Capítulo 12
Elena
«Debiste leer bien el contrato Ele». Me regaño repasando cada línea del absurdo papel que firmé hace unos días. Tras la plática de anoche con Hero Clark, me di cuenta de que quizá se me fueron algunos puntos del contrato, y aquí estoy otra vez, ojeando las doce hojas.
El día en que firmé, las lágrimas y la rabia me hicieron leerlo todo a prisa, error que ahora mismo me recrimino por haber sido tan poco cuidadosa.
Aunque debía firmarlo sin objetar, no podría haberlo hecho sin leer cada maldita línea antes, y al parecer, hice lo contrario, o al menos no leí lo suficiente para captar cada detalle. Pensé que firmaba un contrato que me ataría de por vida a un millonario que desconocía, y ahora caigo en cuenta de que no, tengo un año para intentar quedar embarazada, si ocurre tendré dos más aquí hasta que nuestra bebé (porque debe ser niña) esté más grandecita. Luego de eso discutiríamos la custodia compartida y fin, seré libre. Pero, en caso de no quedar embarazada o de que en lugar de que sea niña, es niño, debemos seguir intentándolo una vez más y, si no lo logramos, seré definitivamente libre.
—¡Este hombre está loco! —chillo para mí misma y me dejo caer sobre el colchón de mi cama—. ¡¿Y si solo doy varones!?
Numerosas preguntas se lanzan a mi mente y solo puedo frotar mis sentidos en respuesta. Sé que todo esto no es culpa de Hero, sino de su padre por imponer un testamento que sabrá Dios qué dice. Espero que mañana Hade me explique de qué va todo esto, porque ahora mismo no se me ocurre nada coherente.
* * *
—Déjame ayudarte —le pido con una sonrisa de labios juntos a Clara y ella, luego de fruncir el entrecejo, se niega meneando su cabeza en laterales.
—No señorita, podría ensuciarse y el señor Clark se molestará —me contesta mientras limpia un plato con una toalla—, ¿qué le parece si mejor se sienta ahí y come unos panqueques? Sabrina los ha hecho hace un momento, seguro están calientitos todavía —sugiere apuntando la mesa del comedor.
—No nací en cuna de oro Clara, y necesito descargar todo mi estrés en algo productivo, permiso. —Doblo las mangas de mi camisa hasta mis codos y la cocinera se hace a un lado a regañadientes—. ¡No me mire así y páseme las cucharas! —exclamo y le saco una sonrisa.
—El señor se molestará... —insiste extendiéndome la bandeja con cubiertos y cucharas.
—No es que me importe si se molesta o no —respondo y la mirada de espanto que me dedica me hace retractarme con una risa. Necesito que piense que lo he dicho de broma.
«¿Cómo es que nadie aquí —fuera de la familia Clark—, sabe de la farsa de este futuro matrimonio? ¿Qué más da? Me gustaría no tener que actuar frente a los criados, resulta estúpido, es estúpido...».
—¿Cómo has dicho, amor?
«En la madre de los inoportunos».
Maldigo interiormente al voltearme y encontrar a semejante pedazo de carne sudada y malditamente bien distribuida que me observa desde el marco de la puerta del comedor.
Hero está parado con una mirada divertida mientras sujeta entre sus manos una botella de agua que abre con cuidado. La lleva a sus labios y unas cuantas líneas de líquido se deslizan por su barbilla y caen sobre el piso. Y mierda, que no me he perdido movimiento alguno ni detalle de sus actos. «¿Qué te pasa Elena?».
«Trátalo bien, es un ogro, sí, pero uno que ahora mismo te tiene babeando. ¡Maldita, estás siendo débil!». Me recrimino y presiono mis párpados antes de contestarle algo que no arruine sus absurdos planes y la basura de contrato que tuve que firmar.
—Buenos días mi vida, estaba bromeando con Clara, ya sabes como soy —respondo con una sonrisa y le lanzo un beso.
«Ni pienses que te besaré en la boca solo porque en una semana tengamos que hacerlo». Pienso estúpidamente y me volteo para seguir en lo mío.
—Mmm... —pronuncia y escucho pasos sigilosos acercarse a mí—, ¿y mi beso de los buenos días?
Mi corazón sube a mi garganta y me doy palmaditas mentales para obligarlo a regresar a su lugar de origen. Entorno los ojos, es mi primer gesto antes de voltearme y enfrentarlo con una tierna sonrisa.
—Ya te lo di esta mañana amor ¿no recuerdas?
Me hago la inteligente y ladea su rostro. Casi puedo sentir su respiración mesclarse con la mía. Su frente está sudada al igual que su cuello y brazos. Que esté sin camisa me facilita apreciar detalles de su cuerpo que no había visto antes. Definitivamente el ejercicio matutino hace maravillas en las personas...
