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I.- La chica de bufanda

Descansaba en el día, mientras las aves cantaban y las ciudades daban sus primeras alarmas, tránsito, disparos, era sorprendente como los humanos no valoraban su propia vida y la de sus iguales.

Llegaba el atardecer y con ella la hora de irme levando para vigilar la noche, desde la luz de la luna nosotras vigilábamos, nosotras nacimos cada luna llena y vivíamos eternamente, el reloj se paraba para nosotras éramos incapaces de envejecer después de los 20 años.

Vivir eternamente suena bello, pues no siempre lo es, aveces vemos morir a tanta gente, que decide salir cuando el sol se oculta, vemos tantos amores que comienzan con tanta fuerza y al tiempo como muere con un "Te odio", los dolores humanos, son causados por lo mismos pecados que los condenan al sufrir, para ellos esto es el purgatorio, solo pocos pueden limpiarse y los que no son condenados a los brazos de la muerte y el sufrimiento eterno. Se nos es prohibido interferir en la actividad humana, si lo hiciéramos simplemente se nos llevaría a la tierra de la guerra eterna sin ningún recuerdo, es menos que la muerte pero más doloroso.

La noche empezaba, la luna se asomaba y se centraba en el firmamento, la hora de vigilar las almas a la luz de la noche empezaba, las torres de las "Sungirls", ellas eran las encargadas de vigilar el amanecer y atardecer del día, la única diferencia es que ellas podían interferir en la vida humana, empezaban a desaparecer para dar origen a las nuestras, eran más pequeñas con un estilo de torrentes griegos, las nubes rojas se acercaban significaba que alguien iba a morir, era el presagio más doloroso y triste el de saber qué un humano iba morir, su alma ascendería o descendería, eso no lo podríamos saber con exactitud, solo podíamos llorar por las almas.

Caía la sesenta mil luna que veía desde mi nacer, la noche estaba oscura las nubes rojas iban desapareciendo una aportación una la muerte ya se había llevado sus almas, la muerte misma, nunca había sido tan ruin desde que hubo el ataque de Hiroshima y Nagasaki en 1945, yo no había sido creada aún pero había escuchado a la gente terrestre sobre aquel suceso, tanta muerte solo por un punto de discusión, todo estaba perdido ante las manos de seres egoístas.

Veía como caminaban los humanos, otro solo descansaban en sus casas o en una banca en el parque más cercano, otros se sentaban a controlar el cielo, otros escribían poemas, aquellos poemas que jamás podrían dar a conocer a su amada, era triste pero cierto el amor es doloroso, dulce y amargo.

Amar, esa palabra era siempre algo que quería saber el significado mucho más del que un diccionario te podía dar, pero aquello no era posible, solo dolor y penas mataban aquel amor.

La noche, estaba a punto de dar fin, entonces la vi.

Estaba sentada en la vereda de una plaza, se veía triste, como si una tribulación abrazara su alma, no había más que dolor, sentada en la vereda estaba...

Sentía un deseo inmenso de ayudarla, hablarle acercarme, pero no era posible las leyes eran estrictas si me acercaba o intervenía en la vida de los terrestres estaría condenada a morir para siempre.

La chica se levantó y siguió su camino, la seguía desde la distancia del firmamento, era hermosa, de pelo negro y de test blanca, tenía un bolso en su hombro izquierdo y una bufanda granate que le tapa el cuello, se veía decaída como si solo caminara por darle un sentido a su vida, no tenía ninguna idea de cómo ayudarla sin tener que perder mi vida en el proceso, llegó hasta un parque en el las hojas de los árboles estaban naranjas, ahora eran hojarascas, el otoño ya está presente, me acerque a la Copa de un árbol y sacudí unas hojas, aquellas hojas cayeron lentamente sobre las manos de la chica de la bufanda granate.

El viento acarició sus cabellos, las lágrimas se secaron con el toque de las hojarascas.

Subió su mirada arriba, pero no pudo observar nada, ya había vuelto a mí torre en el firmamento, aquel firmamento que ahora lo veía tan vacío, ella seguía su camino y yo buscaba el mío.

Era tarde, la noche había culminado, pero la luz de la luna seguía alumbrando y nosotras estábamos vigilando, hasta que el amanecer diera sus primeros rayos de luz, era triste la noche era tan corta pero a la misma vez hermosa como también dolorosa ya que en ellas las personas solían lamentarse por lo hecho en el día.

Recuerdo cuando una noche de luna llena, hubo una tristeza que embargaba al mundo, esa noche vi morir a 100 personas, pero no por causas naturales ni accidentes, sino por la debilidad para afrontar la vida, se habían suicidado. Fue la noche más oscura, la llamamos "La noche de la desesperanza", esas almas estaban condenadas a divagar por el mundo o volverse árboles añejos en las llamas de un infierno eterno.

Quién era capaz de negar que la vida no era dolorosa, la vida siempre fue un debate de decisiones de las cuales lo humanos decidían arrojarse o levantarse, todas las lunas vividas habían hecho darme cuenta de ello, ahora la vida humana le veía más valor al ver ah aquella chica, quizás no todos los humanos debían pagar por los pecados de otros, al menos ella era diferente a las demás.

Mi tiempo de vigilancia llegó a su fin, el sol se asomaba y con él, el amanecer de un nuevo día propiamente dado.

Al menos esta noche pude conocer a lo lejos a la chica de la bufanda granate y con el alma de dolor.

Mi torre desapareció y me escondí entre las nubes a descansar y escuchar el trajín diario de la vida humano y el dulce canto de las sinfonías que en el canto de las aves había.

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