Capítulo 36
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Sí, a esto le llamo una resaca en condición. A penas puedo abrir los ojos, y cuando lo intento siento que la leve luminosidad es capaz de hacerme grietas en las orbes.
Levántate.
Te tienes que levantar.
Me muevo sobre las sábanas, y decidido a tomar un baño logro ponerme en pie, no sin antes buscar con la mirada a Elena. No está e imagino que debe estar en la cocina.
Bajo la ducha comienzo a recordar lo ocurrido anoche en el bar, quizá Ele está molesta porque llegué tarde y se ha ido a dormir a la sala. Eso podría ser una realidad si entre nosotros hubiese algo más, pero teniendo en cuenta que ella me odia y que lo nuestro no pasa de un contrato y la evidente atracción sexual que se nos sale por los poros, despejo esa idea de mi mente y agarro el shampoo para estrujarme el pelo.
Me pongo un short deportivo y un pulober en conjunto. Salgo de la habitación y voy para el comedor con ansias de algo que alivie el dolor estomacal que tengo. Al llegar freno mis pasos ante la mirada asesina, penetrante y extraña de la peliroja que me observa sentada con una taza de café entre sus manos.
—Buen día —digo, buscando apasiguar su estado. Sigo mi camino hasta la sartén, dónde hay unas tostadas con huevos, y me sirvo un poco en mi plato. Regreso al comedor y tomo asiento frente a ella—. ¿No me desearás los buenos días a mí?
Se encoge de hombros y hace una mueca despectiva para contestar: —No creo que lo tengas después de la borrachera de anoche.
—No fue para tanto —respondo y le doy un bocado a una tostada—. ¿Dónde dormiste?
—En el techo —dice con sarcasmo y bebe un trago de su café.
—Por lo que veo te has levantado con el humor de malas —suelto y doy un sorbo a mi jugo.
—Emm, ¿recuerdas algo de lo que dijiste anoche cuando llegaste con la rubia? —cuestiona y frunzo el entrecejo.
—¿Qué rubia? —pregunto y al instante la recuerdo. Es la mujer que conversó conmigo en la barra y se ofreció a traerme—, ah, ya sé. ¿Dije algo como qué?
—¿No recuerdas nada de lo que pasó cuando llegaste? —insiste e intento hacer memoria. A mi mente vienen flashes de ella y Gina, discutían y luego Elena me ayudó a entrar. Fuera de eso, no recuerdo mucho.
—Mmm, la verdad, nada importante.
Se endereza en su silla y la corre un poco, buscando acercarse más a mí.
—A ver, dijiste que no irías a ninguna parte con nadie, porque estabas casado y...
—¿Y? —Alzo las cejas, esperando que continúe.
—Dijiste que tenías que decirme algo antes de que se te pasaran los tragos, puedes decirme ahora —susurra lo último y percibo un brillo en sus ojos.
Mastico despacio y finalmente algo me hace tragar con dificultad. Así que bebo todo el jugo de mi vaso ganando tiempo. No puedo creer que halla dicho aquello, y menos delante de tantas personas en el bar y luego aquí frente a ella. Me río, porque no puedo repetirlo sobrio, no estoy tan loco como para hacerlo.
—¿De qué te ríes? —pregunta dubitativa.
—¿Te refieres a lo de que te quiero, o algo así dije? —Me preparo para mentir. Ella asiente despacio, y la noto nerviosa, tanto que se me estremece el corazón—. Ah, lo he dicho porque Gina estaba aquí, ella no sabe del contrato, Max no le contó. —Le resto importancia, alzando mis hombros y desayunando como si nada, con el pecho encogido por dentro.
—Ah, e... era eso —pronuncia, con la mirada puesta sobre la mesa. Se levanta de pronto y lleva con ella su taza ya vacía—. Quieres que esto parezca lo más realista posible, pero te largas a beber en bares y llegas de madrugada, eso dará de qué hablar —dice y pasa tras de mí, dirigiéndose al pasillo de la habitación.
—Siempre suelo salir y disfrutar cuando quiero, nuestro matrimonio no cambiará eso —respondo, girado a ella. Entonces detiene su andar y se voltea lentamente, con una mirada amenazante y divertida.