—Sí cielo, pero quiero otro ahora ¿o no quieres porque estoy sudado? —Se hace el ofendido y giro a ver a Clara reírse de nuestra conversación.
No sé que contestar a eso y la cocinera balbucea que somos muy tiernos. «¡Lo que me faltaba!». Solo sonrío y me rasco la cabeza dando tiempo a que se rinda y me deje en paz.
—Clara, ¿puedes dejarnos solos unos minutos? —le pide a la rubia sin dejar de quitarme la mirada de encima.
—Pero... Estoy preparando el desayuno señor...
—Luego terminas, será rápido.
—Como diga, permiso. —Asiente y se retira rumbo al comedor.
Hero lame sus labios y me acorrala. Coloca sus brazos a ambos lados de mi cuerpo y apoya sus manos en la encimera de la cocina. Me encuentro atrapada en un espacio realmente pequeño y solo puedo quedarme quieta con mi mejor cara de enojo a espera de sus palabras. Se aproxima despacio a mi rostro, y no sé por qué, pero no me aparto. Deja un beso demasiado suave y húmedo sobre mis labios y luego me acaricia la mejilla con su mano antes de apartarse de mi cuerpo.
¡¿Qué rayos?!
—¿Te caiste de la cama y te golpeaste la frente o eres así de bipolar?
—Cualquiera podría estar mirando. —Se encoge de hombros y yo arqueo una ceja.
—¿Era necesario pedirle a Clara que se fuera? —espeto arrugando la frente, todavía confundida por su inusual intento de cariño.
—Sí. Necesitamos hablar —contesta. Pero su mirada es tan azul y penetrante que se me dificulta atenderlo plenamente.
—¿Podemos sentarnos? Estoy incómoda así.
—¿Así cómo? —Da otro paso y solo nos separa su pecho y el mío. Levanto la vista intentando alcanzar su altura y consigo que se ría de mí.
—¿Estás nerviosa, Elena? —pronuncia mi nombre despacio y se me eriza la piel. Y lo peor de todo es que él lo nota. Lleva una de sus manos a mi brazo y la desliza suavemente. Esta vez no sonríe. Se inclina y me agarra el rostro con una de sus manos—. No te enamores de mí pequeña, recuerda tu lugar aquí y el contrato que firmaste conmigo.
Quiero reclamar. Ofenderlo y abofetearlo. Pero mujer soltera al fin. Mientras más frío y odioso más me atrae. Y no, no está bien esto. No lo está porque debería odiarlo por aprovecharse de la situación de mi familia para proponer tal plan; debería detestar tenerlo cerca solo porque se empeña en provocarme para sentirse deseado; debería comportarme de la misma forma para demostrarle que mis intenciones no van más allá de proteger a mis hermanas... Y al contrario, estos días aquí me han llevado a icnlinarme al hombre menos indicado. Ese que tendrá mi cuerpo en una semana —que conste que lo tuvo una vez—, ese que me hará ser madre por primera vez, y sabrá dios cuántas más, ese ser arrogante que se cree inalcanzable solo porque es millonario y tiene un físico de muerte. «¿De cuánto acá Elena Jones se fija en hombres así?». Y la respuesta es: desde siempre.
En mi expediente de relaciones amorosas no existe hombre bueno, mucho menos perfecto. Y Hero Clark es exactamente el prototipo de hombre que me haría cometer locuras. Pero... ¿Lo permitiré? ¿Caeré en un juego así? ¿Me fallaré a mí misma como persona enamorándome de alguien que me colocará un anillo en el dedo para cobrar una herencia?
—Te detesto Hero, ni en mil años podría quererte, no digas algo tan estúpido como eso ¿sí? —le digo, o mejor dicho, le miento—. ¿Crees que si no lo necesitara estaría aquí? No seas ingenuo.
—¿Y puedo saber por qué me detestas? —contraataca con preguntas que no deseo responder.
—¿Puedo terminar de lavar los trastes con Clara?
Sus ojos se dirigen al lavabo y de regreso los sitúa en mí. Su expresión se endurece y niega con la cabeza para decirme: —Que sea la última vez que haces algo en esta casa, serás mi esposa, no mi criada.
—¡Tú no eres nadie para...! —chillo alzando las manos y las atrapa con las suyas dedicándome una mirada de advertencia.
—¡Shhh! Que sea la última vez Elena, la última. Ahora desayuna, nos vemos más tarde.
Finalmente me suelta las manos y siento mis muñecas arder, se separa de mi cuerpo y le susurro un par de obsenidades que mi yo molesta quiere que escuche. No refuta, se da la media vuelta, abre el refrigerador, coge una manzana verde y se marcha contoneando ligeramente su culo.
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