Capítulo XI
La señora Boyle era la persona del servicio en quien más confiaban Los Honorables Condes de Somerset y quien verdaderamente llevaba la casa, pues conocía cada rincón y estaba empeñada en hacerla funcionar como reloj. Era muy querida por la familia, especialmente por Amelia, quien sentía cariño por todo aquel con el que jugó en su infancia.
La señora Boyle, como era de esperarse, nunca se casó ni tuvo hijos pero no era algo que le afectara. De hecho, a diferencia de lo que podría creerse, ella nunca sintió que le faltaba algo. Ser el ama de llaves de Southley era lo que le daba satisfacción.
En la división del personal, los hombres estaban a cargo del mayordomo. No obstante, era la señora Boyle la que estaba pendiente de la recuperación de Elliot y quien ocupaba parte de su tiempo en su cuidado.
Esa mañana estaba con Lady Amelia, quien había ido a visitar a Elliot antes de ir al orfanato, donde realizaba ayuda social.
—Pobre muchacho, creo que ha empeorado. Estuvo tan bien el día que vino el médico pero ahora pasa durmiendo —mencionó la señora Boyle.
—Lo mismo sucedió con mi abuela, estuvo unos días rebosante y después murió —respondió Amelia.
—Lady Amelia, no llame a la desgracia.
—Usted está muy pendiente de él.
—Podría ser mi hijo.
—¿Nunca pensó en formar su familia? —mencionó Amelia volteándose hacia ella.
—Esta es mi familia.
—Yo me refiero a sus propios hijos o a su propio esposo.
La mujer negó, pero confesó que ella había tenido un romance con un hombre que si ella hubiera seguido adelante, posiblemente se hubiera convertido en su esposo. La menor de los Kingsley mostró total interés en la historia de la señora Boyle, extrañamente nunca pensó que ella hubiera estado relacionada con un hombre, a sus ojos era una especie de monja. Tras una larga insistencia la mujer accedió a contarle la historia que se remontaba a años atrás, cuando ni Lady Amelia ni Elliot nacían.
La señora Boyle conoció a un agricultor de Noth Somerset en una feria que se hizo en el pueblo. Amelia recordó que Elliot era de aquel pueblo y sonrió inconscientemente. El agricultor y la Señora Boyle se entendieron y enamoraron rápidamente, pero como todo lo que comienza con tanta rapidez, se extinguió con la misma; al cabo de un par de meses, al agricultor que le gustaba llamar a todo por un nombre, no le pareció bien salir con una mujer que no fuera su esposa, así que le pidió matrimonio y la joven Laura Boyle le dijo que lo pensaría. Fueron días sin dormir y finalmente ella lo rechazó porque no quería pertenecer a ningún lugar que no fuera Southley, le gustaba el cargo que desempeñaba y estaba segura que llegaría a ser ama de llaves. No se equivocó y no lo lamentaba. La señora Boyle era de aquellas almas que se regocijan en las casas grandes donde siempre se puede sentir la sensación de vacío. Nada alimentaba mejor su alma que la intimidad que provocan los grandes espacios.
—¿Y qué fue del agricultor de North Somerset? —inquirió Amelia.
—Al final conoció a otra mujer y tuvo hijos, como todos. Nadie muere de amor, mylady. Eso sólo pasa en los libros y creer en esas historias en exceso hace mal, nos da la sensación de que nunca estamos completos y no es así, nacimos completos. No necesitamos a nadie más.
—Quizás él todavía piense en usted.
—No lo creo mylady, de seguro es feliz con una mujer que lo ama más de lo que yo podría amarlo.
—A mi me parece muy solitario el servicio doméstico. A Hoffman también.
—¿Él se lo comentó?
—Sí, cuando llegó a trabajar aquí. Le pregunté si tenía deseos de ser mayordomo y me dijo que era muy solitario y que extrañaba a su familia.
La Señora Boyle no comentó nada al respecto, sólo observó a Elliot y le notó un parecido a aquel hombre que ella había querido. Elliot también era un agricultor de North Somerset, aunque tenía mejores ademanes.
—¿Es verdad que los lacayos son seleccionados por altura? —preguntó Amelia cambiando de tema.
—Sí mylady, de hecho un bajo siempre ganará menos.
