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Capítulo 13

Elena
Tiene una mano muy buena. Sus deditos, finos y capaces, trazan líneas, ondas y garabatos que le dan forma a un dibujo maravilloso. Abre las temperas y las vierte cuidadosamente en moldes circulares de un plástico rectangular. Moja el pincel y con una cucharilla deja caer finos chorros sobre las muestras de tempera para diluirlos. Poco a poco su obra de arte va tomando forma y los colores se adueñan del pálido papel que apoya sobre el lienzo. Los mechones juguetones de su cabello rubio y sedoso le hacen cosquillas en sus mejillas y los aparta con la mano que sujeta el pincel. Una franja verde se desliza por su frente y sonrío. Ella no parece haberlo notado y continúa con su trabajo en silencio. De vez en cuando pega un par de brinquitos y le habla a la nada. Mis labios se fruncen en esos momentos y voy tomando nota en mi mente de cada una de las acciones que me gustaría pensar que son normales, pero evidentemente no lo son.

—Si Hero te pilla... Ya sabes preciosa.
—Hade entra por la puerta del comedor con un atuendo demasiado formal como para usarlo en casa. La admiro unos segundos y entiendo que los ropajes de etiqueta y los zapatos de tacón alto son algo indispensable para el aspecto de una mujer adinerada—. ¡Mi amor, pero qué haces dibujando acá! —Camina hasta la pequeña y deja un beso en su cabeza, frunce el entrecejo y rueda los ojos para luego dirigirse a Clara—. Dame una servilleta, por favor.
Clara se mueve rápido entre las casuelas y vegetales y se alza de puntillas hasta agarrar un paquete de servilletas en la alacena. Se las extiende a Hade y esta se dedica a limpiar la pintura de la mejilla de Valeria.

—Su hijo no tendría por qué molestarse, no tengo otra cosa que hacer... —contesto encogiéndome de hombros.

—¿Pero pelar papas, Elena? —cuestiona y alzo las cejas en respuesta. Se gira hacia Clara y le pregunta: —¿Qué no había otra cosa menos riesgosa y más limpia que ella pudiese hacer? —Clara abre la boca para responder pero la interrumpo.

—Hade, agradezco tu preocupación, pero estoy bien así, me hace bien distraerme un poco.

—Podrías cortarte linda —insiste y le sonrío. Eso es suficiente para hacerle entender que no dejaré de hacerlo—. ¿Y Ana?

—Ha ido a la sala a contestar una llamada —respondo y me levanto de la mesa para depositar las papas en una olla sobre la encimera.

«Se pasa el día entero contestando llamadas esa mujer».

—Buen día familia. —La voz de Haila se hace notar desde la puerta y todos giramos a su encuentro.
Luce un elegante overol azul con un leotar blanco y un par de sandalias. Me mira y su sonrisa se ensancha, la miro y ocurre lo mismo de mi parte. A Haila la conocí al día siguiente de haber conocido a su madre, y aunque fue un encuentro bastante rápido porque ella iba de salida, entre nosotras hubo una vibra muy buena, casi tanto como la que existe entre su madre y yo.

—¡Elena! —exclama y se acerca para abrazarme—. ¿Qué tal?

—Bien, gracias. ¿Tú?

—Excelente. —Se separa de mi cuerpo y me repasa unos segundos—. ¡Dios, serán hermosos mis sobrinos!—. Muerde su labio inferior mientras me imagina dándole sobrinos y en respuesta le dedico una sonrisa forzada. Espero que ella también sepa por qué estoy aquí.

—Mamá, Clara... —menciona lanzándoles un par de besos a ambas. Se inclina para besar en la mejilla a Valeria y luego deja su bolso sobre la mesa.

—¿Vas o regresas?

—Voy mamá. Hero me ha dicho que tuvo que ir a hacer unas compras y que tengo que ir a encargarme del lanzamiento del nuevo comercial de hoy.

—¿El de comida para perros? —pregunta Hade.

—Ese. Acaban de aprobarlo.

—¿Comida para perros? ¿No está eso un poco rayado ya? —interrumpo y ambas me miran y asienten—. Un comercial de recogedores de popó sería más novedoso.

Hade y Haila se echan a reír y sus risas son interrumpidas por algo o alguien que al parecer, se encuentra tras de mí. Volteo lentamente desde mi posición e impacto con la mirada incrédula de Hero.

—Rayado... ¿No? —pronuncia mientras a pasos lentos pasa por mi lado. Lleva puesto su usual traje de corte italiano azul marino y esa cara de maldito que parece no quitársele nunca. En sus manos carga unas bolsas que deja sobre la mesa y toma asiento junto a la silla donde me encontraba yo sentada hace unos minutos—. ¿Recogedores de popó? —Arruga la frente y lame sus labios.

—Ha sido una broma Hero —dice Hade y su hermana recoge sus cosas.

—¿Qué te dije hace un rato? ¿Qué haces pelando papas? —cuestiona fijando sus amenazantes canicas azules en mí.

—No pienso responderte —aludo encogiéndome de hombros y alza sus cejas ante mi firme decisión.

—Yo ya me voy —balbucea Haila, interviniendo en la guerra de miradas entre su hermano y yo.

—Vas media hora tarde, te pedí que fueras antes de salir a por unas compras, he regresado y aún estás aquí.

—Estaba... Olvídalo, sé que no te importa... —Entorna los ojos y sale a regañadientes del comedor.