—Pues yo suelo salir, disfrutar y bailar mucho más que tú. Nuestro matrimonio no tiene por qué cambiar eso ¿no?
Con eso experimento algo amargo que me quema el alma. Puedo sentir cada célula de mi cuerpo encenderse y mi mentón se contrae con fuerza, haciendo que me levante y vaya tras ella.
—¿Qué insinúas con eso?
—Que te vayas acostumbrando, porque a partir de hoy vuelvo a ser la Elena que conociste aquella noche, ¿recuerdas? ¿a qué estaba más sexy que ahora? —me provoca sin dejar de caminar, y yo le sigo los pasos hasta llegar al cuarto.
—Firmaste un contrato, no estás aquí para ir a fiestas y comportarte como una adolescente irresponsable —le ataco cruzado de brazos desde la puerta.
Ella se ríe, y abre el closet para sacar ropa.
—En ninguna parte de ese papel dice que no puedo divertirme —alega, se quita el camisón y queda desnuda frente a mí. «Diablos que pechos». —De hecho, estuve pensando...
Detiene sus movimientos, sujetando la blusa con sus manos al tiempo que piensa en algo, dejándome unos segundos para deleitar la vista en su curvilíneo cuerpo.
—Hay otros métodos para quedar embarazada, de hecho, son más efectivos que el sexo. La inseminación artificial, por ejemplo, no veo la necesidad de que sigamos teniendo relaciones.
Lo que dice hace que abandone sus pechos y regrese la vista a su rostro, «¡se ha vuelto loca!».
—¡¿Cómo dices?! —exclamo espantado.
—Que deberíamos probar otros métodos, tener sexo no es la única opción.
—¡Pero y eso a qué viene ahora Elena! ¡Llevas mes y medio aquí, y ahora es que se te ocurre pensar en esas mierdas! ¡El sexo es el método natural, y dejé claro en el contrato que lo haríamos consensuadamente, tú lo firmaste! —le grito, conteniendo la rabia.
—¡Sí, sí que firmé, pero en ningún sitio pone el sexo como condición única, así que estoy en todo mi derecho de negarme mientras existan tratamientos médicos para eso! —contraataca y no puedo creer lo que estoy escuchando.
Por un momento me quedo en silencio mientras ella se viste, y pienso en su repentino cambio de humor. Ha sido mi culpa, ¿no? por mentirle en el comedor con lo que verdaderamente dije y sentí anoche. Soy un cobarde por no ser sincero, pero más que eso soy objetivo, y sé que no podemos desviar nuestro asunto porque eso podría echar a perder el trato. Si Elena y yo aceptamos lo que estamos sintiendo, podría ser el fin del contrato, porque no podría obligar a la mujer que quiero a que me dé una hija si ella aún no lo desea; no puedo desviar los intereses de mi familia por seguir a un corazón que aún no sana por completo. Elena no puede desviarme del plan que dejó mi padre, y abrirle mi corazón sería poner en juego la herencia.
—Muy bien, si es lo que quieres, entonces no habrá más sexo entre nosotros —hablo firme, conteniendo las ganas de gritarle que no podría estar en la misma cama que ella sin querer tocarla—, hablaré con un médico y pronto empezaremos los métodos que dices.
—Perfecto —contesta y se sienta sobre la cama para ponerse unas sandalias.
—Pero olvídate de las salidas —finalizo y me doy la vuelta para irme triunfante.
—¡¿Qué?! —grita—, ¡Hero, regresa aquí!
No hago caso a sus palabras, agarro las llaves de mi auto y sigo mi camino rumbo a la puerta, escuchando sus reclamos tras de mí.
—¡No puedes prohibirme eso! ¡Va en contra las reglas del contrato, y si tú las rompes yo lo haré también!
—Mira, Elena, hagamos algo —le digo, volteándome tras la puerta antes de abrirla. Ella me observa furiosa, con esa blusa blanca ajustada a su delgada cintura y esos jeans que marcan las curvas de sus caderas—, si te quedas quieta, como has estado hasta ahora, tendrás una visita semanal con tu hermana mayor —decirlo hace que sus ojos esmeraldas brillen—, si te atreves a salir a una fiesta, a una sola, despídete de las visitas, verás a tu familia cuando el contrato acabe. ¿Aceptas, o debo ser más cruel?
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