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Capítulo 15

Elena
Mis ojos se impregnan en el techo de la habitación, ni siquiera soy capaz de llamarla mía porque jamás podré sentirla como la anterior. Esta nunca será mi casa y este nunca será mi rincón de sueños y descanso. De hecho, aún ni en la tranquilidad del baño, ni en el acaparador silencio de estas cuatro paredes, gozo de privacidad. Mas bien siento que todo lo que hago está siendo captado por ojos invisibles.
Con las manos entrelazadas sobre mi vientre, viajo a las palabras de la señora Hade e intento encontrarle sentido a todo esto, lo cual me cuesta infinitamente.

—Se trata de una rivalidad, Elena. No es algo que tú o yo podamos cuestionar, incluso nadie fuera de ambos entendería hasta qué punto estaban dispuestos a llegar por ser mejor que el otro.

—¿Hero también le hizo daño a su padre?

—No estamos hablando de daños colaterales. Eran como... No sabría explicártelo todo con exactitud, fueron muchos años, tú recién te integras a la familia y... —pausa sus palabras para tomar un suspiro—. No puedo darte todos los detalles porque estaría hurgando en situaciones y problemas que sinceramente, y sin que te molestes conmigo, no te incumben. ¿Me entiendes, verdad? —cuestiona tomándome las manos. Sus ojos buscan los míos y un asentimiento de mi parte la deja más tranquila.

Y es que, ¿quién soy yo para pedir información que definitivamente no me pertenece? Soy como mismo ella dice: "una recién llegada a la familia", y aunque saber de ciertas cosas me ayudarían a entender todo esto, comprendo que aún no es el momento de conocerlos.

—Entiendo perfectamente lo que quiere decir —admito correspondiendo a sus palabras—. En cuanto a lo que me ha dicho sobre sus controversias y demás, me interesa el tema de la bebé.

Sus cejas se alzan a la par y sonríe sin gracia alguna, como si ese tema le produciera descontento.

—Por lo que sé, eres recién graduada de psicopedagogía infantil, para eso debiste haber estudiado una que otra rama de la medicina ¿No?

—Sí.

—En las familia de mi difunto esposo todos sus hermanos son varones, y por mi parte soy la única hembra que tuvieron mis padres. Yo tengo dos hijas: Hilary y Hashley; y un hijo: Hero. Mássimo siempre decía que mientras más lejos, más cerca. Solo piensa un poco, anteriormente nuestras descendencias han sido numerosas en cuanto a hijos varones, yo rompí esa tradición trayendo un solo varón. Así que, en teoría, se supone que la futura esposa de Hero esté más propensa a dar hijos varones que hembras. Puesto que según la ciencia, el género lo proporciona el hombre...

«Eso quiere decir que... El señor Mássimo planeaba al detalle cada cosa que se proponía llevar a cabo».

—Y si sus abuelos tuvieron en su mayoría hijos varones, es probable que Hero también. —Voy atando cabos y Hade asiente a cada palabra que digo—. El señor Clark, en la cláusula de su contrato, usó la petición de una nieta como una especie de reto para Hero.

«¡Pero que ingenioso mi suegrito eh!». Pienso y se me escapa una sonrisa, pero no de alegría, sino de incredulidad.

—Eso suponemos todos. Sé que estuvo mal de parte de Mássimo, cuando el orgullo los ciega hacen cosas que no te imaginas...

—¿Cómo? —La pregunta sale sola.

Pff, nada. —Su semblante cambia a uno burlón, hace un ademán de mano restándole importancia y se levanta de la cama—. Verás que no será tan malo Elena, nosotros te necesitamos, y tú a nosotros también.

* * *

Bajo las escaleras a toda prisa cuando escucho por tercera vez el claxon del auto de Hero. Monroe me abre la puerta de la mansión y le agradezco con una sonrisa. Corro por el pasillo que conduce al exterior de la residencia y una vez afuera me encuentro con "el intachable Hero Clark y su cara de culo de siempre", y a su lado me observa su amigo con pose divertida, como si se estuviera burlando de un momento que está a punto de desatarse.

