nada de lo que dice me parece que tiene sentido. Habla como una auténtica desquiciada y mi mente da vueltas ante tanta locura. No puedo con tanto, es tan irreal y estúpido que las lágrimas me brotan solas.

—¿Te estás escuchando? —cuestiono con una mueca—. ¡Hablas como una jodida psicópata! ¡Déjanos ir Emily y termina ya con esta payasada sin sentido!

—Definitivamente no —afirma y lleva sus manos a sus caderas—, ahora tengo mucho dinero, lo suficiente para desaparecerlas a ambas y largarme muy lejos con Rodrigo.

—¿Él sabe esto? —cuestiono con una mueca de decepción y la sonrisa desaparece de su rostro.

—¿Saber qué? ¿Que he ganado un concurso de leyes y recibí muchísimo dinero en mi cuenta? ¡Por supuesto que lo sabe!

¡Maldita!

—¿Y cuando pregunte por tus hermanas, qué le dirás?

—Algo se me va a ocurrir. —Se encoje de hombros y con un ademán de mano llama a uno de los tipos—. Átala a ella también y larguémonos de aquí antes de que alguien pueda vernos.

—¡No! ¡No me pongan ni una mano encima! —grito mientras camino en reversa fingiendo temer. Esto está muy lejos de horrorizarme, pero claro, ella no puede saberlo.

El rubio se me acerca imponente y, fingiendo que intento safarme, me dejo manipular por él. Evelina no para de llorar, sus heridas sangran y camina con dificultad cuando el moreno la guía en dirección a la camioneta.

Emily camina al frente y nosotros la seguimos rumbo a la puerta trasera del auto, por un momento un escalofrío me invade, miro a todos lados pero no ocurre nada. Me asusto. Estamos a punto de entrar y nada ocurre, algo pasa y temo que la situación se salga de control.

—¡Policía de Chicago, alto ahí! ¡Policía de Chicago, deténganse y levanten las manos!

Nuestra salvación.

En cuestión de segundos la pequeña plaza se ve abarrotada de policías armados. Respiro profundamente y un dolor punza mi pecho ante la sensación de peligro. Ninguno de los dos tipos hace lo que la policía indica, se quedan inmóviles esperando las órdenes de Emily, quien se voltea lentamente torciendo los labios.

—¡Alce las manos señorita Jones y póngase de rodillas en el suelo! —le indica el que parece ser jefe de policías, y ella levanta lentamente ambas manos—. ¡Sueltenlas y arriba las manos! —ordena ahora a los dos grandullones que nos sostienen.

Emily voltea el rostro despacio y con un asentimiento de cabeza es suficiente para que nos suelten.

—¡De rodillas al suelo, manos donde pueda verlas! —sigue diciendo el uniformado, nos observa y con un par de señas indica que caminemos en su dirección para estar a salvo.

Un alivio me recorre el cuerpo y puedo al fin respirar más tranquila mientras agarro de la mano a mi hermana, le quito la mordaza, nos abrazamos fuertemente y emprendemos el regreso a la seguridad.

El tiempo parece detenerse unos segundos, los policías se ponen en posición de disparo y algo me hace frenar mis pasos. Eve se ha detenido y con ella mis piernas se fijan al suelo. Giro el rostro para verla y me encuentro con una mirada fija al frente, ni siquiera puede pestañar. Baja lentamente la mirada y la fija en una de sus manos, ahora cubierta de sangre. Por un momento parezco haber olvidado como hablar, un nudo se forma en mi garganta y no sale nada de ella. Eve se gira a verme y una lágrima se desliza por su mejilla. La veo derrumbarse poco a poco y mis movimientos al tratar de sujetarla se vuelven torpes.

Ningún dolor en el mundo se compara con lo que estoy sintiendo ahora.

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