—Jennie, ¿Estas bien? —pregunta Lisa.

—Sí, creo...

—¿Alguna vez te has enamorado de alguien? —pregunto, mientras mantengo fija su mirada.

Ella voltea por unos breves segundos para mirar el horizonte.

—Soy una nigromante no soy capaz de amar —responde. —Pero, tuve una amiga que logró amar.

—¿Cómo así? —pregunto.

—Veras...

—Su nombre era Joy, llevaba siglos observando las almas que perecerían, para ser exactos 98 años. Si lo hubiese deseado, pudo haber logrado su primer siglo, pero no fue así. Una noche de noviembre, el cielo se nublo, los truenos no se hicieron esperar. Entonces sucedió. Ella llegó con su madre a cuestas, dirigiéndose a un hospital. Joy decidió convertirse en humana y se asomó a ella.

—Entonces, no murió? —pregunto, mientras observó cómo sus manos se tornan verdes.

—No murió, pero no resultó como pensaba. Ella estaba enferma. Joy se fue con ella al hospital, sin que ella se diera cuenta, al enterarse de aquella tragedia, decidió ir al consejo de los nigromantes, a pedir por su vida. Ante ello los supremos, la recriminaron, sin poder entender el porqué.

—Ella les lloró, hasta que uno de ellos le respondió «Renuncia a tu origen, entonces podrás ayudarla. Pero recuerda solo funciona una vez y tu vida no durará más que la de un animal promedio». Ella aceptó el precio y fue hacía ella, estaba tan vehemente que no pensó en si misma.

—Murio, ¿verdad?

—Sí, no pudo hacer nada, porque el corazón que había reparado, le fue dado a su madre. Era sorprendente como el amor de una hija era tan grande. Claro, la madre ni sabía de ello. Joy al final vio como su alma se las llevaban, y como a la de ella también. Vivió 20 años entre ellos, pero sin la posibilidad de volver a verla.

—¿Y cómo sabes todo eso? —pregunto, mientras ella recuesta su ala de plumas negras.

—Porque ella fue mi amiga, y cuando la chica murió, fui la encargada de llevarla. Ese día ella con las pocas fuerzas que le quedaban, me pidió, que la dejase despedirse de ella —responde —Perdí una gran amiga, vía su muerte, vía como desfallecía de dolor, como desaparecía para siempre.

—Piénsalo dos veces Jennie, un amor no lo es todo —alega, mientras se marcha.

—Lo tendré en cuenta —respondo.

—¿Y supiste su nombre?

—De quién

—De la chica —respondo

—Se llama Rosé —respondió.

Siguió su camino, sin voltear, era cruel su corazón, y tan frágil a la vez.

Mas tarde llegaría la séptima Luna, tenía que decir.