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Única parte

La lluvia caía con fuerza aquella noche cuando Minho y Felix se encontraron por primera vez.

Fue un encuentro casual en una parada de autobús vacía.

Minho estaba sentado en silencio, con los hombros encorvados y los ojos perdidos en el asfalto mientras fumaba.

Felix llegó corriendo, cubriéndose la cabeza con su chaqueta delgada, mientras soltaba un suspiro exasperado al darse cuenta de que el autobús nunca llegaría.

—Maldito clima —murmuró felix, más para sí mismo, pero su comentario atrajo la atención del otro, quien apenas levantó la vista.

—No siempre habran días buenos —respondió, con su voz profunda y seria.

Lo que empezó como una conversación casual sobre el clima terminó siendo un intercambio sobre la soledad, las heridas que ambos cargaban y la extraña conexión que surgió en ese rincón olvidado de la ciudad.

Sin notarlo, esa noche marcaría el comienzo de un amor intenso, hermoso, pero también destinado a la tragedia.































Ambos jovenes se enamoraron rápidamente y pese a sus diferencias, que al principio eran un atractivo, pronto comenzaron a convertirse en obstáculos.

Minho era introspectivo y reservado, como si guardara secretos que no podía compartir ni consigo mismo.

Felix, en cambio, era transparente y emocional, siempre buscando conectar más profundamente.

Minho tenía un hábito que felix no tardó en notar: cuando las cosas se volvían demasiado emocionales o difíciles, él desaparecía.

A veces era por unas horas, otras por días.

Volvía con excusas vagas y un aire de agotamiento, como si hubiese estado librando una batalla invisible.

Una noche, después de la tercera vez que minho desapareció, no pudo contenerse más.

—¿Por qué haces esto? —le preguntó.

Minho no respondió de inmediato.

Sus ojos evitaban a los del contrario mientras jugaba con el encendedor en su mano. Finalmente, murmuró:

—Porque no sé cómo lidiar con esto.

—¿Lidiar con qué, Minho? ¿Conmigo? —insistió felix, frustrado.

Negó con la cabeza.

—No contigo. Conmigo mismo.

Fue la primera vez que minho se abrió, aunque solo un poco.

Le confesó que llevaba años luchando con sus propios demonios: ansiedad, miedo al abandono y un constante sentimiento de insuficiencia.

Cada vez que felix se acercaba demasiado, sentía que no era lo suficientemente bueno para él, que tarde o temprano lo perdería.

Entonces, en lugar de enfrentarse a esos miedos, escapaba.

—No quiero arrastrarte a mi oscuridad —dijo, con la voz cargada de culpa.

—No estoy pidiendo perfección, minho —respondió, acercándose—. Solo quiero que me dejes estar contigo, incluso en los momentos dificiles.

Aunque esas palabras trajeron un momento de consuelo, las grietas en la relación seguían ahí, listas para abrirse con cada nueva pelea.




































Con el tiempo, las desapariciones de minho se volvieron más frecuentes.

Siempre había una excusa: necesitaba espacio, tiempo para pensar, o simplemente no podía manejar el peso de las expectativas de su pareja.

Felix intentaba ser paciente, pero cada ausencia dejaba una cicatriz más profunda en su corazón.

Una noche, después de que Minho volviera tras una semanas sin contacto, explotó.

—¡¿Sabes lo que siento cada vez que te vas?! —gritó, sus ojos se llenaron de lágrimas—. ¡Es como si de verdad no te importara la relación!

Minho intentó calmarlo, pero felix continuó, mientras su voz se quebraba.

—Te espero, te perdono, y luego haces lo mismo otra vez ¿No te importa acaso cómo me afecta esto?

Minho se quedó en silencio, como siempre, incapaz de expresar lo que realmente sentía.

—Lo siento —fue todo lo que pudo decir.

—¿Lo sientes? —repitió, incrédulo—. Entonces demuéstralo. Quédate. No me dejes solo cada vez que las cosas se complican.

Pero Minho no sabía cómo quedarse.

Su miedo de arruinarlo todo lo empujaba a huir, incluso cuando sabía que eso estaba destruyendo lo único bueno que tenía.




































La última pelea fue la más devastadora.

Felix, agotado por el ciclo interminable de esperanza y decepción, decidió enfrentar a minho una vez más.

—No puedo seguir así. Me duele demasiado amarte de esta manera.

Minho lo miró, sus ojos llenos de una tristeza que no podía poner en palabras.

—Si es tan difícil, ¿por qué no me dejas?

—Porque te amo, maldita sea —respondió—. Pero ese amor no puede sostenernos si siempre estoy luchando solo.

Minho quiso decir algo, hacer algo para detenerlo, pero el peso de sus propios miedos lo paralizó.

Felix, con sus maletas hechas, salió por la puerta para no volver jamás.






































Minho pasó días en un estado de confusión y arrepentimiento.

Sabía que había hecho todo mal y sus miedos se hacian realidad, que esta vez Felix no volvería a perdonarlo.

