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Capítulo 48

Elena

«Conducir no se le da tan bien como ser una perra, pero bueno, se agradece». Pienso mientras Ashley se salta unos cuantos "pare" en la carretera.

—¿Por qué le has hecho tanto daño?

—¿A quién? —Desvía la mirada hacia mí y enarco una ceja.

—¿Y tienes el descaro de preguntar? —susurro apretando los dientes en un intento por evitar ofenderla.

—¡Ah, a Hero! Emm... Me imagino que solo te han contado lo bueno. ¡Uf, claro que sí! —sisea y toma una curva, estamos llegando al lugar—, él me traicionó primero, estábamos a punto de cumplir un año de relación cuando lo atrapé con otra en nuestra cama... O bueno, vuestra cama, dejó de ser mía desde hace mucho tiempo —recuerda pensativa y sacude la cabeza—, en fin, gracias a él me convertí en lo que soy ahora.

Me sonríe y no puedo evitar tragar con dificultad. Cada día me sorprendo más de la mierda en la que me ha metido mi padre; un hombre millonario con más pesadillas que vida, su disfuncional, rara y misteriosa familia, y una relación desastrosa que lo condenó para siempre. ¿Qué tan peor podría ser el final de todo esto? No quiero ni imaginármelo.

—¿Todo lo que estás haciendo es una especie de venganza?

—No. La verdad, todo lo que he hecho ha sido porque he querido, esto es lo que soy Elena, una hija de puta que le vale una hectárea de heces el mundo. —Se encoge de hombros y pisa fuertemente el acelerador, haciendo que nos sacudamos sobre los asientos—. Hemos llegado, bonita.

Suelto un profundo suspiro y, dejando de lado las confesiones de Ashley, me dispongo a bajar del auto con el maletín. No puedo explicar el ambiente lúgubre del callejón dónde me ha citado, incluso el fétido olor de los botes de basura inclinados contra las paredes de los viejos edificios de la entrada resultan intimidantes. La típica peli de acción.

—Tengo malos presentimientos... —susurra Ashley mientras caminamos despacio rumbo al lugar citado.

—Yo los tengo desde que te conocí y mírame contigo de la mano —digo y supongo que dedique una mueca o algún gesto con respecto a mis palabras para nada amables.

Cruzamos el callejón y llegamos hasta un espacio con dos autos vacíos aparcados en los laterales. La rubia aprieta mi mano y yo le devuelvo el apretón mientras mi mano tiembla con la suya, «esto es más difícil de lo que pensé».

La noche envuelve la plaza en un manto de oscuridad, apenas iluminada por la tenue luz de farolas distantes. El aire está cargado de tensión, palpable incluso en el silencio que reina en las sombras de los edificios cercanos. Los árboles desnudos se alzan como sombras ominosas contra el cielo estrellado, y sus ramas crujen levemente con la brisa fría de la noche. Genial, es un puto largometraje de terror.

Caminamos en silencio por el empedrado camino de la plaza, nuestros pasos resuenan débilmente en el vacío. El suelo está salpicado de hojas secas y basura, testigos mudos de la desolación que me acorrala en este instante. «¿Cómo estará Eve? ¿Le habrán hecho daño? ¿Cómo sé que el secuestrador me la entregará sana y salva?». Ahora me planteo el haberle dicho a Hero para que me ayudase en todo esto. «¡No! Llamaría a la policía y no podía permitir que le pasara algo a mi hermana por un descuido».

A lo lejos, apenas visible entre las sombras, se distingue una figura solitaria, la silueta del tipo esperando con impaciencia. Me detengo, mirando a Ashley con determinación.

—Espera aquí —murmuro, mi voz es apenas un susurro en el aire helado—. Voy a encontrarme con él.

Antes de que Ashley pueda responder, una mano firme se posa en mi brazo haciéndome girar bruscamente. ¡Mierda, mierda, mierda! ¡Hero! Con su rostro iluminado por una mezcla de preocupación y furia.

—¿Qué crees que estás haciendo, Elena? —pregunta, con una voz grave llena de angustia—. ¿Por qué carajos no me has dicho nada de esto?

Lo miro con sorpresa, paralizada por su presencia inesperada. «¿Cómo rayos lo supo?».

—¿Qué haces aquí? ¿Co... cómo nos has encontrado? —cuestiono con voz temblorosa.

—Tengo cámaras de monitoreo en mi despacho, Elena, y te he seguido con el GPS de tu celular.

Dios.

—Ahora bien, ¡¿quien es ese tipo y que demonios ocurre aquí?!

—¡Shhhh! ¡Vas a arruinarlo todo, maldito! —chillo mientras golpeo su pecho con mis puños—. ¡Vete!

Sin esperarlo sus brazos me arropan al tiempo que las lágrimas se hacen presentes en mis ojos. Me encuentro llorando sin consuelo contra la camisa del hombre que amo y no puedo sentirme más idiota. Sí, idiota por no haber contado con él para esto. ¡¿En qué estaba pensando?!

