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Capítulo 16

Elena
Bajamos frente a un complejo de apartamentos de alta gama ubicado en plena ciudad, específicamente en una zona residencial, rodeada de otras viviendas. Subimos y escatimo los detalles de mi alrededor al tener la mente en otro sitio, o más bien, estancada en lo ocurrido en la mansión hace unos minutos. A penas pude probar algo en el restaurante donde me llevó Claus.

Llegamos al apartamento de Hero y el chofer se adelanta para abrirlo y decirme: —Póngase cómoda, yo estaré en el salón, las habitaciones están arriba y la cocina está a tu disposición.

—Gracias Claus —le sonrío y asiente.

El piso es bonito, desde su atractivo exterior hasta cada detalle de sus interiores. Agrando los ojos al fijarme en la tecnología de vanguardia que posee y sonrío al ver una pequeña biblioteca en una esquina del salón principal, todo aquí es encantador y muy espacioso.
Este apartamento está situad en el extremo del viejo New York, cerca de todo pero donde no llegan ni los olores de los barrios más bajos ni la música de los clubs más cercanos. Me acerco al balcón y apoyo mis codos sobre el barandal que se aferra a dos ventanales de cristal.
Me reconforta la brisa que despliegan los árboles de las lejanas avenidas y recorro los alrededores de las carreteras que se ven pequeñas desde aquí arriba. Estoy rodeada de calles. Me saluda la plaza Queen y me imagino recorriendo su suelo mientras converso con Evelina de trivialidades. Se me hace imposible no incluirla en mis más dulces anhelos... «Me haces tanta falta».

Antes de que la curiosidad de la mujer que gritaba en la residencia de los Clark me consuma, decido darme la media vuelta y adentrarme en las novedades del apartamento de Hero.

Las paredes blancas contrastan perfectamente con el ambiente luminoso y elegante. Según Gil Marín, “el lujo no es lo mismo para todos, pero sí sentimos el lujo cuando la vivienda cubre todas las necesidades que cada uno tiene”. Y vaya que tiene razón, porque este sitio es capaz de cubrir con todas las angustias de un cuerpo cansado. Pero... ¿Habrá felicidad aquí? ¿Existirán las sonrisas en un sitio que grita perfección, o todo es apariencias?

Me paseo por la sala y Claus me observa detallar el mobiliario de diseño, los elementos artísticos y arquitectónicos y otros elementos de confort. Los sitios elegantes y las finas decoraciones nunca han sido mi fuerte, digamos que la economía de nuestra familia no nos permitió ir más allá de los tradicionales inmuebles forrados de vinil con ese toque familiar que su comodidad le aporta. Sin embargo aquí: los acabados del inmueble, el empleo de maderas nobles, mármoles de importación, sanitario y cocina de diseño, electrodomésticos de gama alta y mil cosas más, hacen que me sienta demasiado lejos de mi casa, esa que tanto añoro.

La mansión desde un inicio me pareció bien distribuida, con estancias amplias y proporcionadas. Pero este apartamento es sin dudas un primor —más pequeño—, pero que no tiene nada que envidiarle al imperio Clark.

Finalmente decido subir a explorar las habitaciones. El único dormitorio que tiene se distribuye en el mismo espacio un vestidor y un baño en suite. Ya parece esto una jodida novela literaria, obviamente yo soy la chica pobre que no entiende ni leches del sitio en el que está parada.

Abatida y sobrecargada de tantos lujos en tan pocos minutos, me dejo caer sobre la infinita cama, la cual me resulta tan cómoda que poco a poco voy perdiéndole la batalla al sueño.

                                  * * *

Un estruendo.
Eso hace que me sobresalte sobre el colchón blando que me tenía como cenicienta sin oficio pendiente.

—Perdón —susurra una figura masculina parado frente a la puerta ya cerrada.

La oscuridad me hace entrecerrar los ojos para distinguir a quién me habla. Con dificultad logro sentarme y me estrujo el rostro para entender qué rayos está pasando.

—¿Estás durmiendo?

«¿A veces eres guapo, pero otras te pasas de idiota». Pienso y me levanto para hacerle frente a un Hero que se tambalea en un mismo lugar.