Amelia pensó en que si ella fuera lacayo como Elliot, él ganaría más y tendría una mejor consideración, a Amelia no le gustaba que Elliot le ganara en nada, incluso en situaciones hipotéticas.
Antes de retirarse al orfanato su padre le dio una pequeña charla sobre los cuidados que debía tener en el pueblo. El Lord estaba al tanto de los sucesos que habían acontecido en el pueblo. Se comentaba que un grupo de personas salían a las calles a reclamar mejoras no sólo laborales sino que también políticas. Sabida era la lucha de las sufragistas por el voto femenino pero tampoco todos los hombres podían votar, sólo aquellos que tuvieran cierta edad y propiedad, el resto exigía su participación. Lord Somerset veía aquello con resquemor porque aquella gente descontenta por como llamaba él "la vida que les había tocado" era muy propensa a caer en el socialismo o en cualquier otra cosa.
—No creo que eso me afecte a mi, padre. Fue en la noche.
—Amelia, no están los ánimos. No quería decirte esto pero aparecieron unos afiches que nos culpan de sus desgracias, a todos nosotros. No quiero que los veas, son muy fuertes para ti. Sabes que siempre te he encontrado extremadamente sensible y frágil con el mundo exterior.
Amelia insistió en que quería verlos porque no entendía la gravedad de lo que decía su padre, hasta que éste cedió. La joven tomó uno que decía: "Y son unos parásitos que succionan todo del pueblo, no trabajan como nosotros... una tropa de buenos para nada, sus hijas no se quedan atrás, meretrices disfrazadas de damas que se van por el mejor precio, porque siempre piensan en el dinero". Tras ver eso, no tuvo ganas de seguir leyendo y se los devolvió a su padre.
—Marx lo dijo, el fantasma del comunismo recorre Europa y nosotros tenemos que tener cuidado. No te expongas.
—No sabía que leías a Marx, papá.
—Tengo que informarme que es lo que cree esa pobre gente.
La joven se retiró para ir a hacer sus labores. Amelia estaba segura que por ser quien era la continuaban dejando entrar porque ya eran varias las ocasiones donde tenía problemas. El orfanato recibía a niños que habían perdido a sus padres, en el pueblo había otra organización para hijos fuera del matrimonio pero como muchos eran de personas importantes que aportaban dinero, ese hogar estaba en mejores condiciones. En cambio el orfanato sobrevivía mayormente gracias a colaboraciones. Amelia ponía mucho hincapié en que los niños debían estar en buenas condiciones y tener actividades que los educaran en términos académicos y recreativos.
Fue un día que vio que un niño era maltratado cuando habló con los encargados y puso una denuncia, amenazando que seguiría los cursos legales para resolver esa situación. Por eso, sabía que no era bienvenida pero tampoco se lo decían directamente.
Cuando volvió a Southley, se dio cuenta que Elliot había vuelto a dormir y como la señora Boyle tenía cosas que hacer, decidió quedarse ahí y cuidarlo un tiempo mientras dormía. Amelia era una persona muy curiosa, por no decir otra cosa, así que como Elliot estaba pálido con los ojos cerrados en su cama, pensó que sería buena idea revisar unos libros que tenía para saber que leía.
No tenía muchos ni tampoco tan interesantes, lo que sí encontró fue uno de poesía que le llamó la atención, hasta que se percató que había una especie de cuaderno. Lo estuvo mirando un rato y lo abrió. Sabía que estaba mal pero el recato no era una de sus características. Lo que vio la sorprendió, encontró un par de afiches que se parecían a los que su padre le mostró.
—¿Qué está haciendo? —expresó Elliot que se recobró de su sueño.
—Eres un mentiroso —le gritó—, me dijiste que no eras socialista y andas haciendo estas cosas, ¿No tienes nada mejor que hacer con tu tiempo?
—Mylady, no empiece. No me siento bien. Hablemos otro día.
—Yo leí lo que decía, de seguro no andabas anoche porque estás medio moribundo, aunque como eres, de seguro saldrías de la tumba para ir a protestar porque es lo que te gusta y tan calmado que te ves. Debería darte vergüenza ser tan mal agradecido con mi padre.
—Yo trabajo para su padre, él no me da caridad —dijo con dificultad—. No tengo por qué comportarme como si él me regalara algo.