—Sabes que no me iré a ningún sitio. —Separa mi rostro de su pecho con sus manos y me mira fijamente mientras acuna mi barbilla—. Necesito que me digas lo que sea que pretendes hacer, me importa una mierda el dinero que has tomado, lo mío es tuyo, lo que si no puedo permitir es que me excluyas de tus planes. Así que podrías empezar por qué hace Ashley contigo, y luego quien es el de traje negro que espera por ti junto aquella camioneta.

—Yo solo he venido a ayudar —resalta Ashley y Hero le lanza una mirada increpante por encima de mis hombros—, ¿qué?

Es totalmente ignorada por ambos.

—Vamos Elena, dime, la policía está a punto de llegar.

—¡Nooooo! Hero, no. ¡Dios qué hiciste! ¡Él dijo que nada de policías! ¡Dijo que nada de esposo! ¡Tenía que venir sola! ¡Si a ella le pasa algo te juro que...!

—¿Si le pasa algo a quién? Joder Elena dime de una vez qué hacemos aquí
—me ruega y, cuando por fin recupero un poco de aire, me dedico a explicarle esta confusa situación.

* * *

El sonido de mis propios pasos resuenan en el silencio, creando una sensación de inquietud que se aferra a mí como una sombra. El aire está cargado de tensión, como si supiera lo que está por ocurrir. Con cada paso que doy, mi corazón late con fuerza, casi ahogando el sonido de mis propios pensamientos.

Finalmente, diviso la figura oscura del secuestrador parado frente a una imponente camioneta negra, su silueta apenas visible en la penumbra. El maletín impermeable gris que sostengo con manos temblorosas parece pesar toneladas, como si fuera la carga de todos mis miedos y angustias concentrados en un objeto tangible.

Al acercarme al hombre, mis piernas empiezan a temblar descontroladamente, como si fueran a ceder en cualquier momento. Cada paso es una lucha interna entre el deseo de huir y la necesidad de enfrentar al captor para salvar a mi hermana. El sudor frío perla mi frente, y mis manos se aferran con fuerza al maletín, sintiéndolo resbalarse ligeramente debido al nerviosismo.

Ese hombre me observa con una mirada fría y penetrante, sus ojos oscuros brillan con malicia. Él sabe que tiene el poder en esa situación, y lo disfruta. Puedo sentir su presencia opresiva como un peso sobre mis hombros.

—Quince minutos tarde, bonita —habla con voz ronca a través del pasamontañas que cubre su rostro.

—Pero aquí estoy, que es lo que importa —respondo, sonando lo más valiente posible.

—Acércate y deja el maletín ahí. —Señala un punto en un extremo de la camioneta.

—No. Quiero ver a mi hermana primero —exijo, siguiendo los consejos de Hero.

—He dicho que el dinero primero, no quieras hacerte la inteligente —insiste y retomo mi postura. No pienso doblegarme.

—Y yo he dicho que quiero ver a mi hermana, necesito saber si está viva.

—Lo está —asegura y yo niego con la cabeza.

Él se da la vuelta y marca un número en su celular, habla unos segundos con alguien y regresa a verme fijamente. Da dos toques en la ventanilla trasera de la camioneta y dice: —Sacadla afuera.

Mi corazón amenaza con salírseme del pecho. Siento que se me dificulta respirar y tomo una bocanada de aire para poder mantener la compostura. «¡Podré verla!».

Seguidamente baja un hombre rubio igual de alto y fornido sujetando a Evelina. Está despeinada, descalza y viste con un vestido holgado amarillo con manchitas de sangre ¡estos cabrones la han golpeado! Es entonces que las lágrimas vuelven a aparecer. Me sumerjo en un llanto lleno de impotencia porque necesito abrazarla y no puedo.

—¡Elena! —exclama mientras forcejea entre los fuertes brazos de su opresor.

—¡Eve! Tranquila, te llevaré a casa ¿sí?

Mis palabras parecen hacer efecto, su rostro se relaja y me transmite confianza con la mirada.

—Tráemelo aquí —ordena el de el pasamontañas, señalando el lugar.

Finalmente, cuando estoy frente a él, extiende una mano enguantada, exigiendo el maletín con gesto imperioso. Me estremezco ante su cercanía, pero con un esfuerzo sobrehumano, extiendo el maletín hacia él, entregándole los tres millones que ha pedido.

—Muy bien —asiente, revisa el dinero y vuelve a marcar un número en su celular—, sí, está todo en orden... de acuerdo.

Y diciendo esto guarda el celular y me pide: —No te muevas de ahí. —Vuelve la vista al otro y exige: —No la sueltes.

—¡Dijiste que me la devolverían si traía el dinero! ¡Ya lo he hecho, ahora déjenla ir! —les grito y hacen caso omiso a mis palabras.

El castaño rodea la camioneta y escucho el abrir de una de las puertas. La incertidumbre me agobia mientras el sonido de unos tacones chocando el suelo invade el silencio. Me inquieto, siento los segundos alargarse y la desesperación no tarda en llegar. Observo la sombra aproximarse por un extremo del automóvil, y, seguidamente, mi voz se quiebra en un chillido agudo que escapa de mi garganta al ver de quién se trata. No puede ser.

—¡¿Tú?!

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