—Estoy lista —contesto y exhalo una bocanada de aire, cansada por bajar a toda máquina por las escaleras.

Max se ríe y Hero mantiene su seriedad. Me agarra del brazo y me lleva a unos metros de la acera.

—¿Es tan difícil que hagas lo que te pido? —sus palabras salen como cuchillos que pretenden cortarme.

—¿Es tan malo que me vista como yo quiera? —refuto imitando su posición: manos sobre mis caderas y barbilla erecta.

—Elena... —Toma una pausa y prosigue—: Este no es tu pueblito de mala muerte. Se supone que iré con mi futura esposa de compras, no con la hija de la cocinera.

«¡¿Qué acaba de decir?».

Lamo mis labios y muerdo el inferior antes de soltarle una respuesta que supere la estupidez tan aberrante que acaba de decir. Lo pecheo con la punta de mi dedo índice y disparo: —Pues la hija de tu cocinera escogerá una lencería que te hará venirte encima con solo verla. Y para que lo sepas, en la mierda de contrato que firmé no decía nada sobre ropa, así que te guste o no, iré así. —Señalo mi atuendo con orgullo—, ¿Estamos?

—¡Ey! ¡Van a cerrar la tienda! —enuncia Max desde su posición, interrumpiendo lo que sea que respondería Hero.

Sus ojos están abiertos como platos y su respiración se torna brutesca. Suelta una risilla que bien puede ser de rabia y se voltea para dirigirse al auto. Se sube en él y le da un portazo a la puerta del conductor.
Max, que de seguro se ha tragado todo nuestro teatro, me dedica una encogida de hombros y se sube en el asiento del copiloto.

Me carcajeo para mis adentros porque considero esto como un punto a mi favor y subo en la parte trasera en silencio, y claro, me aseguro de emparejar la situación con un portazo también.
«Cero a uno, Hero».

La tienda es enorme desde afuera. Un cartel enorme dice el nombre de tan elocuente local en francés, así que no me tomaré la molestia de deletrearlo. El portero nos abre luego de saludar a Hero con una reverencia, «ni que fuera un rey, menudo mimado tendré como marido». Entramos, yo siguiéndolo a él y Max siguiéndome a mí, voy a fingir que no siento su mirada clavarse en mi trasero, solo me volteo y lo asesino con la mirada, cosa que entiende al instante.

—Yo iré a ver algo para Gina —dice y se aleja.

—¿Gina? —cuestiono, denotando curiosidad.

—Su esposa —contesta Hero sin voltearse.

«Que basura de  esposo». Pienso en referencia a Max. Y es que de su esposa se ha olvidado hace unos segundos. Hombres...

Una mujer rubia, con el cabello exageradamente recogido en un moño alto, se nos acerca para brindarnos una cálida bienvenida. Me pregunta si puede ayudarme a escoger y con mi más sincera sonrisa le hago saber que no hace falta.

Los ojos se me van de las órbitas al presenciar tantos maniquíes portando pijamas sexys, lencerías, tangas, sujetadores y demás artículos de corte fino y encaje. Me acerco a uno rojo, conformado únicamente de encaje y elásticos extra finos. Agarro la etiqueta y casi le da un infarto a mis ojos al ver el precio.

«¡¿Me estás diciendo que este pedacito de tela cuesta mil dólares?!».

Divago entre percheros y mostradores de prendas, todos los precios son elevadísimos. Incluso me aterra observarlos por más de tres segundos porque creo que mis ojos sangrarán.

—¿Te ha gustado alguno? —Me sorprende Hero tras de mí y me sobresalto un poco.