Por otro lado, en medio de la lluvia, felix volvió a su antiguo departamento, iluminado apenas por la luz tenue de una lámpara de mesa.

Había regresado a aquel lugar que alguna vez le transmitia paz y podia relajarse de los problemas.

Se sentó frente a la pequeña mesa junto a la ventana, con un cuaderno abierto frente a él y un bolígrafo en la mano temblorosa.

La lluvia golpeaba los cristales con insistencia, un ruido constante que parecía reflejar la tormenta en su interior.

Respiró hondo, intentando encontrar las palabras que llevaba tanto tiempo guardándose, palabras que nunca había tenido el valor de decirle a minho en persona.

Al principio, la página permaneció en blanco.

Miraba el papel, sintiendo cómo una maraña de emociones lo atravesaba:

tristeza, rabia, agotamiento… pero sobre todo, amor.

Un amor que seguía allí, firme, a pesar del dolor que lo había acompañado. Finalmente, comenzó a escribir.

"Minho.

No sé cómo empezar esto porque siento que, de alguna manera, todo ya ha terminado.

Te amo.

Creo que siempre te amaré, pero ese amor me está destrozando, y no sé si tengo la fuerza para seguir luchando por algo que parece estar hecho para romperse..."

Las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas mientras continuaba escribiendo.

Cada palabra era como una despedida, una forma de vaciar el peso que llevaba en el corazón.

"Me duele que cada vez que te necesito, desaparezcas.

Me duele que nunca puedas quedarte y, aun así, ahi estuve, esperando que algún día nunca te fueras otra vez.

Pero tal vez pedirlo no fue suficiente.

Tal vez avanzamos demasiado rápido y me ilusione en aquella promesa de estar juntos hasta el final..."

Se detuvo, dejando caer el bolígrafo, incapaz de seguir.

La lluvia parecía más fuerte ahora, el sonido llenando el silencio de la habitación.

Cerró los ojos y se dejó llevar por el dolor, sintiendo cómo la desesperanza lo envolvía.

Tomó la carta y la dobló cuidadosamente.

La dejó sobre la mesa, junto a una foto enmarcada de ellos dos durante uno de los pocos días más felices que tuvieron, cuando las risas parecían algo natural y el amor no pesaba tanto.

Miró la foto por última vez, sus dedos trazando con suavidad el contorno de las sonrisas que ahora parecían tan lejanas.

¿Qué nos pasó? Éramos tan felices en ese entonces —pensó—.

Se levantó lentamente y caminó hacia la pequeña cocina.

De un cajón saco un frasco de pastillas que había guardado desde hacía tiempo, un recordatorio silencioso de sus peores momentos.

Regresó a la sala, con el frasco en la mano, y se sentó en el sofá, sintiendo el frío del ambiente en su piel.

Abrió el frasco con manos temblorosas, derramando las píldoras en su palma.

Contempló su decisión durante un instante eterno, mientras la lluvia seguía cayendo afuera, ajena a su dolor.

Mientras ingeria las pastillas, bebió el vaso de agua que estaba en la mesa y, con un último suspiro, dejo que el silencio lo envolviera.

Felix cerró los ojos por última vez y se recostó en el sofá, sintiendo como el mundo lentamente comenzaba a desvanecerse.

En su mente, lo último que vio fue la imagen de minho sonriendo, como en aquellos días felices que ahora parecían tan lejanos.

Dos días después, cuando minho ya no soportaba estar sin la presencia de felix, decidió ir a su departamento.

Tras llegar, se encontro con la escena de varias patrullas y vecinos del alrededor.

Preocupado, se acercó hacia los policias para saber que habia ocurrido.

Sin embargo, antes de que el oficial le dijera algo, los paramédicos salieron del edificio con una camilla, cubriendo con una sábana blanca el cuerpo de felix.

Algunas personas lamentaban la muerte  de aquel joven, tan alegre y amable con quien se encontrara.

Tras ver la situación, quiso acercarse a la camilla, pero no se lo permitieron y tuvo que esperar hasta poder entrar a la morgue para reconocer el cuerpo.

Al ver de que se trataba de felix, rompió en llanto.

El peso de lo que había perdido lo aplastó de inmediato, dejándolo de rodillas, incapaz de decir algo, solamente habia culpa en su corazón.

Se habia encerrado tanto en él mismo con sus problemas que nunca se dedico a ver de que aquello también afectaba a los de su alrededor.

El brillo que transmitia felix ya se habia apagado y, en cambio, ahora todo estaba lleno de oscuridad sin rumbo.




































Esa noche, regresó al lugar donde se conocieron, bajo la lluvia.

Mientras el agua corría por su rostro, recordó las palabras de felix y el amor que compartieron.

Pero ese amor, tan intenso como era, también fue su destrucción.

Y así, bajo la lluvia interminable, minho se quedó atrapado en la tormenta de su propia culpa, sabiendo que nunca podría reparar lo que había perdido.

FIN.

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