—Vamos para el salón y allá terminas con tu dibujo. Ana te acompañará. —La señora Hade le explica a Valeria y la ayuda a recoger sus útiles junto a Clara—. Cariño debo salir, no tardo —le informa a su hijo y él asiente.

Una vez solos en la cocina comienzo a sentirme menos incómoda que hace unos días atrás y me tomo el atrevimiento de sentarme a su lado. Siento su escudriñante mirada repasar cada uno de mis movimientos y, en lugar de avergonzarme, hago de mi sentada una danza de sensualidad que enciende sus ojos.

«¿Qué haces, estúpida? ¿Seduciendo al hombre con el que obligatoriamente debes casarte? Es ridículo». Me recrimino.

—Son para ti. —Rompe el silencio señalando las bolsas. Las miro confundida y alterno la mirada a su rostro.

—¿Qué es?

—Ábrelas Elena.

Con torpeza, limpio mis manos y arrastro la primera y la sitúo sobre mis piernas. Husmeo en su interior y saco sorprendida unas cuantas prendas de ropa interior y lencería.

—Estás bromeando ¿verdad?

—Por supuesto que no —responde y toma otra bolsa, ahora es él quién la abre—. Este de aquí lo usarás el día de nuestra noche de bodas.

Me extiende un juego de lencería de encaje color blanco. El sostén es totalmente descarado y ni hablar de la tanga y el vestido transparente que se supone que deba usar encima. Me llevo una mano a la boca y niego.

Definitivamente no usaré ese.

—No.

—Sí.

—Hero, es mi cuerpo, tengo el total derecho de decidir sobre él.

—Nuestro, nuestro cuerpo, no "tú cuerpo" —recalca y abro la boca para protestar.

—¿Por qué tiene que ser blanco? —suelto finalmente y su semblante cambia de imponente a juguetón.

Unos hoyuelos se forman a ambos lados de su sonrisa y juro que tengo sensaciones de desmayo en este momento. Pero no.

«Elena Jones, tú no puedes caer, no lo harás». Mi conciencia me advierte.

—¿El problema es el color entonces? —me pregunta bajando la mirada a mis pechos y subiéndola de regreso a mi rostro.

—Sí —contesto con una pizca de nerviosismo que no pretendo que note.

—Bueno, esta misma tarde iremos a la tienda en busca de otro —sentencia y asiento para seguir revisando las demás bolsas.

En las demás hay vestidos y ropa elegante que según él debo usar aquí en casa. En mi pueblo estos trapos son inalcanzables incluso para salir a fiestas o reuniones.

—¿Aclaraste todas tus dudas con mi madre? —Su pregunta llega inoportuna y dejo a un lado las bolsas para contestarle.

—Sí. En la mañana ha ido a mi habitación para contarme, llevábamos dos días postergando la charla —le cuento y me observa atento.

Su cara simplemente es hechizante. No hay defecto —a mi pensar—, que le reste belleza a su fisionomía. Tan masculino y atrapante; tan arrogante y calculador... No sé cómo llamarle a lo que su presencia provoca. Son tantas cosas. Tantos misterios. Tanto fuego en una misma mirada que...

«Basta Elena ¿sí? Basta ya, que comienzas por los razgos de su personalidad y terminas elogiándole hasta el trasero».

—Quiero que hablemos cómodamente, la charla anterior te la debo, tuve una reunión. Pero espero que esta noche podamos hablar un poco, conocernos más.

«¡Oh, vaya, el flamante hombre mandón quiere que nos conozcamos más!». Me río en mi mente.

—Me parece perfecto —contesto torciendo la boca—. ¿Algo más?

—¿Algo más? —contraataca y maldigo para mis adentros porque el muy canalla sabe que tengo algo atorado en mi garganta. La psicología se me va a la mierda cuando le tengo en frente.

—¿Cuándo podré ir a visitar a mis hermanas? —suelto y se forma un nudo en mi garganta. Hace un par de días las ganas insaciables de abrazar a Eve se ha apoderado tanto de mi cuerpo que siento como si faltara un pedazo de mi corazón. Esta nostalgia es horrible.

—En la noche hablaremos sobre todos esos detalles —responde sereno y persibo una sonrisa asomarse por la comisura de sus labios—. Lleva todas las bolsas a tu habitación, más tarde llegará una persona con las demás, quiero que uses solo lo que yo te compre.

Sus palabras me hacen soltar una risa y arquear una ceja. Primeramente no soporto su nivel de machismo, yo soy lo suficientemente independiente como para comprarme mi propia ropa y vestirme como yo quiera. Y segundo, porque esta es la primera de las muchas otras cosas que por obligación tendré que aguantarle, y para no llorar, entonces me río, y bastante.

—¿Qué te causa risa? —demanda con seriedad. Mi actitud le ha chocado y endurecer sus facciones se vuelve su arma.

—Si ya terminó de darme órdenes, solicito su permiso para levantarme de esta silla y dirigirme a mis apocentos, su majestad. —Reprimo una carcajada y frunzo mis labios con los dientes apretados.

Él suelta un suspiro pesado y se levanta. Me escudriña con la mirada desde su altura y yo, más bajita y para colmo, sentada, le dedico una mueca desafiante.

—Por lo visto, a demás de hacerte mi esposa, tendré que educarte un poco —evoca y se aprieta el nudo de la corbata. Da un par de pasos y se voltea para decirme: —Payasadas conmigo no, pequeña. No creo que te guste, y mucho menos que aguantes, esa parte de mí dispuesta a domarte.

«Ñi, ñi, ñi», pienso, pero lo mejor que hago es callarme y dejarlo ser.








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