—Estaba —contesto y me acerco a su posición. El olor a alcohol me hace rodar los ojos y me desvío para buscar el prendedor de la luz—. ¿Dónde...?

—Allí —me interrumpe señalando en un extremo de la pared, junto al closet.

Prendo la luz y cuando regreso la vista a su cuerpo me cruzo de brazos. Su camisa blanca está desabotonada casi por completo y —¿espera dije blanca?—, quise decir: gris. Está demasiado sucia y estrujada como para insinuar que alguna vez fue de un color tan puro. Lleva la corbata hecha un desastre y lo único decente que tiene son sus pantalones, los cuales gracias a Dios están como cuando lo ví por última vez.

—¿Qué te ha pasado? —le pregunto desde mi posición. Su mirada viaja a mí y me ignora luego de interrogarme con esos ojos grisáceos.

—Ya tengo madre, y no está aquí, ahórrate las preguntas, pequeña chismosa —palabrea con desánimo, destilando ebriedad por cada célula de su definido y seductor cuerpo.

Y es que no he podido evitar saborearlo con la mirada.

—Disculpa por preocuparme por ti —espeto, molesta por su insensible respuesta.

—Es tu problema, nunca te he pedido cosa alguna —se encoge de hombros y las ganas de lanzarle un jarrón por la cara me inundan la mente, mas tomo un suspiro y decido ignorar sus hirientes palabras.

—¿No me dirás lo que ocurrió en la mansión?

—¿Te parece que te deba explicaciones de lo que ocurre con mí familia?

Pum. Directo al pecho.

—De acuerdo —es mi respuesta. Tuerzo mis labios ahogando el nudo que se ha formado en mi garganta y me recuerdo que debo reservar mis armas para cuando realmente las necesite, no en una estúpida discusión con este imbécil—. ¿Pasaremos la noche aquí? —cuestiono buscando otra forma de hablar algo con él sin que me evite o me humille.

—Sí —enuncia y camina hasta la cama, dónde se lanza de espaldas—. Y juntos. —Alza una de sus piernas e intenta con pésimo éxito quitarse un zapato. Me río por lo bajo y parece escucharme cuando suelta: —¡Ayúdame!

Negando con la cabeza me aproximo a él y retiro su primer calzado. Le pido su otra pierna, la levanta y hago lo mismo con el segundo. Hay veces en las que actúa como un niño pequeño, mientras que en otras es totalmente detestable.

—Deberías tomar un baño —le digo antes de proponerme volver a mi posición inicial.

No me da tiempo siquiera a retroceder. Sus brazos ya sostienen los míos y, sin aviso, termino tumbada sobre su pecho. El jalón tan fuerte que me ha dado me ha descolocado un poco, para cuando abro los ojos persibo su respiración muy cercana a mis labios. Le recorro el rostro por cortos segundos y los suyos hacen lo mismo conmigo.

Quisiera pensar qué rayos estamos a punto de hacer, reprocharme qué demonios está pasando conmigo como para permitirme estas situaciones en un momento tan delicado de mi vida. Juro que desearía hacerme todas esas preguntas y que realmente me importase, pero no, no tengo el mínimo cargo de conciencia por las acciones que estoy a punto de cometer.

—Si lo tomas conmigo, con gusto me doy un baño, y hasta tres, los que quieras —susurra contra mis labios.

Cada palabra que brota de su boca transita por mi cuerpo dejando sensaciones inigualables. Me apoyo de mis codos para evitar ponerme más nerviosa de lo que ya estoy y trago en seco mientras formulo una respuesta que no me lleve a su delicioso pecado.
Razono dos, tres veces. «No quiero ir más allá y caer en aquel punto, ese que me aclaró hace unos días: "no te enamores de mí"». Pero... ¿Realmente actúo con mi mente? No. Es que ni siquiera me planteo consecuencias negativas para esta historia, y eso me hace caer en sus provocaciones desmedidas.

Y tirando por la borda todo mi supuesto esfuerzo de no tropezar con la divinidad de sus encantos, le contesto: —¿Cómo prefieres el agua, caliente o fría?



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