No me giro a su encuentro, permanezco frente a un vestido de ceda de color negro, admirando lo diminuto y sensual que es e imaginando lo bien que me vería con él.
Y vamos que no soy autosuficiente, pero sé de mis atributos y no dudo de ellos.

—Es muy caro... —pronuncio tocando la etiqueta con mi pulgar.

—Tómalo —suelta y ahora sí me volteo.

«Error Ele, erroraso».

«Mierda sus ojos... No debí, no debí voltearme».

Y ya digo que no es lo mismo encararlo para pelear que para agradecerle por algo.
Trago en seco al no tener la capacidad de ignorar lo apuesto que es y sus labios entreabiertos me llevan a desearlo. Sé que no debo, joder me advirtió que lo nuestro no va más allá de un contrato y aquí estoy, apoyándome del mínimo gesto bueno hacia mí para atribuírselo a una fantasía que está demasiado lejos como para cumplirse.
Siempre he sido una chica muy enamoradiza, y si premiaran por corazones rotos el mío estaría en los primeros lugares. Sin embargo, ni aún así, con las mil heridas que llevo por dentro, siempre estoy abierta a cualquier posibilidad de enmendarme.

—Escoge algunos y cuando hayas terminado me buscas, estaré por allá. —Señala a su amigo en un extremo de la tienda.

—Va... Vale, de acuerdo —contesto y asiente. Por un segundo me recorre los ojos y baja la mirada a mis labios. Ese acto me pone de los nervios y termino por girarme, o más bien, por huirle.

Salemos de la tienda con dos bolsas y subimos nuevamente al auto. Max nos muestra algunas de las cosas que compró para Gina y me dice que deberíamos conocernos, que de seguro nos llevaremos de maravilla. Así que le prometo que Hero me llevará algún día de visita a su casa —la mirada que el susodicho me dedica a través del espejo retrovisor hace de mi respuesta una interrogante, pero bueno, yo cumplí con ser cortés—. Dejamos a Max unas calles antes de la residencia donde vive y seguimos el trayecto a la mansión sin pronunciar palabra alguna, lo cual hace del viaje una eterna tortura...

—¡Hero Clark, sale ahora mismo! ¡Hade, Hadeeee!

El escándalo nos recibe al bajar del auto y doy un paso en dirección al portón cuando Hero me detiene. Lo miro confundida y la voz descontrolada de una mujer desde adentro de la residencia me desconcierta por completo.

—Espera tú en el auto —me ordena y saca su teléfono del bolsillo de sus pantalones—. Claus, sí, necesito que vengas a por Elena y la lleves a mi apartamento.

—¡¿Qué!? ¡No, por qué! ¡¿Qué pasa!? —exclamo exigiendo respuestas que no está dispuesto a darme.
Murmura bajo y maldice mientras camina de un lado a otro. El portón está cerrado pero se escucha perfectamente la voz de una mujer gritando desde adentro.

—¡No me pienso ir de aquí hasta que la vea me oyes! ¡No me voy! —Continúa escandalizando y mi corazón se agita porque si hay algo que tengo es que soy una total esponja, absorbo todas las vibras que me rodean, malas o buenas, todas van a parar a mí.

—Hero, dime qué pasa, por favor —pido intentando safarme de su agarre, el cual permanece atado a mis muñecas. Sus ojos están encendidos en sangre y las facciones de su rostro se han endurecido, mas no contesta.

El auto de la familia no tarda en aparecer y Claus se baja para encontrarse con nosotros.

—Todo listo señor.

—Llévala, pero antes pasen a algún sitio a cenar, yo iré más tarde. No te vayas hasta que yo llegue —le explica a Claus y saca su cartera, le extiende un par de billetes de quinientos dólares y el otro los guarda en su chaqueta.

Yo sigo parada sin saber qué hacer o decir.

—Te irás con él —me comunica y asiento sin tener opción—. Después te... —interrumpe sus palabras, limitándose a darme explicaciones y se dirige al chofer para decirle: —Váyanse ya. 

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