—¿Cómo que no? ¿Acaso olvidaste quién eres? —le gritó—. Te lo voy a recordar, eres un pobre niñito que nació en una mísera granja olvidada por Dios y que no tenía cómo sobrevivir haciendo otra cosa. Mi padre de buena voluntad lo recibió en casa, si no estuvieras aquí probablemente no tendrías ni que comer.
—Yo no me estaba muriendo de hambre. Cállate, no sabes lo que dices.
Elliot lucía enfermo y no tenía mucha energía pero Amelia notó que estaba apretando las cobijas con una fuerza que comenzaron a marcarse las venas de sus manos. El muchacho le suplicó que por favor llamara a la señora Boyle porque había despertado por un fuerte dolor de cabeza.
—No me das pena, si no fuera por nosotros estarías en una fábrica o haciendo quien sabe que en ese establo donde vivías.
—Yo no estaba en ningún establo porque ahí viven los animales, pero dudo que sepa la diferencia entre un establo, una granja y una huerta.
—¿Me estás tratando de estúpida?, es lo que me faltaba.
—No, sólo que posee un nulo conocimiento del mundo y para qué decir de los sentimientos ajenos. Gracias a mis padres nunca me ha faltado de comer aunque claro, no llevo su estilo de vida pero sea feliz en su pequeño mundo que algún día se va a acabar y espero no se golpee con la realidad. Ahora vaya y acúseme con su padre. No quiero seguirla escuchando.
—Claro y te las das de gran señor corriéndome de una habitación que por cierto no es tuya.
—Dígame todo lo que quiera de una buena vez, me siento pésimo como para soportarla —le dijo con una mirada de enojo que Amelia se estremeció al notarla.
—Padre dice que la gente como tú está poseída por el demonio.
—Qué nivel de sus argumentos —le replicó soltando una carcajada al final.
—Pensé que eras diferente pero bueno, qué más podía esperar de alguien como tú, salido de un establo y que se cree con autoridad de hacer lo que quiere. Nunca ibas a ser como los jóvenes de sociedad que me rodean.
—¿Usted cree que tiene autoridad para hacer lo que quiere? No le diré más porque yo puedo ser salido de un establo pero todavía me queda algo de respeto hacia mi prójimo pero también podría decirle cosas tan horribles como las que usted me ha dicho.
—Si me tuvieras respeto no andarías escribiendo esas cosas.
—No soy su esclavo, soy libre de escribir y hacer lo que se me dé la gana.
—¿Te parece muy respetuoso decir que las mujeres como yo somos meretrices que nos casamos por dinero?
—No sé qué habla mylady.
—Claro que lo sabes, de seguro ese lo hiciste tú.
Elliot negó, él no podía comprender por qué Amelia lo trataba con tanta crueldad, si él nunca le había hecho ni dicho nada como para merecer ese trato. Tampoco entendía por qué ella lo responsabilizaba de todo lo malo que acontecía en el país.
—¿Puede llamar a la señora Boyle? No me siento bien —dijo con un tono de voz muy bajo.
—No la llamaré hasta terminar de decirte lo que pienso de ti.
—Llámala por el amor de Dios, no aguanto el dolor —mencionó Elliot que estaba llorando—. Me estás torturando.
—Me engañaste, no tenías por qué ocultármelo.
—¿Y qué ganaba? Que te sigas poniendo como estás ahora. Nunca lo comprenderás.
—Yo no soy tonta, claro que lo haría pero me duele que me mientas. Ojalá nunca hubieras salido de tu establo.
—¿Y qué te importa lo que haga con mi maldita vida? Yo no soy tu esclavo y no te debo nada, ni siquiera soy tu amigo. Le he pedido numerosas veces que llame a la Señora Boyle porque no soporto el dolor. Nunca le voy a perdonar el dolor que me está haciendo pasar, escúcheme bien, nunca.
Elliot que era una mezcla de llanto y rabia, le dijo eso con las últimas fuerzas que le quedaban. Amelia nunca había visto a un hombre llorar, así que se quedó unos segundos mirándolo para después salir corriendo en búsqueda de la señora Boyle y se encerró en su habitación como queriendo ocultarse de todo lo que había sucedido.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro